sábado, junio 03, 2006

El sol sale por el este

A las 9,30 de la mañana me he sentado en el jardín mirando al este. De vez en cuando, con un giro de cabeza abarco también el sur, pero lo que me apetecía era ver el sol, ya alto, empezando a cruzar por encima de los cedros, los abetos y alguna sequoia de los jardines de las casas antiguas. Como ruido de fondo el rumor sostenido de la Nacional VI que asciende el puerto del Alto del León y baja con destino a La Coruña: por eso se denomina Carretera de La Coruña. Esa carretera lleva a Madrid, quien se la quiera ahorrar debe tomar una autopista de peaje que cruza el tunel del Guadarrama y luego sigue más o menos paralela a la Nacional, en un extraño acuerdo entre administracioón y sociedad privada, que hace que la autopista seiga hasta Adanero y salga un ramal hacia Avila, todo incluyendo el tunel de peaje, y pasado Adanero confluye en una sola, la A6, ahora si que de peaje libre, dirigida como una flecha hacia el mismo destino pasando por Medina del Campo y un gran trecho de cereal castellano. Cuando llegué a Madrid, hace casi treinta años, descubrí lo maltrecha que estaba de carreteras y lo maltratados que estaban los madrileños. Este que explico es un claro ejemplo de manipulación: ¿porqué hay que pagar para pasar un tunel? ¿Porqué los camiones no pueden cruzar por él y deben ir por la Nacional, subiendo las rampas y organizando enormes retenciones. Porque la Nacional 6 pasa por el centro de San Rafael, de hecho es el origen del pueblo este pasar, en vez de haberla desviado, con un tráfico de camiones escandaloso. Te sientas a ver el sol cruzar sobre los árboles y el rumor de la carretera te lleva a este pensamiento, pero como has prometido no mezclarte en asuntos públicos que tu no puedas resolver, lo abandonas. Siempre nos quedará el rumor de la carretera, querida, diría HB en una moderna versión de Casablanca. El sol es débil y sopla una brisa fresca que molesta un poco; molestia que se soporta porque me gusta sentir cierta incomodidad fría en la piel, sostengo que es una forma de sentir el cuerpo vivo y atento. Cuando todo el prado esté construído, esta linde de árboles que asoman tras los muros de los chales y las villas que cierran el entorno, más allá de lo que fué calzada real y ahora es calle con rótulo, aceras, faroles y futuras, irreales chalés de piedra, según reza la ordenanza, aunque no se respeta; pues esa linde de árboles - con un simple determinado acabo de empujar a la linde en el espacio - pues se dejará de ver en su totalidad como ahora, un muro de verdes diversos de cuya altura sobresale lejana la masa rocosa de La Peñota. Cuando escribo nombres y describo paisajes me doy cuenta de que disfruto en ello porque el Beatuis Ille que busco parece dar frutos y la observación pausada, sin nada que hacer, se convierte en actividad plena y uno podría acabar diciendo "no tengo tiempo, tengo que describir ese enebro" teniendo en cuenta que la palabra la aprendió hace unos meses y al enebro lo ve por vez primera en su individualidad. Sostengo sin ningún respaldo científico que los ojos del campo ven más cosas que los ojos de ciudad y trasladan percepciones al cerebro más acabadas y sofisticadas. Frente al impresionismo del individuo de ciudad, en el campo se dibuja a buril o a caña, línea a línea. La brisa en la cebada es todo un espectáculo que nunca acaba. Las copas de los árboles mecidas por el viento son una referencia. Miro por la ventana para saber si hace viento y me basta ver el abeto y el color del aire y el brillo del sol me van acercando a la intuición sobre la temperatura. Sentarme a ver cruzar el sol, por la mañana, me permite dejar vagar la mirada por el jardín y repasar cuanto contiene. Sin ninguna alteración veo los tres nuevos montículos de tierra, de unos ocho centímetros de altura y unos veinte de diámetro, dos en la pradera y uno junto a un boj: es el topo. Lo sé, porque ya me he acostumbrado a él y a diferencia de las gentes de por aquí, yo no le odio; le aprecio, le admiro y siento tener que combatirlo, porque le combato. Pero le imagino tenza excavando sus galerias, asomando la cabeza en medio de mi jardín, al caer la tarde, disfrutando del éxito de la soledad, o por el contrario retirándose a toda la velocidad que le permiten sus patitas porque me ha visto a mi trajinando por allí. Es el topo, me digo. Algo habrá que hacer. Me tranquiliza saber que el topo son muchos topos y que esta batalla es eterna y ninguno de los dos va a ganar. Yo voy eliminando algunos con un cebo que aseguran que es indoloro y ellos seguirán procreando y haciendo agujeros en mi pradera. No negaré que siento causarles la muerte a los que se la cause, pero eso ya es algo, porque la realidad es que insisto en mi simpatia y afecto. Por las cosas pequeñas y tenaces he tenido siempre debilidad y el topo es ambas cosas. Aquí, en el lugar, hay otros medios a cual más "bestia" y de escasa efectividad, porque todos los que hablan de esto pretenden acabar con todos los topos del mundo. Es imposible, hay que moderar la guerra y tratar de llegar al equilibrio. Algunos hay que me recoimiendan echar gas oil quemado: les digo que va a dejar la tierra yerma y me dicen !que va, eso son chorradas!. Hasta el mismo dependiente de la ferretería, al oirle, se encoge de hombros. Otros, esta es la manera más extendida de acabar con ellos, se sientan ala atrdecer con la azada en la mano y esperan que se mueva el montoncito del día anterior; despacio entonces, se acercan y cuando están encima sacuden un golpe de azadón tremendo esperar matar al topo. Cuentan que les da resultado, pero un amigo9 bien intencionado, en una caida de la tarde en mi jardín me lo quiso demostrar con mi propia azada y me dejó un agujero tremendo en la pradera sin rastro de topo. Me alegré por el bichito. Y sigo girando la cabeza y veo, emergiendo apenas, hacia el sur, de donde asoma el tocón de un Arce muerto por las heladas hace dos años, una ramita de hojas marrones y brillante que emerge diez centímetros del suelo. Me acerco a ver y me maravilla darme cuenta de que el arce muerto y talado ha dado un hijuelo que asoma su vegetación primera con tozudez. La vida es tozuda, y hermosa cuando uno repara en estas cosas. Cuidaré al pequeño hijuelo y lo cubriré en invierno por si las heladas quisieran volver a hacer de las suyas. Empeño mi palabra en que ocupará el luigar que incialmente le estuvo destinado.

