viernes, enero 16, 2009

Desde Wall Street a Negrito

La mayor reducción al absurdo es saltar vertiginosamente de los más grande a lo más pequeño, o de lo significante a lo insignificante. Hay un tipo que camina por las calles de Nueva York y viaja en su jet privado del que dicen que ha estafado 50.000 millones de dólares. Al Hombre del Prado le parece imposible, no cree que eso sea una estafa, en el caso de que se haya producido una apropiación indebida, y hasta en el uso de esta última palabra que tal vez sea a su vez indebida, pues le parece imposible que alguien pueda hacer eso, quedarse con una cifra cuyo monto está fuera del alcance de la imaginación y es con mucho más cercano a una secuencia de ceros que tiende al infinito. Pues ese hombre camina por la calle, viaja a Londres, le incautan joyas y paquetes de dinero, él sigue en la calle, pasea por ella, vuelven a discutir si hay que mantenerlo dentro o fuera de la seguridad de una celda preventiva, y la cifra que tiende al infinito sacude la angustia larvada de sus antiguos propietarios.


El Hombre del Prado, encogido por un frío de hielo que cristaliza hasta en el alma y desde luego en el ánimo, no hace sino que sentir el vértigo de todo lo que sucede alrededor. Como ha cumplido, hace pocos días, sesenta y cinco años, ha decidido jubilarse, no de la profesión, que abandonó hace tiempo, sino de todo lo demás que le liga al resto, esos centenares de cordones umbilicales que a lo largo y ancho de la vida se han ido creando a su alrededor, parten de él y le unen a los noticiarios en televisión, a las páginas de los periódicos, al mundo en general que le rodea y que se inicia en el político más cercano e invisible de cuantos conoce, que es el concejal de basuras del pueblo en que vive, hasta el mismo dios que habita en Wasingthon o en Madrid, uno y dual, uno y trino, uno e infinito, pues va creando y dispersando clones de sí mismo que toman porciones de su poder infinito, que es del gobernante sobre el gobernado.


Sabe este Hombre que habita en el frío que se extiende demasiado y va de la Meca a la Ceca sin rumbo fijo. Siempre se lo han dicho. Es tan consciente que relee los párrafos que acaba de escribir y opta por volver al semi dios que camina por las calles con la íntima satisfacción del deber cumplido al apropiarse de lo indebido, e incluso va un poco más allá, porque no quiere olvidar a Negrito. Pero antes debe pasar por un hecho que si fue circunstancial ahora forma parte del paisaje estable. Una crisis económica, inmensa, seguramente aterradora cuando en el futuro se la contemple y cite como cronología de referencia, lo envuelve todo, y a la certeza de su existencia se añade la cita común de la adversidad que todo quisque prevee para sí o para un amigo cercano. "Hay crisis" dice todo el mundo, pero en la cercanía del hombre del Prado, nadie dice "estoy en crisis", y la vida sigue con su tic tac inexorable, tal vez ligeramente suavizado por el hecho anecdótico de que existe una confesión generalizada: conviene derrochar un poco menos.


Pero ya está llegando a Negrito, que es una referencia importante en este post, el primero según piensa quien lo escribe de un retorno que espera que se produzca de manera regular, ahora que parece que ya se puede retornar al Blog. Cosas de la vida, claro. Negrito llegó una mañana de domingo de la mano de dos pequeños que llamaron a la puerta y le dijeron al Hombre del Prado que alguien les había dicho, (¿quien pudo ser?) que él recogía perros abandonados. Negrito movía la cola, era una mezcla labrador y algo más, de unos cuatro o cinco meses, grande, poderoso, excitado, alegre, vivaz; solaz para la vista y el ánimo era ver aquella masa de nervios que brillaba bajo el sol, sujeto con una cuerda por unos niños que lo encontraron vagando por Arroyo Mayor y preguntaron a alguien que hacer con él y este alguien les dijo que un tipo recogía perros en el otro extremo del prado. El Hombre que escribe niega la mayor, como se dice en castellano mesetario, pues él no recoge perros pero sí ha asistido en dos o tres ocasiones a recuperar a algunos perdidos. Devolvió una pareja, padre e hijo, a sus dueños, cuando se habían escapado e internado en el bosque y los llevó a la casa en que los había visto corretear. Llevó otros dos en dos ocasiones al refugio que fue con anterioridad una granja de visones que fue a la ruína.

