domingo, octubre 01, 2006

El trébol no da la suerte

Cuando el día se ve, de mañana, con ese radiante aspecto en el que todo es sol, el de levante que parece dibujar con precisión cada elemento que se nos muestra a la vista, uno tiene el ánimo victorioso y renacido y a no ser que esté agobiado por problemas de verdadero peso, siente el júbilo del "ser más pujante" que dice Rilke en sus Elegías de Duino. "Es feliz, dice Montesquieu, aquel que cree que lo es", y en mañanas como las de hoy yo creo ser feliz y de tal emoción me embargo.
En el prado flota todavía el aroma a madera quemado, troncos bien grandes de pino, talados en la primavera para la ocasión. Esta noche pasada, en el campo de futbol, destartalado rectángulo con piso de tierra y dos gradas de ladrillos encalados, una uralita cubriendo a nadie de la lluvia, pues está agujereada y un enorme portón de entrada, en el que el club de este pueblo juega cada quince días los partidos de su división, pues esta noche pasada se ha celebrado el Teó, nombre que no se de donde viene pero que para los catalanes tiene aromas de tió, tizones que en la chimenea golpean los niños en Navidad para que salgan juguetes o golosinas de su interior.
El Teó es un baile bajo el cielo estrallado, con o sin luna, la última noche de las fiestas, que no acaba hasta las cuatro o cinco de la madrugada, a los acordes de una orquesta que durante las 5 horas que dura el acontecimiento no repite una sola canción, lo que para mi es prodigioso. En medio del terreno de juego, ahora de baile o de estar y de correr la chiquillería, se levanta una enorme hoguera de troncos, los cortados en la tala primaveral; troncos enormes que arden con la furia, el color y el calor con que ardía el fuerte de los buenos cuando los indios lo atacaban, mediada la película, antes de la llegada del Séptimo de Caballería. Una vez más la bebida, el baile, el danzón de cada uno y la caricia furtiva, o no, con el fuego y la noche: una vez más el prodigio de Shakespeare en los versos y canciones de El Sueño de una Noche de Verano.
Las hadas del bosque no existen: pero todos las hemos visto; y aspirado su amor de seda y tul, y ligero sudor, comprimido por una fragancia de perfumería con nombre francés. La carne es más tibia y amorosa en estas noches de fuego. Las criaturas del bosque están en el pensamiento y las manos de los mortales y con ellas no ha podido razón alguna.
Las fiestas acaban ya, para bien de todos, sobre todo de Goyerri que las teme por la cohetería. Hoy es Yom Kipur y mis amigos S... y P... han ido a celebrar el ayuno previo en Madrid, en su casa de allí, con sus hijos y nietos. Ayer comimos en Segovia comida sefardí y esta mañana, con el día radiante entrando por la cristalera del salón, después el desayuno he cogido un librito que tengo hace años, hojeado que no leído, sobre la Kábala. He pasado un par de horas en su compañía embebido en un contenido que complejo como es, muestra en su sistema total una coherencia exacta, diría que matemática. Hace años, leyendo el Zohar, comprendiendo menos de lo que quería, anoté una frase que siempre me ha acompañado: "Puesto que no debemos separarnos del camino de la verdad, nio siquiera por el espesor de un cabello". Me reencuentro con la frase en este librito y eso me atrae más todavía, como sucede cuando tienes la sensación de que algo conoces del camino que vas a emprender.
Leo hasta que me canso de hacerlo y dedico entonces mi atención al jardín, donde entre el cesped relativamente bien cuidado crece el trébol, repentinamente surgido de la nada o de una sementera traída probablemente con el mantillo que echamos en febrero. Las manchas de trebol son grandes, vistosas, y pese a haberlas podado con el resto de la pradera, forman coloraciones amarillentas que aféan el conjunto. Me inclino para verlas bien y descubro para mi ignorancia, que el trébol crece por la superficie de la tierra en tallos que se aferran a ella emitiendo pequeñas raicillas, formando un enorme enrejado que ahoga al cesped, le quita aire y luz y acaba agostándolo. Siento furia por esta invasión no deseada que amenaza con acabar con una pradera que procuro que esté esplendorosa. Me inclino sobre la hierba y empiezo a tirar de los nervios que se traman entre sí ayudándome de una herramienta de escarificar, una especie de garfío múltiple que al rascar hincándolo en el cesped, abre la masa de hierba, airea la tierra y saca, rotas, las terminales de la red de trebol que asoman al exterior, amarillentas, húmedas. Voy arrancándolas ahora con la mano y una a una, con cuidado: me doy cuenta del inmenso trabajo que me espera; alguna otra manera habrá, me digo, pero me concentro en ese romper y tirar de las terminales hasta que en el sendero de grava se va haciendo un montón de tallos tamaño considerable.
Inclinado sobre el cesped, dedicado a descoser la trama, no tengo pensamientos y si una enorme relajación, un hacer lento, aplicado a separar los hilos, sintiendo el frescor de la hierba bajo el cuerpo. Poco a poco, a mi alrededor se va borrando el amarilleante tono de la depredación y constato que el cesped original está borrándose de su espacio, perdiendo el espacio propio, su lugar natural. Una tragedia sin conciencia se produce en este territorio y una especie vegetal debe desaparecer al ser devorada literalmente por otra depredadora. Yo trato de salvarla, aunque creo que es tarde y en este combate que emprendo, aventuro un final: la muerte de los dos y una pradera agostada, quemada, baldía.
No estoy haciendo filosofía, ni poniendo a un público que no tengo un ejemplo de historia de las civilizaciones. Constato en la naturaleza de mi jardín, un ataque masivo de algo no deseado y la extinción de la especie inicial, esta si deseada. Todos somos muy dueños de ponernos los ejemplos que queramos, y es evidente que nada aprenderé de este combate sino que tener una pradera bien cuidada conlleva riesgos y trabajos. No he aprendido nada, sino que todo es un poco de lo mismo, incluso en los domingos radiantes de finales de septiembre.

3 comentarios:

  1. Claro que estás haciendo filosofía, Luis. O filosofía o prejuicio.

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  2. Hoy, 2 de octubre de 2006, zarpó de puerto desconocido una embarcación sin bandera que la identifique: SHANGRI-LA. DERIVAS Y FICCIONES APARTE.

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