jueves, agosto 09, 2007

El lugar donde viven los buenos.

Una frase en el seno de una película emitida por televisión, le alcanza y despierta. Un personaje dice "Supongo que la verdad es el lugar donde viven los buenos". Nada más le interesa de la película. Se remueve en el sofá, aparta un par de libros, busca una posición más cómoda y no la encuentra y termina por mirar el espacio vacío de la escalera que sube al piso alto. En la penumbra, el diseño de la casa le parece otro lugar. Siempre hay otro lugar, se dice, que considerar la casa de uno, y al fin el hogar. La noche de agosto, fría, oscura, parece el anticipo de un otoño frío y acaba de saber cual será el punto de partida de su siguiente post, artículo o columna, como se quiera denominar escribir, a estas líneas que suelen desencadenarse a partir de un momento de inspiración, es decir, de respirar profundamente y saltar desde el borde de la piscina al lugar sin palabras que es la pantalla del PC.

Todas las palabras tienen su definición y en ella, se esconden las trampas del no saber. Toda definición es, por lo mismo, un claro espacio de límites, necesarios para dar con las coordenadas de pensar y decir. Pero en realidad no es así, ninguna palabra quiere decir siempre lo mismo; no solamente por la entonación y el estado del alma en que se seleccionan y pronuncian, sino por el simple hecho de sacarlas del trastero de la memoria o del almacén del diccionario de sinónimos. Hogar, por ejemplo, uno sencillo y en teoría de inmediata visión, es como una pastilla de jabón mojada en el p`lato de una ducha: un peligro. Hogar es el lugar en que se vive, se dice, pero no es así. Entre otras definiciones encuentra una en el diccionario que aparentemente le satisface: lugar donde vive una persona, y a los pocos segundos comprende que no es así: vivir en el infierno de uno mismo, por ejemplo, ¿es vivir en el hogar? O vivir en los silencios, o en el disimulo, o en el resentimiento. Se puede decir que eso no son lugares, pero la cárcel si lo es, la cárcel de verdad de muros altos y ventanas con rejas, o el poblado miserable abierto a la lluvia y al frío, o el campo de concentración.

A menudo ha pensado en el hecho cultural del coleccionismo al que los tiempos conducen, tiempos de abundancia y de consumo, cuando las personas guardan objetos a su alrededor, como objetos deseados en un tiempo, como recuerdos después, asideros de la memoria; finalmente como minerales en esa pirámide que hace seis mil años estaba solamente al alcance de los faraones egipcios, llenando sus pirámides de las cosas necesarias para la otra vida. Hoy, la pirámide es propia y se acumula en vida, antecediendo la necesidad a esta vida, y dejando para la otra el territorio de la fe o la indiferencia de la espiritualidad agnóstica o atea.

La frase es clara y aunque está escrita en un guión de cine, probablemente como demostración de estilo (la material del arte es el estilo, escribió Ortega), alcanza para él una dimensión intrigante. Los buenos, dando la vuelta a la frase, viven en la verdad, en un hogar desadornado, de paredes lisas y grandes aberturas, luminoso. Sin más decoración que su propia naturaleza o la fe que en ella se tenga. Hablamos, piensa, de la verdad pequeña, no la gran verdad del gran todo, sino de las verdades en que los hombres chocan en la angustia de defenderlas, a veces contra sí mismos, generalmente contra todos los demás. En cada verdad habita un hombre bueno, piensa, limitado a esa verdad, limitado al momento de la verdad pequeña en que debe decirse o hacerse aquello que corresponda. Si se vive en la verdad, se dice, habrá que expresarlo en alta voz y en público.

La vida no es sino un tiempo dado desde el que solo puede vivirse lo que toca a ese tiempo. El hombre que mira, desde su vida, no ve sino la parte del río del tiempo en que navega, con los mismos habitantes que le han de acompañar, que emergen o desaparecen. Nadie puede vivir en otro tiempo y de otra manera que ahí donde le corresponde. Nadie puede ver en su totalidad al hombre desde siempre, desde el primer paso pensante hasta el último que está por llegar: nadie tiene esa eternidad lúcida e imposible. Esa limitación del hombre a su tiempo, esa cerrazón de los límites temporales, esa limitación a un paisaje vital en el que hay que vivir o nada, se resume en la impotencia o el conformismo. ¿En que verdad habito? se pregunta. Para vivir en las verdades, como en los gerundios (tal y como lo expresaba el poeta) hay que hacer un esfuerzo de concentración para encontrar el lenguaje.

Los hombres, algunos, empeñados en vivir en la verdad de otro tiempo, reescriben la historia y se insertan en ella. Toda verdad es subjetiva (era Bergamín quien decía que él se expresaba subjetivamente pues era sujeto, que de ser objeto lo haría objetivamente)y habitarla es tarea de uno, por lo tanto de uno que se cree bueno, que se conoce bueno; bondadosos somos todos y eso nos da derecho al hogar de la verdad, refugio de la angustia. Ya se llega a un problema mayor, que no es de la verdad como hogar que se habita, despojado de todo lo demás. Quien habita la verdad y así lo creer es gente de bondad probada.

