viernes, octubre 06, 2006

La sombra de la duda

Cuando subo las gradas de la Basílica de Ara Coeli, en Roma, me embarga siempre la religiosidad; tengo la certeza de que solamente se trata de un símbolo, bello en todos los sentidos, inhabitado sino fuera porque en él se refugían las esperanzas de los hombres. No tengo duda de ello y el contenido me sugiere, salvo en cuestiones de arte o de historia, menos, mucho menos que el continente. Tienen las basílicas romanas una carga de luz que las dignifica, a diferencia de los templos en España, que son oscuros por dentro, para que resalte el adorno; la luz romana lo llena todo desde ese piso alto de ventanas, que es una solución arquitectónica de la vieja República. En una basílica de estas a las que me refiero, cuando se apaga la luz exterior es tiempo de salir a la calle y volver a cualquier lugar del mundo moderno en que se habita.
Vuelvo a mi subida por las gradas, espectaculares, que alcanzan el mismo nivel, parejo y unido de la colina del Capitolio; al lado de los museos está la Basílica y mirando hacia abajo, en dirección contraria al Foro, la vista alcanza al Teatro de Marcelo y a la calle en curva, majestuosa que dejando a un lado el Pórtico de Octavia baja hacia el Foro Boario. Uno conoce Roma y ahí, recuerda, se le convirtieron innumerables dudas en certezas, que es el camino de la duda cuando aspira a dejar serlo y no trata de convertirse en algo tan irreal como es la verdad, que necesita de una mentira para revelarse. La mentira es cosa de los hombres: la verdad (se dice) un estado del alma, pero aunque me gusta la expresión y la encuentro afortunada, debo tratar de dilucidar si es alma eso en lo que yo creo y además si es lo mismo a que se refiere quien se expresa de tan rotunda y poética manera.
Creer, lo que se dice creer, creo en la duda y la certeza y cuando esgrimo la verdad me refiero a actos, a hechos. Es verdad que quiero a mis hijos desde la más profunda esencia que se pueda encontrar en mi encarnandura y aquí, la irrealidad se transforma: no hay duda, la certeza es verdad aunque alguien siempre podría decir que entra dentro del relativismo en que todo lo que es puede dejar de ser. Los jóvenes son muy aficionados a lo relativo y a lo subjetivo, porque todavía no saben tanto como se puede saber, aunque siempre sea poco, y así se defienden. Los jóvenes que piensan y los viejos que se niegan a pensar coinciden en que todo es relativo y subjetivo porque ambos enmascaran su ignorancia: los primeros por que todavía no han tenido tiempo de cultivar sus certidumbres y hacen uso de las de los demás; los segundos porque nunca han cultivado nada y así seguirán hasta la única verdad que les asusta.
La verdad no existe, solo hay hechos o enunciados verdaderos, entresaqué la frase de un libro y olvidé anotar la fuente. Pero ¿cómo saber si el hecho es verdadero? ¿Cómo averiguar si el enunciado lo es asimismo? La duda es la palabra que soluciona el problema. Dudamos de la verdad que pueda contener una afirmación, pues dudemos; por clara y evidente que sea, dudemos. Yo dudo de mi religiosidad, que no sé con exactitud lo que es, cuando asciendo por las gradas de Santa María Ara Coeli, acompañado por Ana y creo ascender hacia un éxtasis de felicidad que no puedo describir porque desde lo alto, aún antes de entrar, podré ver, cercano al cielo, a mi amada ciudad a la que adopto como mía, (eso es verdad: amo a Roma) y creo encontrar en mi emociones todo lo que me place. Dudo de mi religiosidad, pero lo es, aunque no tiene que ver con Dios: si con la base de cultura cristiana y humanística, lo segundo es consecuencia de lo primero. Insisto en que el cristianismo es una ideología que siembre certezas en las realidades concretas del hombre y dudas en la parte esencial de la divinidad. Se puede trener la certeza de Dios, pero no afirmar que es verdad que Dios sea. Yo dudo de mi religiosidad hasta que la acepto como emoción profunda que trata de salir de mi cual pulsión incontrolable. Así por esa proceso de reflexión y algunos otros, a nivel de ejemplo, puedo decir que he cambiado de parecer y ya no dudo, mi religiosidad es cierta y al denominarla y situarla en un escenario adecuada me atrevo a decir que verdadera: juez de mi mismo soy y esto es peligroso, pero en cualquier caso mientras aliente un pensamiento racional y busque un orden lógico, creeré que es verdad aquello que tengo por cierto, pero no lo afirmaré como verdad irrefutable, verdad absoluta, Verdad a fin de cuentas.
Alcanzo la verdad, pequeña y cotidiana, cuando cerca de la basílica, en "Est, est, Est" ceno un bacalao frito. Filosofar gratuita y escasamente, como emocionarse y deambular por ahí, abren el apetito y hasta la sed. Son hechos y el bacalao es un hecho de pequeño calado y corto recorrido. La duda hiperbólica, descomunal, artificialmente hinchada para provocar el ejercicio del pensar, de Descartes, es un buen punto de partida: cabe dudar de todo si abre el camino a alcanzar la certeza. Al "pienso, luego existo" del filósofo, creo yo que antecedería en su busca intelectual un modesto "dudo, luego pienso". Conozco personas que convierten la duda en negación y se les agría el caracter; un buen amigo mío, cuando le saludas bajo un sol radiante con un pletórico "buenos días" te contesta "pero estuvo a punto de llover".
Naturalmente no puedo evadir la expresión feliz de "la verdad es un estado del alma". Pero de ¿que alma? ¿Que alma puede contener la verdad o lo que es más inquietante, cambiar de estado hasta alcanzarla? Reconozco que no creo en el alma inmortal, ni en el espíritu, ni en la reencarnanción, ni en la energía permanente, ni en la vida, ni en el reino de los cielos, ni en gozar de la visión de dios (claro está que del infierno ya ni hablemos, que bastante es este que tenemos: lo dijo Sartre) ni en tantas otras cosas en las que sí cree gente inteligente, emocionalmente equilibrada, de pensamiento racional y lógico. No considero que creer en el alma o en dios o en la vida eterna sea un acto de estupidez, o de ingenuidad, o de ignorancia; nadie está obligado al pensamiento científico, el que por cierto carece todavía de innumerables respuestas aunque en su favor hay que decir que no emite verdades sin probar, y que me perdonen los que son creyentes en algo esta breve puntilla. Tengo la certeza de que nada de eso existe y alcanzo en ella un nivel de absoluto: son mi verdad y a diferencia de otros, mi padre que ya murió, por ejemplo, no van transfiriendo su descreimiento al altar convertido en necesidad ciega de fe, a medida que ven que los años se le escapan y quieren compensar los perdidos con vida eterna.
Pero no creo en el alma eterna, volátil, espíritu o lengua de fuego, sino como un aglomerado de inteligencia racional, deductiva, lógica, emociones, experiencias y que se yo cuantas conciencias o inconciencias puedan sumarse ahí, incluyendo la psique. Imagino a ese alma, que no soy yo quien le da ese nombre, como una de esas aglomeraciones de pequeñas bolitas de colores diferentes que a modo de moléculas, virtuales totalmente, se mueven en un espacio que no sentimos físico pero que surje dentro de nuestra identidad, cada vez más pujante y poderosa. A la manera de Lucrecio la veo evaporarse, o en mi caso, dispersarse y diluirse en un espacio que ya no nos pertenece, cada bolita por su lado, apagándose con cierta dulzura, hacia la nada eterna. Y en ese alma que he dibujado mejor que descrito, si creo que se incorpora la verdad como un estado de la misma cuando una certeza se hace lo bastante poderosa como para llegar al absoluto.

