¿Estaríamos hechos, Luis -al menos en parte- de los rostros de aquellos que hemos temido?
Esta pregunta me la hace Gregorio Luri, persona por cuyo conocimiento siento un enorme respeto, en un comentario de mi entrada última en este blog. Luri es, creo saber, filósofo y por esa razón es temible cuando pregunta y admirable cuando contesta. Entre el temor y la admiración, uno trata de encontrar un especio de respiro para tratar de saber donde está el meollo de la pregunta, la razón de la misma. Alcanzo a pensar que no se trata de una pregunta sabiamente intencionada sino simplemente encadenada a la reflexión que de manera automática se produce en una mente acostumbrada al uso del pensamiento riguroso..
Creo que durante el tiempo en que he estado escribiendo este blog, que es desde mediados del mes de enero de este año, día tras día con algunas obligadas interrupciones producidas por causas de fuerza mayor, he cometido un acto en cierta manera irresponsable. He escrito, a la manera de un Horacio moderno, por supuesto que sin su categoría poética ni su portentoso anecdotario y colleción de amigos, una elegía continúa de este bosque que me rodea, del prado en que vivo, del pueblo cercano, de las montañas que me circundan, la carretera nacional que atraviesa estos parajes, e incluso de mi y de mi tranquila manera de vivir con Ana y mi amigo Goyerri, con mis libros, los que me quedan tras el acto doloroso de regalar o deshacerme de más de dos mil de ellos tras constatar que nunca en la vida volvería a necesitarlos y mucho menos a leerlos; he escrito sobre mi manera de entender la vida y sobre mi objetivo presente: vaciarme de todo aquello que me ha sido dado de manera natural (yo lo llamo el desaprendizaje y la deconstrucción, según sea la cosa) y situarme en compañía de una serie de ahora si, certezas, que me permitan vivir decorosamente conmigo mismo.
He evitado cuidadosamente ocuparme de temas de actualidad, de tal manera, que al repasar mis ciento y pico de entradas, llego a la conclusión de que he reflejado un mundo en el que no suceden cosas horribles (tal vez he hecho mención de ello unas cuatro o cinco veces, pero distanciadamente) y en el que muestro a un hombre habitado por pensamientos y habitante de un paisaje hermoso de frondas acogedora. Mi "Beatus Ille" tiene prensa y televisión y a mi alrededor hay gente que se destroza de mil maneras y con mil amores.
Una peligrosa enfermedad atacó a Ana y hemos hecho frente a ella como se hace frente a estas cosas: ella teniéndola dentro y no exteriorizando miedo y yo impotente a su lado, sintiendo por dentro mucho miedo y no exteriorizándolo. El miedo es temor, y aquí llego, o voy llegando a la pregunta de Luri. Por vez primera en mi vida he sentido temor, a mis sesenta y dos años y habiendo pasado visicitudes de muchas índoles. Temí que mi compañera muriera: es algo concreto. Viniendo como vengo de un mundo empresarial (en muy pequeña escala) tremendamente competitivo y despiadado (no hay razón para la piedad en los negocios, supongo) han podido conmigo muchas veces y de la noche a la mañana he tenido que pensar en empezar de nuevo: no he sentido miedo, ni temor: preocupación es otra cosa. He dado cuatro vueltas de campaña en un coche, en la carretera entre Sevilla y Málaga, porque me empeñé en no atropellar a un perro y mientras el coche giraba y los huesos de mi pie izquierdo se tensaban y rompían, poca cosa, es cierto, yo no sentía temor y si una enorme curiosidad por comprender la razón de que la luz menguara y creciera alternativamente, hasta que comprendí que era porque el coche, al estar boca abajo, recibía menos su impacto por las ventanillas.
Podría contar más anécdotas de este cariz y en todas ellas concluir por la ausencia de miedo, por una extraña frialdad que es realmente curiosidad frente a las cosas, observándolas desde fuera. Debo reconocer que no sé lo que es el miedo y si la curiosidad. No soy valiente, no quisiera que se creara una confusión y nunca he tenido una pelea con nadie, por nada: quiero decir llegar a las manos. En ese sentido creo que soy cobarde, no querría pegar, no querría que me pegaran; tengo un terror patológico ante una navaja abierta y siempre tengo presente, cuando las veo aquello de Lorca de "vecinas, con un cuchillo, con un cuchillito que apenas cabe en la mano, pero que penetra fino y se clava en la entraña enmarañada, donde vive la oscura raíz del grito". Pero ese terror es físico y no creo que Luri se refiera a él, o yo por lo menos no lo tomo de tal manera.
