domingo, abril 29, 2007

Las dos mitades

Lo divino, escribe Ortega, es la idealización de las partes mejores del hombre y la religión consiste en el culto que la mitad de cada individuo rinde a su otra mitad, sus porciones ínfimas e inertes a las más nerviosas y heroicas. Escribe esto en 1915, dentro de "Meditación de El Escorial". ¿Cómo pueden, me pregunto, las partes mejores del hombre permanecer ajenas a la terrible vulgaridad de esa parte ínfima e inerte? ¿Es esa la que es capaz de entender la violencia, el asesinato, el expolio, la humillación?

Ciertamente yo creo que de existir Dios está en cada uno de nosotros y es, de manera muy simple, el atisbo que en cada uno de nosotros se produce, a través de una rendija, de lo bello, lo bueno, lo benéfico, del bien como ausencia del mal, del perjuicio causado, del mal ocasionado. La palabra benéfico me produce rubor, pero al usarla concibo en ella una propiedad que resume lo que quiero decir. Procede de beneficius, esa es su etimología, y lo benéfico es aquello que imparte el bien desde si mismo.

Naturalmente, podría asegurar, aunque tengo mis dudas, que un hombre bueno es aquel que no hace mal, a nadie, a nada; deberá tener para eso conciencia del mal y saber con exactitud cuando y como se produce. Eso, a priori, no parece que esté en el pensamiento de cada uno de nosotros sino se ha introducido antes por una enseñanza externa. Yo no se si sabría lo que es el bien y en que consiste hacer el mal de estar solo en un mundo inhabitado sino por mi el resto de la naturaleza no humana. ¿Alcanzaría a Dios, como hace el Filosofo Autodidácto, en parecidas circunstancias a las que expongo, descubriéndolo en mi y en cuanto me rodea?

Quiero volver atrás: ¿es un hombre bueno, por no hacer mal a nadie? ¿De que manera? ¿?Como concebir el mal y el nivel de complicidad que es necesario para ser o no ser, malo? ¿Cuantos hombres buenos se han ido por el desagüe de la historia? Los concibo callados, ejército de silencios, viendo el mal a su alrededor, sufriendo por las causas del mal y por sus efectos. Los ojos de los testigos no son los de las víctimas: hoy no podemos saber la diferencia porque tenemos el cine que nos enseña a ver y sentir frente a la pantalla. Naturalmente nos arrogamos la postura de héroes, silenciosos, padecientes, los héroes de la callada resistencia frente al mal: se estremece nuestra parte mejor, la que es capaz de sublimidad, pero ¿porqué calla?

En las cosas del mal el mundo es la ajenidad, no nos corresponde salvo sufrirlo, de más cerca o más lejos. Olemos a carne quemada, pues hay hornos crematorios. Oímos los gritos de las víctimas, pues hay asesinos en la calle. Caen las bombas siempre sobre alguna manera de ser culpable. Hay quien, a fuer de sentirse bueno, sabe que aquel que sufre tiene un cierto merecimiento en sí; todos pecamos, todos tenemos ese maldito estigma del pecado original y cabe el arrepentimiento. De Jerusalén repudio la idea de pecado, el hombre es su elección, la oportunidad de ser hacia un lado o el otro. El sabrá lo que le demanda la conciencia.

Como casi siempre, cuando empiezo con un párrafo que debe posicionar mi pensamiento, sucede que me voy a otros lugares y las palabras fluyen: son siempre hijas de la incertidumbre. Me pasa con Dios, no el íntimo, habitante de la conciencia, sino con el Dios de los libros, el creador, el clemente, el misericordioso, el genuinamente bueno, que no me llevo bien con su existencia: cualquier trabajo que pretenda haber hecho, está mal rematado. Si iba a por el bien, se equivocó de medio a medio: ¿o no era el bien el fin significativo de la humanidad? Tal vez ahí radique un hecho que nos pasa desapercibido: Dios no buscaba el bien, sino el compromiso. ¿Con quien? ¿Con qué? Obviamente con él: llamemos a cuanto de bueno hagamos y mal a cuanto de malo exista? ¿Tendrán razón los ángeles que abandonándole fueron arrojados al vacío de las tinieblas? ¿Caerían en la superchería?

Insisto en Ortega: la religión es el culto que una mitad del hombre, la más terrena, rinde a la otra. He ahí el principio de todas las cosas, que divididas en dos se necesitan la una a la otra. Caín y Abel como una sola persona, encarnan el dilema, y aún en eso me preguntaría por la bondad del uno y la maldad del hombre. Un jurado hoy, absolvería a Caín, maltratado por la tremenda soberbia del padre y la actitud vanidosa de Abel. O le quitaría a Dios la tutela de los chicos, condenados a enfrentarse entre sí para demostrar quien sabe que cosa.

¡Ah!, tal vez aquí hayamos llegado al lugar que buscábamos, a la cueva en sombra en la que reposar el pensamiento para que fluya algo reconocible. Se trata no del dios que entrevemos en la mitad buena de nosotros mismos, sino en el culto que a él obligamos a la otra parte, cuya naturaleza no invita a rendir ese tipo de pleitesía. ¿Cómo voy a rendir u homenaje a una bondad de la que yo debería poder participar? Esto es mío, también este trozo de herencia me corresponde, los frutos de las campos, las semillas, la mies al recogerla, el vino en el lagar, la miel y la leche, la casa de madera y el bosque y la pradera. ¿Porque debo pensar que esta belleza es discernible solo por una parte de mi? ¿Aguarda en la otra la vulgaridad? ¿Lo malo?

4 comentarios:

  1. Lo benéfico, lo bello, el bien, lo positivo es todo aquello que empuja a mi yo a ser/estar con el otro. Creo que Epicuro decía que el mayor bien es la amistad. Dios, los Dioses y sus catedrales religiosas son entidades ajenas al yo, intervienen si mi voluntad de la que forma parte mi yo, "vol", quiere.
    Un saludo amistoso

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  2. Si, petrusdom, la amistad estaría en esa mitad del hombre, pero ¿y todo lo demás?

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  3. Boecio mencionó en la consolacion que todo tiende al sumo bien, e incluso el mal es un hito en su dirección. El problema de la elección radica en conocer el propio destino, y en aquel libro, la filosofía conduce a Boecio del exilio de su 'ignorancia' a la posesión de sí. El pecado representaría una desviación o una errancia en aquel decurso, y no violentaría la voluntad. Todo el 'viaje' de la existencia buscaría el kairós, que me gusta entender como sincronía entre destino y providencia. Puede que no sea así.

    Saludos!

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  4. David, todo puede que no sea así, pero en tanto pensar acerca de lo mismo se encuentran mkuy a menudos diversas maneras de llegar a conclusiuones dispares pero similares. Me gusta mucho eso de que el pecado, siendo una desviación, no violentaría la voluntad.

    Para mí, el pecado, más allá de la propia conciencia como develadora del bien y del mal, es el totalitarismo introducido en el pensamiento de los hombres.

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