martes, julio 03, 2007

Silencio

Un sol inmenso, pleno, invade hasta el último rincón del prado y cohabita con la sombra de las cosas. La maravilla de la luz es un milagro al que no puede nunca sustraerse, al que pertenece. Ver la luz en toda su plenitud, la del sol de la mañana, el que todavía no se ha enseñoreado del ámbito total y que acaricia es incluso, o le parece, más gratificante que el sol del ocaso, cuando muda de dorado a carmesí; el sol de la mañana es una caricia de luminosa transparencia. No deja nunca de salir al jardín, todavía sin desayunar, envuelto en bata, con las manos en los bolsillos, para de pie sobre la grava que conserva la humedad de la noche en su color desvaídamente rojizo, mirar con un despacioso movimiento de cabeza, todo el paisaje de izquierda a derecha. Cada cosa en su sitio y cada cosa diferente, como si se descubriera cada día, nueva en su amanecida, apelando a la mirada del hombre en su entorno, reclamando reconstruir la en la mirada la memoria que siempre la acompaña.

Esta contemplación diaria no es de menor fuste, de menor grandeza, si el prado está invadido por la niebla o la lluvia o la nieve; pero es en el estío cuando alcanza una más pura dimensión, más cercana a lo que podría alimentar una espiritualidad que llega de las cosas luciendo en su perfil más limpio y en esa limpieza entrega honradamente una visión de la belleza en la que el hombre no ha tenido otro arte, u otra parte, que disfrutarla. Toda ella es para mí, piensa él de vez en cuando embargado ante el altar que forma Cabeza Líjar con su manto de boscaje que llega mesurado y uniforme a la cima. Todo el prado es en sí una catedral de dimensiones extensas en las que el centro mismo del cosmos es el mínimo jardín que el Hombre del Prado habita. Es entonces cuando, si se detuviera a sentirlo, podría oír con la misma intensidad que ve la luz, el silencio.

El silencio, como la luz, se percibe en toda su plenitud con los sentidos y se llena de ella hasta la embriaguez. Contemplar es más que mirar, como oir es mucho más que escuchar; en el silencio, lo que se escucha es la voz interior que apagada nada nos dice, pero está presente como una rúbrica que no hace otra cosa que pedir que todo sonido que no es requerido para sentir, desaparezca. Algo hace que el silencio real sea la ausencia de sentido en los sonidos que llegando a nosotros nos son indiferentes. Ni les llamamos ni nos llaman, respetuosos ocupan su lugar y nos mantienen en una isla encantada que somos nosotros. Nunca, piensa el hombre del Prado, somos más reales y plenos, que cuando conseguimos, embargados por el silencio y por la luz, ser nosotros en medio de la belleza, aislados en la maravilla, habitando el asombro, embargados de un ansía vital que ni siquiera planteamos que está, pero así es, está en uno y le envuelve. No hay otro mundo real que aquel arrebata y en la admiración con que se contempla, se toma su tiempo y se hace eterno.

Pensar en el silencio es un juego de manos, una manipulación del sentido, un contrasentido, que el pensamiento es silencio. No recuerda en la memoria que aquello que fue tuviera otro sonido que el de una pantalla de cine mudo, un lejano, distante, zumbido del proyector que va desarrollando la vida ante los ojos. Embebido en recordar abundan las imágenes envueltas en silencio y ellas mismas, al ser convocadas, evocan la totalidad de aquello que acaeció como una pincelada: ya hará la memoria por recrearlas y traspasar del frío recordatorio al cálido sentir.

Toda la vida, toda, se convierte así en un silencio enorme que no es hostil ni aisla ni amenaza. En el mundo que existe más allá del prado hay demasiado ruido. Los años vividos, el siglo XX y lo que se lleva del XXI son años ruidosos, de enorme griterío. Nada callado emerge por sí mismo y hay que buscar, esforzadamente en la memoria, el silencio de una mirada, de un adiós, de un encuentro, de un júbilo vivido o de una inmensa pena. No hay sonidos que repitan la constante vida, sino silencios. El silencio es un todo que cuida y protege. Años atrás, cuando volvió a vivir solo y reencontró un mundo desmesurado en el que ambicionaba perderse, empequeñecerse hasta desaparecer, volvió por pocos días a alojarse en el piso familiar de la calle Calabria, y ocupo de nuevo su alcoba de la adolescencia. Tendría por entonces unos treinta y cinco años y se sabía adulto; en la primera noche que pasó allí, entre las sábanas, volvieron los silencios de la infancia. Bastó apagar la luz y cerrar los ojos para reconocer que era un niño de nuevo, un ser mínimo y solitario entre las cuatro paredes de otro tiempo. Tendido en la cama, en la oscuridad absoluta de un piso desocupado durante muchos años, con los ojos abiertos para adivinar los contornos de las cosas que no eran ya familiares, se acercó a las imágenes que intuía allí y alzó la voz para llamar a su madre, muerta hacía muchos años, simplemente para oír el sonido de su voz cabalgando por el pasillo para reencontrar el clic de los tiempos idos. Lo hizo una sola vez y aún esa le costó un esfuerzo, sintiendo que era ridículo emitir aquel sonido de llamada, pero lo hizo al fin. La voz emitida quedó en nada y al poco se durmió. El silencio podía unir los tiempos tan distantes, pero su voz no, su voz se perdía más allá de una frontera desconocida para él hasta ese momento, en que recuperándola la supo perdida ya para siempre: la de su infancia.

