viernes, junio 29, 2007

Una visita al caer de la tarde.

Ha entrado en el jardín atravesando el seto que da al sur, de madreselva que está todavía sin flor por el retraso que llevan en el prado las vidas de las plantas, la marcha de la botánica. El seto no tiene cancelas, ni entradas practicables o desperfecto alguno en toda su extensión, lado, y sin embargo ha entrado por ahí porque cuando el hombre ha levantado la cabeza advertido de una presencia, de esa dirección venía caminando por la pradera recién regada, atravesando la irisada luz en retazos de arco iris que en las gotas de humedad que el aire lleva se refleja. Así, la figura que camina hacia él, abandona ya la hierba y entra en la zona de gravilla rosa ese hombre que se describe a si mismo como "aunque nacido de padre liberto y en humilde cuna, la envergadura de sus alas fue mayor que su nido; que gustó a los principales de la Urbe en paz y en guerra; que era (y es tal y como le ve llegar hasta él) de cuerpo exiguo, ya canoso, amante del sol, rápido de enfadar aunque también de aplacar y de aproximadamente cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco años. "

El Hombre del Prado ha levantado la cabeza desde las páginas del libro que lee, anotando esporádicamente en la libretita negra cuanto le parece de utilidad para formar los diálogos de algo que trata de escribir con sospechoso fracaso, y ha saludado al visitante, que recogiendo su toga blanca, sin franjas de color que determinen ocupación pública alguna, con un manto de lana sobre los hombros para escapar del fresco del bosque que les rodea, se ha quedado mirando a su alrededor y finalmente al hombre sentado, y finalmente aún más, al libro que este tienes en las manos. ¿Qué lees? ha preguntado. A ti. ¿A mi? ¿Que cosa? Las epístolas, estoy leyendo tu epístola I del Libro Segundo. Ah, ha dicho el hombrecillo, esa.

¿Te referías a ti? ¿Al escribirla? Si, claro. Todo lo que se escribe se refiere a uno mismo. ¿No te has dado cuenta. El Hombre del Prado no levanta los ojos de las líneas que tiene ante sí y que ha leído varias veces durante la tarde, a menudos fragmentos, tratando de deslindar el lenguaje poético del mensaje escrito. No es lo mismo, se dice, a menudo parece que se escribe sobre algo y es nada y en otras lo obvio es áspero y difícil; sin embargo, aquí, en esta Primera Epístola del Libro Segundo de Horacio, la forma es el vestido magnífico en el que el poeta afirma contundetemente que si el vulgo tiene razón es que la tiene; y sin embargo.

Los griegos escribieron mejor, más elegantemente y con mayor profundidad y forma que los romanos, eso es evidente. Y sin embargo fuimos nosotros los que conquistamos el mundo y pintamos, cantamos y luchamos más sabiamente que ellos. ¿Quien podría negarlo? Habla para el hombre que sostiene el libro en las manos, con una voz cansina, débil, un tanto saltarina en su melodía, deprisa al pronunciar las palabras, espaciando los espacios para respirar. Debe, piensa el otro, estar cansado por la subida al prado desde el otro lado del río. Ya sabes que se dice que "es antiguo y bueno lo que ha cumplido cien años" así que las cosas están claras. Para ser bueno algo que se ha escrito, conviene esperar cien años, pero ahora... ¿cómo saber si lo es? O ¿Es bueno lo que tiene cien años, pero no lo que tiene un año menos, o simplemente un día? Porque si despreciamos lo que nos parece bueno de hoy, pero que por ser de hoy no lo es, ya que no es antiguo, ¿como llegará a serlo para que un día lo alabemos? Se ríe para sí y señala su libro, el que sostiene el Hombre del Prado, ahora depositado en sus rodillas. ¿Cuantos años tiene ya? Más de dos mil, contesta el otro. ¿Tantos ya? El tiempo corre demasiado. No para ti, siempre ha estado presente. ¿No soy antiguo y bueno? pregunta riendo.

Todo poema antigua no es sacrosanto, contiene a menudo uno o dos versos, nada más, de relieve, sublimes si se quiere. Pero he ahí que se aplaude la obra entera, los mil versos por el valor de dos. A veces el vulgo ve lo correcto, y a veces se equivoca. Si a los viejos poetas admira y alaba tanto que nada prefiere, nada parangonee con ellos, yerra. Cuando era niño el pegón de Orbilio, su maestro, le enseñaba recitando a Livio, y aprendió a apreciar sus versos, pero no le parecen ahora tan bellos, no lindan como se dice con la perfección. Me indigna que algo se reprenda, no porque se juzgue de composición grosera y desgarbada, sino reciente, y que para los antiguos se pida no venia, sino honra y premios. El Hombre del Prado escucha la voz que contiene cada línea: Quien, viene a decir, loa cantares antiguos de los que poco entiende (afirma el poeta que lo mismo que él) no es que respalde y aplauda talentos difuntos, sino que envidioso impugna los nuestros, nos odia a nosotros y los nuestro. Porque si la novedad hubiera sido a los griegos tan odiosa como a nosotros, ?que sería ahora viejo? ¿O qué tendría para leer y hojear, cada uno a su gusto, el público?

