martes, febrero 17, 2009

La estación vacía

Andén de la estación de Nuevos Ministerios en Madrid

Escaleras de acceso al nivel superior en la estación de Nuevos Ministerios. Madrid

¿Que es una estación vacía? Se le ocurre pensar que un cuerpo sin alma, el espacio en que habita el caos de la no presencia, el rastro de la no humanidad. Las escaleras mecánicas se ofrecen como un ara de magnífica brillantez para el uso de un único oficiante que por ellas accede a la luz exterior. ¿Será la estación la vieja caverna del mito? ¿Vaciada de gente será esa caverna a la que Platón no hace referencia, y que es aquella en que todos la han abandonado? ¿Sería eso posible? El andén que se extiende habitado por los carteles de películas en las que no se repara, títulos que son desconocidos, paraísos prometidos a los que no se piensa acudir, ofrece la vasta longitud de la luz y el brillo metálico del aluminio. Al Hombre del Prado le desazona esta soledad que ofrece tristeza. Eran las doce de la mañana de un día normal, y en lo alto la ciudad bullía. Arriba el sol se mostraba como la vida que nunca nos abandona, pensaba. Y salió al sol. ¿Con quien hablar en este espacio vacío que se abandona? No hay ni guardias de seguridad y en un kiosco del vestíbulo, una camarera ofrecía refrescos a nadie. Las frutas entregaban sus colores ácidos y a través del ligero andamiaje de la arquitectura el espacio se abría a la exploración de la vista. El caminante, al descender del tren, había pensado en solazarse en el bullicio humano, pero los pocos viajeros que se apearon se disolvieron en un aire de sombras. Ayer mismo, por la noche, escuchando canciones de la Piaff, alcanzó a tomar para sí una definición que hace el personaje de la letra: "soy una sombra de la calle". Cercana es esa definición a la pindariana sombra de un sueño es el hombre. En el espacio vacío del submundo, donde el aluminio ofrece el lujo tecnológico de la modernidad, el hombre del Prado sintió que no iba a ninguna parte. Son sólo sensaciones, se dijo, pero sentía también el derrumbarse el ansia de compañía con la que había emprendido el viaje. La retomaría poco después, sentado en la mesa de un restaurante con un buen amigo, hablando de banalidades. ¡Que maravilla ese invento de lo banal para tranquilizar el espíritu! Tan banal se sentía como para acompañar el cocido madrileño con vino con casera. ¡Eso no se hace!, podía oir por dentro como si las voces de lo culto tuvieran su propia autonomía. La tienen, es indiscutible, habitan en el interior donde se guarda todo; pero cabe desobedecerlas. En la mesa de al lado, una mujer increpaba a dos jóvenes sobre una herencia, les hablaba con contenida indignación: ¡es que se lo ha quedado todo en vida, porque se lo ha dado todo! Los jóvenes, que en el recuerdo no tienen sexo, comen con la cabeza gacha sobre el plato, escuchando con paciencia. ¿Qué sería todo?, se pregunta el hombre del Prado y ella le contesta, contesta al caos que reína en su cabeza de mujer despojada: el piso, el coche, la cuenta, el chalé, todo, todo a su nombre. Cuando percibe que habla demasiado alto baja la voz y la conversación se pierde entre las voces sin poderse distinguir, ahora es anónima hasta que uno de los jóvenes dice, parece irritado, o harto, pero tú ya tienes lo tuyo, mamá, y ella: pero es poco... Cuando vuelve al bosque por la tarde encuentra la estación llena de gente, el templo habitado, las sombras animadas cuando el sol empieza a decaer. Durante el trayecto dormita acunado por el ritmo mágico de los ruedas sobre los raíles, o sería mejor escribir sobre las junturas entre raíles, que es lo que produce el ritmo, ahora un juego de ruedas, ahora otro. Cuando llega a San Rafael mira con atención el banco de la estación desvencijada, tanto que no tiene taquilla, el bar está sin ventanas ni puertas, los rótulos arrancados y entre los adoquines del andén crecen las hierbas. El banco es otro altar consagrado a otra divinidad. estos dioses solo se ocupan de su presencia y los hombres no cuentan para nada, sombras son, de la calle, de un sueño...


Banco en la Estación de Tren de San Rafel, (Segovia)

5 comentarios:

  1. Los no-lugares de Augé son una constante en nuestras vidas del presente.

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  2. Si, Julia, los no-lugares llenos de no-gente en días que casi no son días.

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  3. PARA SER UN NO LUGAR, EL BANCO ESTÁ MUY DECORADO, como cuadro moderno me gusta, me lo quedo para la portada de absurdidades si no te importa, gràcias anticipadas

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  4. Claro, Frances, en el vacío de la estación inexiustente de San Rafael, el banco es algo así como un fantasmal tablón de anuncios.

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  5. Por cierto Francesc, es tuyo, siéntate en él cuando y como quieras...

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