sábado, marzo 25, 2006

La soledad herida (Intermedio)

Al salir de la clínica donde la has dejado, hoy no puedes quedarte a dormir con ella porque está en la UCI, te has ido a cenar con tu hija. Habeis hablado de Ana, os habeis reido, ella la llama madrecita, habeis recordado viejas historias que siempre tienen su punto de truculencia, para hacernos reir y luego ella se ha ido. Ha venido de lejos y duerme en la capital en casa de una amiga para aliviarte los traslados. "No te preocupes por mi, tú a lo tuyo"Ha venido para estar con Ana y para estar contigo. La verdad es que la ves tan poco que cuando la miras parece que bebes con sed, y no te sacías. Así que os dejais, subes al coche y enfilas la carretera hacia el norte. Solamente son treinta kilómetros y decides no ir por el puerto sino coger la autovía, algo más larga, pero en línea recta. No tienes ganas de curvas subiendo la montaña. Pasarás a través de ella. como una flecha dirigida a casa.
Llegas a y el bosque está cerrado por su oscuridad. Llegas y las luces están apagadas tal y como las dejaste. Llegas y no se vislumbra la silueta de Cabeza Reina porque la luna está cubierta por nubes. Llegas y el único ruido es el tuyo, que no percibes y alrededor te rodea un silencio universal. Para estas entradas haría falta una banda sonora "made in hollywood", pero no está programada en nuestras vidas cotidianas: nunca suena la música cuando debe. Llegas a casa y abres la puerta con el llavín, desconectas los sistemas de seguridad a los que te obliga el vivir prácticamente solo en medio de nadie y entras. A la derecha el interruptor de la luz y al encenderse ves el espacio abierto que diseñasteis, el amplio vuelo de una escalera que flota peldaño por peldaño, sin otra sujección que el muro de ladrillo castellano; de manera mecánica cierras la puerta con el culo empujando hacia atrás y dejas la bolsa y el neceser en el suelo. No sale tu amigo perro a recibirte, porque no está: lo has llevado a casa de amigos para que lo tengan a recaudo unos días. Algo sospechaba, el último día estaba mohino. No sale Ana porque la acabas de dejar en la UCI, bien, está bien, la has dejado bien con el aspecto derrotado que tienen los cuerpos heridos después de la batalla, pero no sale Ana y te encuentras solo; no están los sonidos familiares y te diagnosticas: soledad, ahora toca soledad.
Será por el cansancio, la fatiga de los últimos meses, las primeras incertidumbres, los miedos acumulados en los primeros días, la angustía de ser solo compañía (¿que se puede hacer cuando eres compañía y no está en tu mano otro remedio que las palabras, carentes de valor?) y sobre todo por la tensión de las últimas horas, esperando que entre en la habitación el equipo médico y tengas que decirle, como en los aeropuertos, "venga, hasta ahora mismo". Eso nunca funciona, las esperas son desoladoras y la marcha del otro un desgajo. Será por todo eso que tu ánimo, que debiera estar exultante (¿no te han dicho que todo ha sido de manual, perfecto, medido, recuperador?), no lo está y subes la escalera hasta llegar a la biblioteca y te quedas ahí sin saber que hacer. Tus libros no te dicen, el pecé tampoco, ni los objetos alrededor. Miras hacia la mesa de ella, ves sus gafasm sus lápices, su portátil abierto y la sientos, es un mirada como un aroma de presencia. Que buena marca, pienso ahora, para una colonía fresca; "aroma de presencia". ¿Acostarte? Es pronto. ¿Leer algo? No tienes ánimo. ¿Tomarte un wisky y fumarte una pipa? Peliculero, no tiene objeto aunque el cuerpo te lo pida; es alimentar la sensiblería, fuera. Y entonces, siempre hay un momento en que se produce el acto justo, el necesario, que debiera estar en el guión de la película si esto lo fuera, suena el teléfono y es tu hijo. "¿Cómo estás? Quería saber como estabas?" Miras el reloj, es la una de la madrugada, la una en punto en todos los relojes. "Tengo mucho trabajo y me voy a dormir, pero quería saber como estabas..." Y le dices la verdad: "estaba esperando que llamaras aunque no sabía quien, gracias, ahora estoy muy bien." No digais que no vivimos buenos tiempos: desde setecientos kilómetros, en un instante, ha llegado la voz que te ha sacado de la incertidumbre. Hay momentos en que la soledad, aún admitiéndola y construyéndola por ti mismo con lucidez, la soledad, repito, no es buena compañía. Gracias, Ariadna, por haber venido. Gracias David, por haberme llamado. Gracias Ana, por estar viva. Y te vas a dormir. Todo está bien.

7 comentarios:

  1. Cuando estaba en el instituto,un compañero de clase recitó un poema. Sólo recuerdo una frase, me pareció perfecta: "a veces, el silencio abusa de su lenguaje de silencio". Que una voz querida rompa ese silencio es el mejor de los bálsamos. Ánimo.

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  2. De nada Luis. Además, el silencio de la casa pronto caducará (también espero la lectura de las escrituras "En el Bosque", será muy buena señal)

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  3. Hola.
    Espero que todo mejore,mucho ánimo. En los momentos de soledad, solo tienes que cerrar los ojos, y recordar su voz. Mi abuela me dijo una vez "no olvides que la voz de los que amamos siempre nos acompaña"...

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  4. Le envío mis mejores deseos.

    Seguramente no es el mejor momento para estas cosas pero quería manifestarle mi admiración. He leído todas y cada una de estas páginas y, sinceramente, me han conmovido, emocionado, no sé, lo que usted escribe y cómo lo escribe me concierne directamente, eso que sucede tan pocas veces. Sé que en momentos como los que está pasando estas cosas carecen de importancia, pero quería decírselo. Este blog es literatura de la mejor (y algo más). Ojalá pueda seguir leyéndole y, sobre todo, buenas noticias. Un saludo.

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  5. Muchas gracias, Jesús. Su comentario excede mi modestia, que dicho sea de paso tal vez no sea mucha, ya que escribir un blog comporta cierta vanidad exhibicionista. Tomo la parte emocional. Seguiré escribindo porque me lo he impuesto como disciplina. Se lo repito con sincera emoción, gracias.

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  6. Gracias también, Gubia. De las abuelas se conserva siempre esa parte buena y entrañable que rezuma ternura y que es alimento para siempre. Además tenía razón. Caminamos con un coro de voces y su silencio nos desmorona.

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