lunes, mayo 21, 2007

Berlín Primera Estación: el encuentro

En un café se rifa un pez. Alfred Döblin. Berlín Alexanderplatz

¿Cómo se llega a una ciudad hasta la conmoción y la entrega? ¿Cual es el viaje? Es algo que no sabe, no puede por tanto responder. Puede afirmar que de manera repentina parece que es el tiempo de ir y lo hace, consciente de que si antes no lo ha hecho, no han mediado decisiones premeditadas o falta de oportunidad; siempre deja de ir a las ciudades que desea conocer pensando que hay tiempo y sabiendo que todavía no lo es, porque no está preparado. Los viajes los trae el tiempo de la vida y no la circunstancia de hacer turismo. Si el viaje no es una aventura personal, mejor estar en casa.


Una ciudad es un encuentro mañana, sin mañana fijado o con lo incierto de la cita; una ciudad es una aventura promesa siempre que consiga, piensa, aislarse para comprenderla. Si viaja acompañado deberá ser infiel a la compañía. Solamente con una ciudad debe uno abandonar el plural y reconstruir una relación nueva para acabar defraudado o enamorado del rastro de lo que debía estar allí y se ha guardado para la visita. Una ciudad llama desde lejos como se presiente una amante. Ya pocas ciudades le reclaman desde lo desconocido, Kyoto si, pero de manera todavía débil, como presintiendo un encuentro que no es todavía algo febril y apasionado. Habrá que esperar a que se construya pacientemente la metamorfosis de oportunidad a necesidad. Ahora ha sido Berlín.

¿Desde cuando Berlín estaba apelándole, sacudiendo con fuerza su indolencia, reclamando su atención? No lo recuerda. Siempre ha estado allí, como en su día fueron París o Londres, a Edimburgo, o Bergen, o Praga, o Nápoles, o Roma, o Viena, Munich, Dublin o tantas otras de aquí o de allí, de la tierra más cercana o de la que se percibe en la lejanía del mundo. Berlín, pensaba él, es un cabaret o el espacio inmensamente lleno de la plaza que ya no es y que describiera palabra tras palabra Alfred Döblin en su obra maestra, sin duda, Berlín Alexanderplatz. De eso se trata, siempre se ha tratado de eso, de que las ciudades que le apelan con tanta rotundidad son los puntos de vista de otras narraciones que le han entrado hasta crearse en él. Recupera ahora las palabras de la solapa del libro que está en su poder desde hace años: "Berlín se alza como símbolo de la perdición y de la catástrofe donde el hombre se corrompe y naufraga... Centrada en el tema de la alienación tecnológica de las grandes urbes y la angustia del hombre enfrentado a la masa"


Ahora, de vuelta, se dice que no, eso piensa. Ha estado en la Alexander Platz para recuperarla, como punto de partida, como primera escala de su viaje, al cabo de los años de esperar la decisión. Döblin escribió sobre otro paisaje, sobre una geografía que ha perdido el sabor. Derrotada, la plaza ya no lo es, ahora un enorme espacio de nada herencia del régimen de la RDA. Es hora de sentarse, se dice, y repensar lo visto, y sentirlo. No se puede hacer caso de la primera impresión cuando llegado a un inmenso vacío y no ha visto nada más que un espacio inmenso, un pavoroso vacío en el que se pierden árboles, una torre de televisión y un edificio medio gótico del XIX de ladrillo rojo que siendo el ayuntamiento y siendo enorme, es simplemente algo aislado en el centro de lo vacuo.

Si por la primera impresión fuera, piensa, hubiera echado a correr para retornar al origen del viaje: el libro de Döblin, la película en 14 partes para televisión de Fasbinder, las de los últimos días del bunker, las de los Juegos de 1936, las de la conquista de los rusos vengadores y su humillación sobre una población escarnecida, para aquellos reos de pecados terribles, víctimas del atroz ojo por ojo. Berlín, su Berlín está en películas, en historias de espías, en sórdidas conspiraciones de la guerra fría, en el muro extendido como una llaga, en la Puerta de Brandenburgo horadando el espacio con la piedra horadada. El punto de partida para llegar a una ciudad es siempre una colección de postales que en su conjunto han construido una impresión. Habrá pues que sumarle a lo dicho la exquisita cabeza de Nefertiti y el altar de Pérgamo, del que no puede hacerse una idea hasta haberlo visto: ¿Y quien podría? Berlín le ha llamado para recomponer su imagen. Las cosas son, se dice, de tal manera que nunca se sabe nada sin haberlo sentido: ver y sentir, respirar y sentir, tocar y sentir.

