martes, abril 24, 2007

Un encuentro primaveral.

La primavera. con su belleza, cercena cualquier intento de aislamiento y no puede escribir. Esta pereza no es solamente indolencia sino culto al espectáculo de la naturaleza, cuando siente fluir la vida por sus heladas venas y se hinchan los brotes con adormecida petulancia. Es el tiempo de revivir, retorna la vida al bosque que se ocultó enfurruñado en los fríos invernales y en las aguas de marzo y abril, que anegaban los senderos y reventaban de sí los cauces de torrentes y arroyos. La bóveda azul del cielo cobra vida, dejando de lado la intensidad del azul limpio y frío, como cristal o por el contrario la espesa capa de gris plomizo, de horizontes del norte amenazando más lluvia, de horizontes del sur por el que las nubes se alejan cargadas. Ahora, el cielo es de un azul al que ligeras nubes semi ocultan o tapan, o difuminan el color del azul, en si más desvaído, y en esa nueva claridad surge el color como una caricia.

El hecho mismo de caminar entre los árboles llevando una ligera camiseta y un pantalón de verano, supone romper con la estación que tan tardíamente nos ha dejado y sentir en el cuerpo la cobertura de un frescor que vivifica; es bueno sentirlo. Los senderos, secos ahora, bien dibujados en su zigzagueo siguiendo siempre las pendientes, por más ligeras y casi imperceptibles que parezcan, como serpientes perezosas, redescubren en sus márgenes los helechos que crecerán hasta cubrir la rodillas, y los brotes de árboles que semillas o raíces enterradas allí. Un ambiente de franca camaradería se universaliza en el corazón de este bosque que no tiene tinieblas.

Constata que si escribe lo es para repetir la sensación del paisaje redivivo, y la misma palabra que acaba de escribir, "redivivo" le detiene el pensamiento y comprende que ha tomado un sendero de bifurcación, algo que le conduce afuera. Si revive el paisaje, es que vuelve de la muerte, del letargo que parece aquella y que en su parecer tan siniestra presencia nos ha mantenido lejos durante todo el invierno. La vida va por dentro, se dice, al pensar en los meses pasados. Escribir simplezas le parece oportuno, porque, ya lo ha escrito en el inicio, la pereza le puede.

Hace un tiempo, que se le van las mañana en la indecisión del quehacer y un rechazo frontal al hacer. Ahora, puede ser la pereza, y hasta ahí es aceptable; pero por lo general, la pereza invasora está desde tiempo ha y le aconseja entornar los ojos y solo mirar. Probablemente es que miró poco en su vida anterior, años atrás, o que bebió poco de lo que veía. ¿Quien puede saber porque la vida se fragmenta en la nada anterior y el algo del presente. De hecho, ¿a que viene dejarse seducir por esta llegada de la primavera? Una, dos, tres, cuatro muros de contención ha levantado en el entorno para defenderse de... ¿de quien?
Un párrafo tropieza en una idea que se inacaba bruscamente, ¿o no era una idea? Hablar por hablar y escribir por escribir viene a ser la misma indignidad, porque dependen del lector o el oyente ocasional.

Volviendo a los muros, los acepta: sus libros, el prado, el bosque, la pereza. No hay mejor idea para hablar desde la fortaleza, inexpugnable siempre, que el espectáculo de la primavera, se dice, pero sabe que hoy tenemos una convención del lenguaje y de la sociabilidad. Hablemos del tiempo o de las estaciones y dejaremos en los demás la presencia de nuestra corrección: normas de la cortesía. En el jardín empiezan los árboles a engallarse, levantar su estatura, ahuecar las cortezas, agitar las ramas, les crecen los espolones de las nuevas ramas y de las nuevas hojas y les salen los espolones de la flor menuda, de colores suaves. Es hermoso, se dice, que también en el castillo, de este lado del foso, llegue la primavera y no nos discrimine.

Un hecho insólito sucedido esta misma mañana, no ha sabido después de haberlo vivido, si achacarlo a la primavera o a un desvarío de la pereza, que también los provoca, y poderosos. Volviendo del bosque, caminan con un Goyerri que no desea caminar sino es a su paso de olisquear y detenerse, de seguir senderos dibujados por los olores, invisibles para otro que no sea él, se ha encontrado de buenas a primeras con un dios menor atareado en arrastrar una losa hasta la base del tronco de un pino. No recuerda haberse encontrado, antes de hoy, con alguien semejante y aunque es de memoria flaca, cree que un hecho de tal naturaleza quedaría grabado en él.

Afanado el dios menor en su tarea, esforzado y con escaso resultado, había perdido toda esa dignidad y majestad que es lo que justamente identifica al dios cuando se le ve. Torpe en su esfuerzo, la losa de piedra apenas se mueve unos centímetros y la túnica blanca, de restregarse en la tierra, adquiere ya tonos parduzcos, sobre todo en la parte que cubre las rodillas, huesudas por demás: el dios, todo hay que decirlo, no era bello, ni joven ni viejo, con cara de niño con arrugas y mechones blancos, a medias sátiro a medias mendicante..

