martes, junio 19, 2007

Un amigo leal: Horacio

Escribe:

Este era mi sueño: una parcela de campo no muy
grande, con huerto y fuente perenne vecina a la casa
y por encima un poco de bosque. Más generosamente y
mejor los dioses han actuado. Bien está.


Cuando leyó este inicio de la Epístola 6, quedó en suspenso reconociendo el sueño como propio. Y se dijo a sí mismo lo mismo que el poeta concluye: Bien está. Es de bien nacidos ser agradecidos, dice una expresión popular y aunque no sabe bien a quien debe mostrar ese agradecimiento, o que quiere decir realmente ser "bien nacido", se considera dentro del grupo de aquellos que han visto que el sueño realizado cumple todas las esperanzas de bienestar. La parcela de campo no es muy grande y el huerto en realidad es un invernadero acristalado en el que en verano crecen tomates, pimientos y berenjenas; en invierno se guardan begonias, dalias y geranios y en in en primavera se semillan las plantas que deben florecer en verano; la fuente perenne, descontada el agua corriente, está cercana, no una sino varias que manan de la ladera de Aguas Vertientes, en el bosque, uniendo su rumor al del lugar. Los dioses han actuado con generosidad.

No recuerda con precisión cuando conoció al poeta y fue ese conocimiento un hecho producido lentamente, dejado al obrar del tiempo, a la lectura y a la intuición de que la persona del hombrecillo -que se presenta a sí mismo como de pequeña estatura, algo barrigudo, miope, de comer frugal y ambicioso de su retiro en el campo, dejando la estancia en la Urbe para lo estrictamente necesario- podría bien ser un amigo personal de aquellos que a lo largo de la vida van acompañando a uno, lealmente. Así se forjó la amistad entre ambos, convencido de que la simpatía sería mutua y la charla entre ambos motivo de acuerdos acompañados de copas de vino de Falerno, filtrado y cortado con agua, para evitar que los pensamientos se nublen. De bosque a bosque, Horacio y el Hombre del Prado, se conocieron pues como vecinos de ruralía, viéndose en las calles del pueblo cercano, paseando por los caminos, acudiendo a sentarse a la fuente para leer un poco, el uno del otro, dejando pasar las horas con la lentitud que solamente es propia de quien las tiene y sabe en abundancia.

En un viaje a Roma, de los primeros viajes, años atrás, fue a visitarlo en su predio de Licenza, cercano a Tívoli. Dicen que es reconocible por las ruinas de un pequeño templo cercano. En el prado que sustenta la ruina, o mejor, el recuerdo, cayó un día desapacible un rayo justamente cuando el poeta estaba sentado junto a un árbol, y derribo este de tal manera que la vida del poeta corrió serio peligro. Volvió sus ojos a los dioses, asustado por que la vida que tan apacible y gozosa le era podía serle arrebatada en un instante. Lo accidental es lo terrible, le diría el Hombre del Prado, pero ello no debe conducirnos a poner la suerte en manos de los dioses. ¿No hemos quedado en que de existir poco se ocupan de los hombres? Si, pero... ¿a quien acudir sino a los dioses? ¿Es que puede Augusto decretar que un rayo no me fulmine? No, claro está que no puede. Entonces... Acudir a los dioses en caso de angustia cuando la violencia desatada de una tormenta de verano interrumpe la lectura apacible, junto a la fuente, y caen los rayos, que Júpiter arroja a decir de las leyendas de los hombres, es cosa razonable, y más aún: racional. Solamente la razón más absoluta es capaz de abrir la puerta a lo irracional, y por ella pueden entrar los dioses, que acabarán sentándose a la mesa de arce, junto al cálido fuego, donde se asa un cordero. Lejos quedará aquellos versos suyos de la Sátira 5.101 en que narra un viaje a Brindisi que hace acompañado por sus amigos Virgilio, Mecenas y Vario:

Pues aprendí que los dioses viven sus cuitas
y que si la naturaleza hace un portento, no lo mandan
los dioses airados desde su morada celestial


Lo mismo escribe Lucrecio. El Hombre del Prado le dice a Quinto Horacio Flaco que entre mentirijillas de poco calibre, más bien travesuras del diálogo que sostiene en su soledad de escritor - que todo escritor cuando está en ese ejercicio de crear es una criatura radicalmente sola -, le dice pues que alcanza a entender que muestra una imagen demasiado humilde, jocosa en algunos momentos, tan simplemente cordial y modesta, que no puede por menos que generar simpatía; pero, le dice, "tú sabes que puedes ser hijo de liberto, ciertamente, pero que cuando fuiste tribuno militar en Filipos, eras ya un caballero y en ese orden vivías, y que a tu retorno a Roma, derrotado, pudiste perder la fortuna de tu padre, requisada por los vencedores de los republicanos, pero de inmediato alcanzaste un puesto que compraste, de secretario del Tabularium, bien remunerado. Y que no tenías tan solo el predio sabino de LIcenza, sino que en Tívoli tenías otra finca, y una ínsula en Roma. No está muy claro que tu casa del bosque te la regalara Mecenas, aunque así se tiene por verdad, y es más que probable que la compraras tú. ¿Cómo vas a ser pobre, con ocho esclavos a tu servicio en casa, y cinco aparceros en tu finca que satisfacían con regularidad el alquiler de la tierra?"

