No sé de lugar más vacío que el escenario del teatro antes del ensayo, cuando la luz de escena, allí en lo alto una sola bombilla, y dos sillas dejadas desde ayer aguardan la presencia humana. Abierto como un pulmón al patio de butacas, toda la soledad del mundo se abate sobre este pequeño lugar lleno de polvo. La causa es el eco, compañero de la voz mientras no hay público. No cabe mirar al patio de butacas sino es para enfrentar el vacío de ordenados respaldos y caer en la cuenta de la presencia de una sobre las tablas de madera, figura solitaria que ha de enfrentar una realidad que se le escapa: la de la representación.
Nada es más falso que representar frente al público, y pocas catarsis alcanzan tanta purificación transformando el ánimo común en ternura o dolor o alegría y regocijo. Yo se que miento, me digo, como actor y el público lo sabe, me tiene con nombre y apellidos en su programa de mano, pero yo modulo un lenguaje que le alcanza y se ha de producir la mutación de mentira en verdad y yo dejo de ser yo para ser otro. Con sus palabras y sus hechos, descritos o adivinados, con mi figura, le presto la apariencia, es su vida y sus hechos los que arrastran verguenzas o glorias ante el público. Al final me dirán lo bien que he estado porque han aceptado que les engañe: después de todo ¿quien es el actor? ¿qué importancia tiene cuando representa a Hamlet?
Pero he saltado del escenario vacío antes del ensayo a la representación y es demasiada prisa, he descompuesto el ritmo de la escena que quiero dibujar: la del hombre que aspira a esbozar en el aire, en la caja de luz que ahora es solo sonido silencioso, una puesta en escena que exprese la historia, su crescendo, su mensaje, el pálpito ejemplar del sentimiento.
En este escenario que vivimos, que vivo yo mientras escribo, las distancias son medidas infinitas, los movimientos danza, los silencios la música que debe envolverlo todo y la música que suena subrayados. Detrás del silencio, se piensa, vendrán unas palabras y dos pasos cortos, un juego de miradas, un intercambio de palabras rápido, pisándose las frases, y de nuevo el silencio con el mutis: saldrá el actor y dejará al público en suspenso. Que caiga el telón muy poco a poco mientras se apagan las luces. Eso está en la mente y acotado con letra nerviosa en el cuaderno de escena que uno ha compuesto.
¿Cómo puede ser que unos metros cuadrados se conviertan en el mundo infinito de unos personajes donde los límites se borran? ¿Cómo puede avanzar un personaje hacia el proscenio y mostrarnos toda su debilidad o fortaleza hasta hacernos llorar? ¿Cómo un decorado torpemente pintado puede convertirse en el espacio preciso donde los hombres agonizan en su soledad? Esos metros, pocos, que rodean al actor, darán a sus palabras toda la trascendencia que necesita el público para hacerlas suyas.
Amaba ese momento en que esperaba a que mis amigos, los actores, llegaran al ensayo.Éramos tan jóvenes como esforzados y de nuestro magro bolsillo sacábamos el dinero para alquilar el teatro, los decorados, el vestuario, la imprenta, la Sociedad de Autores y los bocadillos que habían ido jalonando el esfuerzo. Teníamos alguna ayuda de las familias o amigos y por supuesto contábamos con ellos para llenar el patio de butacas de la Capilla Francesa de Barcelona, un teatro con 200 localidades en platea, dos pasillos laterales, un ambigú a la izquierda de la entrada y una pequeña escena con un procenio muy corto. Amaba, he escrito el momento, en que actuando como director del grupo, esperaba a que llegaran los actores mientras la cuidadora de la sala revoloteaba por allí, ajena a los decíamos o hacíamos mientras duraban las horas alquiladas para ensayar.
Escuadra hacia la Muerte, La Mordaza, Madrugada, Casa de Muñecas, Juan Gabriel Bokman, Historia de Vasco, El Rey se Muere, Antígona... no recuerdo muchas más en las que de una manera u otra intervine (nunca como actor, era incapaz) dirigiendo, cuidando la escenografía, pintando decorados o repasando textos; pero estuve siempre sobre el escenario antes de los ensayos escuchando el silencio en que se construye la tragedia antes de que se apaguen las luces del patio de butacas.
El comienzo de tu texto me ha recordado algo que Aristóteles dice por algún sitio: que el melancólico es como un escenario vacío.
ResponderEliminarMe suena la frase, si, pero yo creo que todo es como un escenario vacío: cualquier acto de neustra vida tiene público.
ResponderEliminaralgunas veces estamos en escenarios vacíos aunque estemos rodeados de gentes.... tal vez tien más de escenario interior que de lo que nos rodea.
ResponderEliminarMe gustó tu blog.
Muchas gracias por tu visita y tu halago, Gaia56. esta es tu casa.
ResponderEliminar