14 comentarios:

  1. Allá donde para vernos a nosotros mismos necesitamos la mediación de lo infinito está, con un nombre u otro, Dios.

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  2. No puedo concebir a Dios; tampoco lo infinito. Todo lo que concibo, incluso el universo en expansión tiene tiene límites: los de su propia expansión.

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  3. Estoy de acuerdo con usted. Hoy mismo pensaba en esto. No quiero ir al infierno, pero tampoco al cielo y si por querer fuera tampoco quiero quedarme aquí, en esta tierra. En fin, no quiero ni pensar lo que sería un vivir, ser o estar eterno, este si que sería un buen infierno

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  4. Tal y como yo lo veo y desde mi certeza, lo que creo que es cierto, ni iremos al cielo ni al infierno, ni nos quedaremos, amigo Cerillo. Así es que puede usted, podemos los dos, estar tranquilos con respecto a eso.

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  5. Li infinito, Luis, puede ser Velazquez (tú lo has descrito), o un paisaje, o mil cosas más (todas aquellas que no caben en límites definidos, es decir, finitos). Y más allá de todo límite está aquello que lo limita.

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  6. De acuerdo entonces, Luri. Trataba de acotar el concepto. Entonces si soy capaz de concebirlo, porque lo he visto. Entonces ese Dios es para ti una divinidad en ese infinito, exaltante, indefinible. Si es así lo comparto.

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  7. San Anselmo decía que Dios es aquello más allá de lo cual nada puede ser concebido. Y tomando esta definición literalmente, Dios es lo in-finito, en el sentido de a-finito. Lo finito es lo que tiene un limite y, por lo tanto cabe en una definición. Definir y delimitar son etimiológicamente lo mismo y su sentido originario se encuentra en el concepto griego de "horos" ("mojón" o "hito") que Aristóteles transformó de concepto topológico en concepto lógico. Conceptualmente no veo otra posibilidad de acercarme al significado de "Dios" que esta y de ella deduzco la posibilidad de su experiencia. Lo que ya no puedo deducir es ni la necesidad de liturgias y ritos ni de mandamientos.

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  8. Luri: acabas de darme una lección magistral que guardo para usar. Mi concepto de Dios no se basa en posibilidades porque parte de mi propia certeza, y de repente me asalta esa limitación; porque comprendo la posibilidad como indiscutible y la manera de concebirla. Gracias.

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  9. Pero, por favor, no te creas nunca mi aparente seguridad, siempre hay alguna duda acechando en la penumbra. Aunque creo que eso tú lo sabes bien.

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  10. Por fin pude leer todo lo atrasado.
    Sé que venir aquí es estar preparada para todo lo que cuestionaré o reflexionaré a través de tus letras. Y esto es bueno.
    Me enterneció saber de Goyerri enamorado.
    Me llevo los pensamientos recomendados y otros más.

    Besos agradecidos.

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  11. Hola, Clarice. Ya se le pasó el amor a Goyerri, ahora está enfurruñado.

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  12. No sé si Dios existe, pero desde luego ROMA es "aquello más allá de lo cual no se puede pensar".
    Es un placer leer elegías romanas...

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  13. Totalmente de acuerdo, conde duque, pero carece de una limitación: se puede vivir.

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