Como he sido un niño solitario, y luego un joven solitario y finalmente un hombre acompañado por su soledad, siempre he convivido conmigo mismo; yo he sido mi primer compañero y mis ojos han visto desde fuera cuanto me ha sucedido y siempre he conversado, antes que nadie, conmigo; Machado me brindó la pista "converso con el hombre que siempre me acompaña", y he sido fiel a su ejemplo, no solamente en esto sino en tantas cosas que ahora no hay porque enumerar. Pero diré que he estado en su tumba de Colliure un domingo de 1976, por la mañana en primavera, y sólamente venía a mi mente aquel verso de Miguel Hernández: "compañero del alma, compañero".
Aquel niño curioso de sí mismo, sin miedo, sin temor de Dios en el que nunca creyó, de manera absoluta y natural, solo temía bajar las escaleras de casa, un primer piso que era un tercero, en la calle Diputación esqueina Calabria, de Barcelona, porque estaban a oscuras y nunca se reponía la bolbilla. Eso es terror, ¿a que negarlo? y para salvarlo saltaba escalones de tres en tres y me cogía en las curvas a la barandilla para vencer a la fuerza centrífuga producida por mi carrera. ¡Vaya alivio llegar a la luz del vestíbulo!
Confieso que escribir me ayuda a pensar; las frases se encadenan de manera natural y los pensamientos parecen ordenarse, sabiendo que están buscando una respuesta a la pregunta de Luri. ¿Estaríamos hechos, Luis -al menos en parte- de los rostros de aquellos que hemos temido? Para contestarla debo identificar a quien o a que he temido, debo ponerles rostros para acabar mirando el mío, ya sabemos que todo esto es metafórico, pero mirar el mío quiere decir interiorizar en busca de los rostros que me han producido espanto y suponer, o lo sabré enseguida, que ese espanto ha dejado su huella en mi.
Ciertamente, recuerdo, tuve miedo una tarde noche de 1964 en que fuí citado a declarar en una comisaría de policia de la calle Lauria de Barcelona, para preguntarme por las actividades de un grupo de jóvenes que nos reuníamos en el Club de Amigos de la Unesco. Sentí miedo porque me lo hicieron sentir, tanta era la actitud despótica, la ironía, las veladas y no veladas amenazas, y el hecho de que conocieran todo lo que allí hacíamos aunque supusieran que hacíamos más; y eso también. Tuve miedo, o temor, porque no sabía si volvería a casa a cenar, o si en cualquier momento me iban a empezar a dar de bofetadas. Pero fueron comedidos y solamente me advirtieron dejándome salir sobre las doce de la noche, más o menos. Volvieron a retenerme en un par de ocasiones y la sensnación de temor, fué siempre la misma, como si guardada en el interior de mi, en lo más íntimo, estuviera dispuesta a volver a salir cada vez que resultara necesaria.
He reconocido ese temor posteriormente ante acontecimientos que he visto en televisión o en prensa, en los que no he tenido participación directa, en los que no he estado concernido más que por el simple hecho de que lo que estaba sucediendo les sucedía a seres humanos y yo les veía la cara y el sufrimiento. Me refiero a las deportaciones y matanzas en los Balcanes, fueran las víctimas del bando que fueran, o a las sistemáticas destrucciones de hogares en Oriente Medio, fueran las víctimas del bando que fueran, o al genocidio en Camboya, o a la sociedad talibán en Afganistán, especialmente pienso en las mujeres, o al terrorismo del GIA en Argelia, o al genocidio en Darfur, o al genocidio en Ruanda, o a las bandas guerrilleras y paramilitares en paises de América, o a la explosión de las Torres Gemelas en Nueva York o a los trenes de Madrid el 11M o a cualquier ciudadano de un estado policíaco. Es cierto, esos acontecimientos me han provocado una sensación personal de temor que no podía acabar de comprender y lo llamaba piedad, hasta que leyendo Los orígenes del totalitarismo de Hanna Arendt (cuanto le debo yo a esta mujer es cosa que ni se sabe), di con el núcleo de la cuestión: las víctimas, los perseguidos sin opción a defensa, los inocentes a los que la vesanía de los otros les ha señalado con el dedo para adjudicarles el papel de víctimas, como escribe ella: "El terror, como hoy lo conocemos, ataca sin provocación previa, y sus víctimas son inocentes desde el punto de vista del perseguidor... nos referimos simplemente a la arbritariedad por la que son elegidas las victimas, y para esto resulta decisivo que sean objetivamente inocentes..."
