martes, agosto 16, 2011

El escaparate


Un escaparate es un espejo. ¿Es esta una afirmación? Para el Hombre del Prado lo es. Lo afirma sin ninguna duda. Le basta asomarse a él, en cualquier calle y además de verse reflejado en la luna, recibe el reflejo de la realidad que le envuelve como en aquellas de la calle del gato de Madrid a las que se refería Valle Inclán. Esperpentos, los llamaba, pues aquellos espejos eran deformantes hasta lo grotesco. Ahora, asomado a la profundidad de uno que se mostraba en la calle Maisonave de Alicante, comprende como el esperpento que reflejan es el de la visión de lo que va a ser, de la oferta delirante que hace el decorador. Los niños parecen asomarse desde una película de terror, o de las bodegas de una nave espacial.
El futuro se refleja en lo que asoma de las tiendas a la calle. Encerrados en jaulas de cristal, los objetos que se ofrecen, lo son para el deseo o el rechazo, o la indiferencia. Desde el exterior, la mirada del espectador se asoma al reflejo del mundo que le rodea aunque lo que está en venta no es la mirada inquietante de los niños, sino las prendas que visten. De lo que uno se puede apropiar es de la forma, nunca del alma. Es esta la tragedia del espectador, condenado a no entrar en el reducto sagrado del estilo o de la belleza, ante los que siempre es el otro. Por más que extienda la mano o alargue la mirada, el cristal inviolable le detiene y fija en su lugar. Hay escaparates que ofrecen más de lo que se puede comprar, que no se ve pero se intuye. Quiere brotar del fondo inconsciente de uno la llamada del mito, y sabiéndolo no se atina a leerlo con claridad.

4 comentarios:

  1. Los niños maniquis del escaparate no tienen alma, como las tiendas, sólo me producen indiferéncia..

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  2. La cuestión, Francesc, es que su "sin alma" producen emociones e impulsos.

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  3. Gracias por volver, por tus imágenes y palabras.

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