martes, febrero 10, 2009
La Musa Pensativa
La belleza como fin último, dice el visitante, es el más alto nivel de espiritualidad para el creador". Así, de repente, el Hombre del Prado no dice nada porque no se le ocurre el qué. Si sabe que dos o tres años antes hubiera estado bastante de acuerdo sin pararse a pensar, como se está de acuerdo en esas áreas que se tienen por ciertas con fe disfrazada de razón. Pero el tiempo, sobre todos los últimos tiempos, han producido un desgaste en las convicciones y una de ellas es aquella que tiene que ver con la belleza como fin último. ¿Que es ese fin último?, se pregunta.
La frase se ha producido en el Museo del Prado durante la visita a la Exposición de Esculturas Clásicas del Albertinum de Dresde y el Museo del Prado. La exposición es silenciosa y tiene que matizar esta adjetivación que ha surgido de improviso en el momento de evocarla. La serie de esculturas que se muestran en varias de las nuevas salas del museo, se extiende unidad por unidad, desplegada en un amplio espacio, rodeadas cada una de ellas del aire protector que les crea el espacio donde reinan. Una exposición de esculturas no es una de pintura en la que las paredes forman el espacio cerrado en cuyo interior habitará la mirada del visitante. En la exposición de pintura, los cuadros se alinean para recibir el paso admirado de los visitantes como si se tratara de un besamanos. En ese orden cerrado y regular existe un ceremonial que impide el descubrimiento. La pintura, desde su posición, apela a la atención del visitante y este demorará el paso atraído por la llamada, inconsciente por lo general de que esa llamada se produce dentro de él y desde su propia emoción. En una exposición de esculturas, como ésta que se acaba de visitar, cada unidad expuesta está situada en el espacio intermedio entre pared y pared, abriéndose al interior de las salas desde los muros límites, de forma tal que el visitante se mueve entre ellas en una convivencia que que tiene más de encuentro en el foro. En ese deambular entre figuras humanas, ligeramente elevadas sobre peanas, se hace el silencio sobre el rumor del gentío, que para nada cuenta. Las esculturas, detenidas en un momento del tiempo en que el creador decidió dejarlas, tiempo y movimiento, forma y tiempo, ocupan el espacio enseñoreándolo y crean su silencio que es más que el rumor, se diría que es la visión desde una cámara sin sonido, en la que solamente el zumbido del motor o del proyector, nos conduce como hilo conductor al fondo de la realidad que recrea.
El Hombre del Prado se ve obligado a preguntar a su acompañante, que hizo aquella afirmación que se ha escrito al principio de este post: ¿Crees que aquí se puede encontrar esa clase de belleza? Su amigo lo afirma, sin dudarlo: Todo, o casi todo esto que vemos, aspira a la belleza. Dejando a un lado el valor de lo absoluto a lo que tiende el lenguaje común, parecen estas esculturas que, activadas por el clic de la eternidad, tiendan a crear en torno a ellas un espacio irreal. Ya se ha hablado del silencio que imponen, y del gesto detenido, y del vacío en el espacio que ocupan, una a una y en conjunto, como si sabedoras de la admiración estupefacta de los mirones se regodearan en ese ser admiradas. ¿De quien es la visita?, se pregunta el visitante, ¿de las esculturas o de los visitantes al museo? Es obvio que de quien tiene la intención, la voluntad de hacer, la voluntad de estar, así que las piezas de mármol no tienen otra voluntad que la del espectador que asiste a la exposición, pues la contemplación entre lo vivo y lo inanimado no hace sino despertar las emociones de lo primero.
No es esta una cuestión metafísica, territorio en el que El Hombre del Prado es totalmente insolvente. Le gustaría que fuera lo contrario pero le cuesta adentrarse en la comprensión del ente, identificar esa bruma que el lenguaje no aclara y a la que su pensamiento no alcanza. Es una cuestión banal, se dice, cuando su acompañante en la visita habla acerca de la aspiración de espiritualidad del creador y la belleza como fin último. Palabras, palabras, palabras, que diría Shakespeare y que son volutas de humo que se levantan en el aire para nada más que buscar una salida, una chimenea.
