sábado, noviembre 04, 2006

Paisaje sin figura: Pepe A. C.

Cruza el prado un viejo Citroén C8 de color gris al que reconozco porque lo acabo de sacar de la memoria y lo he traído aquí, emergiendo de la niebla que cubre las cumbres. Camina lento, sorteando los baches de la mal asfaltada calle con cuidado de que ni una mínima fracción de sus ruedas pueda entrar en un desnivel. Conozco al conductor y a lo cuidadoso de sus manera: cuando los domingos por la mañana lava el coche, frota las ruedas con detergente, no la llanta de material plástico, sino la goma y pasa un destornillador con paciencia por los surcos trazados en la misma. El coche reluce como el primer día. En la repisa tras el asiento trasero cabecea un perro eternamente, de arriba a abajo, tendido a lo largo de aquella y en los asientos luce un cobertor de ganchillo de lanas multicolores y pequeños rombos hechos con minuciosidad. Conozco al conductor: es Pepe.

Llega desde más de treinta años atrás, varias vueltas de la rueda del tiempo, y lo veo fresco como una rosa, bajar del coche y saludarme alegre como siempre, "¿que pasa, señor Rivera?" dándome un abrazo, con su cabello entrecano y corto, apuntando rizos, sueltos y crecidos por la parte del cogote; su cara anchurosa y sonrosada, afeitadas las mejillas hasta la extenuación y con el olor de la loción rodeándole como un escudo protector. Provocando, decía él, esto las provoca a acercarse y oler y yo les digo, deja un besillo aquí, (ponía las yemas de dos dedos de la mano derecha con suavidad en la cara, y ellas lo dejan oliendo a gloria pura. No sé si era verdad, pero rezumaba limpieza como un bebé recién bañado y su arreglo era de tal esmero que ni una arruga en su camisa siempre blanca, ni una mancha en su corbata discreta ni un desajuste en la confortable posición de la chaqueta, suelta ligeramente sobre el cuerpo para disimular un principio de obesidad que paliaba la deseada esbeltez de junco andaluz que nunca tuvo. Cinturón y zapatos marrones brillan con el sutil resplandor del cuero usado pero bien cuidado.

Lo he traído al prado en el viaje imposible que facilita la memoria aliada a la imaginación y que solamente se construye desde la inspiración, sentado ante el teclado del pecé. No se, no puedo imaginar donde estará Pepe A.C., aunque es posible, por los años pasados y su edad entonces, que ya no esté. Son las cosas de lo que llamo Paisaje sin Figuras y a lo que dediqué con este nombre un post hace meses. Las gentes que hemos conocido se nos quedan eternizadas en un momento de nuestro acontecer con ellas y ya esa eternidad nos brinda una compañía de la que hablamos siempre en presente. "Conozco yo..." decimos de alguien a quien no vemos desde antes de la muerte de Franco, por ejemplo, que van ya para 32 años, y en verdad a Pepe le conocí por esos antes.

Yo trabajaba entonces en la central de una multinacional, era joven, muy joven y tenía un puesto en marketing al que la suerte me había catapultado. El era el Jefe de Ventas del área de Andalucia Occidental, la 6 en términos del Departamento Comercial. No existía por entonces Nielssen con sus divisiones en áreas y sub áreas y cada cual estructuraba las cosas como quería. Tenía a su cargo a dos vendedores, de mayor edad que él, a los que llamaba para su desesperación "mis niños". Eran viejos vendedores, representantes reciclados que vivían de un fijo más una comisión más gastos de desplazamiento y estancia, gastos extensos por cuanto visitaban a la totalidad de confiterías, dulcerías, panaderías, tiendas, supermercados y mayoristas distribuidores de caramelos y goma de mascar.

Odiaba subir a un avión con tal esfuerzo que nunca lo hizo y a todas partes se desplazaba con su impecable C8 y su perro cabeceante en la repisa trasera. Naturalmente que ir a una convención le representaba tomarse dos días para el viaje de ida y otro tanto de vuelta y eso provocaba la desesperación de la Dirección que cuantificaba el coste de la reunión en falta de días de venta. Pero Pepe era Pepe desde mucho antes de que la Dirección de entonces estuviera al mando: Pepe venía de ese mundo anterior en que uno se quedaba en una empresa y conocía al Director, que era el dueño, a su mujer, a los niños, a la familia y veía a todos crecer como ellos le veían a él. Yo llegué con el primer cambio de mentalidad, menos sensibles si se quiere, más efectivos tal vez, pero todavía anclados en afectos y respetos personales.