No hay respuesta, sino una silenciosa sonrisa brillando en unos ojillos que a causa de la miopía están casi siempre cerrados dejando solamente una rendija por la que el mundo se ve, limitado, pequeño, y con escasa definición. Tal vez sea a causa de esa miopía que el poeta guste de intuir a las personas en lugar de conocerlas con solo mirarlas, cosa que por otra parte puede hacer mucha gente, aunque sin garantía de acierto, por supuesto. Escribe sus sermones, eso es lo que son sus sátiras y sus epístolas, como charlas dirigidas a amigos, desde un punto de vista moral, apuntando con ligereza a los defectos de la naturaleza humana, a la capacidad del hombre para mentirse así mismo. Conoce el tiempo en que vive, porque justamente lo ha vivido y lo vive, día a día; se hace pequeño, se muestra jocoso y en ocasiones ridículo, de sí mismo se ríe con tal de que esa risa provoque simpatía y se haga perdonar el exceso de franqueza. Conviene no ambicionar, no desear por encima de la necesidad, respetar el paso del tiempo que es la vida, conformarse con lo que el día ha dejado, comer y beber moderadamente, tener amigos y ser leales con ellos, no prestarse a negocios públicos, deambular por las horas del día y por los minutos de las horas, amar con el cuerpo y con la imaginación, estar satisfecho de la vida. Suetonio da fe de que Augusto le quiso por secretario y se negó. También de que aquel le echaba en cara que no le enviaba sus versos con la prontitud necesaria: no quería hacerse pesado cerca del príncipe. Vivía y dejaba clara constancia de unos tiempos y costumbres en los que la Urbe recuperaba una moralidad con la que él estaba de acuerdo, pero desconfiaba del futuro. ¡Siempre cabe desconfiar del futuro!

¿Porque no cambian
estos penosos tiempos? Los paternos
peores ya que los de nuestro abuelo,
malos nos parieron y autores
de descendientes aún más viciosos. Odas. III.7


No imaginaba cuanta razón llegaría a tener cuando muerto el príncipe augusto una caterva de irresponsables degenerados de la familia Julia, enterrarían la República en una satrapía oriental de corte militar, único poder efectivo. Tiene en su mirada de miope, una especial clarividencia para destruir cualquier mitificación y escribir con sentido crítico: "de sedición, perfidia, crimen e ira, se peca dentro y fuera de los muros de Ilión (por Roma)" y se divierte recordando canciones infantiles que juegan los niños y en las que adivina verdades colosales: los niños jugando dicen: "serás rey si cumples la ley". Se ríe de la historia o llora con ella recordando los largos años de guerra civil que hacen que los romanos aspiren a vivir en paz y agradezcan un poder dictatorial como el de Augusto, una monarquía enmascarada, ellos que siempre han considerado un delito ser rey. "Siempre que sus jefes desvarían, sufren daño los aequos"

Al Hombre del Prado le gustan especialmente unos versos:

A quien gusta lo del otro, no es raro que odie
su suerte. Tontos ambos culpan al lugar sin merecerlo.
El culpable es el espíritu, que nunca huye de sí mismo. E.14.13.

No importa la aparente banalidad del tema, una reprimenda a su mayordomo de la casa de campo que desprecia el campo y prefiere vivir en la ciudad, sino la profundidad de saber comprender que la naturaleza de los hombres les lleva a la tozudez y al auto engaño, y lo que es peor, a engañar a los demás. Es necesario atenerse a una moral de contención, volver a las viejas costumbres republicanas. El dinero, la envidia, la soberbia, la presunción, la avaricia, la mentira, el despotismo y el servilismo, el olvido, la doblez, todas las cualidades naturales del ser humano se presentan en sus palabras y si las fustiga también las entiende. Sería tan fácil ser moralmente mejor, piensa, pero ¿que es lo fácil? Viendo actuar a la gente de manera alocada, se pregunta y contesta al mismo tiempo "¿Que mal ha golpeado su mente? La superstición. Y viéndose así en medio del teatro de la humanidad, como un pícaro callejero, intuye que él no puede ser el único lúcido y pregunta también: "Y puesto que no hay una sola clase, ¿de que tipo de estupidez crees que adolezco? Yo, la verdad, me veo sano".

