domingo, agosto 13, 2006

Rebelión a Bordo



Cuando era casi niño leí la historia de la Bounty: era una novela que se llamaba "Rebelión a Bordo". Supe por mi padre que él, además de haberla leído había visto una película cuyo protagoniosta era Franchot Tone, actor que no es de los que yo frecuentaba en las pantallas. Me quedó en la memoria aquella aventura terrible de unos hombres empujados a la desesperación del motín por la irracional y pérfida actitud de un oficial vesánico: el Capitán Bligh. Tres personajes formaron el triángulo sagrado de la historia: el capitán aludido, el primer oficial Fletcher Christian y un guardamarina llamado Peter Heywood; dos elementos físicos hay que añadir a la tríada de héroes: el "arbol del pan" del que tardé años en saber que era y la propia Bounty, un navío pequeño, poco agraciado pero ligero y buen navegador.

La historia tenía un malo; a mi me gusta describirlo así, con el maniqueismo correspondiente, adjetivado con contundencia, para que quede bien claro desde el principio que en el cine o en las novelas, los buenos y los malos se alinean siempre con o contra el chico y la chica. El malo era un personaje al que posteriormente reconocería en una espléndida novela, premio Pulitzer, que fué llevada a la pantalla: el título en España fué El Motín del Caine, y como la primera de las historias a que hago referencia, la Bounty, estaba basada en un hecho real. En esta última historia, un comandante del US Caine, buque contrahecho, casi chatarra, con una tripulación un tanto ligera de disciplina, pero al fin y al cabo maniobrero y navegador como la Bounty, llevaba a sus oficiales a amotinarse contra él por causa de constantes malos tratos y humillaciones, amén de ser acusado de cobardía frente al enemigo e indecisión en el seno de una tormenta que amenazaba con hundirlos. El papel del Comandante Queeg fué la última actuación de Humphrey Bogart, actor que no me ha gustado nunca demasiado hasta que lo vi en esta interpretación, que me hizo reconsiderar su carrera.El instigador del amotinamiento en el barco es, en la novela, un novelista e intelectual, que maniobra una trama caprichosa en un papel de serpiente en el paraiso y al que al final se le acusa de felonía. Los pobres hombres inferiores no alcanzan a comprender, le dice un espléndido José Ferrer actuando como abogado defensor, las sutilezas de los intelectuales, que saben esconder su mezquindad y cobardía para que otros actúen mientras ellos se guardan.

Con el tiempo alcancé a ver en el cine las dos versiones de Rebelión a Bordo: la interpretada por Clark Cable en el papel de honrado, dulce y sosegagdo primer oficial Christian y en la segunda era Marlon Brando, ya histriónico, apuntando un cierto desequilibrio en el personaje que los protagonistas de los años anteriores no tenían; en esta última versión, las tintas quer dibujaban a Fletcher Christian eran más sombrías, si cabe y hasta cierto punto, ambiguas.

La historia de la Bounty quedó en mi memoria de la misma manera que quedaron grabadas con la indelebilidad de lo prodigioso en las mentes jóvenes, Tom Sawyer o La Isla del Tesoro. Estoy seguro de que gran parte de mi afición a leer, fruto de la curiosidad por entrar siempre en el capítulo siguiente "para ver que pasa" (que es la magia que se ha perdido ahora en la literatura contemporánea española) se debió al empeño de mi padre en poner a mi alcance libros de aventuras que desplegaban ante los ojos y en los pensamientos del lector un sinfin de paraisos y de humanidades a los que no se podía tener acceso si no era leyendo; y así sigue siendo. Después de cada novela, el niño o el joven que era yo conocía muchas más cosas hermosas que atesoraba.

Pero en cualquier caso, Fletcher Christian era un héroe que había comandando un motín más que justificado en defensa de su tripulación, maltratada hasta lo indecible y había pagado ese acto de indisciplina exilándose a un lugar desconocido de los Mares del Sur, negándose la posibilidad de regresar al viejo hogar de la isla de Man. Los héroes construídos en novelas alcanzan dimensiones humanas talladas en roca, inalterables e inamovibles en el tiempo. Christian nunca fué hallado aunque si, posteriormente, se supo que una parte de los amotinados habían abandonado Tahití, primera escala después del motín, para ir a parar a un islote perdido llamado Pitcairn. El Almirantazgo inglés no cejó hasta dar con algunos de los amotinados a los que juzgó y condenó severamente, algunos a muerte, después de apresarlos y devolverlos a la justicia.

