No es el silencio exterior el que importa, por el que vuelan vencejos y su visión a través de la ventana sobre vuela a su vez un zumbido familiar: cuecen legumbres en la cocina. Es el silencio de dentro, un espacio habitado por largos vacíos en los que no se piensa nada o en los que nada de lo que se piensa llega a calar en lo consciente y pasan, pensamientos o imágenes, como una película de cine mudo vista por entre las nieblas de la somnolencia. Ahí se habita con una comodidad entrañable y aquello que en un tiempo se pudo tomar por desesperación o nada -buen título para un ensayo sobre lo existencial- es hoy riqueza: así se ha descubierto. Se convive con él y esta afirmación se deja en lo escrito aunque no es cierta, pues el escribir ajusta las cosas a su realidad y las circunda de duda primero y finalmente de hallazgo: se vive en silencio. Nada se piensa, nada se dice, nada se escribe.
Así pues se está preparado ya para lo que venga. Ya no cabe hablar de impresiones o de intuición, sino de certezas, porque el silencio este del que se escribe es un hecho que viene durando días y durante ellos novela y blog han estado desiertos de su presencia. Nada que decir, ¿a que hablar pues? Los hechos que se han ido encadenando forman una cadena que se difumina, y es el difuminarse lejanía aunque sean tan sólo un par de semanas, o solamente horas. ¿Cómo pueden alejarse tanto las cosas que han sucedido hace solamente un aliento de la respiración? ¿Y cómo puede suceder que esto no asuste?
Ha sido una sensación interior, la ausencia del impulso. Se acercaba al blog y lo abría; el ratón se paralizaba, o lo hacía su mano, o era la voluntad, cualquiera que fuera la causa en una escala que se iniciaba, se inicia, en el mismo rechazo a escribir lo que no se tiene, las palabras y más aún que ellas, más allá de las palabras, las ideas. "Las palabras son caritativas: su frágil realidad nos engaña y nos consuela", escribe Cioran. Hablará más de este autor en el post que ahora se está desenvolviendo, como de cosas contenidas en un paquete de mano; hablará más de Cioran, porque se ha topado con él, al que tenía abandonado como se tiene a un amigo al que no se acude nunca por desidia. Lo cierto es que ante el recuadro en blanco de la pantalla donde deben ir, no las palabras, sino un contenido que tenga, cuando menos, una cierta enjundia, algo dentro se paralizaba y era más que pereza, que a primera vista pudiera parecer, desaliento.
¿Desaliento porqué? Llegado a la vacuidad, el vacío, que no puede ser sino indiferencia, no entraba en pensamientos de frustración sino antes bien en una extraña y hasta jubilosa serenidad. Simplemente, no tenía nada que escribir, y ante la realidad de que este blog recibe visitas que se han ido espaciando con el tiempo, porque los posts se han ido espaciando, sentía solamente un cierto sentimiento de vergüenza, negándose a abandonar esa cordial rutina del conocimiento de gentes amables. Venía a resumir que esa era la naturaleza del desaliento, el abandono de amigos, el faltar a la cita. no solamente el dejar de recibir visita sino también el no acudir a ellos en sus sitios. Pero más grave sería, pensaba, acudir a una cita acordada sin los deberes hechos, sin las palabras preparadas, las frases dispuestas y lo más importante, las ideas concebidas. Pero, frente a esta situación que le contrariaba, aparecía, sí, una jubilosa sensación de libertad que podría resumirse en un sentimiento: por primera vez en muchos tiempo no tenía nada que decir, y por encima de todo: esto no era importante.
Un viejo conocido, sentencioso y de parsimonioso hablar, con la arrogancia a cuestas del que tantas cosas sabe o de tantas opina, solía decirle a menudo que cuanto más envejecía, más entendía las cosas (dicho así: en plural y con aspiración de Todo) y mejor se acomodaba al conocimiento de ellas. En una terraza de Piazza Nabona, un día gélido de enero, al mediodía, tomando una copa de vino blanco le dijo de repente que las sociedades avanzadas habían llegado al fin a la conclusión de que historia y filosofía habían alcanzado su destino total y ya poco quedaba por escribirse ante el futuro, ni siquiera este sería escribible sino a través de una sentencia repetida en el tiempo, colocada sobre el quicio de la curiosidad: "a partir de aquí todo es repetición" Bien podía ser, se dijo el Hombre del Prado, aún cuando tenía la impresión de haber leído en otros de antes, preocupados al fin por lo mismo, la misma intuición. Todo es repetición, de hoy en adelante.
