jueves, abril 19, 2007

Dignamente en el mercado, torpemente en un pasillo

Gregorio Luri sacó el tema en El Café de Ocata. A él dedico este texto.
http://elcafedeocata.blogspot.com/2007/04/el-guardin-de-mi-hermano.html

Bagdad en tiempos de Harum el Raschid.

Una mañana, en el Bagdad fabuloso de Harum el Raschid, el criado de un comerciante acomodado fue al mercado a buscar provisiones. Era hombre de confianza de su amo, creyente piadoso y cumplidor, buen esposo y padre amante: vivía en una confortable felicidad. En los días apacibles, en los que el calor se contenía subía desde el río la humedad como una manto de frescor, aromatizado del olor de los jardines unido al de las especies, deambulaba por los puestos todavía sin enderezar el rumbo a los encargos encomendados. Este hombre gustaba del disfrute del tiempo y de perderse en él entre la multitud. Sin saberlo, disfrutaba de la libertad.

Esa mañana, viniendo de cara, se encontró con la muerte. Como nadie reparaba en ella al cruzarse comprendió que era un encuentro dedicado a él y sintió el vacío en el estómago del miedo repentino. No quería morir y tenía miedo a la muerte: ambas cosas son terribles cuando llega el momento si no se está preparado: y no lo estaba. La muerte tenía un aspecto serio, envuelta en su manto oscuro, descubierta la faz, con unos negros y profundos ojos que miraban con fijeza desnudando el alma. El porte de la muerte era digno y noble. Con la mano le hizo un gesto a nuestro hombre, más que un gesto una indicación extendiendo el dedo índice, señalándole: el entendió "Tú" y supo que era él. Recordó con amargura, en tan breve tiempo eso es lo que hizo ciertamente, un versículo de la Sura 50 del Corán: "¿Entonces cuando hayamos muerto y seamos polvo?... Eso es un plazo lejano" Parece que el futuro nunca ha de llegar y olvidamos que no es más que el presente que se va gastando.

El miedo le pudo y dejó de atender la señal de la muerte para dar media vuelta y correr de regreso a su casa. He ahí un honbre que huía de la miuerte corriendo, y pensaba que era un sueño, o que la muerte que había visto en el mercado no era tal sino un conocido de su amo, o de él mismo a quien ahora, con el aturullamiento del momento, no era capaz de recordar. Cuando un hombre corre huyendo de la muerte, el miedo se convierte en pánico y este en terror que mueve los miembros y llena de hiel los pensamiento. ¿Porque a él? Todavía era joven. ¿Que iba a ser de sus hijos? ¿Y de su esposa? ¿Y porque debía perder la buena y holgada vida que llevaba? No era a él, se decía, había confundido el gesto; si hubiera sido a él la muerte estaría allí, le habría seguido y alcanzado sin problemas y ahora mismo sería un cadáver y un alma: se palpaba al correr los brazos y el abdomen, se pellizcaba y sentía el dolor. Al reconocerse vivo, aminoró el paso, respiró a fondo, miró hacia atrás y a nadie vio: definitivamente no era a él, pero...

Cuando se ha sentido el pánico y al poco se abandona, por la razón, aquel queda, aminorado, leve; se trata de una voz que dice "tal vez si, solamente tal vez". Tarda en desaparecer.

Al llegar a casa, por precaución, recogió algún dinero y le dijo a su esposa que tenía que viajar. Lo mismo le comunicó a su amo: He visto a la muerte y tal vez venía a por mi. ¿No te ha llevado. No, he salido corriendo, amo, déjame ir a Basora unos días para que si me busca no me encuentre. El amo le dejó huir de la muerte, le deseó suerte. Era un buen amo.

Al caer la tarde, salió a pasear entre los huertos que rodeaban el círculo de la hermosa ciudad de Bagdad. El sol, corriendo al oeste, era ya débil y lejano y teñía de carmesí las frutas y verduras que rompían la tierra en gozosa vida. Se sentó a contemplar la belleza del sitio junto a una acequia y al momento alguien se sentó junto a él y le llamó por su nombre. Alto y aristocrático, el desconocido le sonreía. ¿Quien eres? le pregunto el amo, aún cuando lo había adivinado. La Muerte. El visitante tenía sentido de lo dramático, porque guardó silencio y estuvo un tiempo mirándole fijamente: esa manera de mirar, silenciosa y persistente, causa miedo. El amo lo sintió. Entrecortadamente preguntó: ¿Vienes a por mi? La muerte rió con franqueza, consciente seguramente de que aquello podía parecer una broma. No, voy a Basora en busca de tu criado, tengo una cita esta noche allí con él. La respuesta sorprendió al amo que recordaba la conversación con su criado durante la mañana. Pero, le dijo, tu has visto a mi criado esta mañana y le has llamado con el dedo, y le has dejado ir. ¿No venías a por él? ¿Porque no le has cogido? La muerte volvió a reir, suavemente, sin ánimo de humillar a quien le escuchaba. No ha entendido mi gesto. Solamente quería advertirle de que la cita era para esta noche y que debía prepararse, despedirse de los suyos. Ha llegado la hora y como estaba escrito, marcho a su encuentro en Basora. El amo, aliviado recordó un versículo de la Sura 4, Las Mujeres: "dondequiera que estéis os alcanzará la muerte, aunque estuvieseis guardados en torres bien construidas, elevadas"


Universidad de Virginia. 16 de abril de 2007.

