martes, octubre 17, 2006

El árbol caído

Llueve esta noche con enorme violencia y me trae a la memoria, el agua que cayó una noche de abril de hace más de cuarenta años, cuando de retorno del cementerio donde habíamos dejado a mi madre, sentados mi padre, mi hermana y yo en la mesa para cenar un bocado sin apetito, asistimos sobrecogidos a una lluvia de violencia semejante a la de ahora que cayó durante horas; en silencio pensamos cada cual su cosa y coincidimos después en que todos habíamos sido presa del simbolismo del momento atmosférico unido a la tristeza. La soledad principal es el desgarro de lo cotidiano, las demás creo yo que son accesorias. Naturalmente que lo cotidiano es mudable en su morfología y en sus contenidos y eso lo hace más llevadero.
Aquella tormenta del inicio de la primavera, era en general, para la ciudad sobre la que caía, un accidente molesto: ríos de agua hacia las alcantarillas, ambiente de novela negra, carreras para encontrar un taxi, olor a humedad, charcos devolviendo el contorno de los faroles al cielo que los envía, cuanto se pueda decir de significado común para todo el mundo (es esta una expresión absurda que debe procurarse no usar, por cuanto no quiere decir nada en absoluto) menos para las tres personas que descubrimos que el grupo familiar, acogedor, quedaba mermado y uno de los cuatro integrantes, probablemente el más humilde y querido, se había quedado en su soledad de muerte bajo la lluvia.

Viene esto a cuento de una idea que me acompaña hace tiempo: el simbolismo, cuando lo generamos para nuestro consumo, salva a los detalles de la banalidad general que suele envolvernos y al mismo tiempo abducirnos a su interior. Todo es banal hasta que es simbólico y lo que es banal es aquello que segun el diccionario es trivial, común e insignificante.

La palabra banal era para mi una más de hermoso sonido, una palabra en cierta manera flotante, direccionada como una flecha: la propia palabra, por inusual era agraciada pero mi fijación por ella no iba más allá del conocimiento de un sonido y de, vagamente, su significación.Hasta que un día, hace algunos años, coincidí con un librito escrito por Hanna Arendt, cuyo título "El Juicio de Eichman" iba acompañado por un subtítulo que me encandiló por su originalidad conceptual de violento contraste: "La banalidad del mal". Corrí a averiguar el significado de la palabra y me encontré con tres cercanos (trivial, común, insustancial) sintiéndome arrebatado por la idea de que el mal pudiera ser algo trivial, algo común y algo insustancial.

Leido el libro y comprendido el concepto, además de acrecentar mi admiración por la autora, fijó en mi pensamiento a la palabra como resumen de significados singulares: trivial, común, insustancial. No hizo falta mucho para comprender que esa palabra podía ser clave en mi categorización del todo que soy yo y es mi mundo: la convertí en símbolo, precioso símbolo que se mostraba primero como bolsa vacía con la boca abierta, dispuesta a abducir cuanto pudiera alcanzar alguna de esas tres categorías. Mi esfuerzo de construcción del universo deconstruído poasaba fundamentalmente, no por identificar a los dioses sino a la banalidad, temeroso como estaba de descubrir que los uno y la otra iban a estar relacionados.

Hace muy poco tiempo, hablando con una joven amiga que mantenía la subjetiva postura de que es cultura y arte todo aquello que cualquiera, en legítimo uso de la libertad personal que nuestra sociedad le garantiza, decida que es cultura y arte. Arguía yo que ambos sustantivos necesitan adjetivarse poor cuanto es imposible considerarlos un todo absoluto, y añadía, que si lo que pretendemos es encontrar clasificaciones simples, entonces podíamos pensar que existía una cultura banal y otras culturas, de la misma manera que existía un arte de la banalidad y un arte de la emoción. No entendió ella que adjetivara a un determinado arte y a una determinada cultura como banalidad y cerramos la conversación con su afirmación primera. Muchos jóvenes se niegan a conocer palabras nuevas y muchos viejos no las han conocido nunca; es una lástima.
Pero yo afirmo que existe una cultura banal que es la que reina en el aire que nos rodea de la misma manera que existe una general banalidad instalada en los valores que hasta hace poco han formado nuestro patrón para la inspiración.