El silencio y el tiempo, se dice a menudo, son la misma cosa que nos envuelve. Sabe bien que no es así, que el tiempo no existe más que en la propia duración de cada cosa, de cada ser, de cada acontecimiento. Somos el tiempo, se dice, el nuestro, y nada más que el nuestro. Y de ser el tiempo, solamente el presente, dilatado en actos. Somos el silencio, se dice, el nuestro propio, el silencio que siempre nos acompaña cuando queremos alcanzar el corazón de nuestra experiencia vital, el alma sensible a la que ningún ruido puede esconder.

El silencio y la luz, por la mañana, nos devuelven el perdido espíritu que negamos; la aspiración a la belleza que llevamos dentro y que, absurdos, estúpidos, nos negamos en medio del ruido y del deslumbramiento a vivir. Sabe este hombre que escribe en el silencio de la noche entrada, o que mira el prado cuando el sol luce ya por la mañana, que la belleza existe y no es ajena.

7 comentarios:

  1. Es la de las siete a las ocho la mejor hora del día, la más sensual. El aire parece nuevo, como si aún no hubiera sido respirado, todo está por hacer y, en consecuencia, todo es posible. Está por abrir el libro que elegirás y por oler el café que te tomarás. Y si uno sale a la calle descubre, sorprendido -ya sé que esta es una perversión- que muchas mujeres llevan aún prendido en la cara el calor de las sábanas.

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  2. Si, es cierto; existe cierta virginidad en el día que nace, metáfora de la vida. Yo, a ese calor de las sábanas, al que haces mención, le he llamado, igual de prosaicamente, olor de panecillo caliente, tibieza. Bienvenidas las perversiones si son tan saludables y tiernas.

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  3. Todo parece más bello y limpio por las mañanas, pero se estropea deprisa. Incluso los paisajes urbanos más deteriorados se llenan de vida nueva. Aunque el amanecer a veces también muestra el espejismo de la vida nocturna con todas sus miserias.

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  4. Julia: todo es metáfora de la vida que se rgenera de manera permanente: el día, el año, la naturaleza. Todo nace en su pureza silenciosa, pasa por el esplendor salvaje y lleha a la noche fría. ¡Que lírico me ha quedado!

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  5. al amanecer, todo està aún por hacer, el dia recien puesto se nos ofrece, està ahí,solo hay que saber apreciarlo, pero a veces no es posible salit en batin a recibirlo, ni escuchar su ruidoso silencio. A menudo estamos demasiado ocupados haciendo cosas sin importància que creemos que equivocadamente que lo son.

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  6. Reconozco, Francesc, que lo de salir en batín al jardín, me lo tomo como un privilegio ganado por la jubilación y pot vivir aquí en el prado. Un jardín privado da mucho de sí, y lo digo irónicamente, pero seguro de esa certeza. Y loo de privado no se refiero al pareado o adosado, que de todo he tenido, sino al privado. Y en cuanto a las cosas por hacer, todas tienen su importancia, estoy seguro.

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  7. Hoy escribi a un amigo respondiendo a un mensaje ...eres una mujer muy convativa y te admiro...........y muchas veces en los momentos que busco un encuentro conmigo misma pues me gusta estar muy de mañana frente al rio amazonas y perderme en la sabana verde recibir al sol salir...el silencio y yo y mis luchas...........pero que importa mis luchas si al estar ahi frente al serpential del rio amazonas, ancho,profundo y caudaloso me pierdo en mi silencio y disfruto de lo maravilloso de este mundo............comparto contigo Luis

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