No importa que se vista de turista y cuelgue del cuello una cámara digital, al tiempo que en la bolsa de lona que pende del hombro lleve el plano y la guía. Una ciudad no está nunca en el plano hasta que se han puesto los pies en ella; ¿que quiere decir Friederichstrasse si no se ha caminado desde el Check Point hasta Oranienburg? Solo quiere decir la dirección de un hotel, allí donde la calle cruza sobre el puente de hierro la corriente de aguas preñadas de oscuridad, en el que pide, exige, que la habitación tenga vista al río, al espacio abierto. Conviene asomarse al cristal de la mirada y ver, reconocer, descubrir: ahora si el plano tiene sentido.

En esta Primera Estación que resume el encuentro no puede estar en todo, hablar de todo, tenerlo todo claro, porque es ahora, después de sentirse conmovido, cuando empieza a ver con los ojos cerrados y con el pensamiento que late al unísono del sentir. Lo escribió una vez de Roma y ahora vuelve el pulso acelerado: " ¿En que momento me conmoviste tanto? " preguntó a la ciudad del Tiber. Ahora, en Berlín, sabe que ha sido al entrar en el hotel, anocheciendo, en la alcoba cuyo balcón se abre al río y por sobre su amplía horizontalidad, su apertura el espacio de cielo tachonado de noche, alcanza a ver un fragmento de la cúpula del Reichtag, y por sobre la oscuridad que se cierne plagada de luces y reflejos (toda la vida del agua del río refleja toda la vida que viven sus orillas) gira el rótulo luminoso del Berliner Ensemble.


Así pues era eso, piensa, hambriento como está por encontrar las claves que describen nuestros pensamientos con meticulosidad. "Has llegado" se dice o tal vez solo lo percibe, que es cosa diferente a decirlo para sí o a pensarlo. Percibir es saber sin palabras, recuperar. En la lejana juventud que pervive siempre al alcance de un pensamiento, soñó con ir al Berliner Ensemble para ver una obra de Brecht, viviendo Brecht, en el Berlín oriental: no lo hizo. Asistió a una representación de El Círculo de Tiza Caucasiano, del Berliner en Milán: en el teatro de Strasser y Gasman. Sabía que no era lo mismo, porque Berlín era el único lugar adecuado, pero las cosas salieron de otra manera. Ahora resulta, que haber conspirado su voluntad con su pensamiento, su habitación se abre al Berliner mismo y gira y gira el rótulo luminoso que le recuerda que algún día tenían que encontrarse, promesas de la vida, certezas de la probabilidad. Suceden las cosas cuando uno está dispuesto a comprenderlas, sino no suceden porque no son de él, ni siquiera son. En la tarde siguiente, callejeando por el Tiergarten se encontrará con la calle Hanna Arendt. No la buscaba, ni sabía que existía, pero allí está. Había empezado el recorrido cruzando el río para llegar a la puerta del Berliner, doscientos metros de camino a lo sumo, y después, vuelta a cruzar el río en busca de Unter der Linden hacía la Puerta de Brandenburgo y el nuevo Reichstag, girando por el borden del parque hasta dar con el monumento al holocausto. Ana le dijo, "mira donde estamos" y la esquina marcada por dos direcciones: Hanna Arendt trasse y Cora Berliner strasse. De Brecht a la pensadora que representa en su vida un hogar o una fiesta, el goce de la tragedia, la comprensión de lo incomprensible. Reconoce que sin Hanna Arendt, como sin Camus, su vida sería otra que no sabe imaginar, ni quiere.

Tardará cuatro días en recuperar para su conocimiento el rastro de Cora Berliner, una economista de portentosa profesionalidad que perdió en 1933 su trabajo por ser judía y arrinconada poco a poco por el nazi terminó por desaparecer en junio de 1942. La biografía que le relata cosas de su vida dice del final ..."murió en fecha y lugar desconocido".



