Los grupos que iban llegando a lo alto del promontorio rocoso se detenían ante el espectáculo, impidiendo además de la llegada el conocimiento de lo que a sus pies sucedía aq los demás. Bandadas enormes de gaviotas sobrevolaban por encima de sus cabezas e iniciaban un ballet aéreo manteniéndose sobre el mismo espacio, ballet en el que las recién llegadas aguardaban para entrar en un círculo denso, su turno para iniciar la marcha alrededor de los límites de la playa. como si un remolino hubiera sido arrebatado del mar de la tormenta y trasladado a lo alto, dejando en el centro, a modo de chimenea un óculo abierto al cielo; era una cúpula girando formada por pájaros silenciosos sobre una masa inerte de gaviotas que expiraban, en el mismo silencio, plegadas las alas, inclinada la cabeza, unas sobre las otras. Un aire de tragedia se cernía en aquel acomodo a la muerte, reposando las unas en las otras, sin queja alguna; el único sonido: el estertor de las alas, el chasquido del plumón al rendir cuentas a la vida. Nadie diría que estaba ante el fin de todas las gaviotas del continente, reunidas en una inmensa playa en la que todavía, a la manera de esqueletos abandonados, se levantaban los restos de parasoles y sombrillas, tumbonas veraniegas y chiringuitos domingueros y redes de balón playa.
Avanzaba la gente por la autopista que corría paralela al mar por el oeste, canalizándose para no invader el cementerio de aves que a sus pies se iba extendiendo y amontonando, igual que se habían amontonando los cuerpos de los habitantes de la ciudad en las horas primeras del cambio. Evitaban los pájaros, para su agonia, el contacto con el agua del mar que llegaba en olas sin intensidad, puro reflujo de una masa de agua casi inerte; de tal manera lo evitaban que una línea perfecta seguía a una distancia prudencial la curva de las olas que se agotaban besando la arena y dejando en ella pequeños orificios de aire y minúsculas partículas de algas. Ante la aglomeración de personas que debían esperar para formar la cola que alcanzaba la autopista y bordeaba la playa, los más decididos decidieron avanzar por el pasillo donde rompían las olas, mojándose, evitando pisar a los pájaros y una estrecha columna empezó a progresar de tal manera que por ambos lados bordeaban el cementerio los caminantes; con los zapatos en la mano, recogiendo las mujeres las faldas para evitar salpicaduras, avanzaban hacia el norte.
Mientras esto sucedía, los pájaros que esperaban su turno iban cerrando el círculo hacia el óculo abietrto y desde allí se posaban dejándose caer en vertical y rodando después, abatidos nada más llegar a los plumones inertes, formando una pirámide que crecía en altura y grosor con cada aterrizaje. Lo sorprendente era el silencio, una ausencia de todo sonido que no fueran algunas voces que señalaban el camino a los que llegaban detrás o pedían paciencia.
Extraña fatalidad pensó Eliseo Cerrada, que había decidido pasar junto al agua en vez de aspirar a alcanzar la autopista; extraña fatalidad, se repitió para sí, mientras desanudaba los cordones de su zapato y guardaba los calcetines en el bolsillo de la chaqueta. Ocasionalmente se alcanzan a significar unas pocas palabras que compendían lo trágico y que no pueden expresarse de manera más compleja. Extraña fatalidad, sin ser nada concreto, era el desertar de Eliseo Cerrada a una conciencia cierta, a un acontecer desmesurado en el que abría los ojos. Como la primera luz después del sueño profunda, extraña fatalidad, antecedía al inicio de la razón.
- ¿Qué fatalidad es esta que se hace por gusto? ¿O es disgusto? ¿O camina usted sin otro destino que el de los demás? Explíquese, ya que piensa - dijo una voz junto a su oído.
Fué un grito, no por el tono en que se pronucniaron las palabras sino por el enorme silencioso que lo enmarcaba todo. El hombre, a su lado, se hizo cuerpo y figura, una inmensa masa gris, de enorme corpulencia, un hombre circular plantado sobre dos piernas bien abiertas, de muslos como columnas, de paso bamboleante, enorme papada y barba sin afeitar de varios días, una cara redonda enmarcada en rizos desordenados hijos de una más desordenada y descompuesta melena que le llegaba a los hombros.
- ¿Qué sabe usted de la fatalidad? - Eliseo Cerrada, ciertamente, tuvo que aceptar que nada sabía de ella, que ni siquiera podía explicar el porque de su pensamiento. Aturdido trató de encogerse de hombros para dar a entender que nada era importante cuando cayó en la cuenta de que no había pronunciado palabra que aquel hombre enorme pudiera haber oído, o por lo menos, eso creía. Permaneció mudo, alerta, temeroso.
