miércoles, abril 04, 2007

La nieve, la pereza y lo banal

Lo malo no es que nieve sino que parece que no es el momento; anochece y acabo de volver del pueblo y a medio camino, una vez más desde hace unos días, han vuelto a caer copos, en medio de la oscuridad creciente, destacando en el color amarillento de las luz de las farolas. Goyerri y yo hemos apretado el paso aunque esta tipo d nieve no cala y apenas moja. Pero hemos apretado el paso llevados por una especial angustia ante lo desapacible. Una larga, larguísima hilera de coches, con los faros encendidos, entran en el pueblo desde el puerto, en dirección contraria a la nuestra, y vemos la larga hilera de luces que a lo lejos parecen bombillas, una ristra de bombillas de feria arrastrándose por el suelo que brilla. Empieza el largo período de vacaciones y los coches se adentran en la oscuridad, hacia el oeste, y sus ocupantes parecen espectros camino del destierro.

No hay alegría, me digo, en este destiempo que tenemos, que corre en contra de lo natural, cuando la primavera debía apoderarse de l atmósfera y lo que sucede es que vuelve un frío lluvioso; es sin embargo lo más natural, porque nos cabe recordar aquellos de "marzo ventoso y abril lluvioso hacen a mayo florido y hermoso". Pero no ha sido así y marzo, por lo menos la primera quincena ha sido soleada y ha engañado a los brotes de los bulbos y de los frutales. habrá que ver que pasa cuando todo vuelva a su cauce.

El ánimo decae ante una gran pereza y hasta la idea de coger un libro, abrirlo y remprender la lectura por la guía que quedó entre páginas, resulta demasiado fatigosa. Anochece y me aburro, y pienso dejar de escribir, entra tanta pereza hasta más tarde o mañana...

Me digo, sin embargo, que no debe ser la pereza la que me impulsa a dejar de escribir, que me estoy engañando y se que es así, por tanto sigo. Vencerme a mi mismo no me produce satisfacción alguna, y menos en ocasión tan nimia. ¿Que me impide cerrar este comentario? ¿Incluso no publicarlo? Pero conviene llegar al fondo de las cuestiones nimias en un tiempo en que vivo en que casi todo lo es, cuando no banal, cuando cargado de insignificancia. ¿Será, me digo o me pregunto, que tal y como el todo progresa en este presente continúo en que estamos, la banalidad es el signo de los tiempos, porque ya todos somos banales?

Superfluo o sin importancia alguna, las palabras que escribo y las cosas que pienso pasan de ser trascendentes a nada, meras cadenas alfanuméricas que no pueden modificar realidad alguna. ¿Lo han intentado alguna vez? Evidentemente no pero han generado la ilusión de avanzar por un bosque certezas y de dudas y de acabar sacando el agua clara. Pues tanto he escrito, ya debo saber quien soy. En cierto sentido la respuesta a esta pregunta ha ido reduciendo el ámbito hasta terminar por un soy fulanito de tal y ni vengo ni voy, espero. Pero ¿qué?

Escribía Miguel Hernández algo así como que hay días en que es mejor meter el corazón debajo de un zapato. Muy barroco el intento, y visceral. Hay días, pienso yo, que no son, ni están y ante esa nada si estamos nosotros, cada uno en lo suyo, y se ven sombra opaca en el vacío, es decir un rastro, el que respira. ¿Esto es desánimo? Que difícil definir a las palabras cuando parece que tenemos demasiadas para expresar una estado inane. Si miro hacia el techo veo las tablas de madera con sus nudos de color oscuro en la superficie clara y satinada del pino; si por la ventana la silueta de Cabeza Reina que ahora parece lóbrega y en cierta manera una amenaza.

Moverse en el vacío y reconocerlo ya es algo de acción.

6 comentarios:

  1. Creo que estoy en ese mismo estado, una mezcla entre la nostalgia, tedio, lluvia primaveral, suspiros y el arranque de ya no escribir más.
    Sólo leer.
    Al menos tú tienes la nieva, esa que no conozco.

    Abrazos agradecidos.

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  2. La primavera siempre ha sido variable y temible por sus posibles cambios, hasta llegar a mayo, pero a veces tenemos poca memoria. La banalidad del presente es relativa, cuando se convierte en pasado adquiere una grandeza inesperada, que a veces no supimos entender. Quiza porque el presente es real y la realidad siempre decepciona.

    Un texto muy bello.

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  3. Clarice: son las tardes de lluvia que amodorran.

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  4. El presente, Julia, no debiera ser banal. De hecho es la ternidad, la única que es durable y permanente. Pero está lleno de cosas banales que hemos introducida en él sin sospechar su capacidad de contaminación.

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