sábado, diciembre 09, 2006

Despertar y percibirse

Cada día más comprendo que despertarse es un acto que requiere lentitud aunque a lo largo de la vida pretendemos acostumbrar al cuerpo y a la mente a un despertar inmediato, a la hora, presuroso, angustiado, agobiante. Reconozco que siempre he sido persona de fácil y alegre despertar y que a mi lado se han despertado personas, que todo lo contrario, arrancan el día cubiertas de mal humor y sin café y cigarrillo, como se suele decir, no son nada.
Despertarse es salir de un estado en que el yo se ha perdido envuelto en las brumas de una noche que mientras se duerme parece infinita a quien puede percibirla; por la noche, en la duerme vela, siempre hay tiempo por delante y es ese tiempo el que se gana, el que queda que parece arrullarnos acogiéndonos de nuevo en el retorno al sueño. Despertar es percibirse, rearmar la conciencia que estuvo desarmada, comprender la realidad a partir de las visiones de objetos, del vano de la ventana, del paisaje exterior, de un trozo de cielo que al estar nublado y gris nos recuerda que todavía no ha nevado mientras pasa y el tiempo y esperamos: la última nevada fue cosa de una tarde y ya solamente en las cumbres se confunde con la escarcha de cada noche.
He escrito percibirse, así lo creo. Uno, aunque se conozca en el sueño no se sabe, no tiene la lucidez más que para verse como en la pantalla del cine ve al protagonista, de tal manera que por mucho que grite el espectador para que cambie el rumbo de la acción que le pone en peligro, como pasaba en los cines de mi niñez, el otro imperturbable galopa hacia su desgracia. Soñado y soñador son tan ajenos que nada pueden hacer salvo desaparecer uno cuando despierta el otro y entonces se produce lo contrario del desdoblamiento, la integración, que dura unos segundos o unos minutos, no más, y que deja en el pensamiento el recuerdo vago de la película, que se difulmina como en una fundido en el que solamente falta la palabra "continuará...". Pero ¿cuando? ¿Hacia donde?
Reconozco que yo también me he despertado y corriendo he procedido a recomponer la figura que la noche ha perdido, a desayunar de mala manera y a salir de casa al destino de cada día. Solamente al llegar a la edad mía, en que no voy a ningún sitio salvo a las otras habitaciones de mi casa, descubro que despertar es otra cosa, o debiera ser otra cosa. Lo es para Goyerri: él ha acomodado su tiempo al nuestro y durante la noche va dando vueltas desde un sofá que tiene bajo una ventana, hasta las alfombras al pie de la cama hasta subirse entre nuestros pies y acurrucarse empujando con su cuerpecito para hacerse hueco. Ana se lo hace, yo no: reivindico mi espacio. Pero a las ocho y media en punto, sin despertador que suene, está en la alfombra de mi lado de la cama, sobre las dos patas traseras, y con el hocico me busca, olisquea y lame si alcanza, hasta despertarme. Tengo que sacar la mano y acariciarle el lomo, entonces me deja y va junto a la puerta abierta del dormitorio y espera a que yo desconecte las alarmas del piso bajo, antes no desciende porque ya ha recibido el aviso una vez y es listo para comprenderlo.
Mientras alcanzo la bata, la ventana me ofrece el paisaje gris de estos días, otros soleado, y la visión de prado en el que no se ve un alma (imposible además porque las almas de existir no serían visibles) así que no se ve a nadie y si la visión de todo lo demás que es la nada cuando no se percibe con el sentido de cada cosa. El ritual de cada mañana entiende que la lentitud es importante porque los pensamientos sino se atropellan y tomando su tiempo lo que hacen es fluir y uno percibe que piensa, en que piensa, y deja que sean los temas los que lleven de uno a otro, adentrándose en las horas.
