lunes, agosto 22, 2011

El árbol que danza solitario en el claro del bosque

Para llegar a él hay que caminar varios kilómetros de una pendiente hacia arriba que no cesa; la bajada será más tarde, lo que toca al subir es comprender que no hay descanso. En esta zona, la parte alta de Aguas Vertientes, se estancó la guerra civil y las trincheras cambiaban de ocupante sin que las líneas se movieran. La parte de la derecha del camino da al valle meridional que se abre hacia Peguerinos, dibujado por abruptas laderas cubiertas de pino albar, que muestra en su parte superior ese tono anaranjado que llena de color el bosque, por ahí debían subir los republicanos. La parte izquierda está dominada por el muro que cierra el collado hacia el Norte, la parte castellana por antonomasia. Este muro es respetable, defensa natural, soporte para las espaldas.

El camino del collado discurre por su base, serpentea, sube... Se le llama al lugar Collado de la Gargantilla y es uno de los pasos de la Sierra que se identifican, o se creen identificados, en El Libro del Buen Amor. A lomos de mula iría el Arcipreste, a pie va el Hombre del Prado, que ve como a su derecha, entre el bosque, aparecen los bunquers y casamatas que restan de la guerra y las heridas como llagas en la tierra seca de las trincheras. La realidad es para cada cual su propia representación y en este largo caminar collado arriba, el caminante no puede abstraerse del escenario: aquí estuvo la guerra, por este camino subirían los suministros, por entre esos árboles se mostrarían las lejanas siluetas de los atacantes, ladera arriba, rodeados del silencio tratando de esconderse en él antes de que unas primeras y aisladas detonaciones dieran con alguno de ellos en tierra, ahora sí para el silencio sería, para siempre el silencio. El camino, que en algún día fue alquitranado, se muestra a veces cordial y facilita el paso y otras aparece reventada la materia, enseñando sus entrañas.

En un claro a la derecha aparece el árbol seco que danza en el bosque. Más mito que leyenda lo forja el pensamiento del Hombre del Prado que se detiene a cierta distancia para verlo bien. Esta danza es parsimoniosa y ceremonial. Las ramas como brazos o aspas giran en el espacio, suben y bajan, acarician el aire, señoras del silencioso pensamiento y el cuerpo se mece buscando el equilibrio. El caminante detuvo el paso y sacó la fotografía, al poco se despidió dejando al danzarín en su solitaria ocupación. Basta uno solo para la ceremonia, es bien cierto. Esta danza, se dijo, no puede ser sino por los muertos.

Por la noche, en un chalé vecino, un grupo de jóvenes se reunía en una fiesta de tarde de verano. Sonaba la música, las risas, las voces. Las de las chicas y chicos. cuando llegan festivas desde la distancia, suenan a contagiosa alegría, también traen gramos de nostalgia y uno tiende a holgarse con ese sonido, feliz de poder aprehenderlo. Es el pulso de la vida, el latido caudaloso por la vena invisible que es el espacio, el aire, la luz que declina y la silueta de las montañas. Alzando ligeramente la mirada, la cumbre de Cueva Valiente, que es a la que subió horas antes, le saluda con el guiño de la reciente despedida. Todos los momentos uno, se dijo el Hombre del Prado, y se relajó cuanto pudo para sumergirse en él y hacerlo sin tiempo, sin fluir, como si fuera realmente toda la eternidad. Toda la eternidad este momento, se dijo cerrando los ojos.

La voz del chico era limpia, clara, melodiosa. Empezó a cantar y se hizo el silencio, primero el silencio, y al poco se le unieron algunas más mientras la fiesta se detenía, o seguía por otra senda, festiva también, sería festiva, porque ¿quién sabe lo que es una fiesta para los otros? Cara al sol con la camisa nueva, había empezado el muchacho, y al poco el coro en el corazón del prado, seguía entonando que tú bordaste en rojo ayer. Me hallará la muerte si me llega y no te vuelvo a ver. El himno de la Falange fascista, la del golpe de estado, la de la dictadura, la de la represión y la muerte, sonaba melodioso en la quietud placentera del atardecer. El árbol danzante tomó su lugar en el pensamiento de este testigo emboscado en su jardín, y se mecía ceremonioso. Entonces pensó que tal vez no danzaba su ceremonia por aquellos muertos de hace setenta años, sino por estos vivos de hoy.





2 comentarios:

  1. Luis, esperemos que la música que anima al árbol en su actual danza no sea la del odio y la sinrazón.
    Excelente texto

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  2. Sinrazón ya lo es, y el odio tamnbién. No hay en esa ideología otra sustancia. Diferente es la oportunidad y el alcance de lo que creo que es anécdota de niños bien. No sé... Y gracias por tu juicio.

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