Es cierto que en mi tiempo escribía cualquiera, afirma, y de cualquier manera. Todo el mundo que se preciaba de elegante y culto, componía versos sin preparación alguna. ¿No queremos que el médico o el piloto de la nave sepan lo que se traen entre manos? ¿Pues a que esperar del poeta que escriba cualquier cosa sin exigirle un conocimiento profundo de lo que hace? Antes del amanecer pide cálamo, tablillas y escritorio para escribir lo que le tiene en el pensamiento, y cuando camina por la calle, como distraido, va midiendo versos, encerrándolos en la jaula del pié, buscando que las palabras contengan un ritmo musical. Si él, asegura, no hubiera afirmado su valor frente a una sociedad que había dejado de asistir a la tragedia del teatro con los oídos, e iba a ella con los ojos asombrados del aparato escénico, con el sentido del olfato atento al perfume de azafrán que se derramaba sobre el escenario, al vestuario magnífico que escondía los versos en una apariencia de espectáculo, si él mismo no hubiera cantado su valor y su novedad al componer sus versos, tal vez nadie hubiera aceptado dejar que pasara el tiempo, dándole ya por bueno mientras vivía.

Cae la luz y el Hombre del Prado tiene que entrar dentro y salir a dar una vuelta con Goyerri. Le ronda en la cabeza el descubrimiento de la modernidad del poeta latino; su afirmación del valor de la obra compuesta en los tiempos nuevos, pero tiene dudas. ¿Porqué, le pregunta, tenías tanta fe en tu obra que afirmaste sin modestia alguna que seguirías vivo, eternamente en tus versos? Se marcha Horacio, que ya es hora, arrebujado en su mantón de lana. Camina despacio hasta desvanecerse en los reflejos de oro del último sol que fracciona su luz al atravesar el castaño entre sus ramas. Antes de irse, afirma solemne, risueño también "Porque lo sabía".

Todo lo que sucede es normal, se dice el hombre del Prado y el hecho de que el hombrecillo de la toga blanca y el manto de lana se siente junto a él en una tumbona que está, la verdad sea dicha, un tanto desvencijada, de lado para poder verse las caras, no le sorprende en absoluto. El predio sabino en que pasa la mayor parte de su tiempo, es vecino del prado segoviano en que nuestro amigo vive su vida en un retiro que a veces le ofusca el pensamiento y confunde imaginación con realidad. La pequeña finca de Horacio se encuentra cruzado el vado, a menos de un kilómetro de distancia. Volverá allí el poeta y el Hombre del Prado paseará a Goyerri, o se paseará a si mismo satisfecho de la visita recibida. Hay que tener fe, se dice, en la modernidad. Contiene todo lo bueno que somos capaces de crear. El tiempo la convertirá en sacrosanta, pero hoy es la vida misma, que fluye a través de las teclas del Pecé.

5 comentarios:

  1. ¡Magnífico texto, Luis!, Os he visto perfectamente a los dos. Y después he recordado la Segunda Epístola (2,1,156-157):

    "Graecia capta ferum uictorem cepit et artes
    intulit agresti Latio"

    Que propomgo traducir de esta manera: "La Grecia capturada se apoderó del feroz vencedor introduciendo las artes en el agreste Lacio".

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  2. Que en mi traducción dice: "Grecia, la conquistada, al fiero conquistador conquistó e introdujo en el agreste Lacio las artes"

    Mi traducción es de Horacio Silvestre (que nombre más horaciano, ¿verdad?) y trata de guardar un tanto el pie latino del exámetro y algunos jueguecillos de palabras que encantaban al hombrecillo.

    A mi, esta epístola, siempre me ha parecido una declaración de principios, de afirmamciójn rotunda en la fe en los creadores modernos y el desprecio por el papanatismo conservador. Crep que es de una modernidad majestuosa y por eso me atrevo a mostrar su ingenua (falsamente) actitud y su fingidad ingenuidad tan segura de si mismo.

    En cualquier caso, Horacio tiene que ver con mi proyectada "cosa" si es que pasa de ente a obra.

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  3. Ánimo, pues. Horacio es un cordial (aunque a veces agreste, y por ello más valioso) compañero de viaje.

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  4. NI todo lo antiguo es bueno, ni todo lo moderno o nuevo es malo, de todo hay, lo que si es cierto es que lo bueno es siempre bueno, antes, durante y después.El relatoes hermoso porqué permite visualizar la escena.

    Un saludo

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  5. Gracies, Francesc. Como puedes ver Horacio era una mente bastante abierta a la modernidad.

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