Negrito se quedó dos días en la casa del Prado y dejó bien claro, nada más pisar el jardín, que estaba dispuesto a vivir allí en igualdad de condiciones que Goyerri: acceso al mismo sofá (todos los sofás), dormir en el dormitorio principal, tener su plato de comida y su vaso de agua, libre acceso a toda la casa y un lugar de acomodo frente a la televisión entre Ana y el brazo del sofá, donde se arrebujaba al calor de ella. No llevaba chip y era evidente que había estado bien cuidado hasta que se le abandonó por alguna de esas razones que hacen que un ser humano normal se convierta en un canalla: falta de espacio en un piso, demasiado barullo, estos chicos que no lo cuídan o cualquier otra razón de peso.

Dos días de búsqueda, de comunicación a los servicios de la Comunidad, de intento de llevarlo al refugio, inútil intento pues estaba abarrotado, de tratar de encontrarle propietario, todo antes que permitir que el animal se quedará en la casa del prado. Si un perro entra en una casa, aunque sea por accidente, cuesta mucho que salga de ella, no solamente por él sino por aquel que lo ha acogido. Negrito se ganó la estancia esforzándose en resultar alegra, simpático, servicial, cariñoso y sobre todo divertido. Goyerri, por su parte, iba cediendo el disgusto inicial por una austera y gruñona resignación.


A los dos días apareción Cristian. El Hombre del Prado le tiene simpatía, mucha y no sabe porqué. A la simpatía no hay que pedirle razones sino impulsos. El castellano de Cristian es gutural y trazado a cuchillo, sin artículos ni pronombres. Cada vez que llega con su furgoneta a descargar unas cajas de vino, llamaba antes por teléfono: "Hombre, ¿estás?" El Hombre del Prado le decía que si estaba en casa. "Voy, decía Cristian. Llevo caja. Dos. Ahora" Y al minuto aparecía renqueando la furgona por la cuesta y saltaba el muchacho, con su camiseta sin mangas desde el hombro, su aspecto enjuto, una sonrisa un tanto arisca bajo dos ojos alegres de mirada distante. Cristian parecía tener su orgullo y lo mostraba. "Espera, bajo cajas. Firma aquí." Convenía hacer lo que él decía.

El interés de Negrito por Cristian fue el mismo que en sentido inverso. "¡Ostia! ¡Guapo es! dijo el muchacho. "¿Es tuyo?" Le dijo el Hombre del Prado que no, que buscaba un dueño. ¡Yo! Me llevo conmigo! "Espera, espera, Cristian." Y le expuso las instrucciones necesarias. Siempre queda un poco de descofianza. ¿Lo cuidarás? Has de comprarle un collar y una correa. Hay que ponerle el chip de inmediato. No lo maltrates. No le pegues. "¡No, hombre. Es amigo!" Y enseguida. "No es para mio. Es para novia. Ella quiere perro. Yo le llevo." Otra condición: "Llamadlo Negrito. Se lo hemos puesto hace dos días y ya viene cuando se le llama". Al día siguiente Cristian estaba en la puerta de la casa con su furgoneta, sus cajas desparramadas en la parte de atrás. El Hombre del Prado vieron como Negrito subía de un salto al el asiento vecino al del conductor, como si aquel hubiera sido su destino para toda la vida.


Durante los siguientes meses Cristian seguía apareciendo en el prado, descargando cajas y hablando de Negrito. Esta todo el día con su novia, no la deja ni a sol ni a sombra, duerme con ellos, ve la televisión con ellos... La vida tiene estos extraños acomodos, los hilos del destino, los cauces de la casualidad que parece que dibuja manchas de felicidad. Hasta que un día, ya en medio de la vorágine de la crisis, llega la furgoneta con otro conductor que explica que a Cristian le han despedido, por la crisis, por reducción de personal. Primero los búlgaros, dice, ya se sabe lo que son estas cosas. Se hace lenguas de lo buen chico que era Cristian, pero ya no está. Se ha perdido en esta misería de la macroeconomía, y Negrito con él y con su novia. El Hombre del Prado no sabe si no estará pensando en volver a Bulgaria y en ese caso si llevarán a Negrito con ellos, o lo dejarán aquí. Y no quiere saberlo. Mientras un tipo pasea por Nueva York con 50.000 millones de dolores tomados inapropiadamente, el futuro de Negrito y de Cristian hunden al prado en una pesimista oscuridad.


3 comentarios:

  1. Felicidades y gracias por seguir con tus rios de palabras, por unir historias caninas reales con las vergüenzas del sistema tan poco "kyonica".

    Un abrazo

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  2. Espero que Negrito siga con ellos. Espero más sensibilidad por todos aquellos que aún no valoran a los "negritos", a los "blanquitos", a los grandes y chicos que nos regalan su felicidad sin crisis. Claro, cuando son amados.

    Abrazos.

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  3. hermosa parábola, esperemos que negrito siga bién junto a Christian y su novia y el sr. apropiador pierda su libertad

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