sábado, marzo 03, 2007

El Griterío nuestro de cada día, dánosle hoy...

El griterío es ininteligible y a causa de ello crece, alcanza mayor volumen y ensordece; si se trata de un grupo de monos, de cualquier clase, podemos pensar que es una expresión salvaje de la furia o del terror; si se trata de seres humanos podemos llegar a pensar que es la voz de la mayoría y por lo tanto cabe hacerle caso.

La ventaja del griterío es que el grupo y el número de integrantes se esconde tras él. Cuando se grita se pasa a primer plano y se tapa la realidad que no grita. Somos más, parece decir el grupo invitando a los demás a juntarse con ellos, pero es muy probable que sean menos.

Sin embargo es el griterío el que aparece en los medios de comunicación. Las voces tienen derecho a portada y titular; el silencio no puede comercializar ni un ejemplar del periódico o la mínima audiencia de un telediario en hora punta.

Permanecer en silencio es optar por no ser, por no aparecer, es renunciar a los diez minutos de popularidad que nos debe la gloria. Y aún así, hay quien renuncia y calla cuando alguien espera que hable. El silencio suele ser para unos una actitud cobarde, para otros la prudencia, para muchos el hastío.

Hay quien piensa que no se merece vivir en esta sociedad y ambicionaría otra, donde el ámbito de lo social no se confundiera con el de lo político y no invadiera de ninguna manera el personal. Pero si mira a la historia lo poco que sabe de ella, llega a convenir en que todos los tiempos que han sido, lo han sido de crisis. Ya lo decía Borges de su abuelo: "vivió, como todo el mundo, los peores tiempos de la historia".

El griterío no llega a la playa por la que camino a las nueve de la mañana con Goyerri; tan temprano es porque los sábados llegan los visitantes de final de semana y sin llenarla, es marzo y primeros, si se puebla más de lo que suele hacerlo en un día laborable. Entonces los perros molestan y podemos, Goyerri y yo provocar el griterío de alguien soliviantado. Mejor caminar temprano.

El griterío no llega al bosque, pero es que allí no hay nadie para gritar y en el pueblo no se grita por nada, la gente es pacífica. Lo más que sucede es que en la conversación alguien te pregunte por tu opinión. Yo callo, le digo que no comento sobre ese tema, aunque tengo mi opinión.

Más abajo, en la capital no, se manifiestan y gritan. Llevan banderas y claman airados. Observo en televisión que portan banderas del fascismo y de la vieja España, la de la dictadura. Claro que no son todos, unos ciento que ocultan para las cámaras a los miles que no llevan banderas, aunque no se lo que piensan sobre ellas. pero los cámaras de televisión prefieren sacar el griterío de los fascistas nostálgicos (la mayoría de los que veo son jóvenes y no vivieron la dictadura) porque es la imagen que vale más que mil palabras.

Cuando Mc Luhan hizo esa afirmación ignoraba seguramente que la puja sobre el valor de las imágenes iba a dispararse al alza de manera explosiva. Yo entonces trabajaba en publicidad y recuerdo que nos enorgullecía la cita, porque valoraba nuestro papel en la sociedad en que vivíamos. Cuarenta años después no me interesan casi nada las imágenes, porque ya he visto muchas, me he he hecho de ellas, construido a partir de ellas. Por eso he empezado este blog hablando del griterío y no de las imágenes.

Lo que a uno le duele es la impotencia de no poder pedir un poco de silencio y de razón. recibí el otro día, por email, un chiste obsceno, moralmente obsceno, sobre el terrorista que acaba de ser conducido a su casa para que termine el año y medio de condena que le queda por cumplir, en su casa, bajo vigilancia, en prisión atenuada. La persona que me lo envió. muy querida para mi, no sabe ni sabrá, a no ser que lea este blog, que lo borré porque me produjo asco, no por el terrorista sino por la abyección a la que podemos caer la gente que nos consideramos sanos.

Al hilo de escribir estas líneas, que improviso como siempre hago, recuerdo a las personas que gritan cuando hablan por teléfono, fenómeno menos corriente ahora que antes. Era habitual que quien cogía unj auricular telefónico y lo llevaba a su orja, empezaba a gritar, para compensar seguramente la imaginaria distancia que les separaba, incapaz de asimilar que la voz cercana le llegaba por medios técnicos que no requerían de otro esfuerzo personal que el de escuchar y hablar. Gritaban y gritaban y salpicaban la conversación de "¿me escuchas?" o "¿me oyes bien?" más gritados si cabe todavía. Ahora me doy cuenta de que es lo mismo, sin preocuparse por si los demás les escuchan o les oyen.

A mi, razonar, me produce alivio y contento; no gritar ni estar de acuerdo con quienes gritan, satisfacción. Lo demás es dolor de cabeza.

4 comentarios:

  1. No sé si te ocurre lo que a mi, pero estoy comenzando a sospechar que para enterarse de lo que pasa hay que prescindir un poco de la actualidad. Al menos de la actualidad reflejada con tanto aspaviento en los medios.

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  2. Es exacto, no hubiera podido expresarlo mejor, Luri. La actualidad es "insignificante" dentro del proceso en que estamos inmersos. Hartos de mirar con anteojeras lo más cercano nos perdemos la realidad que no devuelven reflejada en los espejos deformamdos de los periódicos y los noticiarios.

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  3. ufff ahora sí me dejaste callada...
    (con los años he aprendido que a veces es mejor el silencio que el grito) aunque dependiendo, claro está.
    Muy buen analisis has escrito.
    Gracias.

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  4. Gracias, Clarice. La situación que se vive en España es de tal desmesura que lo mejor es pedir silencio y calma, pero quien prefiere gritar es porque, seguramente, no sabe hacer otra cosa.

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