viernes, enero 30, 2009
Las palabras de los otros. (1)
Para que las palabras tengan sentido solo cabe reconocerlas, sin ello se accede a la impotencia, y desde esta, probablemente a la soledad, o a la rabia. Quien no entiende la palabra está condenado al aislamiento y todo lo que pueda oír y comprender será dentro de sí mismo. Un lenguaje único: el de la soledad, o el de la rabia. Es muy probable que empiece a trascender a la mirada una suerte de locura, algo febril, el del ser que hablando consigo mismo solo a sí mismo entiende y será un entendimiento contra los demás. Ellos, los otros, no lo saben. Seguirán emitiendo palabras que no entenderá, razonarán con sentidos lejanos que se convertirán en armas: he ahí la ignominia de la agresión de quien parapetado en las palabras apela a la ignorancia; probablemente se esté riendo de él, pensará. En realidad no sabe que no existe la risa, que el asunto es serio, lo llevan en volandas las palabras que no son suyas. He ahí otro problema: no posee las palabras, no se trata de que no las entiende, si solamente fuera eso podría hacer un esfuerzo, pero no quiere. ¿A estas alturas? Lo que pasa es que no posee las palabras, no son suyas, nadie se las ha dado, nadie se las ha abierto. Una palabra es, debe de ser, será tal vez, como una golosina: hay que abrirla y reconocerla al primer golpe de vista, o de oído, con celeridad. ¡Un sonido y ya está! Bueno, si ha sido así, si se ha llegado hasta aquí, así estará bien. Hoy no es día de envidiar, eso fue antes, cuando sentía que el mundo se le escapaba en imágenes y no entendía lo que decían. Entonces, en ese antes que es la fuente de todo, en el antes en que cree, los tiempos pasados, los días de aprendizaje, cuando las cosas estaban bien, no necesitaba las palabras más que lo justo, y las de los otros menos. Nunca las ha entendido. Uno construye, y no sabe que lo hace, un muro alrededor y se convierte en dios. Su dios: yo soy así. No se trata entonces de envidiar, ahora si estamos al cabo de la calle. Se trata de ser como hay que ser: Yo soy así. Y las palabras del otro siguen sonando inaccesibles: ¿quien las quiere? ¿No está agrediendo, hostilizando? ¿No trata de mostrar su propia presunción? ¿Tan importante se cree? Y entonces da un golpe en la mesa con la palma de la mano y no levanta los ojos al hablar, nunca los levanta porque no mira a las palabras que salen de la boca de los otros, que dibujan los ojos en las miradas, que se apoyan en la expresión para ser más claras, diáfanas; no levanta los ojos pero si la voz, que es irritación, agravio, y dice, con orgullo, o no es orgullo pero si convicción: yo seré un ignorante pero no me hace falta tanta palabrería. Sonríe: bla, bla, bla. Yo tengo mi idea y pienso lo que pienso. Todo está bien, ha conquistado el silencio.
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En catalán -y me imagino, en cualquier idioma- se decía aquello de 'parlant la gent s'entén', pero ya dudo del tema.
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