Conviene decir lo que es ser bueno y se le ocurre sin acudir al diccionario, que pudiera complicar las cosas, que cuando menos, bueno es aquel que no hace daño a nadie. Es ciertamente difícil no hacer daño a alguien, una vez por lo menos, ¿en un día? ¿En un mes? ¿En un año? ¿En toda la vida? Pero acepta que puede aceptarse un número de daños a un número de personas, limitados (otra vez los límites vienen a complicar las cosas) Como en el juego del golf, para habitar la verdad siendo bueno, puede otorgarse a cada cual un handicap de daños por realizar, a partir del cual no se es bueno y por mucha verdad en que se habite, no se es bueno. Un asesino, puede ser un hombre bueno si ha matado a uno o dos, pero un asesino en serie no habita ninguna verdad aunque confiese. Tal vez pueda, la redención del pecado otorgada por el arrepentimiento, hacer algo al efecto, pero en términos generales cabe pensar que los malos son los que son y saben que lo son. Si los nazis, en el tiempo de Alemania que iba desde 1933 hasta 1945, ocultaron sus actos de violencia, sus crímenes, sus planes de guerra, de aniquilación, su sueño de exterminio, si todo eso ocultaron, es porque sabían que los demás no les dejarían habitar en la verdad al no considerarlos buenos. Cabe mentir entonces.

Así pues solo puede habitarse la verdad verdadera (como dicen los niños que curiosamente han llegado a comprender que la verdad necesita un adjetivo para ser lo que expresa) y los malos, pudiendo definir a las cosas por su nombre y establecer los límites a su antojo, al final de la historia, mienten. Poderoso es aquel pue puede dar nombre a las cosas, parece que decía Quin Shi Huang Ti, que fue el primer emperador de China, tras unir, 600 años antes de Cristo am los nueve reinos. Ese es el error del poderoso, creer que puede, armado del poder violento, dar nombre a las cosas y recrear su propia verdad. Este es el punto en que empieza a ver la luz, se dice, ya está llegando a algo que estaba claro desde el principio: el lugar en que viven los buenos es un lugar plural donde una verdad, cualquiera que sea, es compartido por aquellos que no hacen daño a nadie, o cuando menos, lo intentan.

Y entonces llega a pensar, atrevidamente, que la verdad puede ser una emoción o un sentimiento cálido. Y decididamente buscará la puerta para entrar en ella y convertirla en su hogar.

8 comentarios:

  1. Creo que en una novel·la de Rendell leí la frase de un personaje cuyos objetivos vitales eran, tan solo, no hacer daño a nadie, procurar que no se lo hicieran a él y no quejarse. Para vivir en un hogar vital agradable bastaría con la regla de oro, 'el que no vulguis per tu no ho vulguis per ningú'.

    Sobre los nazis, no creo que llevasen en secreto lo que estaban haciendo, otra cosa es que fuese un peso excesivo para sus contemporàneos admitir que se conocía aquella realidad. Además, su afan coleccionista i quizá el carácter alemán, disciplinado también en el mal, les llevo a filmar, catalogar, fotografiar, sus barbaridades de forma exhaustiva, tenían, pues, un cierto afán de pasar a la posteridad. Recuerdo en una charla sobre el franquismo, como alguien explicaba que -muy a la española- no había apenas documentación sobre los campos de prisioneros de la postguerra. Por desgracia hay quien hace el mal creyendo firmemente que hace el bien, algunos con los años reaccionan y meditan, pero otros se aferran a sus valores dudosos. La diferencia entre 'casa' y 'hogar' siempre ha generado literatura, de forma inevitable. La verdad también es muy manipulable.

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  2. Anda chaval que no le has metido caña esta vez. Buffff

    Las palabras son necesarias como instrumentos, pero no las saquemos de quicio, no son más que lo que son: puras herrramientas y nos liamos si pretendemos que hagan el papel que haría un fantástico microspcopio eléctronico... puesto a escuchar una sinfonía. Zapatero a tus zapatos, cada herramienta a lo suyo

    El hogar es perfectamente definible con palabras cuando se trata de una choza, un chalet, o (como dices), una cárcel, pero ¿es eso el hogar?

    Mi hogar es una experiencia interior, a la que por cierto le importa un bledo la palabra verdad o la palabra bondad, y ya no te digo nada de la palabra postmortem o utratúmbico

    La verdad, la bondad y todo eso emergen si acaso como consecuencias colaterales de lo que siento ahí; surgen por simple desbordamiento; son efectos y no causas, pero si, es realmente complicado estar sintiendo agradecimiento (por usar palabras), y dedicarse simultaneamente a hacer la puñeta de forma consciente al respetable

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  3. Silencio admirativo y aprobatorio.
    Vivir es ya hacer daño a algo o a alguien.

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  4. Julia: el nazismo era consciente de que su actividad sería reprobada de saberse, de aquí la negativa a asumir "la verdad de los hechos". Esto es independiente de que ellos creyeran que "su verdad", es decir, su convencimiento de la historia que protagonizaban como justa, fuera asumida con entusiasmo. De ahí viene mi afirmación. Habitar en la verdad es una cuestión de colectividades, pero no todos los buenos pueden habitar en algunas colectividades.

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  5. Cuertamente, reikiaduo, las palabras, o el lenguaje en si, no es sino una herramienta. De ahí, para mi en este blog, que defienda el hehcho de que las palabras son parte de la realidad, seg´´un las aprendamos o las manejemos. Te pondré un ejemplo: fascista. Todos sabemos lo que era unb fascista en 19340, pero ahora, cuando usamos la palabra, ¿a qué o a quien nos estamos refiriendo?

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  6. Francesc, gracias, no por el silencio aprobatorio, sino por la compañía en la afirmamción. Todos somos culpables, de algo, de algún daño. ¿Quien no?

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  7. Insultar es una de los resultados que sí que podemos conseguir a base de palabras

    En un contexto actual, decir fascista suele querer decir (en realidad): Puedes darte por insultado

    Sencillo ¿no?

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  8. Decir fascista, reikiaduo, quiere decir según lo entiendo yo, date por excluído. Un idiota es alguien que puede estar cerca e incluso respetado. Un fascista es un otro ajeno, irrespetado, ausente, potencialmente nadie.

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