Hasta aquí el almacén de mitos del lector que soy yo, permanecía inalterable. Pero sucedió una casualidad que ha tardado seis meses en activarse y pasar de casualidad a hecho y de éste a reflexión. Hace más de medio año, por mi cumpleaños el 5 de enero, un amigo me regaló un libro llamado "La Bounty". Fué uno de esos regalos en los que desconfías, incluso por la misma ceremonía de la entrega: me dijo "como es dificil regalarte un libro, porque nunca se sabe si acertar o no, te he comprado éste porque es de aventuras y de historia, como ahora están de moda..." Aceptando que era mi sesenta y dos cumpleaños y que el aprecio que ambos nos tenemos hace muchos tiempo está por encima de todo, no pude menos que abrir el paquete , ver una portada en que una goleta surca un mar embravecido, mirar la editorial (Planeta) y el nombre de la autora (Caroline Alexander) y de consuno desconfiar, agradecido; pues si, debí pensar, es difícil acertar conmigo. Andaba yo con la preocupación a cuestas de la enfermedad de Ana, estábamos de médicos, a la espera de la operación, metidos en sesiones demoledoras de quimioterapia y de radioterapia, así que el libro pasó a engrosar el disperso desorden de mi mesa en la que se acumulan libros, revistas, blocs de notas y un sinfín de cosas que deberían estar guardadas en cajones. No leía mucho entonces y no iba a meterme a leer una de aventuras que en el fondo no sería sino una recreación del que había leído en mi juventud.

Vengo sosteniendo hace años que el mejor orden es aquel que procede de la decantación natural del desorden sin que tenga que intervenir la mano del hombre más que lo imprescindible. Las cosas se anulan con el tiempo, las unas a las otras, y van siendo arrinconadas en lugares insospechados en los que nunca se han de buscar. Sea como sea, la mesa de trabajo ha llegado a un punto crítico del que no evoluciona, haciendo buena mi teoría: el desorden se autocontrola. Y por una razón que ignoro, el libro La Bounty, ayer por la noche,había ascendido desde el fondo de un pila de libros hasta la superficie, y la ilustración del pequeño navío surcando el mar embravecido llamó mi atención. Eran más de las dos de la madrugada, acababan de irse unos amigos invitados a cenar y yo no tenía sueño. Recogí el volumen y vi, por el canto de las hojas, que tenía láminas de papel couché, lo que no corresponde a una novela.Todas las ilustraciones eran originales de la época de los hechos y me sorprendieron; las miré una por una leyendo su pié y lo que vi me llevó a abrir el libro por la primera página, arrellanarme en el sillón de la biblioteca y empezar a leer; a las cinco me vencía el sueño, a las nueve y media volvía a estar de pié y a las tres de la tarde, para comer, cerraba el volumen habiendo leído aproximadamente quinientas páginas, embebido en la historia que narraban, incluídos los apéndices.

El trabajo de la autora ha sido inmisericorde con mis héroes, pero no me importa, es más, le agradezco esa deconstrucción de una mentira convertida en verdad; yo estoy por la deconstrucción, por arruinar los mitos; los héroes que no lo son merecen pasar a la historia como villanos y Fletcher Cristian, el dulce primer oficial aparece en la historia real como un hombre caprichoso, vanidoso, dado al alcohol y con arrebatos de violencia incontrolable. Hombre excéntrico que aspiraba a hacer una carrera en la marina, tatuó profúsamente su cuerpo durante su estancia en Tahití y relajó la disciplina en aquellas playas mientras cargaban el barco del arbol del pan. Bligh iba cambiando la opinión que tenía de su oficial, inicialmente muy buena, pero luego no, por causas de disciplina, según consta en su diario. Christian pensó tal vez que sería mejor la apacible vida de Tahití que un discutible progreso en el seno de la armada; los informes sobre él hacían temer una medianía de la que no le podía sacar una familia noble y con influencias, que no era el caso. Se erigió en cabecilla de un motín en una noche de bebida y de soberbia orgullosa (palabras de la autora) donde el resentimiento alimentó la acción; se amotinó y envió a su capitán y a diecisiete hombres más, en una lancha pequeña, al exilio del mar y a la muerte segura. Pero no murieron, en una travesía heróica, el Capitan Bligh navegó 3.600 millas marinas, desde las Islas Fidji hasta Tomor Occidental, y llevó a su grupo de fieles hasta el mundo habitado en demanda de justicia. Encontró la justicia de la marina, pero no la de la opinión pública.