- No es fatalidad sino destino, esto que estamos siguiendo. A unos se les alcanza donde vamos y pocos saben realmente de donde venimos. Es cosa de la naturaleza, ¿comprende usted? y de un cansancio que se da en ella cada cierto número de años. Hay que dejar espacio para otros mundos, para novedades que nada tienen que ver con nosotros y nos empuja esa necesidad siempre hacia el norte. Vamos hacia el norte, ¿sabe usted? pero eso tiene poca importancia porque yendo al frío no lo sufriremos. Nosotros ya no sufriremos más. Por eso niego su pensamiento acerca de la fatalidad, nada es extraño aquí, ¿ve usted a alguien que se extrañe? ¿O que se oponga? Somos una tribu desterrada por obra y gracia de nosotros mismos, ni pecados ni culpas. Ni faltas contra Dios ni contra nosotros mismos, sino resignación, dulce resignación. Yo esta noche pasada amaba a una mujer deliciosa y no se donde está. Ya ¿que importa?
Le cogió por la manga y tiró de él, "venga, le dijo, vayamos deprisa, adelántemos a los demás y seremos los bienaventurados que llegan primero al paraíso. Quiero hablar con usted" Tirando de la manga le introdujo en el agua hasta la rodilla y parecía una barcaza de poderooso motor abriendo la ruta que Eliseo cerrada, sin poder desasirse, seguía a duras penas. "Corra, gritaba el otro, ahora alzando la voz sin que nadie pareciera reparar en ello, corra, no pierda la vez, esto es la cola de la tienda de ultramarinos, la cola del cine, la carrera a los premios, el desenfrenado afán de alcanzar el primer puesto, la espera en el vidieo club la noche del estreno, pero repare en que nadie parece darse cuenta, hasta que llegado el último momento, se lo aseguro, estaremos en peligro en medio de la marea humana, que comprenderá, tendrá que hacerlo, habrá de comprender que no es la muerte lo que debe atemorizarles, sino quedarse atarás y no llegar a ningún sitio". "¿Que es lo que sabe usted? " le gritó Eliseo Cerrada. "Todo lo que se puede saber. En la ignorancia, ¿que hombre absurdo se detiene a esperar que le expliquen la causa de la catástrofe, si esta parece dispuesta a asolarlo? Mientras los demás caminan mansamente, unos pocos, yo mismo, y usted si es listo, correremos más, nos daremos prisa, haremos trampa si eso cabe, proque gracias a Dios no se nos ha derretido el entendimiento, y corremos, corremos, para alcanzar la mejor localidad en este espectáculo?" "Pero, ¿que es en concreto lo que sabe?" "Ah, gritaba más y más el otro mientras iban avanzando a enorme velocidad dejando atrás a mansos grupos de caminantes, ya tiene palabras, ya articula preguntas, Ya está usted a punto de despertar. Sea sincero, dígame, ¿no siente miedo?"
Detuvo su correr un momento y se volvió, sin soltarle la manga, a Eliseo Cerrada. Le pasaba en altura por lo menos treinta centímetros y su cuerpo era el doble de grueso. jadeaba por causa de la carrera y la parada, se le antojó al otro, fué más para tomar resuello que para preguntar mirándole a los ojos, como lo estaba haciendo. Y era su mirada fría, un tanto burlona tal vez, pero sin ápice de cordialidad.
- No, no siento miedo - Eliseo Cerrada decía la verdad y aprovechaba aquel alto para pensar por primera vez desde que abandonó el piso en que vivía y dentro de él a la mujer dormida. Era verdad, no sentía ningún miedo, ni siquiera preocupación y al ver aquella masa de pájaros volando y muriendo y de personas caminando hacia el norte como una hilera de hormigas, en una marcha ciega y predeterminada, comprendió que no era el miedo lo que habitaba en él, ni la preocupación, sino la curiosidad, y un cierto interés por comprender que estaba pasando allí. En ese momento despertó de sí mismo en medio de la mjultitud, o en un margen de ella; había estado ensimismado y renacía.
- Todavía nadie - le dijo el hombretón- Todavía nadie de los que nos rodean han despertado, han dado en pensar, han sentido, esa es la palabra, han sentido otra cosa que el estupor que nos ha alcanzado. ¿Se da usted cuenta? Marchan hacia cualquier lugar, al fondo de la nada, y no temen. Está usted ante la estupidez humana, y eso es un espectáculo, que en masa, se ha contemplado pocas veces en la historia. La raza se extermina y no le importa.
- ¿Van a morir? ¿Vamos amorir?
- ¿Y eso que importa? - A él mismo la respuesta debió parecerla suficientemente cínica para resultar un absurdo y añadió - En cualquier caso vamos a intentar evitarlo.
