¿Cómo estás? Estoy bien, aquí, como siempre. Este aquí no es un lugar; aquí no es el sitio en que se habita sino la inmovilidad que le habita. Podría estar en el mismo aquí en otro lugar. Todo hombre, igual que el caracol con su concha, traslada su aquí a cuestas, residenciado en un lugar recóndito de la mente, que debe ser el acogedor refugio del simismo. Aquí es en sí.
Pero ¿como estás? No parece que le fatigue la eternidad en la que viene viviendo, hace por lo menos 3.000 años. La pasta de pintura que le aplicaron en su tiempo de nacimiento entre las manos de un artesano se ha agrietado en algunas zonas, en otras aparece oscurecida por un algo de suciedad que es intocable; se trata de ligeras veladuras que tienden al gris, dotadas de la transparencia necesaria para permitir adivinar su fondo original, igual que pecados de la superficie.
¿Pero como estás? ¿Qué miras? Mira al vacío. No se puede concretar el vacío, tampoco es un lugar ni el interior de un lugar; no se trata de un agujero que nada contiene y eso es imposible, ya que contendría sus límites, el interior de los mismos, los muros de su cárcel. Mira al vacío: ese vacío que puede ser nombrado no existe en realidad, ¿a que darle entonces un nombre especial? Nada sería suficiente, una amplitud genérica de nada, reducida a una voz que no quiere decir cosa alguna. Siempre ha pensado que es un error decir no tengo nada cuando se debiera usar, mejor, el tengo nada o más aún el no tengo seguido de un silencio, cuan largo se quiera este, o corto, o el simple silencio de una pausa para respirar ante el probable asombro a constreñir el pensamiento en nada. ¿Podría entonces diluirse un hombre si fuera capaz de entra
en esa situación?
¿Pero como estás? ¿Qué miras? No miro. ¿Qué ves? No veo. ¿Eres ciego? No. También se suele preguntar ¿estás ciego? y esta es otra situación que atañe a la irresponsabilidad de no ver. Quien no ve a su alrededor por su propia voluntad se niega a los acontecimientos. Es la indiferencia. No está ciego, sin embargo, ni es ciego, sino es que en su naturaleza no cabe la mirada, ni la visión. ¿Que puede hacerle contemplar las cosas a un trozo de madera?
Un rechazo absoluto, no es un trozo de madera. Sus ojos almendrados, dibujados por un trazo seguro de color negro, son bellos, muy bellos. Grandes, muy grandes. En su hermosura, piensa el Hombre del Prado, lo son más que la Gioconda, obra esta en la que nunca ha entrado. Se trata de entrar en ella para apreciar la belleza. Si no se entra no está. Es el desocultamiento de las cosas, cuando por motivos que se desconocen, apelan al sentido de uno y le ofrecen sentir algo por ellas. El cuerpo de la amada se desoculta en su desnudez y reclama la entrega de todo sentido. Ahora es lo único, no hay más. Ciérranse los muros de la cárcel por el suave tacto de una caricia.
No es un trozo de madera. Su nariz, breve, lineal, se abre en dos aletas que se curvan hacia dentro: diríase que respira igual que se diría que mira y que está viendo. Es una ilusión. Viendo y respirando, sus labios carnosos se mantienen cerrados, no clausurados, no fuertemente apretados, sino ligeramente posados el uno junto al otro, el uno sobre el otro, el otro bajo el uno. Dibujan una ligera sonrisa, un aire de tristeza. Probablemente el artesano no sabía que tenía en sus manos y en sus herramientas cargada la tristeza. O era todo tristeza a su alrededor. O simplemente estuvo triste el día que compuso una forma que habría de repetir decenas o cientos de veces a lo largo de su vida de tallador de madera. Debería haber conseguido un efecto de impavidez, haber dibujado lo inexpresivo. Hay gentes que lo consiguen con ellos mismos, nada expresan cuando miran, han conseguido, en la contención, la pérdida de la humanidad ofrecida al otro, la expresión, el gesto. No entregan, nada, otra vez nada. Mirada y gesto vacío les alejan, ocultándolos: un árbol entre árboles, una gota de agua entre la inmensidad de gotas.
