lunes, junio 19, 2006

Haiku nuestro de cada día

Tengo tanto que leer en los árboles del bosque y sus senderos, a los que no me acerco hace meses, que siento la necesidad de dejarlo todo y salir al camino. No puedo hacerlo todavía porque hay reparaciones que hacer en el jardín, pero estoy aquí y miro las laderas cubiertas del verde del boscaje y un cielo cargado de nubes que amenazan tormenta. No me ha de importar que llueva torrencialmente, me iniciaré a otra etapa de la vida, como cada día, igual que cada semana, lo mismo que cada mes. Estoy en el jardín con la mente en blanco, obstinado en poner una junta a una tuberíua de riego que ha estallado y poco a poco consigo llenarme de barro; el frío del agua me duele en las manos y se me clava la grava en las rodillas al ponerlas sobre el suelo. No soy yo experto en estos trabajos, y cuanto más especiales y, diría que finos, peor me sale. Soy experto en zurcidos, costurones y apedazamientos de cualquier manera cargada de buena voluntad y de una rabia inmedible al comprobar el resultado. No soy torpe: no llego a más, me falta entrenamiento, me digo de todo para animarme, pero termino por llamar a Chema y pedirle que venga a solucionar este desaguisado, que en parte es responsabilidad de él, ya que fué quien lo instaló. A mi alrededor, las herramientas señalan la derrota, abandonadas sucias sobre la tierra.

Al ponerme a describir esta impotencia vestida de impaciencia por salir al bosque, pienso que esto es también literatura si tuviera continuidad. ¿Que importa en cualquier historia merecedora de atención un solo inicio si no tienes un trozo de trama bien anudada a continuación? Por lo tanto no es literatura, ¿quien leería una continua historia del devenir minúsculo de cada día? ¿Cual es el acontecimiento trágico que me convertiría en un ser literario? ¿Y porqué trágico? En un sendero que seguí hace algo más de un año, era otoño y lo recuerdo por las imágenes de bosque frío y las entonanciones amarillas y rojas del espacio intermemdio entre el cielo y la tierra, me encontrá a la vuelta de un recodo con un paisaje japonés que no pertenecía a aquel lugar: un abrupto corte en el sendero, en uno de sus márgenes, formaba una quebrada que subía a lo alto y por la ascensión, árboleda y piedras formaban una amalgama de abrazos e intimidad matizada de colores cálidos y de sombras umbrías. En un sombreado que formaba una especie de caverna vegetal amparada por las inmensas raices de un cedro que descarnadas ejercían de protección y visera, resguardando el espacio de la vista distraída, caía un hilo de agua. Estaba ahí un fotograma de Kurosawa, por ejemplo, y me detuve para ver y comprender. ¿Porqué razón, de repente, estaba en un rincón de un bosque japonés, aparecido en Aguas Vertientes? Ver y comprender. La fosca caverna de follaje sobre el ruido del agua y la mínima cascada que se desploma gota a gota. Iba acompañado, pero me quedé detenido, embargado por la súbita transformación: embargado. Hay momentos en que todo se convierte en un hilo de existencia, un latido apenas, silencioso, sobre el rumor silencio que te envuelve. Ya se sabe, el silencio es el sonido que no tiene sentido y pasa por nosotros sin que lo advirtamos. Volvió sobre sus pasos el perro que nos acompañaba en el paseo, Togo, el único que me encontró a faltar y por no desairarle volví al camino hasta reunirme con el grupo. Pensé que merecía un haiku aquella transmutación del paisaje. No lo encontré en mi memoria y tampoco fuí capaz de juntar palabras en versos de 5, 7 y 5 silabas. Difícil es componer un haiku en castellano, por que es un idioma que se extiende en sus sonidos cuando las pocas silabas en los 3 versos, necesitan concreciones que en su conjunto formen un instante que recuperamos. Yo tengo siempre uno en mi memoria:

