He hecho un experimento conmigo mismo y no ha salido bien; o si; la realidad es que para que algo salga bien deben darse unos parámetros sin margen de variación. En el sentido en que me propuse sintetizar una historia escrita hace años en 10 entregas en 10 días consecutivos y que haya decidido finalizarlo en la 6, quiere decir que la intención no se ha visto acompañada por el éxito: podríamos decir que he rozado el absurdo.
No se trataba de hacer algo, que aplicándole un esfuerzo más allá del puro goce creativo, podría haber terminado, sino de ver hasta donde llega la explosión creadora inicial, entendiéndola como acabo de escribir, totalmente liberadora y constitutiva del más puro placer: ha llegado a la entrega 4.
Cuando escribí, hace más de 30 años, el primer relato, llegando a ocupar casi los 200 folios y dejándolo todo lo bien acabado que se puede un texto, me planteé el buscar un editor, pero ni lo intenté. A mi mismo no me parecía haber escrito nada relevante, si bien dos amigos lectores me alabaron el estilo, la idea y el desarrollo. Los amigos son siempre buena gente y sospecho que cuanto más amigos son más tentados se sientes a leer completamente un texto largo de alguien a quien aprecian. A mi me cuesta hacerlo, será esa la razón por la que hace tiempo que tengo escasa relación con escritores. En aquella ocasión, uno de ellos me dijo que había entrevisto en las páginas un espíritu femenino al acecho: no le comprendí y por pura modestia no le pregunté.
Dejé el texto guardado en un cajón y salvó la destrucción que corresponde a los varios traslaldos de domicilio y cambios de humor, entre la frustación y la conciencia cierta de fracaso. Como nunca he intentado publicar, ni siquiera un cuento corto (he escrito algunos que son estimables) o una poesía (sucede lo mismo y si alguien quiere conocerlas están en el blog http://versosversusversos.blogspot.com ) la pelea por escribir ha sido enteramente mía: vivir lo hacía de otras cosas, no escasamente, así que la importancia de escribir era puramente vocacional y así debería de seguir siendo. Opté, es tan cierto diría en tono teatral como que hay día y noche, por no tratar de publicar nada hasta el día en que lo escrito en el papel fuera realmente bueno; reconocible por mi como bueno, no por los demás. Y debo decir, para evitar suspicacias, que soy fieramente crítico conmigo mismo y que me parece casi siempre que lo escribo es insustancial: para aumentar el enorme montón de insustancialidad, no escribo yo. Dos veces en mi vida he estado en trance de publicación y en ambas he optado por dar un paso atrás. Siento decir que no creo en mis palabras escritas cuando son más de tres mil, la una detrás de las otras.
Con este texto ha sucedido algo por demás curioso: la idea nació a partir de imaginar una ciudad que se llena de cadaveres con toda normalidad y los barrenderos los retiran con cuidado; los supervivientes inician una marcha hacia el desierto y en esa marcha un pequeño grupo se perdía en un laberinto hasta consumirse. Historias se entrecruzaban, pero eran otras, más simples que las que ahora he empezado a esbozar. Mientras ahora lo reescribía, sin el texto original al lado, sino usando de la memoria de las situaciones, ha ido surgiendo otro relato que, con el mismo esqueleto, me lleva a otro lugar, altera las historias y aceptando que pueda tener algún interés, a mi no me conduce a ninguna parte.
Y aquí llega la parte más fácil del experimento y de su consiguiente fracaso, sin frustación. Podría haber seguido escribiendo amparado en una cierta facilidad para hacerlo, en la confianza en el estilo, pero a partir de la entrega 4 he perdido todo interés en la historia, porque pese a haberla imaginado de corrido, he perdido la noción del camino y no se a donde voy. Estaba en unja parábola, en una metáfora si se quiere, que inicialmente era del fin de un mundo que habitamos, pero que de repente fué metáfora de nada, parábola sin sentido. Como aquella escuela de cine de Barcelona que tantas secuencias de vacío existencial llegó a filmar en busca de un Antonioni que era mucho más que estilo, aunque los que trataron de copiarle no atinaran a comprenderlo, yo podía repetirme a mi mismo, copiarme e incluso reconocer en mi pensamiento situaciones basadas en imágenes entrevistas en comics (pienso ahora en Hugo Prat, básicamente) o en libros como El Desierto de los Tártaros, de Dino Buzatti o el mismo El Castillo, de Franz Kafka. Si todo está escrito ya soberbiamente, ¿a que escribirlo de nuevo?