El 16 de abril de este mes, hace tres días nada más, fue lunes. En la Universidad empezaban las clases de la semana. Un muchacho con facciones orientales, luego se supo que era coreano, caminaba con paso decidido con un pasillo. Era la Muerte. Ni era alto ni de porte aristocrático y en lugar de señalar con inmejorable pose dramática a su victima con el dedo índice, llevaba dos pistolas y un centenar de balas en los bolsillos. La muerte ha cambiado de aspecto y ya no se puede escribir de ella desde la leyenda. No hay literatura ejemplar sobre ellas, tal vez sobre las víctimas, pero la banalización del hecho en los medios nos las hacen percibir en un sangriento plural, cinco segundos de pantallas y cuatro palabras nada más.

Un profesor de la Facultad de Ingeniería, hebreo y por lo tanto judío, ciudadano del Estado de Israel, de setenta y cinco años de edad, afincado en los Estados Unidos, daba su clase a media mañana. Tenía delante a sus alumnos... Poco sé de él así que debo imaginar lo que convenga para darle al relato una entidad de tal. Tenía delante a sus alumnos y detrás de él una larga vida: sobrevivió a los campos de concentración, al holocausto, y rehizo su vida después de una tragedia que el tiempo tiende a banalizar: hoy, todos los muertos de los campos estarían con seguridad muertos ya o a punto de fallecer, así que el equilibrio está conseguido: lo que queda es historia. Para algunos ni siquiera, porque creen que el holocausto es una conspiración judeo-americana: el cuento de la lágrima.

Ese día, en Israel, se conmemoraba el la memoria del Holocausto.: Es un día importante en la conciencia judía. El profesor daba clase, la Muerte caminaba por el pasillo y horas antes yo asistía en Madrid a la inauguración de un monumento a la Shoah, instalado en un bosquecillo de pinos, en un lugar hermoso, plácido: una sola palabra en la columna de acero corten: "Recuerda" Tengo la inmensa suerte de tener amigos judíos de la misma manera que la misma suerte tengo con amigos árabes, aunque a estos los trato menos, porque los avatares de la vida me han separado de ellos. Es una suerte conocer a los Otros y escucharlos: verlos y entenderlos; no es necesario compartir todo, la amistad no entraña fidelidad a principios y opiniones, pero sí se construye con familiaridad, cariño y franqueza. Ese domingo por la mañana, bajo el sol cálido y brillante sobre Madrid, invitado al acto por el autor del monumento, vi llorar a muchos judíos. Debo reconocerlo, todavía, sesenta y cinco años después, lloran por lo que pasó. Me decían al acabar: en las vidas de casi todos los que están aquí falta alguien que murió en los campos...

Los judíos que yo conozco son coherentes con su historia desde hace cuatro mil años. Es mucha más coherencia de la que se puede imaginar en esta España en la que tanto nos da que lo que el tiempo solda se rompa, siempre en busca de algo mejor que no acaba de llegar. Nos gusta la destrucción: a los judíos no: les gusta construir. Así son respetuosos con la tradición (Dios queda aparte de esto, lo aseguro, puede ser que si y puede ser que tal vez, o que no), solidarios con el sufrimiento (ellos saben lo que es, ciertamente) y viven en permanente cohesión para no ser dispersados por las más terribles tormentas como las que les han azotado. Es verdad que se equivocan muchas veces, pero son como son. Alguien les puede recriminarles que van a lo suyo, pero eso no es cierto: ellos son lo suyo, son lo que son, y el rumor de su ser habla de sobrevivir pese a todo y sobre todo. Probablemente tienen una ventaja sobre nosotros los occidentales: saben quienes son, nosotros lo hemos olvidado.