Este camino
nadie lo transita ya
solo el crepúsculo

Este podía ser el acontecimiento literario que desencadena la historia a narrar. Un hombre solitario camina por un sendero del bosque y de repente se encuentra en un paisaje japonés. Abrumado por la belleza, recita un haiki en su pensamiento. ¿Qué más? No tiene consistencia para ser novelado, ni siquiera para proponer un cuento. Vale, si, para un diario abierto, sin más. Recuerdo haber leido que Salvador Espriu, tras escribir un poema dedicaba horas y días a depurarlo, a cambiar palabras, a borrar adjetivos, o sustituirlos. Un paisaje se construye trabajasomente aunque lo percibamos con un golpe de vista y nos subyugue. La creación de las palabras exige, creo, el mismo trabajo. Como la del leer y pensar: mejor leer despacio o leer dos veces: mejor pensar despacio y volver a pensar. Como en el jardín de senderos que se bifurcan, cualquier oportunidad de seguir un camino puede ser engañosa y acontecer como en los laberintos de boj o arrayán, que llegas a detenerte frente a un muro y toca volver atrás.

En cierta ocasión escribí varios haiku y uno de ellos, en particular, me agrada:

Tan fragilmente
el sol cuando amanece
rompe la noche
Reconozco que no he vuelto al sendero porque no quiero descubrir la verdadera esencia del paisaje detrás de la curva, que ya no será japonés ni merecerá un haiku. Hay muchos senderos aquí por recorrer y repetir uno es desaprovechar las oportunidades que brinda tanto desconocimiento. Mañana, resuelto ya el caos del jardín, subiré al bosque.

8 comentarios:

  1. Siempre que te leo me pasa lo mismo: no sé qué decir. Sí, ya sé, que no tengo por qué decir nada, que no es necesario.
    Un saludo, pues, y mañana de nuevo al bosque.

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  2. Y como no sabes que decir no se que contestar, salvo que te doy las gracias por leer todo esto.

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  3. "como cada día, igual que cada semana, lo mismo que cada mes"...
    y de todos esos pedazos vamos haciendo la vida...
    Un abrazo!!

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  4. Sigo bebiéndome lentamente cada una de tus letras.

    Abrazos a tu esposa.

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  5. Gracias, Clarice. Rindo homenaje a tu biblioteca ideal. Me impactó el que estuviera en ella Mishima.

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  6. Alguna vez, en el Instituto Literario de Veracruz, una joven me preguntó que si había tantos libros ¿por qué inisitir en escribir más? El director, que estaba a mi lado, explicó que la escritura es como un paisaje, hay montañas pero también briznas. Y todo es necesario. Literatura y paisaje, si los caminos hablaran.

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  7. Claro, Omar, sin duda. Yo lo diría de otra manera tal vez: los libros que me impresionan y forman mi biblioteca vital (no se si es la palabra adecuada) y que trato de releer con cierto orden, son la decantación de muchos años de buena, mediocre y mala literatura. Han quedado los buenos dicho de una manera muy general y para entendernos. Hoy se escribe mucho y se publica más que nunca. Algunos de estos de hoy, muchos tal vez, se añadirán a las bibliotecas "vitales" del futuro y el resto, la mayoría, se olvidarán y quedarán en los archivos históricos. Sucede que no tengo mucho tiempo, o interés, que creo que es lo mismo, para experimentar con nueva literatura, lo que es rotundamente injusto con los escritores y sus obras, mejor con las obras, creo. Y lo siento, pero no me apetece desilusionarme. Parece pedante por mi parte, pero te aseguro que lo escribo con humildad. Y te citaré un ejemplo: es posible que se escriba alguna buena novela histórica (al estilo de Marguerite Yourcenar o Mary Renault, por ejemplo, pero no lo creo, y en caso de ser así, ¿cómo saberlo? ¿Por las críticas? Tampoco lo creo. Muchos libros que me gustaron antes de ayer hoy no me interesan lo más mínimo, simplemente me distrajeron, hoy ya no necesito ese tipo de distracción. Resumiría diciendo que a mi, lo que menos me interesa de todo esto es la industria editorial. Tu director tenía razón, y si te fijas, en una vista general del paisaje, la brizna desaparece de la vista.
    Y hay además otra respuesta: mientras hayan escritores habrán buenas, mediocres y malas novelas.
    En mi caso, el que falla es el lector.
    Gracias por venir aquí de vez en cuando, tus comentarios son siempre un placer.

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