Cuando Pepe, uno de los antiguos, - tendría entonces cincuenta años y llevaba casi treinta trabajando allí- quería imponer un respeto a los nuevos, los jóvenes cachorros que pretendíamos saber todo sin saber que nunca existe el todo en estos asuntos, levantaba la voz y la mano adornada por una breva de Alvaro y decía: "a mi me dijo Don Juan, un día en Sevilla, que lo que no va para bien va para mal, y eso se sabe con solo mirarlo". Esa frase sentenciosa, dificilmente sería de Don Juan, el fundador, a quien yo no conocí porque, catalán como era, no es el tipo de reflexión cargada de pensamiento abstracto el que le correspondía, y más me sonaba a mi a la cosecha de Pepe, andaluz y jerezano, que son como las capas de la cebolla, cosas que al complementarse engrandecen.

Pepe dominaba el arte andaluz de la ambigüedad y sus respuestas eran siempre opinables y matizables y en cualquiera de los dos casos abrían múltiples caminos que uno podía explorar si trataba de profundizar, por que al fin y al cabo lo que era perceptible a poco que se pensara era que Pepe, sentencioso, cariñoso, carismático y entrañable, nadaba siempre en superficie y su simpatia era el mejor acomodo para un disimulo de su realidad personal más íntima. Siempre explicaba anécdotas de su niña, de su niño, de su mujer, de los compadres íntimos, de los amigos, de los vecinos: era un surtido anecdótico extensísimo que se salpicaba de manera continuada con los chistes, todos buenos, enormementes buenos, que lo eran por su habilidad para contarlos, seria y chispeante, mímica y gestual. Pero la verdad es que de esa enorme nube de alegría de color rosa, se sabía bien poco. Si alguno de nosotros, por poner un ejemplo, le preguntaba: "Pepe, ¿tu quieres a tu mujer?" el te contestaba abriendo los brazos y subiendo los hombros para subrayar la sonrisa "pero muchacho, ¿como no voy a querer a mi María" y empezaba a contarte que se conocían desde los trece años, que ni ella ni él habían tenido otra pareja, ni de novios ni nada de nada... Almibar, pensábamos, almibar.

Hasta que un día le percibí cansado. Una noche en un hotel de Pamplona nos hizo reir a todos mientras antes de subir a descansar, reunidos los vendedores de la compañía para preparar la campaña de Navidad, le pregunté yo por lo que haría en el caso hipotético de que le tocara la lotería. No es que se pusiera serio, eso era imposible, pero si es verdad que la pregunta, por la razón que fuera, le afectó por dentro y se aprestó a comentarla en un diálogo que fué más menos como sigue, aunque lo que no puedo transcribir es su incomparable acento jerezano.

- Pero, ¿mucho dinero?
- Pepe, te toca la lotería y todo el dinero del mundo. Millones y millones de pesetas.
- O sea... ¿para toda la vida?
- Para toda la vida, Pepe.
- ¿Para comprar un piso para cada uno de mis hijos y un cortijillo para mi?
- Y una casa en la playa, Pepe. Y cambiar de coche.
- No, si yo con este coche voy bien.

Se quedópensando unos segundos.

- ¿Y para dar a mis hijos además del piso un puñado de millones?
- Y quedarte tu con más, si quieres. Y dejarías de trabajar a tu gusto. Y montar un negocio.

Los demás escuchaban con atención y Pepe se convirtió, con ese movimiento de las personas que forman un corro en torno al orador, en el centro de nuestra atención y de algún otro cliente del bar del hotel.