Nuestro profesor en Virginia era pues judío y había sobrevivido al holocausto. No son muchos los judíos que han sobrevivido a él desde los campos. El monumento de Madrid al que me he referido era un monumento de traviesas de ferrocarril. La magia del tren quedó empañada por la larga hilera de convoys yendo de campo en campo, reconocibles estos en el horizonte por la columna de humo que identificaba en el paisaje terrible el camino al cielo del creyente. Este profesor pues, sobrevivió a ello y rehizo su vida: en Israel fundo familia y tuvo hijos que allí están. Volvió a USA. No se si por amor a la profesión o a la oportunidad: la Arendt amaba los Estados Unidos y pensaba que era el único país realmente nuevo y libre que quedaba en el mundo. Los europeos, por lo general, pensamos lo contrario, europeos somos de otra manera, y nos sabemos más sabios, inteligentes y maduros: no en vano nos hemos matado concienzudamente durante años y hemos creado, solos, los dos grandes totalitarismo de la historia: el soviético y el nazi. Nuestro poso de desagracia nos hace más maduros.

Pues bien, nuestro profesor estaba dando clases y oyó disparos. es de suponer que salió a ver que pasaba y vio al muchacho oriental que caminaba hacia su aula por el pasillo, armado con dos pistolas, fríamente caminando. Tal vez, al caminar así, como un pistolero de película, alcance uno cierta dignidad de muerte y sea al fin reconocible. Basta pensar en Clint Eastwod, pero nuestro oriental no era el actor y director de cine, nuestro oriental era un hombre desequilibrado, adicto a la violencia dicen ahora. Debía ser así, porque ¿quien va a comprar dos pistolas en treinta días y cien balas, sino es adicto a la violencia?

Seguimos con el profesor. Verle y actuar fue todo uno. Tal vez no supo lo que hacía ni porqué ñp hacia, pero no huyó como el criado en el mercado de Bagdad en los tiempos de Harum el Raschiod, sino que cerró la puerta y puso toda su fuerza y empeño en mantenerla cerrada mientras los alumnos se ponían a salvo, tal vez saltando por las ventanas. Uno nunca sabe porque se actúa así, pero en las neuronas del viejo profesor la huida no estaba programada. Se que el viejo profesor hebreo apoyaba su cuerpo contra la puerta para evitar que el chico oriental entrara allí con su carga de muerte. Aguantó hasta que un disparo le mató .

Está claro que no tuvo miedo y opuso resistencia a lo inevitable. Sócrates escribe en el Gorgias "¿No es ridículo que un hombre sea valiente por miedo?" O tal vez si tuvo miedo, pero no solo por él sino por los muchachos en flor que allí estaban a su cargo: entendió seguramente que a su cuidado. Tal vez actúo como un profesor, alguien responsable de la juventud. Resistió, eso es lo cierto. ¿Fue valiente por miedo? LO contrario hubiera sido una estupidez, el miedo puede ser un bien preciado, incluso un atributo del ser, ¿quien puede saberlo?

Pienso ahora que fue a morir sesenta y cinco años después de que la muerte le perdiera el rastro en el campo de concentración en el que aguardaba el tiempo de llevarlo con ella. Justamente sucedió en el día en que el Estado de Israel conmemora el Día de la Shoah, el recuerdo del Holocausto. La muerte, acudió a la cita escondida en la figura torpe y acomplejado de un asesino desequilibrado avanzando por el pasillo, sin aquella dignidad del caminante en el mercado. Murió el día del Holocausto en una muerte debida: violenta.

Hay otro versículo del Corán, en la Sura 50, QAF, que nos dice: "La embriaguez de la muerte llega con la verdad. esto es de lo que te alejabas".




4 comentarios:

  1. Leo Strauss dice que los judíos son la prueba de la ausencia de redención para el hombre. Estarían aquí para recordarnos que no hay finales felices.

    Para mí son también manifestación de algo no menos relevante: que un pueblo puede mantener su tradición y la fidelidad al legado de la tradición sin necesidad de tener una patria con unos límites más o menos estables (al actual Israel fuimos los Europeos los que arrojamos a los judíos). Mientras que a lo largo de la historia hemos visto sucederse todo tipo de fidelidades, convicciones y tradiciones en el interior de las fronteras de las patrias establecidas.

    Está, además, la Biblia. Nos gastamos millones de euros -y así debe ser- para preservar nuestro patrimonio material y lo visitamos con orgullo. Sin embargo el patrimonio espiritual, está siendo olvidado. Peligrosamente. Ya no frecuentamos la Biblia, a pesar de formar parte esencial de nuestro patrimonio cultural.

    Gracias.

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  2. Reconozco que no frecuento la Biblia en cuanto a tal; si análisis sobre ella, el último un estudio comparativo entre las Biblias judia y cristiana.

    En cuanto a los judios, ciertamente hay en ellos mucho de sorprendente, de lo que se puede aprender, así como una cierta e innegable cerrazón sectaria. Pero para ser sinceros, ellos lo saben y la practican con enorme vocación.

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  3. Los chistes de los judíos sobre ellos mismos darían para varios volúmenes.

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  4. Si, Luri. Además les encanta reirse de ellos mismos.

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