miércoles, mayo 02, 2007

Conversación en el bosque, de hombre a hombre


Desde que encontramos Goyerri y yo, en el bosque, al dios menor, no habíamos hablado del asunto hasta esta mañana. Incluso tengo la sospecha de que él perrillo me rehuía, no se si avergonzado por su mala contestación o por el hecho de que tuviera una conversación con el representante del olimpo. Goyerri es así, muy suyo y bastante preocupado por el ridículo y el "que dirán". Sucede a menudo que le sorprendo en una posición graciosa, o en un intento infructuoso por conseguir algo y sin darme cuenta del enorme daño que causo a su auto estima, me río en alta voz. De inmediato, da media vuelta y se marcha a un lugar apartado. A veces, me llega desde la oscuridad un gemido casi inaudible e imagino que es él lamentándose por mi falta de discreción.

He escrito que no habíamos hablado del asunto: la verdad es que no habíamos vuelto a hablar de nada. Él, me consta, me ha evitado durante los cuatro o cinco días que han pasado. He de decir que han sido aciagos, llenos de lluvia, incluso de nieve, y de tareas imposibles de terminar bajo el aguacero: una cañería reventada en el sistema de riego que ha impedido la instalación del reloj en el circuito de riego por goteo en el invernadero, la plantación de cuarenta plantas de tapizantes de colores diversos para los bordes del seto, el semillar tomateras y pimientos (lo hago cada año) para que a finales de mayo pueda pasar las plantas ya hechas a sacos de tierra abiertos en canal en el mismo invernadero, limpiar las hierbas que han aparecido entre la grava y que como cada año hay que eliminar primero con mata hierbas para acabar con la vida de raíz y luego a mano,... Ha llovido mucho y ayer por la mañana amaneció con una nevada de pequeña intensidad, pero molesta. las temperaturas habían bajado; el cielo encapotado de los días anteriores era gris plomizo, de un solo tono, sin huecos ni transparencias; el ánimo por lo suelos.

Calado hasta los suelos he acabado todo lo pendiente. Goyerri, durante el trabajo, ha permanecido en la casa salvo en las horas del paseo, que son por la mañana entre las diez y las once y por la tarde a las seis. Como le dejo elegir el camino a hacer, de su natural sale poco el ir al bosque: no es andarín. Pero si le indico con gesto o voz que entre por las sendas bajo los árboles, remolón, lo hace. Estos días, después del encuentro con el dios menor, ha tomado de manera inmediata la dirección contraria al bosque y se ha encaminado al pueblo. Le gusta ir a él, creo que porque allí ve gente que le hace gracietas y le dice cosas; un perro sociable como él, sin público, se encuentra solo.

Mientras ayer caminábamos por el sendero que lleva desde mi casa en el prado a las escuelas, le he interpelado. "¿Estás enfadado conmigo?" No, ha sido la respuesta, un no conocido de quien dice si, o tal vez sí, o las cosas no están para que las hablemos, o sencillamente déjame en paz. ¿Que te he hecho? Ha seguido su camino imperturbable, con el hocico alzado, el cuerpo tenso, la cabeza alta; la dignidad le ha traicionado, este perrillo suele caminar con la cabeza gacha y el hociquillo pegado al suelo, olisqueando, de vez en cuando se detiene y alzando hocico y pata derecha, señala una caza imaginada, que no real. Ayer no, caminaba dignamente hacia su enfado. Le obligué a pararse. Dime, le dije con toda la dulzura de que fuí capaz, ¿que es lo que te he hecho?

Tengo que decir que no dije, al volver del bosque el día del encuentro, nada a Ana. Las mujeres, y generalizo como quien sabe mucho de ellas aunque confieso una ignorancia sin disimulo, suelen desconfiar de las historias que trae alguien del bosque: diría que no les interesan. Será porque esas historias parecen irreales, y tal vez lo sean, pero ellas a ese tal vez no le dan la oportunidad de ser. Pienso que si algo le hubiera contado, habría vuelto la cabeza hacia la televisión p3ensando que me estaba burlando de ella. ¿Es tan difícil aceptar que en la sierra de Malagón, en la ladera de Aguas vertientes, permanece desde hace más de tres mil años, un dios menor olvidado de su Olimpo? No entiendo porqué.

En medio del camino hacia las escuelas, Goyerri y yo estábamos frente a frente. Para evitar la incomodidad de la situación, el perrillo mioraba a una lado o a otro como si le interesara la enorme parálisis en que el bosque había caído. Tú y yo, le pregunté, ¿no somos amigos? Silencio. ¿Qué es lo que tanto te enfada? Silencio y acelerón del movimiento de cabeza en pos de nada. vale, vale, le dije. Si me dijeras que es lo que te enfada, podría razonar contigo. Me preocupa, me dijo, solamente me preocupa. Vaya, al fin, empezaba a hablar. ¿Entonces estás preocupado? ¿Por quien, por mí? No. Los monosílabos son hirientes cuando debieran ir acompañados de amplias explicaciones y aparecen solos. ¿Puedes explicarte? ¿Por quien estás preocupado? Por mi, me dijo mirando más que nunca a ningún sitio. Pero, ¿porqué por ti?

