miércoles, junio 20, 2007

Divagar en una tarde de junio

Le cuesta comprender que lo más sencillo y cercano sea inaccesible. No se trata de un casualidad ni de un comentario brillante y vacío: puede comprobarse. ¿Cómo saber que uno es amado? ¿Cómo enfrentarse a la sonrisa del saludo, cada mañana? ¿Cómo saber que no se está muriendo en ese mismo momento? ¿Cómo saber que ellos te tienen en cuenta? ¿Cómo saber que lo has comprendido bien? ¿Cómo saber que la felicidad de un instante no es un espejismo? ¿Cómo saber que no eres un espejismo? ¿Eres real? ¿Qué quiere decir ser real? Todo está expuesto a la falsificación, a ser ella, parte de ella, el reflejo de ella. Es una cuestión de cristales, de fragmentos de luz, de voces sin dueño, de sombras sin cuerpo. Entre el blanco y el negro están los colores y son infinitos. Siempre serán infinitos, es decir, uno más, siempre uno más.

Una mirada a la grava del suelo puede descubrirla como un todo de partículas de minúsculas piedras a las que el sol de este verano nuevo inunda de volumen. El muro del fondo de madreselva se descompone en miles de hojas de verde vivo y brillante, cada hoja con su correspondiente agujero negro, con su volumen delineado sobre el mismo muro de hojas de la madreselva. Las sillas de lona dispersas sobre la grava, en la superficie de piedra caliza casi blanca que forma la plataforma del solario, el comedor al aire libre, con la larga mesa de teca y ocho sillas menos una, que se llevó alguien para repararla hace más de dos años, una eternidad de tiempo, piensa, una enorme cantidad de tiempo. ¿Que hacía en este mismo día del año de hace dos, a esta misma hora? No puede saberlo porque todo lo que se hizo no es sino nada, un puente entre lo anterior y lo que viene, el trazo de los actos de cada día. Y sin embargo flotan las imágenes de un junio anterior, de fecha indefinida, que le devuelve una mirada suya con todo su contenido.

Tener la propia imagen en la mente, es decir, saber como es uno cuando parece que es, pero ¿para quien?, pues este saber que uno es, digamos que de manera general, es imposible de saber, incluso de tenerla. La mirada del yo no admite posibilidades, es la que es y ve lo que ve. Otra cosa es dudar. Mirar y ver es estar, no hay otra manera, aún sin actuar, mirar y ver, ¿o ya es eso un acto? El simple hecho de mirar en su terrible consecuencia: hoy mismo, antes de escribir estas líneas, un hombre ha acuchillado a una mujer porque le había mirado mal. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo se consigue mirar mal al pasar si el día es de un bello verano? Antecede al mirar la intención de mirar, el reconocimiento, y la voluntad de mostrar la emoción del odio, o del desprecio. Pero no se conocían aunque él asegure que le miró mal. ¿O era la mirada de él la que contenía la mirada de ella? Ella ha muerto, mirando sin mirar, mirando sin ver...

Comprende que la mirada es todo inmersa en el silencio. La mirada merece una atención especial, no se puede dejar que se eduque a si misma. Un hombre como debe de ser debería tener educada la mirada para ver y significar. ¿Cómo sino atreverse a decir lo que se ha visto? Ella se quejaba de que él no hubiera visto como estaba a su disposición (era un historia real de alguien a quien había conocido) porque le amaba, y trataba de mostrarle cuan fácil era llegar hasta ella, hasta su sonrisa y su disposición. Pero él seguía imperturbable tratándola como a una conocida; cordial, si; amable e incluso muy afectuoso0, manteniendo una distancia que ella juzgaba que era la incapacidad de él de comprender sus señales. Se lo contó a un amigo común, alguien que les conocía bien: no se entera, y mira que le mando señales; pero no se entera. Quien recibió la confidencia conocía las dos historias: la de ella enviando señales y la de él aparentando no recibir ninguna, no aludiendo a nada, distanciándose. Decidió que no debía mantenerla a ella en el engaño: si recibe las señales, querida, le dijo, pero no quiere recibirlas, porque no le gustas, no puede amarte, no quiere ni intentarlo... Las cosas, de tan simples, se esconden en la complejidad de lo que no es deseado, de lo inesperado. El recibía las señales y no emitía ninguna por su parte, y ella era incapaz de comprender que la historia estaba bloqueada en lo imposible; no podía comprender que alguien, al ofrecerse ella, no corriera a tomarla. Cosa de la mirada, se decía el Hombre del Prado. ¿Que es lo que se ve? ¿Que es lo que se simula?