¿Puedo ayudarte? Un gruñido por respuesta y un esfuerzo mayor: herida la dignidad por la inutilidad y mancillado lo majestuoso por las manchas de tierra, el dios se ha vuelto con la cara iracunda y el caminante ha tenido la impresión de que iba, realmente así lo ha creído, a descargar una furia divina sobre su persona, al igual que el perrillo Goyerri, ha gemido y ha corrido camino abajo hasta una distancia de unos veinte metros, donde unas peñas le brindaban acogedor refugio. Pero la cara del dios, ha perdido, al ver al hombre y al lejano animal sendero abajo, su feroz apariencia y en instantes ha adoptado una triste y compungida expresión, triste por las facciones y compungida por que respirando sollozaba.

"Perdona, le ha dicho, no quería asustarte. De hecho lo has hecho tú al hablarme. No me acostumbre al trato con los hombres y me sale el mal genio de los dioses. debo corregirme, pero es tan difícil ir contra la Naturaleza..." Este dios menor, y hay que tener en cuenta que es un dios menor y por lo tanto de cierta insignificancia, le ha señalado la piedra: "¿me puedes ayudar a arrastrarla hasta el tronco?" Y señalaba el pino. "Verás, le dice, es que quiero tener un lugar para sentarme que me prive de la indignidad de andar arrastrando el culo por el suelo". El argumento, de peso, le ha convencido y ambos, de consuno, han llevado la pesada piedra hasta su lugar y allí se ha sentado el dios menor, inmediatamente, sin esperar a nada, como si quisiera probar la comodidad del trono improvisado.

Ha aprovechado además para resoplar agitado huyendo de la fatiga. "¿Eres realmente un dios menor?" y contesta el otro que si. "¿Que haces aquí?" No lo sabe bien, asegura que en otro tiempo se consagró este bosque e él, pero que un cierto desuso, lo impropio del comportamiento humano que dejó de traerle ofrendas y de cubrir con alimentos los altares, el cambio de un templo a él dedicado por un refugio para animales perdidos (ya se sabe, perros y gatos) y la presencia continúa de leñadores, fueron aislándole en un claro e media ladera, donde habitaban las águilas, que fueron con el tiempo desapareciendo. "Los dioses, le dice, no tenemos futuro". Ni los hombres ha pensado él. ¿Quieres alguna cosa? se ha ofrecido antes de irse. "Traeme cuando subas, alguna ofrenda: puedes dejarla aquí, en esta piedra en la que me siento". ¿Y hasta cuando? le pregunta. Hasta que alguien me avise para volver, si es que se acuerdan de mi, o si es que queda algún dios por ahí. La verdad, no lo sé, termina desmoralizado.

Ha vuelto camino abajo. Goyerri le ha mirado fijamente cuando ha llegado a su altura y por vez primera le ha hablado, con tono serio, casi con enfado: ¿Tú le has creído? Le ha contestado, yo si, claro. Pues estamos buenos, ha gruñido el perrillo, y se ha dirigido camino abajo de vuelta a casa. Avergonzado, le ha seguido.

12 comentarios:

  1. Plas, plas, plas!

    Yo te creo. ¡Yaya si te creo!

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  2. ¡Genial!
    He disfrutado del paseo por tus letras y me he quedado con el gruñido final del perrillo, que los animales a veces son sabios.
    Saludos y una peineta para Dama Primavera ( que no parece haberle cercenado inspiración alguna).

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  3. Está visto que sean mayores o menores...siempre piden algo, ¿dónde dejan eso de que hay más felicidad en dar que en recibir? ¿será que "eso" es más humano-canino que divino? (¿qué pensará Goyerri?)

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  4. Isa, me encanta verte en este bosque en el que a la vista de ti blog, te encontrarías a gusto.

    Te felicito por tu blog, una corriente de aire irrealmente real.

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  5. Si, Luri, puedes creerlo. Hablaré con él acerca de sus modales.

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  6. Ana, querida amiga: este dios menor, al que espero volver a ver, está realmente pidiendo, yo creo, por necesidad. Me ha dado esa impresión. Ya veré cuando suba a su lado de bosque si le llevo algo, porque ¿que es una ofrenda?

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  7. precioso , don luis me llevo su link ...una que es impulsiva

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  8. Hermoso texto. La primavera produce una cierta y contemplativa pereza vital, efectivamente.

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  9. Julia, así es, de la que hay que liberarse, pero despacio. Por cierto, enhorabuena por el premio.

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  10. Una ofrenda es algo que se da en agradecimiento, por haber recibido algo o por esperar recibir algo. Que los dioses, menores y mayores, nos sean favorables. Un beso Luis.

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  11. Que nos lo sean, que tampoco pedimos tanto, Ana. Otro para ti, y para tu chica chica.

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