Se me dirá que bien, que haga lo que quiera y que en resumen mi blog es mi blog; y es justamente por ello por lo que lo he hecho de la manera que lo he hecho y por lo que lo finalizo de esta manera abrupta, aunque razonada. Estoy fascinando por el mundo del blog, creo que es un gran medio comunicador, no de comunicación, sino para comunicarse unos y otros. Para mi es algo más que un diario o un cajón de sastre en el que se guardan recortes y fotografías; para mi es escribir en mi estudio con la puerta entrabierta, y acepto que la mirada de los paseantes por el pasillo exterior me sorprenda, charlo con ellos si se detienen y si no, sigo con mi presencia, ya no anónima. Es por esta razón por la que dejo entrever pequeños detalles de mi vida, por la misma razón por la que he puesto cara, edad y nombre al autor de estas entregas, casi diarias.
Durante más de 30 años he trabajado en comunicación y he producido eventos de presentación de marcas y productos, muchos de ellas del universo del hardware y el software. Soy un buen conocedor de todo ello y creo que un pionero: el primer PC que manejé era de carcasa de hierro y alcancé cierta notoriedad entre profesionales de mi sector por mi constante dedicación a modernizar los sistemas de mecanización de nuestro trabajo, comunicaciones incluídas; nunca sospeché, lo confieso, la llegada del blog y no intuí que algún día tendría una pequeña red de corresponsales (no es la palabra exacta pero se puede comprender) a los que dedicar, como si de amigos se tratara, un espacio de tiempo cada día, en la medida de lo posible.
Y como se que son pocos los que por aquí pasan, algunos menos los que se quedan un rato, les debo una explicación que no espera de ellos el menor comentario.
No se trataba de hacer algo, que aplicándole un esfuerzo más allá del puro goce creativo, podría haber terminado, sino de ver hasta donde llega la explosión creadora inicial, entendiéndola como acabo de escribir, totalmente liberadora y constitutiva del más puro placer: ha llegado a la entrega 4.
Cuando escribí, hace más de 30 años, el primer relato, llegando a ocupar casi los 200 folios y dejándolo todo lo bien acabado que se puede un texto, me planteé el buscar un editor, pero ni lo intenté. A mi mismo no me parecía haber escrito nada relevante, si bien dos amigos lectores me alabaron el estilo, la idea y el desarrollo. Los amigos son siempre buena gente y sospecho que cuanto más amigos son más tentados se sientes a leer completamente un texto largo de alguien a quien aprecian. A mi me cuesta hacerlo, será esa la razón por la que hace tiempo que tengo escasa relación con escritores. En aquella ocasión, uno de ellos me dijo que había entrevisto en las páginas un espíritu femenino al acecho: no le comprendí y por pura modestia no le pregunté.
Dejé el texto guardado en un cajón y salvó la destrucción que corresponde a los varios traslaldos de domicilio y cambios de humor, entre la frustación y la conciencia cierta de fracaso. Como nunca he intentado publicar, ni siquiera un cuento corto (he escrito algunos que son estimables) o una poesía (sucede lo mismo y si alguien quiere conocerlas están en el blog http://versosversusversos.blogspot.com ) la pelea por escribir ha sido enteramente mía: vivir lo hacía de otras cosas, no escasamente, así que la importancia de escribir era puramente vocacional y así debería de seguir siendo. Opté, es tan cierto diría en tono teatral como que hay día y noche, por no tratar de publicar nada hasta el día en que lo escrito en el papel fuera realmente bueno; reconocible por mi como bueno, no por los demás. Y debo decir, para evitar suspicacias, que soy fieramente crítico conmigo mismo y que me parece casi siempre que lo escribo es insustancial: para aumentar el enorme montón de insustancialidad, no escribo yo. Dos veces en mi vida he estado en trance de publicación y en ambas he optado por dar un paso atrás. Siento decir que no creo en mis palabras escritas cuando son más de tres mil, la una detrás de las otras.
Con este texto ha sucedido algo por demás curioso: la idea nació a partir de imaginar una ciudad que se llena de cadaveres con toda normalidad y los barrenderos los retiran con cuidado; los supervivientes inician una marcha hacia el desierto y en esa marcha un pequeño grupo se perdía en un laberinto hasta consumirse. Historias se entrecruzaban, pero eran otras, más simples que las que ahora he empezado a esbozar. Mientras ahora lo reescribía, sin el texto original al lado, sino usando de la memoria de las situaciones, ha ido surgiendo otro relato que, con el mismo esqueleto, me lleva a otro lugar, altera las historias y aceptando que pueda tener algún interés, a mi no me conduce a ninguna parte.