Arrebatado el tocado, esta cara es simplemente un prisma triangular de caras curvadas y en ellas, otra vez conviene volver al artesano, se contiene una carne llena y muelle, que no está. No es imaginación que está madera sea de carne adolescente o joven. Es una transmutación fruto de la mirada del espectador. Puede imaginar lo placentero que sería acariciar la carne, la piel, el latido de la vida, sentir el aliento vital que era el alma, un algo inexplicable que llenaba el interior de la sustancia, formada por átomos. Hay, decían, todo tipo de átomos: los unos son para una cosa y los otros para otra, cada átomo tiene un lugar destinado en el cuerpo, así dispuesto por la naturaleza. En el fondo estaban describiendo a las células. Pero ahora, sentado frente a frente, solos los dos, la pequeña cabeza de madera y quien escribe esto, mientras fuera llueve con caudalosa intensidad, no piensa en células sino en una caricia imposible. Trataría de alargar la mano y con la punta de los dedos, a la manera de Miguel Angel, producir la vida trasladando el aliento a su vasija.
En una colección de poemas de amor que figura en el Papiro Harris 500, se lee:
Los dioses que existieron antaño yacen en sus tumbas,
los dichosos transfigurados también,
enterrados en sus tumbas, (y sin embargo)
quienes construyeron capillas no tienen un lugar.
¿Qué ha sido de ellos?
Fuera sigue lloviendo en esta hora temprana del día. Cuando deje de escribir estas líneas volverá a preguntarle: ¿cómo estás? ¿quien te hizo?
ES un placer leerte, Luis, un verdadero, tranquilo, enriquecedor y benéfico placer. Aquí también llueve, no ha dejado de hacerlo en todo el día. Un abrazo.
ResponderEliminarGtacias, Jesús. Sabes que compartimos el placer de leernos el uno al otro. Y también la lluvia, que no cesa.
ResponderEliminarEncantada de leerte, no se me ocurre nada lo bastante original para añadir a tus reflexiones.
ResponderEliminarTambién desde Barcelona, lloviendo, un abrazo.
La lluvia parece situar todas las cosas en otra dimensión más próxima y doméstica.
Julia, sigue y sigue, con nubes grises y densas.
ResponderEliminarMe encanta la artesanía, bueno, eso le ocurre a mucha gente; y en mis sucesivos viajes a Santiago he llegado a admirar de forma creciente esa imagen central del Pórtico de la Gloria
ResponderEliminarLa primera vez que la vi, de chaval, me quedé solo con la anécdota
Ahora me encanta, y volveré a Santiago más veces aunque solo fuese por verla a ella (por cierto, tanto si pretende representar a un apóstol como a...)
Celebrador: no te quepa duda de que el interés inicial era hacer una representación del Evangelio.
ResponderEliminarBueno, hay una representación de "la gloria", eso sí, no hay más que ver a esos angelotes descojonándose de risa a su alrededor
ResponderEliminarSin embargo la cara de esa figura principal (vaaaaleeeee, del apóstol); está reflejando un estado interior extremadamente humano
Cuando escucho (o leo) ¿cómo estás? digo (o pienso) estoy, que no es poco. Hoy no llueve y son las dos de la tarde, un gustazo leerte.
ResponderEliminarUn abrazo.
¿quién te hizo? no es importante si la obra nos dice y nos influye algo aunque esté lloviendo.
ResponderEliminarA mi por ejemplo el busto de Julio Cesar que ha aparecido en el lecho del Ródano me ha impresionado más que las momias de Egipto que "descubren" de día en día.
Saludos cordiales
Ana, que gusto verte por aquí. Ayer pensaba en tí y en Andrea y le dije a Ana que tenía que enviarte un correo. Besos.
ResponderEliminarPetrisdom: también a mi me ha impresionado, porque es, según parece, hecho en vida y lo muestra como era. Lo he estado mirando un buen rato.
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