Al Hombre del Bosque le gusta conversar con Horacio como si se tratara de una conversación consigo mismo. Le dice, cuando ambos pasean por los prados altos en la ladera, los que están casi bordeando las cimas de los montes, en los claros amplios y soleados que presentan abundantes rocas y troncos caídos, para sentarse y disfrutar de unos sorbos de agua fría, y de la brisa tierna que sale de la enramada que les rodea, que ciertamente los tiempos han cambiado pero que son los mismo, y que los hombres han cambiado también, pero que son lo mismo. Para un hogar, le dice, solamente hacen falta, como tú dice, "una mesa de tres pies, una concha de sal pura y una toga para el frío". Bueno, le dice Horacio, tampoco hay que exagerar, eso es lo que se escribe, pero conviene que cada cual se talle y calce en su medida. ... Nadie nace sin defectos, es mejor, claro, quien los tiene menores... los hombres inventaron la ley por miedo a la injusticia... Se calla y parece pensar, luego ríe... Y añade:

"Y puesto que no hay una sola clase, ¿de que tipo de
estupidez crees que adolezco? Yo, la verdad, me veo sano" E.II.3

Añade que es tan solo el hijo de un liberto que quiere escribir lo que piensa y meterlo en pies ajustados a la estrofa, hexámetros, como si se tratara de un juego. Los hijos de los libertos, aunque hayan recibido una exquisita educación y alcanzado el segundo orden social, deben recordar siempre quienes fueron sus padres, y porqué. Más le vale ser humilde y leal. Me declaro tonto, ríndámonos a la evidencia- y también loco. Y se echa a reír con pequeños gritos de excitación; le sacuden las risas, modestamente también. También yo, piensa, sin embargo: ¿De que tipo de estupidez, crees lector, que adolezco. Yo, la verdad, me veo sano.

11 comentarios:

  1. Horacio es un poeta inmenso, y de profundidades abisales. Ha masticado, rumiado y digerido cada palabra que escribe. Por eso nunca decepciona. Más aún: siempre sorprende. Curiosamente anduve yo ayer peleándome con este verso suyo: "Naturam expelles furca, tamen usque recurret." Podríamos traducirlo de esta manera: "Aunque intentes expulsar la naturaleza con una horca, ella siempre vuelve". Efectivamente: es una gran metáfora de la vida: el trabajo del hortelano.

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  2. Curiosamente, Luri, tengo yo por él una sensación de amistad, forjada a lo largo de los años. Mal lo leo en latín, aunque lo intento, pero acabo acudiendo a una traducción.
    Virgilio me resulta distante, siendo él el que pone la distancia.

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  3. La única opinión merecedora de consideración es la propia, si tú te ves sano ¿qué importa lo que opinen los demás?

    P.D. De todas formas... ya que preguntas es que quieres saber, creo que eres inteligente y comprendes muy bien, ambas cosas son incompatibles con la estupidez.

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  4. Ana, te invitaría a una copa, pero me han prohibido beber y me contento con un poco de vino a la hora de comer.
    Aparte las bromas, Horacio prefería pasar por estúpido ante los demás y creo que es una buena idea.

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  5. Los clásicos siempre son actuales y nos muestran la poca novedad de nuestros problemas. Pasar por estúpido siempre es práctico y 'inteligente' lo mismo que pasar por más pobre, como esos musulmanes de Granada que ocultaban hermosas casas tras muros anodinos.

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  6. Por eso, Julio, que nadfa hay nuevo bajo el sol, acercarse a los clásicos es acercarse a la realidad del hombre tomando distancia para verla mejor

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  7. Es muy buena idea, Luis. Respecto a la copa, pues que sea de vino. Un abrazo.

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  8. Ay Luis!

    ¿Me lo puedo llevar para el Laberinto?
    Dime que si, si?

    Y "es de bien nacidos ser agradecidos" me ha llenado.

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  9. Si, claro que si, Clarice.

    La expresiós "es de bien nacidos ser agradecidos" es una típica expresión castellana, antigüa, supongo, pero bastante en uso.

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  10. Sano, muy sano, aunque no puedas tomarte una copa.
    Yo no he leido a Horacio, salvo algún verso suelto. ¿Puedes decirme qué obra y editorial (por lo de la traducción) me aconsejas? Gracias

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  11. Petrusdom:

    Hay varias editoriales, pero el problema de Horacio es que dificilmente lo encuentras completo en las editoriales conocidas, no se la razón.

    Alianza Editorial tiene las Odas y los Épodos.

    Catedra: Letras Universales tiene Odas y Épodos (nº 140) y y Sátoras, Epístolas y Arte Poética (nº 241)

    Estos de cátedra son bilingües, muy manejables y de muy buen precio.

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