Y aquí llega la parte más fácil del experimento y de su consiguiente fracaso, sin frustación. Podría haber seguido escribiendo amparado en una cierta facilidad para hacerlo, en la confianza en el estilo, pero a partir de la entrega 4 he perdido todo interés en la historia, porque pese a haberla imaginado de corrido, he perdido la noción del camino y no se a donde voy. Estaba en unja parábola, en una metáfora si se quiere, que inicialmente era del fin de un mundo que habitamos, pero que de repente fué metáfora de nada, parábola sin sentido. Como aquella escuela de cine de Barcelona que tantas secuencias de vacío existencial llegó a filmar en busca de un Antonioni que era mucho más que estilo, aunque los que trataron de copiarle no atinaran a comprenderlo, yo podía repetirme a mi mismo, copiarme e incluso reconocer en mi pensamiento situaciones basadas en imágenes entrevistas en comics (pienso ahora en Hugo Prat, básicamente) o en libros como El Desierto de los Tártaros, de Dino Buzatti o el mismo El Castillo, de Franz Kafka. Si todo está escrito ya soberbiamente, ¿a que escribirlo de nuevo?
Se me dirá que bien, que haga lo que quiera y que en resumen mi blog es mi blog; y es justamente por ello por lo que lo he hecho de la manera que lo he hecho y por lo que lo finalizo de esta manera abrupta, aunque razonada. Estoy fascinando por el mundo del blog, creo que es un gran medio comunicador, no de comunicación, sino para comunicarse unos y otros. Para mi es algo más que un diario o un cajón de sastre en el que se guardan recortes y fotografías; para mi es escribir en mi estudio con la puerta entrabierta, y acepto que la mirada de los paseantes por el pasillo exterior me sorprenda, charlo con ellos si se detienen y si no, sigo con mi presencia, ya no anónima. Es por esta razón por la que dejo entrever pequeños detalles de mi vida, por la misma razón por la que he puesto cara, edad y nombre al autor de estas entregas, casi diarias.
Durante más de 30 años he trabajado en comunicación y he producido eventos de presentación de marcas y productos, muchos de ellas del universo del hardware y el software. Soy un buen conocedor de todo ello y creo que un pionero: el primer PC que manejé era de carcasa de hierro y alcancé cierta notoriedad entre profesionales de mi sector por mi constante dedicación a modernizar los sistemas de mecanización de nuestro trabajo, comunicaciones incluídas; nunca sospeché, lo confieso, la llegada del blog y no intuí que algún día tendría una pequeña red de corresponsales (no es la palabra exacta pero se puede comprender) a los que dedicar, como si de amigos se tratara, un espacio de tiempo cada día, en la medida de lo posible.
Y como se que son pocos los que por aquí pasan, algunos menos los que se quedan un rato, les debo una explicación que no espera de ellos el menor comentario.
Lo que tenemos que pedirle a Ítaka, ya se sabe es un largo viaje, y a ser posible unos cuantos lestrigones y un cíclope. En cuanto a la meta... dejemos las metas para los que tienen prisas por llegar.
ResponderEliminarummmm....
ResponderEliminarGregorio: creo que existe ya un acuerdo generalizado en que de Itaca el viaje es lo fundamental, gracias a Kavafis, obvio, con la colaboración de Llach. Eso debiera haberlo aprovechado el Patronato de Turismo de la Isla.
ResponderEliminarJoaquín: me preocupas.
osea que se queda la historia inconclusa? se te hace justo hacerle esto a mis ojos? quedarme con las ganas de saber en que para la historia?
ResponderEliminartampoco amenazas despedirte del blog verdad?
de acuerdo....todo lo que escribas será bienvenido.
besos a Goyerri y a Ana
No, Clarice. De momento no dejo el blog. Me gusta demasiado. Gracias.
ResponderEliminarummmmm...
ResponderEliminarTan sólo una pequeña broma. Es que la lectura de tu post me ha dejado pensativo. Por cada autor que publica, debe haber unos 50/100 que permanecen inéditos, como parece ser tu caso. No estoy seguro de en qué lado de la raya queda lo mejor.
Joaquín, sin lugar a dudas, para mi, en el mío, mientras no crea que lo que escribo merece ser publicado, no profesionalmente, sino literariamente. Yo hoy leo poco actual, porque me desencanta casi siempre. Y quiero subrayar la distinción que hago, "profesionalmente".
ResponderEliminar(pues a mí me ha encantado este final)
ResponderEliminarRoma, los finales inacabados son cuando menos algo en que pensar. Si te ha encantado ha conseguido todo su objetivo: una lectora encantada es mucho más de lo que esperaba. Siendo tú, muchísimo más.
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