Cuanto más general es la mirada, más sencillo resulta comprender la panorámica. Amores y desamores, cansancio, un cierto desvarío... Las tardes del verano incipiente tienen una vaguedad llena de inconstancias: se podrían hacer tantas cosas, pero sentarse en el jardín es una invitación a acariciar el tiempo y con él las cosas más cercanas, por su proximidad. En cada momento podría suceder algo, incluso irremediable, pero se supone que esas cosas avisan, como una enfermedad grave cuyo empeoramiento constante es visible a lo largo de las horas que anteceden al desenlace.

Un día, un vecino del pueblo le dijo mirándole a la cara, deteniéndole en la calle: yo a usted le conozco. ¿Si? Pues no sé... Si, si, yo le conozco a usted. Yo le he visto en la televisión. No, eso es imposible. Que si, que si, que yo le he visto, y no hace mucho. No, seguro que no, tal vez me ha visto usted aquí, vivo en este pueblo hace un año. No, quiá, si le conociera del pueblo yo le he conocería, pero lo que le digo es que le he visto a usted en la televisión. No, no, se equivoca. (Una pausa de silencio entre los dos mientras los camiones atravesaban el pueblo por la larga calzada de la carretera. ¿Trabaja usted allí? No, yo no trabajo. Tenía que irse, le dijo. Y al despedirse: Seguro que le he visto en la televisión. Ya verá cuando se lo diga a mi mujer. Se sintió avergonzado al separarse, como si hubiera faltado a aquel hombre; debía haber aceptado que le había visto en la pantalla de un televisor; después de todo, ¿y si fuera verdad?

Mirar y ver, como cuando se mira la página de un libro y no se lee, pero están las letras, las palabras, las frases, los párrafos, todo aquello que significa un trozo de la historia o del conocimiento. La mirada resbala por el papel y se pierde en un punto infinito, en un plano distinto del propio espacio tiempo que se ocupa, se vive en ese mismo momento. Su abuela Concepción, años después de muerto su marido, el abuelo murciano, lo veía por la noche, casi siempre a la hora del amanecer, resucitado debería decirse, sentado en el dormitorio, vestido con con estilo y elegancia, la corbata bien anudada, una cadena de oro entre ojal y bolsillo del chaleco, cruzada una pierna sobre la otra, sentado en la silla de mimbre justamente al lado del armario cuya luna estaba cubierta de fotografías. Lo explicaba por la mañana: hoy ha vuelto a venir. No le hacían mucho caso y ella insistía. ¿Y que hace? Nada, hablamos. Y tú ¿que haces? Ah, yo no sé, yo no me miro, yo le miro a él. Abuela, ¿y como es? Oh, como siempre.

Siente que la brisa de la caída de la tarde, fresca ahora, le incomoda, pero no se mueve. La misma brisa mueve las hojas de los árboles en un trémolo sin sonido. Se queda envuelto en el frío, mirando, dejando que las cosas sean solo pensamientos.

6 comentarios:

  1. Dicen que si te cuentan que hiciste algo de pequeño, incluso de joven, y te lo repiten, acabas creyéndolo. Que recordamos, no lo que pasó, sinó la última vez que lo recordamos. De la misma manera, hay cosas gravísimas que se olvidan sin cicatrices excesivas, por eso no todos los especialistes en psiquiatría están de acuerdo con eso de la curación a través del 'recuerdo'. Todo es un misterio.

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  2. Creo recordar que fue Stendhal quien dijo que era imposible acusar a una mirada, que era imposible de repetir, de afirmar, lo que se dice con la mirada.
    Un abrazo!

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  3. Cierto, Julia, incluso (a mi me sucede) algunos recuerdos no se si son reales, contados o imaginados, pero de tal vivencia que parecen ciertos.

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  4. ¡ROMA! Alegria de verte por aquí. No conzco la frase pero es enteramente cierto, y de esa ambigüedad al ver y significar trata este post. Un abrazo también.

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  5. uis, ando con resaca de verbena sanjoanera. Pero me sirve el bálsamo que ofreces.

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  6. Luri, haces bien en andar resacoso para recordar, cínicamente, que conviene no abusar de los abusos.

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