Volvieron a caminar, esta vez arrancaron de común acuerdo, uno junto al otro, el hombre enorme junto al hombre mediano. De nuevo el vozarrón empezó a desgranar palabras.
- Me he dirigido a usted porque le he oído pensar. Tengo ese don, oigo los pensamientos y aquí, entre este silencio de zombies, su pensamiento repetido dos veces, me ha atraído en busca de un amigo: extraña fatalidad, ha pensado usted y yo le he oído. Ya ve, sus dos palabras han sido como el llanto de un niño recién nacido. Hoy usted y yo somos los únicos que tenemos la vida entre las manos. Y nos necesitamos.
- ¿La vida?
- La única que nos importa, el arte de pensar, de pronuciar palabras. ¨Quçe vida puede interesar más allá de la inteligencia para sobtrevivir. Hemos de espabilar, de correr más que los otros; aventuro, escúcheme bien, aventuro que a poco tiempo que pase irán despertando y preguntándose, y para entonces, escuche mi plan, para ese momento en que esta masa informe despierte, necesitarán algunas respuestas a sus preguntas asustadas; necesitarán capitanes, ¿me comprende? necesitarán un capitán que sepa responderles y llevarles a donde quiera que haya que ir. Y ese capitán necesitará un lugarteniente: ¿acepta usted entonces ser mi lugarteniente?
Parecía de risa si no fuera porque todo era realidad, un cuchillo que iba entrando en el pensamiento de Eliseo Cerrada y que al abrirse paso dejaba espacio abierto a una incomprensión consciente. No saber es malo, pero saber que no se sabe es algo, se dijo Eliseo Cerrada y por la sonrisa que asomó al rostro del hombretón, supo que su pensamiento había sido oído.
- Vamos, apremió el gran hombre - ¿acepta o no?
- No alcanzo a saber más de lo que veo y acepto, si, que nos acompañemos, que entre los dos veamos lo que se ha de hacer en este desajuste que no entendemos. No sé si seré su lugarteniente, porque nos se que entiende usted por ese cargo u ocupación, nombre o lo que quiera que sea, pero le seguiré en tanto vea que vamos por buen camino.
Le alargó el otro la manaza, cogió la suya y la estrechó con energía.
-Una cosa quiere dejarle clara- le dijo - Yo soy una mala persona, un hombre violento, listo como pocos, he sobrevivido a heridas que hubieran matado a otros. Si algo me diferencia de los demás es, sobre todo, que decidí vivir desde el primer aire que respiré, aún en el vientre de mi madre, antes incluso. A mi no se me mata, ni se me roba el aire, ni el pan, ni el agua. Soy malo, bueno para los míos por pura conveniencia. No engaño a nadie, ni cuando le regalo mi afecto ni cuando le rebano el cuello. No le engaño, tçengame miedo y yo le respetaré.
Eran palabras truculentas, graciosas si se quiere por lo que querían parecer de terribles, fuera de lugar en el mundo del que se venía viviendo hasta hacía pocas horas, aunque el tono en que estaban dichas, y el mismo lugar en que se pronucnciaban les conferían veracidad.
Habían llegado ya a la cabeza de la marcha y atrás quedaba la enorme playa de las gaviotas moribundas, ahora sobre la que flotaba una nube de plumas que irisaban el aire en fantásticos plateados, creando el efecto de una enorme bola flotante. Ya pudieron salir del agua, volverse a calzar y subir unas dunas que les separaban de un paseo marítimo desierto de gente, en el que los cafés y comercios de alquiler de tablas de wind surf, patines de pedal, pequeñas embarcaciones, casas de comidas, hamburgueserías, arrocerías y oficinas inmobiliarías, manteniendo las puertas abiertas vedeban a la entrada a nadie por la inutilidad de su presencia. En los edificios de apartamentos, el viento movía las toallas de colores dejadas a secar en las balconadas. El lugar era risueño, hermoso, veraniego, y al detenerse a verlo, en su vacía inhospitalidad, por vez primera en varios días, las nubes dieron paso a un sol débil pero tibio. Caminaron por el paseo, a buen paso, ganando distancias con el gentío que les seguía.
- Yo sé quien es usted, pero usted no me conoce, decía el hombretón- Yo soy Juan Peregrino. A mi me han fusilado dos veces y tiroteado muchas más. Le contaré mi historia cuando podamos parar y comprendamos cual va a ser nuestro papel en esta historia. Le agradeceré que mantengamos el usted como cortesía y respeto. Usted es... le he oído pensar en usted y sé quien es, Elisieo Cerrada, y me alegro de conocerlo en estas circunstancias.