Este perrillo del que soy amigo y que ahora, al cabo de los años de pasear juntos por el bosque y de estar en el jardín o ir a dar pan duro a los caballos del prado, es mi amigo. Ha aprendido a hablar de tanto como me ha escuchado dialogar con él cuando no era sinon un cachorrillo o cuando, con el corazón en la mano, le he hablado de mis pensamientos en el bosque, del porque estamos aquí. De ir delante de mí o a rastras detrás de mis pasos, ha aprendido a escuchar y a hablar, diré que bien poco al principio y con errores que tendré que explicar en su momento, pero ahora ya, con cierta corrección aunque alguna ignorancia, todavía.

Me encaminé a una piedra plana y me senté en ella, el perrillo ante mi, me miraba de abajo arriba. Me acordaba yo del día en que, en un bar de pueblo serrano, nevando, un cinco de enero por la tarde, nos sentamos él y yo en un pollo de piedra a la entrada de un bar, esperando a unos amigos. El uno junto al otro, notaba yo su cuerpecillo leve, un tacto suave, apoyado en mi. Los copos le cubrían los rizos de la cabeza. Su pelo, negro y blanco le rodea la cara en la que destacan sus ojos tiernos y vivos. Llegó hasta nosotros un viejo de bastón, más bien garrota, y se paró delante bajo la nieve. "Oiga, amigo, me dijo, ¿se ha dado usted cuenta de cuanto se parece usted a su perro?" Mi cabello, cano y negro, en barba y bigote, seguramente movieron su sentir a encontrar aquel parecido, pero lo curioso es que, probablemente más amigo de animales que de personas, supuso que era yo quien me iba pareciendo y no Goyerri el que lo hacía, viniendo hacia mi. En estas cosas, uno so sabe nunca cual de las dos criaturas es el amo.

¿Porqué te sientes preocupado? ¿Por miedo? ¿Crees que un dios menor griego puede hacernos algún daño? No te mostraste simpático con él. Tampoco él conmigo, me dijo de inmediato. De acuerdo, a lo mejor no os caísteis muy bien, pero eso no es causa... No. no lo es, dijo secamente. No se trata de eso. Se trata de otra cosa... Empezaba a remolonear. Es que pensé... Silencio, pausa, un mirar azorado de sus ojos ahora más que tiernos, blandos, cargados de dulzura. Pensaste, ¿qué? Otro silencio. Si no me lo dices no podré ayudarte. Pensé, me dijo al fin, acercándose hasta que su hocizo reposaba en mi rodilla, plano, apoyado con la levedad del amor que no pesa, pensé que podías hacerte amigo de él. ¿Y? Un silencio prolongado que no quise romper. Uno ya va sabiendo de la vida y comprende un poco por donde van los tiros. Y si te haces amigo de él, en el bosque, ¿que pasará conmigo?

Y gimió levemente, casi inaudible el gemido, un silencio mayor y lastimero, si se quiere. No pude por menos de rascarle la cabeza entre las orejas y cerró los ojos de gusto. Pero hombre, le dije, tu serás siempre mi primer amigo. ¿En serio? En serio.

7 comentarios:

  1. Yo tengo frecuentes conversaciones con Bacallà Salat, que como sabes, es mi gata. Es más altiva que Goyerri y maneja sus estados de ánimo a su completo antojo, pero a veces, cuando estoy preocupado por algo o nadeando un poco viene a ronronear y al acariciarla se lleva buena parte de mi desazón.

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  2. Es que, Luri. creo que los animales que son amigos, de la familia, tienen comom misión aliviarnos la tensión con su cariño. Les pasamos nuestra neurosis, o la reconocen en la suya.

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  3. Por cierto, gata y femenina, altivez descontada. Goyerri es un bonachón un poco pagado de si mismo.

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  4. Lágrimas azules.

    Dichoso David que conoció a Goyerri.

    Apapachos a Goyerri.

    PD.Dile que Movie está sufriendo porque hoy es día de cohetes.

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  5. Estimado Luis:

    Caray que luego de leer la presente y ver como los seis gatos que habitan en casa fomentan mi dispersión, pienso si no serìa bueno trocarlos -por lo menos un par de dìas- en canes o por lo menos importarles un poco del buen talante de Goyerri.

    Y si bien los gatos tienen sus encantos, nunca voy a olvidar la sabia expresión anglosajona "Tener a un tigre por la cola" para hablar de aquellas situaciones sobre las que es peligroso pedir demasiada lealtad.

    Saludos desde Lima

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  6. O la expresión de Picaso, "agarrar al diablo por la cola". Pues te enviaría a Goyerri de visita unos días a cambio de tus gatos, Pierrot. Seguro que aprenderíamos algo. Un abrazo.

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  7. Clarice, Goyerri sabe de ti y de Movie. Ya que hablo con él, ¿como no voy a contarle quien eres. Un fuerte abrazo.

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