domingo, septiembre 10, 2006

Cuestión de contenidos


Es una frase sorprendente oída en un programa de entrevistas en televisión; desconozco al entrevistado, de hecho oigo el rumor de las palabras en el piso de abajo y me sorprende una frase que llega a lo alto con claridad: "en el fondo todos tenemos algo de alguien"
Cuando me siento a escribir esta entrega de mi blog, me dan vueltas las palabras, en su orden, y tengo en la memoria el tono de la voz y la celeridad con que las pronuncia esa mujer desconocida. Rotundamente como las pronuncia parece que estamos ante una verdad pasmosa, pero ante cada frase debe existir un tiempo de espera; sucede demasiado a menudo, mucho en los blogs, que con dos o tres frases sacadas de un libro pergueñamos un texto casi profundo: nos basta recordar que alguien dijo alguo y dentro o fuera de contexto le aplicamos nuestra sabiduria, no la de pensar la frase sino la sabiduría de recordar el corto vuelo de una sentencia. La admiración que ello produce compensa.
Pero parece que estoy ante algo de mayor enjundía si bien, al analizarla, tengo la impresión de caminar por el filo de una navaja: tal vez sea realmente profunda, tal vez una vulgar vaguedad. Debería ser capaz de encontrar, en mi inteligencia, dos maneras de leer y comprender o de oir y comprender, como se quiera y enfrentándolas una a la otra, acabar decantando mi simpatía por aquella que me resulte de más acertada: ¿en función de qué? Probablemente de la simpatía o del vago discernir intuitivo. Está claro que todos tenemos algo de alguien, vaya un descubrimiento, pero ¿qué? ¿Cual es ese algo? ¿Debe saltar a la vista?
No hay mundos paralelos, ni dobles de cada uno en otro nivel al que, de poder acceder, acabaríamos odiando. Aquellos que amamos la soledad como una enorme compañía no soportaríamos vernos recreados en otro que de alguna manera nos perteneciera o al que de alguna manera le perteneciéramos. Una relación debe de haber entre mi yo reflejo y mi yo que soy yo aunque debería ser inútil mantener con él una simple conversación. O estamos en lo mismo o somos radicalmente distintos; probablemente ni siquiera hablamos el mismo idioma. No somos más que una duplicación natural de todos los objetos y de todas las criaturas.
Desterremos esa idea: el bosque no es lugar para alimentar ideas desconcertantes; es un lugar concreto en el que hoy ha caído una violenta tormenta, han bajado las temperaturas y en el que durante los trece días que hemos estado ausentes, el jardín ha decidido crecer desmesuradamente y hacerse frondoso; salta a la vista que ha optado por crecer en libertad, harto probablemente de mi presencia.
No quiero perder de vista el objeto inicial de estas líneas. El error camina siempre en carreta hacia su destrucción condenado por los demás que se saben puros; es obviamente el error el que va a ser ejecutado, aún siendo un héroe por el que sintamos la más profunda de las piedades, por los demás que no le reconocen como suyo, formando parte de su humanidad. Puede que tenga algo de ellos, de algún inocente, pero no le van a conceder esa ignominía, esa mancha; aplaudiendo y haciendo calceta, gritarán de alegria al ver rodar su cabeza y calificarán al error de maldad. Pues si es cierta la frase que he oído en televisión, el error tendrá en si algo de un otro, que por ser diferente será cierto, una gota de certeza, una impureza, un salvoconducto para la inocencia probable, o posible..
Pero no se trata de alcanzar tal alto grado de sutileza sino de remedar el hecho en sí del parecido, tal vez se refería a eso solamente, a un parecido físico que saltaba a la vista o que debía de sentirse al mirar al objeto principal. Todos, o sea, un pequeño universo de una decena de personas, aseguran que mi hija se parece notablemente a mi, y no les creo. Por más que la miro y hago lo mismo conmigo, no lo consigo ver ese algo que a todos parece tan evidente. Uno, dicen, es el último en reconocer sus vicios; debe de ser lo mismo.
Yo tengo algo de alguien, o de algunos, o de muchos, porque ni soy ni puedo ser un especimen nacido en una urna y en ella alimentado y desarrollado. Cuando alguien me habla me introduce algo de él, y si leo me introduce algo de él, y si amo me introduzco algo del otro aunque acabe desamando. Pienso en esa persona que tiene algo de alguien, en concreto: ¿de quien es la paranoia del asesino?
Claro que puede tratarse también de algo moral, espiritual si se quiere, de un componente ético (aquí no deben faltar las probabilidades) o una inclinación. Tener algo de alguien, como todos, nos convierte en rehenes del secuestro por parte del otro: "no creas que eres tú, tienes algo mío" parece decirnos desde su escondrijo. Y justamente lo que puedes tener es importante, la arrebatadora simpatía, la bondad, la fe en los demás, una ingenuidad demasiado benéfica.
Todos tenemos algo de alguien, una enseñanza, un impulso, un ejemplo del que hemos creído aprender una norma para seguir adelante. Así pues hemos aprendido pero ignoramos, en una gran mayoría de casos, cual fué el maestro o por escribirlo en plural, los maestros. A lo mejor debiéramos irlos recordando y dejar una lista para las generaciones venideras.
Claro que lo cierto es, estoy seguro, que en esa frase pronunciada en u programa de televisión, sin otra intención que la de llenar tiempo y aportar imagen, no ha reparado un número elevado de personas y probablemente sea yo el único, que escribo unas líneas sobre ella. Tal vez haya conseguido su último objetivo.

8 comentarios:

  1. Pues yo quiero tener algo de ti, por ejemplo, la profundidad en las letras.

    En cuanto a la foto, es bellísima, es algo en donde le encuentro mucho contenido....detenerse largo rato para contemplarla.

    Apapachos con contenidos.

    ResponderEliminar
  2. La conciencia dicen que es el otro interiorizado. Si fuera así, ese "alguien" moraría en lo que creemos de más propio.

    ResponderEliminar
  3. Clarice: es un trozo de tronco de árbol que tengo en el jardín y que estaba destimado a arder en la chimenea, pero lo salvé proque se parecía a alguien.

    Gregorio: así es, ese alguien nos habitaría.

    ResponderEliminar
  4. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  5. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  6. ¿Estaríamos hechos, Luis -al menos en parte- de los rostros de aquellos que hemos temido?

    ResponderEliminar
  7. Tenemos? o guardamos?
    Creo que guardamos, con conciencia o sin ella, muchos "algo" de muchos "alguien".
    Tener tener... lo que se dice tener... me resulta más difícil de aceptar, y no sé por qué.
    Los parecidos físicos o de carácter también me gusta pensar que se "guardan" en lugar de que se "tienen", y tampoco sé por qué.
    En fin... igual no era ese el tema...

    ResponderEliminar
  8. Roma: si es el tema. Es una frase que pronunció una señora en televisión y creo que se refería a ambas cosas sin diferenciar.
    Tal vez guardar es algo que se gace en conciencia, eres consciente de ello. Y tener no, lo tienes ahí y no es tuyo y ni siquiera reparas en ello, crees que es parte tuya...
    Habría que revisarlo en cualquier caso.

    ResponderEliminar