Desde hace muchos años el Hombre del Prado duerme entre 5 ó 6 horas diarias, en ocasiones menos; escrito esto cabe añadir que esas horas que duerme lo son con un nivel de profundidad, sosiego y evasión que lo que hacen es separar de una manera total un día de otro. Tarda en dormirse menos de un minuto y se despierta en el mismo tiempo. Se va a la cama cuando el cuerpo se lo pide o se le cierran los ojos y se levanta en cuanto los abre y mira por la ventana, que es cuando toma conciencia de estar despierto. Esa división que el sueño produce, de tan manera tan absoluta, entre el día de ayer y el día de hoy, que no es el presente todavía, sino que tiene que ser, se le antoja la causa del pesimismo que muchas mañanas le invade y después, con el día adelante, se va disipando.
Se pregunta porqué sucede eso y piensa que se trata de empezar cada día como una absoluta novedad, un espacio vacío que llenar. Las ocupaciones de aquellos que no las tienen por causas laborales, son siempre más laxas y fungibles que la de aquellos a los que su rutina está determinada por contrato, y pueden dejarse para mañana como se pudieron hacer ayer si la pereza no hubiera sido la causante del parón. Hay que llenar el día, porque hay cosas que hacer, y conoce el Hombre del Prado a quien prepara su agenda con mimo y rigor para que el día siguiente no le coja desprevenido y vacío, pero no es este su caso, que él nunca se ha llevado bien con las planificaciones por escrito, así que lo que tiene por delante suele ser un variopinto paisaje de tareas por hacer de las que ninguna parece ser de urgencia absoluta. Volviendo al pesimismo matinal, supone que la causa de él es justamente esa apertura cotidiana del día como un espacio desconectado del anterior por el sueño profundo y con un espectacular vacío por delante.
Empezó, hace unos días una re lectura de Camus. Sucedió de una manera fortuita. Antes de emprender un viaje corto de vacaciones buscó tres o cuatro libros que llevar y nada le satisfacía demasiado para la ocasión, hasta que topó con los cinco tomos de Alianza 3 y sacó el cuarto, elección al azar. Se dijo al ver que contenía los Carnets que era una buena oportunidad para volver a entrar en ellos, veinte o treinta años después de haberlos leído, con otra mente, con otros ojos. Pero ¿cuales serían estos, aquella?
Leer al escritor francés es siempre una aventura nueva, porque quien aparece en las líneas escritas no es el pensamiento en abstracto sino la persona pensando, el hombre, esa palabra que tanto le gusta usar y que parece que está quedando en desuso cuando se trata de hablar de la humanidad: el Hombre. Ya ha escrito en varias ocasiones este Hombre del Prado, que lo que más le satisface de las relecturas es el encuentro con las personas, los hombres que fueron, su pulsión pensante, apasionada, ese imposible escribir ocultándolo todo, todo el dolor, el pesimismo, la alegría, la pasión, hasta el extremo que esas emociones asoman línea tras línea. ¿Es que se puede escribir sin pasión? ¿O se debe?
Los Carnets son para ser leídos de manera cronológica, pues los temas se van engarzando a lo largo de los años y se adivinan diversas maneras de encontrarse con el enfoque. Sucede que durante un largo tiempo, las anotaciones sobre La Peste van mostrando como la novela se va gestando, personaje tras personaje, a lo largo de la existencia cotidiana, de tal manera que una pincelada sobre un personaje, surge aislada en un café, o en un paseo. El Oficio de Vivir, escrito con mayúsculas, no es sino esta manera de enfrentarse a la vida de cada día con Pasion-Dolor y con Pasión-Alegría, y sacar de ello consecuencias. A veces, cuando se lee a Ortega, se adivina esa pulsión que en Camus es rasgo principal, canal de acceso a la literatura. Será ese el motivo de la profunda amistad que siente por el pensador español.
Una anotación, como al paso, escrita entre los años 1942-1945, le resulta curiosa le salta a la vista:
Chuang Tse, tercero de los grandes taoistas, segunda mitad del siglo IV a.J.C., tiene el punto de vista de Lucrecio: "El gran pájaro se eleva con el viento hasta una altura de 90.ooo estadios. Lo que de allá arriba ve son tropillas de potros salvajes lanzados al galope".
Desayunado, habiendo escrito este post y mediada la mañana, constata que como cada día el pesimismo se ha diluido y ahora tiene un sentimiento expectante hacia lo que haya de venir. Sigue sin embargo sin decidir el que hacer.
- Nota: ayer por la noche mató, o dejó que muriera Pilea, la mujer de Ático. El personaje existió en la realidad si bien de él se sabe bien poco, a lo sumo que se carteó con Plinio el Joven, lo que muestra un nivel de relación culta. Ha tenido que recrear un personaje a la medida de su protagonista, un contrapeso a la frialdad y conservadurismo epícureo de este. Treinta y cinco años más joven que él no podía sino aportar una dosis de juventud al matrimonio, que por las referencias constantes de Cicerón, se mantuvo unido y afectuoso, cuesta escribir amante. La ha dejado morir sin entrar en detalles de la muerte, sin entrar en otras agonías que las justas que exige el empeño narrativo; escribe tratando de obviar las anécdotas que no sean sustancia de lo que ha de quedar. Al terminar esta parte se ha sentido cómodo, tranquilo y relajado y ha constatado el enorme afecto que ha tomado a ese personajillo que pulula por lo escrito como una pincelada de luz sobre los tonos sombríos.
Ahora se promete seguir con estos, a modo de Carnets de Ruta.
Una anotación como esta de tu blog le quitan a uno las sombrías nubes que nos cubren.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Petrusdom, si las sombrías nubes son de cada uno, no sé,.. pero si son externas, como dice el lenguaje hoy, ¡que les den! Y no se trata de pasotismo, sino de unas bien ganadas vacaciones.
ResponderEliminar"Hay que llenar el día".
ResponderEliminarCada vez me doy más cuenta de hasta que punto esa moral está en mis huesos. No me parece mal, pero a veces me gustaría poder disfrutar de mascar la nada, que diría Delibes.
¿Cómo se hace, Luis? ¿Cómo se masca la nada?
Supongo, Luri, que a base de entrenamiento. Yo aquí en el bosque consigo ratos de mascar la nada a base de quedarme en el jardín mirando sin mirar, dejando vagar la vista. Se consigue algo zen, que es cuando los pensamientos, de existir, no importan nada.
ResponderEliminarLuri, añado: dejando que las obligaciuones no lo sean, dejando que la pereza le invada a uno y dejando para mañana lo que tenías que haber hecho ayer, sin el menor remordimiento. Así también...
ResponderEliminarBeatus tu...
ResponderEliminarConstato entre mis 'ya' muchas amistades jubiladas un gran temor a ese tiempo vacío y libre que hay que llenar con lo que sea, un gran riesgo.
ResponderEliminarCamus cada vez me gusta más.