jueves, septiembre 07, 2006

De los imaginarios


Cuando hice esta foto, no se donde era, pero si que el cielo sobre mi cabeza me enviaba un mensaje, no caía en la cuenta de que faltaba la voz tonante de Dios saliendo de entre las nubes; algunos miles de años atrás tal vez hubiera sucedido y yo, pobre sujeto al fin, temeroso de Dios, hubiera obedecido sus órdenes; para eso hubiera hecho falta que el lugar fuera algún rincón de las tierras de Israel o de Judá, o el exilio en Egipto o en Babilonia. De haber sido en lo que más tarde se conoció por Hispania, hubiera apretado el paso para guarecerme de la próxima lluvia que estaría por caer.
Hoy, una larga costumbre de ver imágenes en mi niñez, pintadas con cariñosos azules, estampas benéficas con textos santos, no puedo evitar que la contemplación de esa acumulación de luz sobre un frente de nubes me llevé a la contemplación del prodigio que, muy probablemente dió con Pablo de Tarso en el suelo, descabalgado accidental y violentamente para convertirlo. Me falta Dios en ese cielo porque de niño me acostumbraron a verlo, apareciendo radiantemente bondadoso, anciano de blancos cabellos y barba, flotante, ingrávido. En otras ocasiones se trataba simplemente de un triángulo con un ojo pintado en el centro, lo que di en no entender durante años.
Ciertamente, cuando hablo de desaprender y deconstruir en la mancheta de entrada de este blog, me refiero al esfuerzo necesario para borrar de mi información recibida, estructurada desde las imágenes que, depositadas en mi mente en la infancia, siguen produciendo su efecto. ¿Cómo negar la existencia de reflejos cuya misión es recoger desde una imagen un código de comunicación depositado?
Imagino a miles de pensadores creyentes, creando un imaginario a partir de un relato literario, alimentándolo unos detrás de otros, a lo largo de los años. Seráficas o terroríficas, todas esas imágenes construídas en cadena, han dejado poco espacio a la imaginación. El mundo nos ha sido dado en imágenes, y con ellas los miedos y los códigos de conducta. En mis paseos al atardecer por el borde del mar, en la playa abandonada por los turistas y veraneantes que aun restan aquí, después de un agosto multitudinario, trato de imaginar como sería el primer paisaje visto sin significados latentes. ¿Cómo percibiría cualquiera esta larga cinta de arena húmeda que se curva a lo lejos siguiendo la sierra que parece atacar el mar como un ave, cerniéndose sobre él? No se puede pretender tener los ojos de la ingenuidad para no ver sino lo que hay y no trastocar su relación con nosotros en una pesada carga de significados.

2 comentarios:

  1. 1. ¿Y si el paisaje fuera, inevitablemente, un estado del alma?
    2. ¿Y si los estados anímicos se nos impusieran siguiendo su propia lógica imprevisible y no a nuestra razón?

    Ya ves... sigo matando moscas con el rabo.

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  2. Lo cual debe dejar muchas moscas vivas.
    Los estados anímicos son una combinación de química y razón, según creo. El paisaje es un elemento objetivo que puede alterar nuestra ´"química" en un sentido u otro.
    Pero en cualquier caso no aparece el triángulo mágico entre las nubes.

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