- Pues mira, me dijo a mi hablando para todos - lo primero dejaría a la casa en la que llevo más ya de treinta años, con mucho cariño, pero si no hace falta trabajar no se trabaja. Después me tomamría unas vacaciones de unos meses, en casa, nada de viajar, que me he hecho todos los kilómetros que me tocan y muchos más. Y cuando estuviera descansado y aburrido, al cabo de unos meses, me iría a Bernado Mula -era uno de los más importantes distribuidores de caramelos, baratijas, frutos secos y demás que había en Sevilla- mi compadre y le pediría una cajita de chicle de los nuestros, Bazoka, de 150 unidades al precio que tuviera marcado, y unas bolsas de caramelo blando, el Mix y el nuestro, y unas bolsas de granel para vender a la pieza. Me lo metería en una carterita de cuero que tengo en casa que era de mi padre y que no he usado nunca, negra, limpia, con un cinturón alrededor para que no se abra. Me iría después al Corte Inglés y compraría una de esas mesitas de playa que se pliegan, que no pesan nada ,y una banquetita para sentarme, a juego con la mesa. Bajaría a la sección de manteles y compraría uno bonito, blanco, de tergal que no se arruga. Con todo eso me iría a la calle de Sierpes, allí donde está el Círculo de Agricultores, que tiene un kiosco de prensa diaria delante, donde compraría mi ABC. Serían las once y media de la mañana más o menos. Un poco retirado del kiosco abriría la mesa y la pondría, luego la banquetita, chica, al lado y encima el mantel. Entonces abriría la cartera negra de mi padre y sacaría la mercadería. La cajita de chicle abierta, donde se viera bien la cartela que usted ha diseñado- eso iba por mi- y al lado los caramelos, los frutitos secos, pipitas, altramuces, garbanzos, en fin, todo muy ordenado a la vista del público. A las doce menos cinco, me sentaría en la banquetita, abriría mi ABC y empezaría a leer hasta que, como a las doce es la salida del colegio, llegara la primera mamá con su niño y me pidiera: "dele usted al niño un chicle" y entonces...

Hizo el silencio que llegaba al final de la lenta narración con que nos había regalado. Todos, expectantes.: concluyó:

- Y yo le diría, "no señora, esto que está aquí en la mesa, no se vende".

Se hizo un silencio y explotó la risa incontenible, exterior al corro, reían también otros clientes del bar y Pepe reía también, porque es arte del contador de historias reirse el primero para animar a los demás. Reímos, le palmeamos la espalda, y nos fuímos a la cama.

La anécdota se hizo histórica y la he repetido en innumerables ocasiones; siempre he hecho reir con ella. Al cabo de un tiempo dejé a la compañía y seguí el camino que conduce al fracaso total dentro del éxito; y un día caí en la cuenta, contando la historia, que Pepe había contado su realidad, harta de vender caramelos durante treinta años.

Otro menos sutil hubiera dicho "os enviaría a todos a tomar..."

9 comentarios:

  1. Muchas gracias, Luri: recordar personas cotidianas en a veces motivo de gran placer.

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  2. Yo también me sumo. Maravillosa historia, que a mí también me ha arrancado una sonrisa. Lo de menos es que el relato esté ambientado en mi pueblo (porque la calle Sierpes sigue teniendo aire pueblerino).

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  3. Joaquín, es que yo creo que si no fuera en tu pueblo por un paisano de Jerez la historia sería muy diferente. Y seguramente ni yan regocijante ni tan humana.

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  4. Me ha Encantado caballero.
    Tal vez por cómo de exquisita ha sido contada. No sé. Pero yo creo que es por los sentimientos..

    Un saludo.

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  5. Mi querida señora, a mi me ha encantado su visita.

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  6. Me imagino enseguida a este Pepe A.C., ruidoso, guasón y ocurrente. Pero no todos los sevillanos somos así. Se dice que el sevillano típico (si existe tal cosa) es "fino y frío"...

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  7. Fíjate Joaquín que Pepe es jerezano. Guasón, socarrón y chistoso, pero porque él era así, no se si lo son los jerezanos. Yo huyo de los arquetipos, que se suelen cunplir a grandes rasgos. Ni siquiera me he atrevido a contar la historia tratando de añadir el seseo literariamente, porque me parecía una caricatura de mal gusto.

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  8. Joaquín: he olvidado algo. A mi lo que me parece la narración de Pepoe, por lo extenso y preciso en cada punto de la misma, lleno directamente al final que encierra la intención, es a las narraciones árabes que empiezan "me dijo fulanito de tal que le dijo fulanito que zutanito, siendo...". Es esa filosofía que subyace en la manera de hablar y que yo creo que tiene que ver con el arte del disimulo, la taqiyya: que aunque se corresponde a una precaución religiosa, no deja de ser una forma retórica de ocultar los sentimientos sin dejar de decir lo que se siente. Eso si es un arte sevillano, la elegancia en el lenguaje lejana a la descarada franqueza, según creo.

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