Mientras Juan Peregrino entraba en una cafetería y salía de ella llevando unos croissants en la mano Eliseo Cerrada se acercaba a la balaustrada que separaba al paseo del mar, que batía muellemente las rocas unos metros más abajo. Un extraño fenómeno empezaba a producirse, una cristalización del agua, solidificándose deteniéndose el flujo y reflujo, adquiirendo transparencia de cristal, actuando ésta como enfoque de y visor de fondos que por causa del sol que iba ganando sitio a la semi oscuridad, se mostraban como continuación de la misma tierra en que se asentaban. Como por arte de la imaginación, que no de otra cosa, asistieron a la visión de un fondo poblado de naves naufragadas, de viejos pecíos, de barcas de pesca, de leños medievales, en torno a los cuales pululaban marineros perdidos, o eran sus recuerdos, o sus espectros simples, memoria de lo muertos que guardan los vivos para terror y espanto, o preocupación y culpa. Eliseo Cerrada se sintió sobrecogido ante aquel espectáculo: el fondo del mar al que se a somaba no era una selva lóbrega, sino un mundo habitado a pocos metros más abajo de sus pies.
Juan Peregrino, ofreciéndole un croissant, le señaló un pecio en cuyo palo mayor, un hombre avejentado se deshacía de unos cordajes que le amarraban al palo, y liberado, mirando hacia lo alto, se encaminaba hacia la superficie a la altura de sus pies.
-Ayúdele - le dijo Juan Peregrino comiendo a dos carrilos - Ese que ahí ve es Ulises. Tiene mucho que contar y si es cierta su astucia nos ha de ser muy útil.
Ya el hombre del mar salía a la supeficie y Eliseo Cerrada, alargando una mano le ayudó a alcanzar el piso del paseo.
Continuará mañana
No reproducir parcial o totalmente sin permiso del autor
Aquí sigo, enzarzado en tus palabras. Pero, Luis, no acabo de entender la diferencia que estableces entre "fatalidad" "destino".
ResponderEliminarFatalidad está tomado como la segunda acepción del diccionario: desdicha o desgracia. Destino es por contra el hado, lo que ha de suceder o dispone la Providencia, que no tiene porque ser desdichado..
ResponderEliminar¿Luego la fatalidad es un Destino ateo? O, al revés, ¿El Destino és una fatalidad creyente? No pretendo hacer bromas fáciles, sino exponerte una reflexión que me has despertado. Y que me interesa muchísimo porque en un caso apunta hacia una concepción no teleológica de la naturaleza y en el otro hacia el teleologismo. Y estas son las dos caras de la moneda de una misma realidad misteriosa. ¿Qué nombre tiene?
ResponderEliminarGregorio: no creo que pueda ayudarte mucho, ya que no soy un experto en términos filosóficos. En este caso he utilizado una idea de fatalidad basada en "la desdicha por venir inevitablemente" y una idea de destinio basada en "todo lo porvenir que no puede no venir, pero que depende de nuestra acción presente". La alusión a la providencia es coloquial y tal vez te ha confundido: con Compte-Sponville digo que la providencia es el nombre religioso del destino, pero ligeramente lo he usado sin referirme a ello de tal manera. No hay teología en el diálogo al que te refieres: Eliseo se refiere a la llegada inevitable de desdichas takl y como están las cosas, y el Peregrino le corrige y observa que klo que está por llegar es el destino, fatal o no. En ambos casos los dos son ateos, ha sido en mi comentario donde he escrito con ligereza.
ResponderEliminarCon perdón, porque no pretendo romper la conversación establecida sobre el tema de si hablar de destino y hablar de fatalidad viene a ser o significar lo mismo o no o viceversa (viceversa es una palabrita mágica, a qué sí?),yo venía aquí simplemente a decir que !tela marinera! que alucine contigo, Luis, que eres un escritor, un buen escritor, que este relato (o es una novela?) lo estoy leyendo con interés y con facilidad y que me está gustando mucho. Y... tachín! me lo encuadernaré! jajaaa, con permiso o sin permiso del autor, pues hace unos años hice un curso monográfico de encuadernación en Artes y Oficios y entre otras cosas aprendí a encuadernar a la americana, o sease, a coser hojas sueltas (no cuadernillos) con lo que se llama costura americana, y en cuanto termines de editarlo aquí en tu blog me prepararé el instrumental y lo encuadernaré, por cierto que hace años que no encuaderno nada... tendré que practicar un poco antes, pero ya verás, ya, que me quedará bien, y la cubierta la pensaré despacio, a ver si consigo hacerle un traje que no sea demasiado injusto.
ResponderEliminarProbablemente, Roma, sea el único ejemplar que se encuaderne. Es un relato corto, al que le queda cinco o seis entregas nada más y que reescribo a partir de algo que escribí y guardé hace mucho tiempo. Forma parte de mi proyecto de entrenamiento y disciplina.
ResponderEliminarEn cualquier caso, gracias por seguir leyéndolo.