domingo, octubre 08, 2006

Del decir y el entender.

Hace años comía con unos conocidos en Santiago de Compostela: me habían llevado a degustar, de manera especial, lamprea en su sangre y no me gustó: me pareció un plato salvaje, agresivo de aspecto y de sabor, con un toque bárbaro que me hacía pensar en Valle Inclán, sin razón alguna, pura elección de los derroteros del pensamiento. Habíamos estado trabajando toda la mañana los dos grupos, los que llegábamos desde Madrid y los que residían y trabajaban allí. En la sobremesa uno de los nuestros empezó a desgranar preguntas sobre viejos conocidos que no estaban en aquella mesa.
- Oye, le preguntó al anfitrión. ¿Y Moura?
- Marchó . contestó el otro categórico mientras le escanciaban el orujo en la copa de balón.
- ¿Marchó? - pidió aclaración quien había preguntado.
- Marchó a Coruña por estar cerca del hijo, que ya casose.
- Ah - rebuscó el inquiriente por otro nombre - ¿Y Gerardo?
Miraba el orujo y a través de él a un lugar indeterminado del techo
- Marchose.
- ¿A Coruña?
- No, este murió.
Siguieron las preguntas y yo me quedé con el reflexivo diferenciador de la vida o la muerte. Me dijo que estaba ante un comentario típico de gallegos: laconismo y sentido. Indefinido: viaje al futuro. Reflexivo: muerto. No había más que añadir y decir salvo el asombro que te causa el lenguaje cuando no es el tuyo. Me acordé entonces de otra ocasión, en la que, hablando por teléfono dsede Madrid a Villagarcía con un amigo al que iba a ver horas después, le pregunté:
- Oye, ¿y que tiempo hace ahí?
Y lacónico me contestó.
- ¿Y que le vamos a hacer?
Yo, por si acaso añadir al equipaje prendas de abrigo.
El lenguaje es la puerta de entrada a las personas, la bandera de señales, el sonido conocido de la comunicación o de la incomunicación, que pueden ser ambas cosas a la par o una después de otra. Conozco a quien se chifla por oir una voz humana aunque no entienda lo que dice: cosas del aislamiento, probablemente, o de la soledad que no es estar aislado sino estar solamente entre la gente. Por Madrid y en coloquial se dice "solateras" y así es, así lo entiende todo el mundo. "Está solateras" y hay para compadecerse del triste solitario que no encuentra a quien llevarse a la vista y a la palabra.
Más habitual que "ir a Coruña a estar cerca del hijo, que ya se casó" es morirse. Es cierto que el acto de morir incide solamente en uno, no trasciende más que del hecho de ser al de no ser. El "se" final de corresponde como anillo al dedo, "morir a sí mismo, a sí o se" para cancelar la noticia de su vida, pero cabe mejor aplicarle el eufemismo dinámico de la marcha, marchose, se marchó, por decisión propia o por lo menos por acto propio, que nadie puede hacer por él. Podría decirse "lo marcharon" y eso sería la acusación inequívoca de una muerte violenta, que no fué el caso.
El lenguaje es el arte de la incomunicación y a veces se entiende. Si se escribe para los demás, o se habla para ellos, se les pone difícil porque escribimos o hablamos desde nuestra propia mesura o desmesura, y es más habitual esta última que la primera. Me suele suceder recibir comentarios a lo que digo o escribo que no toman mis palabras por lo contrario a lo expuesto, sino por caminos radicalmente diferentes. Hablo de soberbios y me devuelven héroes, por poner un ejemplo. Vuelvo a reflexionar sobre mis palabras y nada en ellas me lleva a lo entendido, pero debo aceptar que es así, que no digo bien lo que quiero pero si digo bien lo que entienden. Me gusta la ver la cara de quien comprendiéndome no se acerca en nada a mi intención y me la devuelve cambiada y afirma entusiasta mi razón. No le digo nada, me averguenzo, no le considero un tonto, lo soy yo, ¿porque no escoger otras palabras? ¿Quien y que se esconde detrás de mi lenguaje? ¿Un pedante? ¿Un inútil? ¿Cómo puedo desperdiciar las pocas ideas que tengo explicándolas mal?
No conozco todas las palabras, y de las que conozco, no todos los significados. Se de pocas personas que hablen con propiedad y en una línea de sencillez expositiva que permita saber, - si, es de saber de lo que se trata - lo que me han dicho para poder confiar en mi respuesta. Cabe naturalmente decir "bueno, ya se sabe..." como salida estúpida, la cara acompaña a la expresión, que no quepa la menor duda, antes de decir francamente "no he conseguido entender lo que has dicho". Si aquel que me escucha no me entiende, pero afirma rotundo que admira mi sabiduría, será que entiende que la sabiduría es algo que no debe entenderse a la par que se escucha, o será que no escucha atropellado por demasiado conocimiento que no desea, o simplemente que se sale de rondón del tema, desinteresado por el tema y por la ocasión. Será cualquier cosa, aunque yo pienso que seré yo que no hablo claro.
El otro día me encontré a J... en el bosque viniendo él del pueblo y yendo yo. Tiene noventa años, paso calmo, acentuado Parkinson, bastón en la mano, gorra sobre los ojos que se han convertido en dos ranuras por los que mira y ve. Nos vemos cada día por ahí y me asombra su vivir cotidiano, siempre caminando, de la casa suya a la del hijo, al pueblo, por el prado, en la linde del bosque, siempre deambulando. Tiene también un cancer de próstata, me dijo su hijo. Camina derecho, recto, soportando la degradación temblorosa con templanza y buen humor.
- ¿De donde viene? - le pregunté.
- Del bar - me contestó añadiendo enseguida - He estado un rato para ver jugar a las cartas.
- ¿Y usted no juega?
- No, yo ya no juego.
- ¿No le gusta?
- Mucho, he jugado mucho y me gusta mucho.
- ¿Y entonces?
- No puedo - alzó su mano de Parkinson a la altura de mis ojos- Con este Parkinson se me ven las cartas.
Siempre hay una explicación final en un diálogo, que cierra el tema y que facilita incluso el escribirlo. En un diálogo entre dos debe saberse desde donde se viene, con qué a cuestas, y hasta donde se va a llegar. Lo contrario es divagar entre quienes no escuchan sino a si mismos, que es ocupación agradable, de eso no cabe duda, pero inútil. Quien se escucha a si mismo ya conoce la canción y por mucho repetirla no la hará mejor; esto me lo decía un maestro de mi infancia que ya habrá muerto, hace años. Marchose, ya se sabe.

6 comentarios:

  1. Hay una magnífica anécdota de Sócrates,transmitida por Apuleyo, según la cual un día que estaba aquel filósofo de cháchara, como acostumbraba, por las plazas de Atenas, se sorprendió de tener en el grupo a un muchacho completamente callado. Tras manetenerse así un buen rato, Sócrates se dirigió a él diciéndle:
    - ¡Habla, para que te vea!

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  2. La anécdota es magnífica. Solamente la palabra nos muestra entre la multitud. Claro que alguien más frívolo podría decir "o la belleza".

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  3. Antológico (por seguir en la tesitura galaica).

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  4. Gracias, Joaquín, por la expresión hiperbólica.

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  5. La parquedad (irónica y sabia) del lenguaje gallego (en castellano) se merece un estudio detallado: "La metafísica de los gallegos". Prometo escribir un post en breve...

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