6 comentarios:

  1. Lo he leído en silencio...para que después no diga que "no me quedo callada"...
    jaja
    Un abrazo!!!

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  2. Igualmente. Pero lo que he dicho es que no creo que "vayas a quedarte callada". Eso espero, además. Luis

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  3. Tenemos dos oídos y una boca, hay que escuchar el doble de lo que se habla. Me gusta escuchar, sólo me callo cuando el silencio suena mejor que lo que tengo que decir, claro que a veces me doy cuenta después de hablar. Errare humanum est.

    Dicen que cuando construían la catedral de León, cada noche, un topo destrozaba el trabajo del día, que si era el demonio disfrazado, que si eran los de Burgos que ya estaban terminando su catedral y eso no podía ser...el caso es que al pobre topo lo tienen expuesto, en piedra, justo encima de la puerta de la catedral. (Puede que el cuento no sea exactamente así pero es lo que recuerdo en este momento)

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  4. En cualquier caso para monólogo el blog y aún con comentarios.
    Insisto en que quiero mucho a mi topo (que son una enorme familia) y trato de estropearlo lo menos posible, que es como ponerlo en piedra en el edificio, pero echarle veneno le echo, con cariño.

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  5. Bello ejercicio de observación, apreciación y nostalgia, Luis. Me gusta esa aparición repentina del narrador en segunda persona. Describir es un arte maravilloso. Una vez un maestro me dijo: José Antonio, el ser humano percibe la realidad a través de los cinco sentidos, entonces, una buena descripción, debe estimular, de una u otra manera, los cinco sentidos. Este consejo me ha servido muchísimo, es por eso que ahora lo comparto con ustedes, aunque es seguro que no es una novedad.

    Un abrazo

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  6. Algún sentido se queda siempre en el tinterio, José Antonio, pero gracias de todas maneras. Te lo devuelvo, el abrazo.

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