En otro paseo el viejo cementerio judío que la Gestapo desmanteló en 1943 le llama en forma de bosquecillo entre casas. Un sendero de piedra lleva a una lápida que recuerda el hecho; está en el corazón de un barrio que fue abundante en hebreos y que ahora es zona alternativa donde proliferan restaurantes y tiendas de moda. Un bosquecillo entre calles que se curvan limpiamente apenas se atreve a sobresalir: se trata en realidad de un solar con algo de profundidad. Una plancha de césped le separa de la acera y en la linde misma, al otro lado de una valla, un grupo de siluetas parecen esperar entre sus brumas, sombras de otras sombras, bronce de carne palpitada, ahora ya no, sombras o recuerdos, también sombras de quien fue, y que parecen demandar del caminante una guía, un gesto, mirándoles desde el otro lado de la valla. El efecto se hace tragedia y no puede por menos de quedarse allí mirándoles, desde su libertad recién estrenada a la rígida muerte del tiempo de los otros, ya idos, desperdigados.

En las siguientes estaciones de este viejo al tiempo recobrado y al tiempo que fluye, unidos los dos en una suerte de pensamiento - memoria (hay que recordar que nació en 1944, cuando las tropas alemanas estaban todavía asediando Stalingrado) afrontará de otra manera las presencias en la ciudad. En esta primera mirada será el sentimiento el que se reconozca, sabiendo que la ciudad no guarda en ella sino el homenaje para que la memoria no se pierde. Se lo debe a las víctimas, y a quienes levantaron la mirada y la voz. Pero la realidad es que la memoria que fluye es del hombre que pasea por las losas que destrozaron las bombas y de la tierra que destripada se abría en tumbas vacías.





Rudiger Safranski escribe de Heidegger en Un Maestro de Alemania que "para él, (Heidegger) lo mismo que para Adorno, Auschwitz era un crimen de la modernidad". En la acción del nazismo resalta Hanna Arendt la existencia del mal como banalidad, (El Juicio de Eichman) lo que en cierta manera viene a evidenciar lo mismo. El hombre que pasea su meditar, cámara al hombro, da en ver que en Berlín cayeron, de forma simbólica pero definitiva, los dos regímenes totalitarios que parió la vieja y culta Europa. Fue en Berlín, no en Rumanía con la muerte de los Ceacescu o en Polonia con Solidarnosc, sino en Berlín, donde la construcción del mal como sistema de poder sobre los ciudadanos, alcanzó las formas desapasionadas del devenir banal de lo cotidiano. Mientras las sombras del grupo de judíos recuerdan que fué en Berlín donde residía el poder que los señalaba como víctimas, sin más explicación que la de la mala fortuna de ser víctima, las exposiciones sobre el muro que se ofrecen en diversos lugares, al aire libre en el Chek Point que en se guarda en Friederikstrasse muestran a otras víctimas, esta vez no por pertenecer a un grupo particular sino por ser uno de los dos únicos grupos existentes: el de los ciudadadnos sin derecho ni protector; el otro grupo era el que mostraba la despiadada voluntad de poder a la que Brecht hará referencia en aquel poema suyo, irónico y cruel que reflñeja los acontecimientos que en la RDA se produjeron en 1953, cuando se vivió una revuelta obrera frente al sistema comunista. Brecht parodió:



Tras la sublevación del 17 de Junio,
la Secretaria de la Unión de Escritores
hizo repartir folletos en el Stalinallee
indicando que el pueblo
había perdido la confianza del gobierno
y podía ganarla de nuevo solamente
con esfuerzos redoblados. ¿No sería más simple
en ese caso para el gobierno
disolver el pueblo
y elegir otro?



