lunes, febrero 05, 2007

Mañana lunes

Hay algo de desasosiego que ha dejado el catarro a medio curar. Ha salido el sol y ha lucido un día espléndido que se ha llevado los últimos rastros de nieve y en la tierra empapada aparecen las puntas claras de algunos bulbos que ya pugnan por repetir su ciclo. También ha subido la temperatura. Sin embargo el desasosiego permanece en el ánimo y uno no sabe porqué: tal vez porque queda un residuo de virus que tiende a dificultar la respiración y un irritante velo en la garganta, o tal vez porque de los varios libros que están en danza ninguno tiene la fuerza suficiente para atarme a él por unas horas, hasta acabarlo. A fuer de sincero, escribiré que hay días en que uno no está para leer aunque lo intente, ni está para nada sino para estar, que ya es mucho, nadeando, una vez más nadeando.
Hay reflejos que no se borran nunca, debe ser nunca porque ya llevan años repitiéndose sin razón. Hace más de cinco años que no me levanto los lunes con la obligación de ir a trabajar, sea cual sea el horario o la obligación o el tipo de trabajo. Llevo ya esos años en los que nada me obliga a trasladarme a una oficina (incluso la propiamente mía, de mi nombre) en la que guardo proyectos comerciales, personales, alguna pintura comprada en subastas, algún cristal o porcelana, unos libros y unos muebles que me han acompañado durante muchos proyectos: en aquella mesa, que ahora usa Ana en el estudio, adosada al ventanal que da a Cueva Valiente, deslizaba yo la mirada por una amplia superficie pulida y brillante, de madera de raíz, que compré en un anticuario. Usaba una mesa que me servía para trabajar solo o en compañía, de comedor, con un solo pie central que se abría en garras como de felino, cubiertas de latón dorado al fuego. A quienes me visitaban les hacía gracia ver una mesa así, pero reconocían enseguida la comodidad, no usaba mesa de reuniones y mesa personal, sino una sola rodeada de sillas. Yo tenía en ella mi rincón, un ala, y los otros tres lados eran para visitantes y colaboradores.
Ahora, al cabo del tiempo, la veo al otro lado del estudio, en la parte que no es biblioteca, y la reconozco como un objeto de museo. Tal vez me senté frente a ella unos veinte años, y guarda en mi lado de la mesa, por decirlo de manera apropiada, un brillo especial, satinado, producto de mis manos al posarse en la madera. No la siento como parte de la piel de afuera que siempre nos acompaña a los mortales, que solemos resumir la vida en recuerdo de objetos, hitos del tiempo. Es una mesa elegante, cabe reconocerlo, amplia y suntuosa, pero ya no soy yo.
Escribía dos párrafos más arriba sobre el desasosiego y el hecho real de no tener la obligación de levantarme de la cama los lunes para ir a trabajar; de la misma manera que ya no debería sentir el domingo por la tarde la inquietud de saber que el tiempo vacío del final de semana, que es realmente el único tiempo mío, el tiempo que es yo y yo soy él para fundirnos en ser la misma cosa, está desvaneciéndose. Los pocos habitantes de final de semana que se desplazan al prado desde Madrid el viernes por la noche, apagan todas sus luces en las casas al caer la tarde, cierran las contraventanas y se alejan del prado y en mis ventanas desaparecen sus ojos luminosos para quedar la oscuridad de fuera. Se por esas luces que se van que el domingo se acaba y llega el lunes. Nada cambia mi ritmo, mi semana no tiene diferencias de lunes a lunes, y sin embargo, la vieja inquietud permanece y nada puedo hacer contra ella.
El tiempo perdido es el tiempo pasado, que ya no es tiempo sino memoria, y ni siquiera completa y me doy cuenta del paso artificial de las semanas marcando muescas en la epidermis que circunda los ojos, las arrugas que ven porque son vistas y dejan la huella patente del envejecimiento. Ahora me doy cuenta de que la existencia de dos días de asueto cada siete no deja de producir un agobio que se asume como parte integral de nuestra angustia. La costumbre nos marca cicatrices de esclavitudes en las que no hemos caído hasta llegar a las praderas de la libertad. El sin sentido es que el ánimo es incapaz de comprender la nueva realidad y hacerse a ella, ni siquiera holgarse, que sería natural, sino hacerse al hecho de que nada perturba la noche que une el domingo con el lunes y que en verdad nada tengo que hacer que no sea a mi mismo.
Este catarro que me acompaña a medio curar me hace pensar en las cosas que permanecen así durante toda nuestra mi vida, mi vida: la inseguridad por ejemplo, o la timidez, o el sentido de la vocación, o el absurdo del donde ir y por donde, o la falsa felicidad, o los amaneceres del lunes y el anochecer del domingo. Todo en la vida acaba quedando a medio curar y por ello se resiente la salud.
Mañana es lunes.

5 comentarios:

  1. Hoy es lunes. La cama me expulsó agotada. Tengo que ir al médico, de acompañante, mi mujer navega entre fiebres, náuseas y delirios.
    He terminado un libro y voy a comenzar otro. Intento dotar al salto temporal de autores de cierta intriga y la he encontrado en El Bosque, sobre una mesa de trabajo que tal vez merezca la palabra para contar todo lo que ha visto y oído.

    Salu2 Córneos.

    ResponderEliminar
  2. Ha visto y ha oido mi buena y mala ventura, campañas, personas, pero la superficie pulida de raiz va borrando el recuerdo. Ahora es una silueta con la que me complazo al mirarla, ya no es mía siquiera.

    ResponderEliminar
  3. Coincido contigo en la permanencia de esos hábitos agarrados a la propia angustia, la sensación de soledad cuando los vecinos apagan las luces para volver a sus lunes, unos lunes que, como tu antigua mesa, tampoco son ya tuyos. Y, sin embargo, gozas de dirigir como quieres tu tiempo, algo que aún no hemos conquistado muchos.
    Quería invitarte a participar con un personaje en la historia de la reina Dido. Sé que andas muy ocupado con tus asuntos, pero me gustaría. Sólo tendrías que pensar un nombre y una actividad que quisieras desarrollar en la ficción, y dejármelo en un comentario en mi blog. Yo trataré de sacar ese personaje en algún post. Creo que puede resultar interesante. Aunque ahora no tengas tiempo de leer el blog, ahí se quedaría tu personaje para cuando quisieras leerlo. Piénsalo, me gustaría muchísimo que estuvieses simbólicamente en esa historia. Besos.

    ResponderEliminar
  4. Isabel: haré lo que me dices aunque no lo entiendo muy bien. ¿Te refieres a un personaje que ha existido en la leyenda o la historia? ¿Solo tengo que citarlo? Vale, dame unas horas para que coja a Virgilio. Si no eso dímelo.

    ResponderEliminar
  5. Si quieres de la obra de Virgilio, a excepción de Eneas puedes coger a cualquier otro troyano. Más que nada porque quisiera dejar a Eneas y Dido fuera del reparto. La otra opción es que propongas un personaje imaginario, uno que a tí te apetezca y desarrolle una actividad que a tí te gustara realizar ficticiamente. Hasta ahora, cada cual ha propuesto lo que le ha apetecido: desde ser un árbol, a ser un mercader griego, o un esclavo joven. Como más te apetezca. Besos y hasta pronto.

    ResponderEliminar