Hace solamente unos días, visitando una librería recién abierta en un centro comercial, topó en un bien provisto rincón de filosofía y sociología con cuatro o cinco volúmenes de Cioran. Pensó en regalarle uno a David, ahora que parece que le preocupan, con moderado interés, estas cosas y escogió entre todos el más sencillo tal vez, para adentrarse en el escritor rumano, un resumen de varios textos, apenas 175 páginas, prologadas por Savater: Adiós a la filosofía y otros textos. Por Cioran siente desde hace años un afecto amigable y una admiración silenciosa. Siente debilidad por la lucidez apasionada y eso es lo que le parece el rumano, un lúcido rebosante de pasión. Es la misma impresión que siente frente a Camus; tiene la impresión que se trata de escritores que al leerlos están allí y son ellos en persona los que, palabra a palabra, no teorizan una clase sino que emiten una opinión con el fervor de los desolados. ¿Desolados porqué?, se pregunta cuando le sucede, y debe reconocer que no lo sabe; tal vez adivine en las líneas que lee una desolación que es más bien personal del lector. Y aún a sí, aceptado el hecho, convendría preguntarse a uno mismo: ¿Desolación? ¿Porqué?
Lo cierto es que al llegar a casa abrió el libro para darle una mirada superficial y al poco estaba embebido en él, marcando líneas, anotando en las páginas de respeto, como es su costumbre, cuanto le llama la atención, a modo de apuntes. Releer, siempre lo ha dicho, es una forma de leer de nuevo, de partir de cero, de ser de nuevo él con el libro, como si se tratara de dos desconocidos, apenas presentados en un tiempo anterior. De cuanto allí estaba escrito (Breviario de Podredumbre) poco recordaba, o nada, salvo que lo leído anteriormente debía haber servido para crear en él la imagen del escritor y para dotarle de un mayor escepticismo frente a la fe anterior en cualquier cosa.
Leyó:
El abismo de dos mundos incomunicables se abre entre el hombre que tiene el sentimiento de la muerte y el que no lo tiene; sin embargo, los dos mueren; pero uno ignora su muerte, el otro la sabe; el uno no muere más que un instante, el otro no cesa de morir... Su condición común les coloca precisamente en las antípodas el uno del otro; en los dos extremos y en el interior de una misma definición; inconciliables sufren el mismo destino... El uno vive como si fuera eterno: el otro piensa continuamente su eternidad y la niega en cada pensamiento.
No fue esta lectura la que cerró el círculo en que venía tratando de aprender algo sobre el todo., pero si acomodó una especie de clave, un mecanismo de relojería que hizo clic y puso en marcha, no una maquinaría compleja hecha de pensamientos y de certezas, sino una simple rueda que giraba en el vacío. Estaba en el jardín y amenazaba lluvia y amaba aquel momento de manera entrañable, aquella improvisación hojeando un libro que había comprado con otro destino que el leerlo, era para regalar. En la vida, los instantes tienen, en su fugacidad, un calado providencial. Pensando después en el momento aquel vino a bromear consigo mismo, comparando aquella experiencia de la lectura del párrafo con la luz que tira a Saulo del caballo. Sintió que había atravesado el desierto, que era otro hombre en otra vida, y las palabras, las frágiles palabras que dan cuerpo a las certidumbres se disolvieron en el aire como volutas de humo. Nada importa, pensó después, el saber bien poco acerca de todo, o de casi todo. ¿A que responder al famoso quiensoy-dedondevengo-dondevoy? La vida carece de objetivo, ningún destino la contiene, ¿a santo de que enaltecerla tanto? "como si la materia fuera un escándalo en el seno de la nada" escribe Cioran. Un físico de quien no recuerda el nombre dijo en cierta ocasión que la vida no era sino una propiedad de la materia. Cioran afirma que cruzarse de brazos o sacar la espada son gestos igualmente vanos. Nada es más relativo que la necesidad de creer.
