Y luego viene la hostilidad. ¿O no lo es? Si las formas lo permiten se adapta a la realidad como esta nieve que cae al paisaje circundante. He aquí que todo se curva con una blanca y suave línea amorosa, que no muestra su realidad hasta que se hunde el pie en ella, o la mano, o se avanza hiriéndola para descubrir su espesor, su frío, su helado hachazo. Pasa lo mismo con la hostilidad, que no parece estar detrás del silencio del hombre callado. Agazapado en su indiferencia puede incluso armarse de sonrisa, escuchar pues parece que lo hace, enarcar las cejas o encoger los hombros, ya se sabe que son gestos de duda basados en el silencio más revelador. Finalmente hablará sentenciosamente, soltando las palabras como escupitajos: son unos sinvergüenzas.
Lo revelador de la sentencia es el plural. Tal vez no se estaba hablando de varios, sino de uno. Es bien posible que se esté hablando de un político, o un escritos, o un personaje que aparece en televisión; es probable que se hablara de uno en singular, adscrito a una categoría profesional, es bien sabido que un presentador de televisión representa a toda la televisión y un político, sea del partido que sea, representa a todos los políticos. Así que el plural que aparece no hace otra cosa que constatar una realidad, establecerla como el modelo, no de lo que se hablaba, una persona en sus actos, sino una categoría: todo un grupo.
Convertir una anécdota singular en un hecho plural tiene sus ventajas para quien, emboscado en aquel silencio que ignora las palabras y sus significados, emite la opinión que se ha expresado. Eleva el comentario a la categoría de sentencia, que si quedara en el singular, no saldría de la historia inicial. Al usar el "son", quien emite el comentario establece una distancia entre el plural culpable y su singular y especial clarividencia. El uso del plural es cobarde, pero eso no importa ya que la cobardía no se la reconoce uno salvo en muy contadas ocasiones y esta no es. El plural tiende a establecer una conspiración entre los "sinvergüenzas" y el "inocente".
Se le puede pedir que se explique, que entre en el adjetivo y lo destripe. ¿Porqué son unos sinverguenzas? Puede ocurrir que quien estaba explicando un caso trate de rescatar el tema anterior, volver a la singularidad, pero el hombre callado no le deja, porque vuelve a sentenciar. "Se lo llevan crudo. Nos están robando a todos" Y finalmente: habría que fusilarlos. O a lo mejor, en su delicadeza, se abstiene de esta última condena o evidencia por el contrario mejores maneras de castigo, corgarles por cojones, por ejemplo. Parece terrible, pero no lo es, porque se trata de una manera de hablar que en su plasticidad no muestra voluntad.
Volverá el hombre callado a su silencio, consciente de que ha desarmado al interlocutor. ¿Es que no sabe este que el mundo en que se vive es el escenario de una enorme conspiración en la que todo ciudadano que sobresale por encima de los demás es culpable? Este pensamiento es, sin lugar a dudas, enormemente sofisticado para aquel silencioso hombre que rumia por dentro su permanente malhumor. No piensa en conspiraciones, sino en que simplemente, el resto de la gente es indeseable. ¿Quien se salvará?, se pregunta el interlocutor. Puesto que el tema es plural y se adivina cercano, se trata de identificar las capas de esa cebolla social que es el entorno. Hay que ir abriendo de dentro a fuera: el circulo más íntimo, el otro, el siguiente, el barrio, la ciudad. A medida que se aleja la capa de la cebolla, va tomando los tintes del delictivo comportamiento.
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