Y si modifico la pregunta de Gregorio Luri, vengo a convenir que tengo una respuesta en la que no pensaba hace unos treinta minutos, que es el tiempo que llevo dedicado a dar forma a esta entrega del blog. La nueva pregunta sería ¿Estaríamos hechos, Luis -al menos en parte- de la influencia de aquello que hemos temido? Es que puestos a ver rostros no veo los de los verdugos sino los de las víctimas y mi temor no es por ellas, no solamente por ellas, sino que es por mi, por el hecho de que algún día, impotente, pueda ser objeto de esa violencia, escogido como víctima inocente a sabiendas de que seré utilizado para provocar terror en los demás. Y pienso que si, Luri, que estamos hechos de los temores que hemos sentido, en parte claro.
Me ha emocionado este texto. No tanto porque me pueda tener a mi de referente indirecto (cosa, que evidentemente me halaga) como por lo que tiene de confesión íntima , más allá de la protección literaria del “locus amoenus”. No quiero llevar mis muestras de afecto más allá de donde tú mismo has querido mostrar tu intimidad, pero, en cualquier caso, permíteme que te extienda mi mano, abierta.
ResponderEliminarLas preguntas. Ya se sabe que los dioses no tienen necesidad de preguntas. El preguntar es un atributo humano. Por ello estoy convencido de que mientras mantengamos abiertas las preguntas, es decir, mientras nuestra desazón ante ellas sea mayor que la seguridad que proporcionan las respuestas, estamos afirmando nuestra humanidad.
Cuando te preguntaba por aquello terrible de lo que podemos estar hechos justo allá donde creemos ser más nuestros, estaba pensando en el Freud (que, dicho sea de paso, nunca fue santo de mi devoción) de “El malestar de la cultura”. Tras sostener que las necesidades religiosas derivan del desamparo infantil y de la nostalgia por el padre que aquél suscita, Freud rechaza la existencia de una facultad original (y por lo tanto, natural), de discernir el bien y el mal. La conciencia, el canon con el cual nos medimos a nosotros mismos, no sería sino el miedo a la pérdida del amor. Así como el niño teme al padre –dice Freud-, el adulto teme a la sociedad.
Pero tu reflexión le ha dado vueltas a la pregunta y ha puesto de manifiesto todo lo que se me escapaba al formularla. Me la has devuelto mayor de lo que estaba y, precisamente por ello, te doy las gracias. El preguntar humano, en su sentido más profundo, no es el que mantiene intacta la pregunta, sino el que, al darle vueltas, descubre sus sentidos,y paradójicamente, al huronear en el sentido de la interrogación, proporciona conocimientos.
Después de leer lo que nos dices, Luis, me he quedado convencida de que efectivamente estamos hechos de los temores que hemos sentido. De los miedos y de los deseos, muchas veces tan de la mano que hasta se nos aparecen confundidos.
ResponderEliminarNo sabes cuánto me ha gustado esta reflexión tuya: por su dificultad y por la facilidad con que la has ido desarrollando y expuesto.
Me apetece darte las gracias. Puedo?
Roma: claro que si de la misma manera que yo te las doy por tu compañía. Escribes algo que me parece relevante: "miedos y deseos tan de la mano" . El miedo a desear es a vecesw un síntoma de impotencia, al final temores y temores.
ResponderEliminarAmigo Gregorio: te agradezco tu comentario y estrecho tu mano con placer.
ResponderEliminarEl "locus amoenus" es un lugar siempre relativo: recuerdo que Cicerón, al entrar en el Jardín de Epicuro al que le llevó Ático, mostró su desazón por el feo, pequeño y desordenado "huerto" cuando el esperaba un jardín a la manera romana.
Para mi, el Café de Ocata, como otros blogs vecinos del mío, por las visitas que hago ellos, son parte del mismo lugar y barrio.
No he pensado en Freud al leer tu pregunta, pero si "en el temor de Dios" y ha sido justamente por ello y por mi incapacidad para sentirlo, cuando le he dado la vuelta en busca de una respuesta que me satisfaciera.
Así es que bienvenidas sean todas las preguntas que puedan abrir, cada una de ellas, un abanico de respuestas.
Leído en un desasosiego enorme y que da como consecuencia el aprendizaje y reflexión interior.
ResponderEliminarDisfruto mucho a la vez de Gregorio.
Geacias, Clarice, si eso se consigue no hay destino mejor para una líneas d etexto.
ResponderEliminarFelicidades por el post. Arendt, a la que tanto debo yo también: hace poco estuve a punto de colgar por ahí esa misma cita.
ResponderEliminarTambién los verdugos son elegidos arbitrariamente, con lo cual víctimas y verdugos acaban igualándose al participar del mismo terror.
Pero yo creo que el ser humano es de una grandeza homérica. Saber (saberse desamparado) y, a la vez, vivir, es inmenso. "Lo que en definitiva nos salva es ese estar desamparados" (Rilke).
Lola
Gracias Lola por visitarme y por tu comentario. La cita de Rilke, otro de mis amigos entrañables, es justa y exacta.
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