Rompió a llover torrencialmente y caminó para refugiarse en la casa. Sentía la camisa mojada sobre la piel como un baño bautismal, una especie de retorno a la pila purificadora. Guardó la sensación para sí sabiéndole un significado. Fue por entonces cuando entendió la vacuidad y su importancia. El goce de la vida y el sentimiento de la muerte, íntimamente uno, la misma cosa al fin; la única posibilidad de percibir el progreso es vivir hacia la muerte, o vivir muriendo. Uno solo consigo, ignorante por haber querido saber, por haberlo intentado, siente a las aguas de la lluvia como un baño original y querría volverse a los dioses allá arriba y pedirles la devolución de todos sus pecados.
Luis, esto no es lo mismo sin tus meditaciones. Suena un poco curso, ya lo sé. Pero así es, que a la verdad le importan bien poco las cursilerías.
ResponderEliminarNo te quedes el bosque para ti sólo.
Gracias mil, Luri. Ha sido una pequeña crisis de desidentidad. Vuelvo.
ResponderEliminarLa inquietud me lleva al bosque; y el bosque a ti, Luis.
ResponderEliminarAcaso fuera martes,
acaso trece,
o tal vez un viernes impostado,
o aún peor: un treinta de febrero,
que nunca sería lunes
ni domingo.
Fuera un día radiante
o tal vez gris,
con un sol deslumbrante
o mortecino,
había un galimatías de alimentos
escritos con letra temblorosa
en la pizarra,
un trozo de atún frito
en la nevera,
una olla con agua
que inútilmente hervía,
y un pez rojo
flotando en la pecera.
Era un tiempo de infamias olvidadas,
que medía en silencio
el reloj de la cocina;
de vestigios de vida
en sucios recipientes;
de amor y desamor,
de lazos rotos;
de recuerdos confusos
y nostalgia de olores:
del café recién hecho…
del pan recién tostado...
Habían nombres sin rostro,
y rostros que querían tener nombre;
de parientes,
de hijos,
de amigos innombrables...
Palabras como cáscaras vacías
flotando a la deriva.
Y una bruma
de oficios y quehaceres,
de sueños improbables,
de vagas efemérides.
Si llamaban a la puerta,
ya no abría,
se ocultaba
conectando la tele incomprensible
o salía al balcón
a encender un cigarrillo.
El caso es que aquel día,
una vez consumidos,
cayeron ambos al vacío.
¿Quien soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a donde voy?...
ResponderEliminarEstá claro que no importa. Bueno al cerebro parecería que sí, pero eso no es guía de nada porque al cerebro le importa el sexo de los ángeles en mitad del sitio de una ciudad (literalmente hablando), una ciudad que, encima, fue finalmente conquistada
Estoy vivo, por éste preciso instante lo estoy, y eso es real al margen de los afamados montajes cerebrales, y eso me importa a mi
Sobre el futuro postmortem y ultratúmbico, si es que lo hubiera, paciencia, solo un poquito de paciencia (no demasiada que solo son dos días), y ¡zás! seremos informados si hubiera lugar a ello. Eso seguro.
No se trata aquí, celebrador, de pensar en el post mortem, o de afirmar la única importancia de estar vivo, sino de, simplificando, claro que eso hace inútil el texto tan largo y elaborado:
ResponderEliminar- vivir sin el sentimiento de la muerte es el absurdo.
- la vida no parece contener otro destino que sí misma
-vivir y morir son la misma cosa
- el sentimiento de la muerte no debe separarse del goce de vivir, porque ambos son necesarios, son uno, son la misma cosa.
Anónimo: que hermoso poema. Pero temo que ese vacío que allí se alcanza pasa por encima de demasiada ruína y tal vez, así lo entiendo, concluya en indiferencia.
ResponderEliminarLo vacío a lo que yo me refiero es aquello que es ausencia de lo que no es importante, y esto es más bien un resumen de bien pocas cosas.
¿Vivir y morir son la misma cosa?, mira chaval, hasta ahí podiamos llevar las zaragatas mentales.
ResponderEliminarTú no has asistido a ninguna agonía real ¿verdad?: Por favor un aliento más, aunque solo sea uno más
Celebrador: creo que el texto de Cioran es claro y establece el tema en un terreno que no es el de asistencia a las agonías cercanas o no.
ResponderEliminarNacer, vivir y morir, forman parte de una sola cosa: la vida. Sería como decir que una operación de apendicitis no es la vida. Si no estuviéramos vivos no moriríamos. ¿Cómo no va a ser un todo?