Cada mañana desayunamos frente a la cristalera del salón que da al jardín, viendo parte de él, desde el invernadero hasta el cedro esquinado que plantamos para dificultar la imagen de una casa en construcción. Café con leche, pan tostado, zumo de naranja, mantequilla y para mi margarina light, que tengo exceso de azúcar. Goyerri come con delectación el pan tostado, sin mantequilla ni margarina, ligeramente mojado en el café con leche. A él con los tropezoncitos de pan mojado, como a Ana con su cigarrito, les entra la alegría en el cuerpo. Mientras abro el jardín para que salga y corrar empiezo a relativizar la vida, lo escribo absolutamente en serio; en ese momento llega cada día la revelación de que esa placidez es absolutamente insustancial pero ineludible y necesaria. Cuando que me vuelvo a sentar en la butaca y miro al jardín viendo corretear a Goyerri y escucho a Ana, palabras o silencio, que ambos escucho, me doy los buenos días al fin despierto y comprendo que me gusta vivir aún, viendo la muerte. No se trata de una seducción por el suicidio sino de una comprensión del tema de la muerte como fin de la vida y por lo tanto, exactamente por eso, de una relativización de mi vida y de su importancia, no tanto para los demás, como para mi. Más cerca de la muerte que de la juventud, no niego que me atrae esa sensación de acercarme a ella a pasos menudos y llenos de contenido, el día en que estén vacíos pensaré seguramente en como acelerar la marcha, pero ahora no.
Me comprendo mayor aunque reconozco que sesenta y dos años no es nada, pero quien eso dice repite las tonterías que oye. Nada me molesta más que me digan que estoy hecho un chaval, me parece una estupidez que debiera guardarse quien así expresa su inmensa capacidad de ser tonto y faltar al respeto. No quiero estar hecho un chaval, ni quiero aceptar que es joven quien quiere porque no quiero ser joven, ni puedo. La biología es ineludible, la memoria está llena, ¿cómo voy a ser joven? Me gusta verme en el espejo y descubrir, que dejando a un lado una panza que no debiera procurarme, por lo demás estoy ágil y vigoroso y me gusta mi barba y mi cabello canoso. Siempre he sido, cosa de mi generación, poco musculado y al lado de los brazos de gimnasio de la gente de ahora soy poca cosa; pero me aprecio.
En ese marco que me devuelve el espejo del baño, mirando el jardín y dejando que fluyan mis pensamientos, siento que el final de mi vida, o sea mi muerte, me atrae y no me resisto; es lo que yo llamo relativizar la vida poniéndola en su justo lugar: el preciado contenedor para las emociones y esperanzas de cada uno. Epicúreo como me siento se que cuando ella esté yo ya no estaré y que mientras yo esté ella no estará. Tal vez deba preocuparme el tránsito, pero hoy hacen maravillas con el dolor hasta apagarlo al tiempo que te apagan, que es como el dormirse por la noch con el Orfidal.
Reconozco que mientras pienso en esto y lo revivo, cada mañana de una u tra manera lo revivo, me invaden el júbilo y el aburrimiento: el júbilo es la esperanza de que al fin una nevada de verdad me devuelva el bello paisaje blanco, redondeado, luminoso, que tanto me gusta; recuerdo que cuando nevó por vez primera en el bosque estando yo, anadaba leyendo una de las más tristes y bellas novelas de Kawabata: País de Nieve. Fueron las dos la misma nieve, los dos el mismo país, los senderos al bosque eran los mismos y esa unión casual ha permanecido siempre hasta este momento.
Y el aburrimiento de tener que volver a forzar la actividad de cada día como si se tratara de una obligación, que lo es: pasear a Goyerri, escribir el blog dos o tres veces por semana, por lo menos; pensar en escribir mi novela que avanza y retrocede al paso de mis inseguridades: una línea, veinte palabras a lo sumo, pueden rectificarse diez veces buscando la expresividad que esconden, es una sensación terrible saber que está ahí dentro algo que no sale, será por la pereza de ponerme, será por ello.