Bligth no parece ser el hombre vesánico y paranoico que motivara un motín. Fué oficial con el Capitan Cook y alcanzó tras los sucesos de la Bounty el grado de Almirante, siendo oficial de la confianza de Nelson y destacándose en batallas contra los franceses. La Comisión encargada por el Amirantazgo para conocer los hechos, condenó sin paliativos a los amotinados, y envío a cuatro, pocos es verdad, a la horca. Blight era un hombre honrado, aburrido seguramente, buen padre de familia, disciplinado, ordenancista, buen administrador, aplicaba la disciplina dura con cuentagotas, no gustaba de azotar a sus hombres pero si se hacía merecedor del castigo lo ejecutaba, era seco y hasta grosero al ejercer el mando; pertenecía a la raza de hombres mediocres empeñados en cumplir con su deber, que cruzaron el mundo de punta a punta, que abrieron puertos, que conocieron las técnicas más avanzadas de su tiempo, las matemáticas y la geometría, el uso de los instrumentos marinos: eran la gente de la NASA de hoy; Bligth estaba allí y lo hacía bien, y lo que es más, tenía la confianza de sus mandos.

¿Porqué ha pasado a la historia como el malo? En los años de los hechos y concretamente del juicio, el romanticismo llegaba como una corriente arrasadora: libertad e infinito eran las banderas de los héroes, y los editores de periódicos y folletines estuvieron atentos a la demanda de héroes. Las familias de los amotinados encabezaron la defensa de los suyos, que no estaban allí para defenderse y en esa defensa sus más o menos escasas virtudes morales crecieron de la mano de los creadores de mitos; los villanos fueron héroes, y los valientes se convirtieron en mezquinos y cobardes; hacía falta un héroe joven, valiente, arrojado, decidido a quemar sus oportunidades en la hoguera del heroismo y en la defensa de sus amigos; nadie sabía ni sabría hasta muchos años después, que Christian iba a morir a manos de sus compadres tahitianos, hartos de su mal caracter y violencia. Las historias escritas alentaron la figura de un joven de la isla de Man, esforzado y valiente, dulce, patriota, empujado al crimen horrible por un capitán desquiciado; el primero, según las publicaciones de la época, en condenar tan horrible delito habría sido él mismo, y habiéndose juzgado se había condenado al exilio eterno, a vagar por el mundo. Hubo quien le vió en Escocia como contrabandista de alcohol, en América, en los Mares del Sur, Christian pasó a encarnar su propia leyenda a causa de unos gacetilleros que encontraron en él su filón, dibujaron un héroe a partir de mentir y contradecir la versión oficial comprobada exaustivamente. Y por contra, Blith, honrado, servicial, capaz, valiente y esforzado pasó a llevar de por vida el baldón de la ignominía que terminaría con él en la pantalla de los cines de todo el mundo: para un malo no hay nada peor que acabar siendo el malo de la película.Blith murió esperando que alguien encontrara a Christian por esos mares y lo llevara a Inglaterra para ser juzgado y ahorcado: en realidad para ser redimido del baldón que se había arrojado sobre él.

En mi imaginario personal arrumbo a una caja destinada a ser echada a la basura, el mito de Christian y limpio el nombre de Blith, aunque reconozco que este no tiene en sí, suficiente atractico para convertirlo en héroe. Dejaré pues el hueco para mejor ocasión.

5 comentarios:

  1. Qué bien! Qué interesante!
    No conocía el tema, pues vi la película (la de Brando y Tarita) siendo pequeña y no la he vuelto a ver y no la recuerdo. Tampoco he leído la novela original. Me ha gustado mucho el ritmo de tu artículo, me ha parecido ir volando.

    ResponderEliminar
  2. Mejor que volando, navegando con viento en las velas. Hola.

    ResponderEliminar
  3. Pues es verdad, también navegando, jajaaa.

    ResponderEliminar
  4. Leer el articulo me merece un felicitado por descubrir este blog.
    Un relato entretenido, que me recuerda las largas conversaciones entre mi padre y hermano hablando de tales temas que yo, la fémina de la familia, daba poca importancia.
    Increíble cómo un libro posterior, acomoda la visión poniendo a los personajes en su justo pedestal.

    ResponderEliminar
  5. Dilaca: te agradezco mucho la visita y el comentario. Espèro que sigamos viéndonos.
    Saludos.

    ResponderEliminar