Perdona, Luis, este juego anónimo. Si no hubiera entendido tu reflexión, que comparto (y activa mis neuronas), y la de Cioran, que también, no me hubiera atrevido a enviar ese suicidio (hecho humilde poema.) Pero transité por la pubertad de la mano de Camus y Raskolnikov... y...
ResponderEliminarAunque de eso hace ya mucho, mucho tiempo.
En desagravio, os envío unas rosas.
Querido Anónimo, debiéramos haber caminado juntos por la pubertad. Tal vez hubiera sido una amistad para toda la vida.
ResponderEliminarYo creo que el suicidio es, como dijo Camus, la única incógnita filosófica. Comprendo al personaje del poema. Solamente disiento en la naturaleza del vacío, pues aquel al que me refiero es gozoso. Al Hombre del Bosque no se le ha derrumbado el mundo; simplemente, y siguiendo la consigna del Mayo francés, se ha apeado de él, de demasiadas exigencias éticas y morales, de un exceso de acuerdos. Ese es el vacio, un "ufff" y sé que lo entenderás.
Un abrazo.
Anónimo: leyendo con veintipocos años en Mallorca, a Raskolnikof, o sobre él, su triste y enorme historia, me alcanzó como el rayo una afirmación en las últimas páginas del libro que recuerdo en su sentido, que no ens u literalidad:
ResponderEliminar"El miedo a la estética es el signo de la impotencia"
Nunca me ha abandonado.
Y le perdimos el miedo a la estética..., y aprovechamos bastantes cosas del mayo francés...
ResponderEliminarY tenemos la ocasión de mantener esa amistad por lo que nos quede de vida.
Las rosas llegarán de un momento a otro.
Existe un placer innegable en saber que lo que se hace no posee ninguna base real, que da lo mismo realizar un acto que no realizarlo. Sin embargo, en nuestros gestos cotidianos contemporizamos con la Vacuidad, es decir, alternativamente ya veces al mismo tiempo, consideramos este mundo como real e irreal. Mezclamos verdades puras con verdades sórdidas, y esa amalgama, vergüenza del pensador, es la revancha del ser normal.
ResponderEliminarE.M.Cioràn -
Francesc: no tenía presente esa cita de Cioran, que si la hubiera tenido hubiera saltado de júbilo, porque esa es la realidad exacta que percibo. En cada línea. Muchas gracias, amigo.
ResponderEliminarLa muerte es el final en "modo automático" del hecho mismo de vivir
ResponderEliminarPor otra parte y en plan practicón, la misma ceteza de la muerte nos ofrece una posiblidad obvia en vida: Valorar cada momento, cada aliento hasta el último de ellos (agonía), como el regalo irremplazable que en puridad es, ¿o es que la vida "me la debía" alguien?
El hecho que señalaba es que tal vez algunos esperen a su propia agonía para comprender, así, finalmente, de golpe y porrazo, lo que en realidad les había estado llegando
Porque no suele ser una característica generalizable de la especie humana el deleitarnos en comprenderlo, y agradecerlo, y admirarlo mientras que aun nos llega con normalidad...
Dejando a un lado que en mis meditaciones, por llamarlas de manera altisonante, dejo de lado casi siempre el lado "practicón", el fondo de tu último comentario es más cercano, según entiendo, a cuanto escribo.
ResponderEliminarSobre tu último párrafo :"Porque no suele ser una característica generalizable de la especie humana el deleitarnos en comprenderlo, y agradecerlo, y admirarlo mientras que aun nos llega con normalidad..." yo diría que la sensación de eternidad que procura el no tener a la muerte presente como hecho natural debería ser lo anormal, lo que no quiere decir ni llorar ni deleitarse en ello. El ser humano adquiere sensación de eternidad olvidándola, o escondiéndola, y sus actos en la vida, el simple trazado de su futuro lo reduce al "carpe diem" peor entendido: el del presente como un Todo.
Para no repetirme, suscribo el comentario de Gregorio.
ResponderEliminarCreo que cuanto más vieja me hago menos temo a la muerte o más bien a 'los muertos' que me producían en la juventud un terror inmenso pero también tengo un sentimiento desengañado de eso tan impreciso que ha venido en llamarse 'inmortalidad'.
Julia, es que la inmortalidad está limitada a los héroes, fruto de la imaginación de los hombres.
ResponderEliminarPara los prácticos romanos, la inmortalidad radicaba en la fama y esta residía en los actos.