En Postdamer Platz, la nueva construcción de un imponente grupo de edificios que tienen como objetivo, aventura, mostrar la voluntad de ser en modernidad, en impulso tecnológico, en diseño y construcción de una tierra al servicio de la sociedad que la habita, resta un fragmento de muro anclado en el suelo firme de la enorme y espectacular plaza. Pensaba en ello y lo comentaba con sus acopmpañantes, sentados bajo la inmensa tela de araña del complejo comercial y de oficinas; allí se juntaban las do aáreas durante la guerra fría que el muro trató de congelar para el tiempo infinito. "Cuando se construye un muro se evidencia un fracaso, les dijo, pero es el constructor aquel que ciego por naturaleza ante el valor de su propia obra, el único que no va a poder reconocerlo nunca" Casiu 1.000 victimas mortales, sin contar heridos o detenidos, ultimó el muro, asesinadas por la espalda cuando trataban de huir, negado su derecho a salir por la puerta. La RDA disolvía al pueblo y le mostraba el camino de la ejecutoria correcta. Después de todo, acordaban, acaba sucediendo aquello que se anuncia por pequeños símbolos que carecen en los periódicos de impoprtancia: hoy huyen de sus hogares unos hombres, una familia entera salta la ventana al vacío para acudir al "otro lado", mañana en un grupo que hace un tunel o que se esconden afanosos en reductos impensables, en coches minúsculos: mañana será todo un pueblo el que abandone a sus políticos que desconcertados mirarán desde las ventanas buscando un rastro de fidelidad. Y será nada.

En el muro que queda, convertido en memoria, los jóvenes con mayor dedicación, escriben sus mensajes y mezclan colores hermosos. Hay una estética de este recuerdo festoneada de frases hermosas, bienintencionadas. Alguien escribió una línea, "la violencia es acción sin discurso" y al pié la firma de la autora: Hanna Arendt. Que inmenso placer encontrar en Berlín la presencia de esta buena amiga, piensa.




8 comentarios:

  1. "Si el viaje no es una aventura personal, mejor estar en casa.": Totalmente de acuerdo. Nada me parece más insulso que el turismo. Y viendo las mareas de turistas que ascienden por las Ramblas cargados de cansancio, el turismo me está comenzando a parecer una actividad humanamente degradante.
    En cuanto al relato, sólo una cosa: Gracias.

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  2. Mira por donde has conseguido que estuviera sin estar en Berlín. Esto es viajar, turismo es cambiar el culo de sitio. Y otra cosa, creo que jamás deberiamos viajar a ciudades a las que hemos idealizado, te lo digo por mi experiència con la Habana.

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  3. Tienes toda la razón, Francesc. Idealizar una ciudad resulta peligroso pero saludable, en cualquier caso. El problema es salir de una ciudad sin equipaje: me pasó con Viena. Nada de ella me trascendió y me dejó vacío, sin recuerdos. En Viena, pienso para mí, se puede hacer turismo, pero no viajar. Es opinión personal.

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  4. Hermosísismo relato del viaje. Aún cuando estoy de acuerdo con Francesc en la conveniencia de no idealizar lugares, a veces resulta inevitable, por lecturas, historia, relatos, sin embargo, a cierta edad, ya se cuenta con el cambio y el -relativo- desengaño. A veces hay lugares que no te 'decían nada' y, sin embargo, al visitarlos producen extrañas emociones, también.

    Sobre el turismo de consumo, que menciona Gregorio, realmente ha llegado a grados altos de patetismo, no sé en qué hemos convertido Barcelona. Sin embargo, imagino que entre tanto turismo de este tipo debe haber también personas que buscan 'otras cosas' o que ven algo distinto.

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  5. Gracias, Julia. Si, idealizar es peligroso, pero el desengaño es también alimento.

    En cuanto al turismo versus el viajero, cada cual elige su papel, compra su billete y mira con sus ojos. El turismo es una industria importante, así que...

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  6. Después de leer tu magnífico relato creo que lo tengo fácil ante mi duda ente Viena y Berlin. Yo pienso que no se puede visitar una ciudad con los mismos ojos si antes alguien no nos incita a amarla. Lisboa sin Pesoa, Berlin sin Benjamin, Paris sin Camus/Cortazar, Roma sin ...
    Gracias Luis.

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  7. Roma sin Pavese, por ejemplo, o sin Tito Livio, o Tácito, o Lucrecio... Petrusdom, todos los referentes son parte de la imagen. En cuanto a tu duda entre Viena y berlín, mi experiencia (la mía, está claro) es que salí de Viena vacío y sin equipaje y de Berlín con baules llenos.

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