No es necesario que lo banal nos horrorice, no a mi por lo menos, que tengo defensas para ello; si es conveniente ser capaces de identificar lo banal en que se convierte el pneuma vital que nos rodea, produciendo una progresiva mineralización del entorno y de nuestros pensamientos. De igual manera que la banalidad del mal se ha enseñoreado del siglo XX que acabamos de dejar (y escribiré en breve sobre ello) otras muchas banalidades se han desparramado tiñendo el escenario de vulgaridad. Nosotros somos banales piensa todo el mundo (ya se que no es una expresión acertada pero sí la creo conveniente) y se reconoce en ella con sumo placer.

El árbol de la foto, fulminado por un rayo, quedó en medio del barranco, entre peñas caído y allí está día y noche, llueva o le caliente el sol, convertido en un símbolo de un angel caído, derrotado en la vida por la muerte aciaga. La imagen no es banal.

9 comentarios:

  1. Me llevo para rumiarla esta frase: "Todo es banal hasta que es simbólico ".
    "Sin el hombre -decía Kojève- el ser estaria ahí, pero sería mudo". Ese es nuestro compromiso con la vida -pienso a veces- dar voz a lo que sin nosotros sería mudo. Pero claro, una voz no banal, tienes razón. La banalidad nos degrada por debajo de la mudez.
    Magnífico texto, Luis.

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  2. He disfrutado mucho leyendo esta entrada; emocionante, profunda y muy muy bella... Grazie.

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  3. Voy a volverlo a leer... porque algo no me cuadra, jajaaa, pero quiero dejar mi primera impresión. Hay algo que me dice que la banalidad no es banal, pero no sé por qué lo pienso así.
    Volveré a dejar una segunda impresión después de leerlo de nuevo con más tiempo.
    (Esto no quiere decir que no me haya gustado el texto, sino todo lo contrario)

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  4. La banalidad es banal Roma. ^Pero no existe por si misma psino que las cosas son banales y loq ue provoca este blog es el hecho de que hay cosas que pasan por banales en determinadas circunstancias, por ejemplo el nazismo, porque se asimilan por la sociedad. Por ejemplo, y le dedicaré un post: el terrorimo de ETA.

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  5. Es curiosa la coincidencia Luri; yo creo que se trata de enfrentarse a la banalidad y tu escribes ·dar voz a lo que sin nosotros sería mudo". Creo que ese es el dilema que enfrentó la Arendt en El Juicio de Eichman. Definir al nazismo asesino como banalidad fué un paso gigantesco para el compromiso moral del iunteelctual frente a la sociedad.

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  6. Te agradezco tus palabras, Conde-Duque. Eso debía decirlo mucho Felipe IV en sus tiempos, pienso.

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  7. Últimamente siento ese ambiente de la soledad, pero más allá de lo que se sienta, es el hecho de saber como me gusta que sea.
    Banal o no, es lo intenso de la soledad en sí.
    Y me llevo tus líneas:
    "La soledad principal es el desgarro de lo cotidiano, las demás creo yo que son accesorias".
    Me he de sentir banal de seguro.

    Un besote

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  8. No, Clarice: lo banal es lo común, lo insignificante; no creo que lo seas.

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  9. Aquí hay un parque inglés, adosado a un jardín francés. Un día sopló un viento huracanado y derribó un carpe. Era el hortensia. Entonces el árbol quedó maltrecho pero los jardineros del ayuntamiento le echaron tierra encima para hacerlo revivir. Y ahí está, tumbado. Los niños le saltan por encima, se le suben. Es hermoso. Y yo pienso en los niños y en la banalidad del mal. Siempre lo hago desde que el biólogo del parque me habló del sufrimiento de ese árbol. Y también desde que un amigo me dijo lo mismo, que el mal era algo trivial y que por eso no solía dedicarle tiempo. Pero en realidad mi amigo no tiene un concepto banal del tiempo y yo sí. Adoro la emocionalidad que se transparenta en sus escritos.

    Un saludo caballero.

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