11 comentarios:

  1. Me ha encantado este post, de verdad. No hay nada como escribir sobre la vida misma, sobre el día a día, sobre un fondo de reflexión para crear un texto delicioso. Envidio tus mañanas; yo despierto
    siempre deseando tirar el despertador por la ventana o ahogarlo bajo el agua, desayuno rápidamente y voy al baño, donde me peleo con media familia para llegar al grifo o al armario del cepillo de dientes. Cómo me gustaría poder desayunar tranquilamente delante de un jardín... Te doy toda la razón en cuanto a lo de la edad: cada época de la vida tiene su qué; desde mi perspectiva, no veo la vejez como algo pesado o indeseable (como pasa a muchos de estos que se creen aun jóvenes cuando ya han superado los 60), sino como una época tierna, de consolidación personal y de cambio absoluto de la visión de la vida, con una óptica que la hace si cabe más dulce.
    Encantada de pasear por el Bosque, necesitaba salir de la ciudad y perderme en él un rato.
    Saludos.

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  2. Es que Nausica, yo creo que un hombre de 60 que se considera joven es un contrasentido ugual que un joven que considere viejo. En cuaqluier caso, bienvenida seas al bosque siempre que quieras.

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  3. Me uno, con humildad, a las loas de Nausicaa (cuyo nombre, la verdad, me impone un poco).
    Estoy contigo: es patético no saber asumir la naturalidad de la edad con la naturalidad de la razón que asiente a lo evidente.
    Y ¡ójala no perdamos nunca ese punto de avidez por la vida, que no es otra cosa que la propia vida afirmándose a sí misma, sea cual sea la edad!

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  4. Ojalá, que es el Inshallá del Islam y que se tradice por "Dios lo quiera". Dice Nausica una cosa que experimento cada día y que yo no he mencionado de manera expresa: "de consolidación personal y de cambio absoluto de la visión de la vida, con una óptica que la hace si cabe más dulce." Yo no se si esta consolidación actual es la misma "seguridad en mi mismo" que he sentido más joven, pero creo que no.

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  5. El post excelente, de las cosas mínimas....

    "What Youth deemed crystal,
    Age finds out was dew".

    R. Browning

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  6. Estoy segura que mañana me despertaré con una sensación diferente.
    A veces ciertos detalles se olvidan cuando uno duerme en el agobio.
    Te leo en la quietud de la lluvia y como siempre, me dejas pensando.

    Abrazo...

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  7. Clarice: Aquí, hoy lunes, luce un sol espléndido y apenas hay rastros de la última nieve.

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  8. Un texto de los más hermosos que te he leído... además, te he conocido un poco mejor a nivel personal, y me ha sorprendido tu capacidad de aceptar lo ineludible sin rechistar, además de epicúreo, estoico.

    A yo tambien soy de las que tienen un despertar feliz.

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  9. Dira Ah! en el futuro. Pues no sabes cuanto me alegro, piececitos, porque quien se despierta feliz se ahorra tener que recomponer la felicidad a lo largo de la mañana, que es arduo y duro. Y me alegro que te haya gustado el texto.

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  10. Me ha gustado mucho leerlo. Está muy bien. Hay un pensamiento que me viene a la cabeza mirando el retrato, mirando la pintura, y recordando lo que decís de la emoción, y de las sensaciones que abarca al mirarlo... yo tengo la sensación de que nada de eso sería, estaría ahí, si no fuese por la composición, principalmente, y pienso en lo fácil que es no verla, precisamente por que es tan buena que ni se nota que está, verdad?... sin embargo la dama existe porque está ocupando un espacio en el total del espacio y lo está ocupando de una manera y no de otra, y ahí está y ahí la vemos y parece lo más natural del mundo... ese es el acierto, el acierto callado, el que pasa desapercibido, el que consigue que miremos y veamos los grandes ojos, el rosado de sus mejillas, el generoso escote... y además más allá, detrás de lo que vemos, porque miramos y nos quedamos pensativos... hay un misterio... una tensión, algo que fascina y seduce y que uno quisiera adivinar, aprehender, algo inexplicable, intangible, que se nos escapa. Y es que Velázquez fue un extraordinario pintor."

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