El tema del sol es importante. Después de dos meses de lluvia continua, torrencial, granizadas permanentes, barrizales en los caminos y cielos encapotados, una inmensa sonrisa lo ha invadido todo cubriendo cada rincón del paisaje. Las nubes, algodonosas y redondas que se mueven por el cielo, reflejan una intensa luminosidad en sus bordes y las partes en sombra, bordeadas de refulgentes brillos ofrecen una belleza instantánea y alegre que da protagonismo a un azul suave y pálido de la mañana. El sol es una bendición de la naturaleza desde que, en palabras de Lucrecio "en el preciso instante de su nacimiento derrama su luz y con ella reviste todas las cosas, eso vemos que para todos es claro y manifiesto" (II, 146). Es tal esa bendición, tan de efectos instantáneos, que el alma se llena de júbilo y canta.
Lo de Gary Cooper es otra cosa, pintoresca y no menos importante. Fué hace dos días, cuando todavía la lluvia transformaba todo en un estado de ánimo melancólico. Paseando con Goyerri por la calle que parte el prado en dos, se encontró con Goyerri siguiendo los pasos de una figura alta y espigada, que vista de espaldas parecía un hombre. Caminaba con paso lento y elástico, los brazos sin balancear, las manos a la altura de las caderas, descubierta la cabeza. Goterri se acercó trotando a la figura, como siempre hace, en demanda de amistad. Movía el muñón de la cola en un signo de cordialidad: al animalillo le encantan los encuentros fortuitos que permiten hacer amigos, entablar conocimientos, intercambiar saludos, una caricia, sonrisas de reconocimiento. El Hombre del Prado seguía a su paso, manteniendo la distancia. El caminante, al sentir la presencia del perrito, detuvo su andar y giró todo el cuerpo en un gesto armonioso y quedaron ambos a unos cortos pasos de distancia, enfrentados. Movía Goyerri la cola, le miraba áquel con todo el gesto detenido y así transcurrieron unos segundos hasta que Gary Cooper, ahora lo era ya, sin duda alguna, salido de la película de Fred Zinneman Sólo ante el Peligro, elevó su mano derecha desde la cadera y empuñaba en ella un revolver Colt 45, dos largos dedos índice y corazón extendidos, pulgar o percutor elevado en ángulo, y apuntó lentamente al animal que le miraba sorprendido. El tiempo se detuvo, seguía cayendo el agua, la calle estaba desierta salvo el observador a distancia de los dos protagonistas del encuentro y los segundos se detuvieron en la eternidad del instante, en que reconocido el adversario y de él lo inofensivo, el pulgar percutor, bajó lentamente desamartillándose y volvió el revolver de dedos a la invisible funda de la cadera. Dio media vuelta el caminante y siguió su andar hacia el sendero del bosque que cruza junto a las pistas de tenis. Alcanzó el Hombre del Prado a Goyerri y ambos se miraron. ¿Te has asustado? le preguntó al perrillo. "No, contestó, que va. Hay gente para todo". Siguieron su camino sin más palabras.
Y la tercera cosa que sobre la mesa reclama ser escrita, es que tras una larga andadura, angustiada, tensa, los primeros noventa y nueve folios que son la primera parte de la novela, se cerraron con un párrafo que compendia el inicio de la experiencia vital que deberá seguir en dos partes más, tal vez tres, que andan ya escritas parcialmente y esperan a ser ordenadas y fundidas con nuevos ingredientes. Repentinamente, durante la tarde y tras una conversación con un amigo fiel, la idea final que cerraba el ciclo de esa parte, se le apareció súbitamente. Lo súbito es aquello que sorprende y fulmina, muy habitualmente, por su sencillez; aquello que obliga a reflexionar en lo difícil que es dar con lo más sencillo y natural, reconstruir la metáfora del actor Hílaro en la propia vida del protagonista. Algo de tal sencillez había estado oculto, y no fue sino el imperativo "ponte a escribir, acaba de una vez" que le dijo su amigo lo que desencadenó el proceso del desocultamiento. Desde las 12 de la noche, hasta las 4,00 de la madrugada, repasó, buscó y dio fin a seis folios que contenían el cierre deseado, la puerta para la continuidad. Ana se había dormido y desde el dormitorio llegaba atenuada la voz del televisor que vela en la noche el sueño de los mortales del siglo XXI. El último párrafo salió del teclado, letras letra, y el hombre del Prado se mantuvo quieto, apagada la pipa entre los dientes, envuelto por la tenue luz de la lámpara de mesa. Lo leyó sabiendo que esta vez si:
Su reflejo en el espejo del estanque le revelaba una verdad que no había tenido en cuenta y sabedor de que todo aquello no era sino pensar y pensar en sí mismo abismado en una fatiga que habíase convertido en su naturaleza, sintió que podría suceder que nada de cuanto se auguraba fuera cierto y alcanzara la edad de su madre, noventa y dos en el momento de morir; se dijo que estaba, cuando menos, más cerca de la ignorancia que debería sustituir a su conocimiento. Hablar de la vejez y de la muerte ante los otros era una cosa: reflexionar para sí, otra. Se sintió satisfecho.
Mientras se encaminaba al dormitorio, pensó que el título que tenía hasta entonces por definitivo, Los Jardines Sombríos, debería cambiar por otro, extraído de una oda de Píndaro, que le parecía más ajustado: La Sombre de un Sueño.
La presencia de lo súbito, que aparece ni más ni menos que para solucionarnos problemas, es la refutación definitiva del sujeto cartesiano, dueño de sus pensamientos.
ResponderEliminar¿Cuántas ideas nos estarán rondando sin encontrar el fisura que les permita visitarnos?
La manifestación de lo súbito es algo asombroso.
E impagable, es lo que permite seguir con renovados ánimos. Feliz viaje, Gregorio. Cuando sea mayor, viajaré a Tracia.
ResponderEliminarPues a ver si teneis suerte y en la próxima salida os encontrais al Pirata Panduro y a su inseparable grumete Mendrugullo. Se les olfatea a distancia porque sus gayumbos andan siempre sobresaturados y desbordantes de una substancia algo pegajosa y marroncilla (a más de fuertemente golorosa), generada por el sempiterno temor de encontrarse con la bruja Pirujilla
ResponderEliminarNuestros 3 hijos se mondaban cuando echaba a andar la imaginación, y es que lo de pedo-pis-caca-culo, siempe ha funcionado de primera
Seguro que a Goyerri le parece bien (como buenos perros, son expertos en disgresiones olfativas)
Lo difícil que es escribir lo sencillo y natural sin caer en la nada, en el vacío, ese es el reto.Yo pienso que tu novela lo conseguirá.
ResponderEliminarSaludos cordiale.s
Celebrador, la escena es totalmente real. El tipo debía bajar de las nubes, no era un crío, sino alguien de edad mediana y creía estar solo en la calle. Juegos solitarios, serían...
ResponderEliminarPetrusdom, no estoy yo tan seguro...
ResponderEliminarEspero abrazar tu novela. Y el tìtulo me gustò. La compañìa de Goyerri es un lujo.
ResponderEliminarSigo leyèndote. Siempre.
Cariños...
PD. Te escribì un correo.
En los bosques siempre pueden surgir cosas imprevisibles...
ResponderEliminarBuenos días, Luis, y continua escribiendo.
Efectivamente, nada como el sol cuando es amable, todo se ve distinto.
Un abrazo, Clarice.
ResponderEliminarJulia, la luz cambia todo. Es bien cierto.
ResponderEliminar