Las esculturas, sacadas de su lugar real para el que fueron creadas, despojado el mármol y la piedra de su coloración original, han creado un universo propio en el derrumbe de su estado físico. He aquí, se dice el del Prado, que nosotros hemos sido capaces de sintetizar la belleza a partir de la propia destrucción de la obra de arte. Lo griego que vemos y admiramos como forma exquisita no es sino el estropicio de los años, la estética de la desolación, incapaces de acercarnos al pórtico de la casa de Céfalo y verlo tal y como debía ser. Aquella Atenas blanca, del brillante esplendor del mármol, no es sino una acomodación de la voluntad estética de los siglos posteriores. Como, piensa, si al ver el mármol desnudo, despojado de su color y emplazamiento, uno pudiera acceder al alma, o eso cree, que accede al alma, llegando a mayor profundidad que el creador.
La cabeza de la Musa Pensativa, que se guarda en el museo de Dresde, le llama. Mientras su acompañante se enzarza en una explicación de la belleza como esfuerzo, de la belleza como intención creadora, la Musa Pensativa ha hecho un gesto inmóvil de su mirada y ha cautivado al hombre del Prado. Sucede como cuando en medio de una multitud dos miradas se encuentran y presumen una posterior relación, o la intención de ella, o simplemente la inclinación a un acercamiento. Así ha sido esta vez, y se ha quedado junto a la cabeza de mármol, al mentón voluntarioso, al cabello recogido en cola apresuradamente, a la recta nariz y unos ojos que s ele antojan luminosos porque miran francamente, descaradamente, que no implica desverguenza, sino interés por conocer y saber. Ha sido cautivado, detenido, convertido en piedra, alcanzado por la voluptuosa esencia del encuentro. ¿Te parece bella?, le pregunta su acompañante detenido junto a él, mirando el perfil de la Musa. No se trata de belleza, dice el Hombre del Prado, sino de encanto. Quisiera conocerla.
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¿Y la belleza como distancia, como conciencia de lo inatrapable, como insulto al devenir, como exilio?
ResponderEliminar¿Y la belleza como crueldad máxima, como superlativo cinismo, como negación del tiempo?
¿Y la belleza como el reclamo de lo imposible?
Ya ves... me pierdo...
A veces, Luri, me atrae más ese pequeño puente que une la belleza inasible con la realidad de la emoción. Este perfil que me enamoró, por ejemplo...
ResponderEliminar....La belleza se siente.... la belleza "es" porque no sabe que lo es`.
ResponderEliminarGracias por hacer que la sienta.
Por eso eres bello,poque así te siento...
....porque no lo sabes....sólo has leido que así te siento......Gracias.
ResponderEliminarLa belleza no puede exitir si no se siente....crear belleza es hacerla sentir.
¿Seré bella en algún momento bajo el tiempo?¿Seran mis ojos bellos bajo el sol o la luna?
La certeza es....solo seré bella bajo el sol o la luna si alguien me siente bella.
ResponderEliminarGracias por la Musa Pensativa.
Anónimo, gracias por esa lectura de mi post, que parece que ha conseguido alguna emoción.
ResponderEliminarPasé por este blog por pura casualidad.....la emoción surgió nada más ver la cabecera ....esas esculturas tan sugerentes......Belleza...ya sabes....y después de leer algunos de tus post decidí quedarme ....
ResponderEliminarGracias a tí, no dudes que has conseguido emocionarme.
Saludos desde el Sur.
En primer lugar Luis, decirte que me he identificado en ese encuentro con la Musa que describes.
ResponderEliminarPero después tengo que advertirte que no hemos sido los únicos, pues me han llegado varios comentarios de otras víctimas de esta misteriosa muchacha.
En abril vuelve a Alemania, y va a ser como una novia a la que se le acaba la beca Erasmus.
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Alfaraz, siempre podremos ir a rendirle una visita.
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