sábado, junio 17, 2006

Delfos en el Laberinto

La verdad es tozuda, pero ¿cual? Si hago mío el verso de Rilke "¿Quien de entre las cohortes de ángeles me ha de escuchar si grito?" me expongo a que alguno de ellos, por divertirse me atienda y responsa por todos: "ninguno". El niño que camina cabizbajo al descubrir que no le hacen caso y poco a poco, como un globo de color se llena de aire lentamente, levanta la cabeza y endereza el cuerpo y sacando las manos de los bolsillos empieza a caminar derecho y erguido, soy yo mismo. Y tú también eres tú. Recuperas un esqueleto de dignidad ante el desprecio; se han reído de tí, ¿que más puedes hacer? Está bien que lo ángeles no contesten, pero por lo menos el poeta te presta sus palabras y eso tiene su importancia. Si tienes la voz, si tengo, no importa la persona que habla, ni el tiempo verbal, si tener o haber tenido fuera un recuerdo, si tienes la voz tienes el manifiesto, pero lo has olvidado. El manifiesto era un "YO" inmenso escrito con spray negro en una fuente barroca en El Escorial hace quince o veinte años. Yo lo vi: yo soy yo, en minúsculas. No se quien era YO, pero fué y escribió su identidad en la fuente en una plazuela entre el teatro de Carlos III y la terraza del Restaurante Charolés. Quien tatuó el granito vociferó su identidad por el corto espacio de tiempo en que duró la pintada. Si le preguntaran, en un interrogatorio siniestro, no podría contestar soy yo, a la pregunta ¿quien eres? Tendría que dar nombre y apellidos y número del DNI.

Es que dices "soy yo" me decía un amigo (yo mismo) y no te creen. Es demoledor que en tu incoherencia aciertes a comprender que cualquiera de nosotros no es sino una falta de ortografía en una gramática universal. Tienes razón, yo la tengo. ¿Porque no la vas a tener tú? Los muertos son tozudos porque vuelven a los estantes de la biblioteca, no te das cuenta de ello y los tienes ahí día tras día. Te han dejado su testamento honroso.

Trato de escribir oracularmente, me convierto en delfos y acaba doliéndome la cabeza. He aspirado los vapores de esa locura de la cual los visitantes a la gruta han de extraer la razón. Al salir a la luz se habrá abierto paso una decisión en su pensamiento: volverás a triunfar. Les dijeras lo que les dijeras, fuera cualk fuera el mensaje oracular, ellos han entendido lo mismo que esperaban. El oráculo, en el fondo de la caverna, respira pausadamente ensanchando las paredes de piedra que destila humedad. Un toro en el fondo del laberinto persigue a una virgen a la que Teseo acabará abandonando en la isla. Soy delfos y he perdido las palabras. Estoy harto de leer imágenes escritas con letras, cansado de seguir el movimiento del gesto detrás de una cámara y perder el pensamiento de las cosas (las personas, por ejemplo) como si explicarme de donde a donde y como, camina un personaje, pudiera explicarme su dolor o su desapego. Viene desde el fondo de la tiniebla el toro y lleva, ensangrentada, la imagen tan solo, el reflejo de la imaginanción, que hemos temido fuera verdad y era solo una pesadilla, a la virgen rota, amada, profundamente atravesada, por los dos pitones. Hay que desentrañar el camino del laberinto, llegar al centro y tocar la campana. Todo está en el laberinto pero no se atina a encontrarlo.

Oracular era Beckett al que le preguntó un periodista literario por lo que había querido decir al escribir "Esperando aGodott". Exactamente lo que he escrito, le contestó serio, el autor; y dió la entrevista por finalizada. No se debe sufrir tanto detrás del pensamiento, de las ideas mudables de las cosas, para acabar contando lo que hemos querido decir en una síntesis de diez palabras. "Mi libro trata de la incomunicación, y de la ambiguedad, y de los diferentes niveles de comprensión entre generaciones" dice el autor ante el entrevistador del canal de televisión o ante el micrófono de la radio. Adoptada la pose de escritor, tiene treinta segundos para explicar su obra. "¿He estado bien?" pregunta al aslir. "Muy bien le contesta el entrevistador, muy bien. Con mucha seguridad, parece que lo hayas hecho cada día". No sabe que en realidad lo ha estado ensayando en el taxi que le llevaba al lugar de la entrevista.

Escribo así porque me apetece escribir un canto oracular por los perdidos de la memoría.

Un libro a mi lado, en esta breve etapa de la tarde en que vuelvo a casa para volver a irme, es ahora ya cosa de poco tiempo, un libro me ha llamado desde un estante alto, he puesto el escabel y lo he cogido. Otro maldito que ha muerto varias veces: Pavese, Cesare. Muerto en 1950. Muerto en la memoria de los hombres. "El oficio de vivir y El oficio de poeta". Transcribo su última anotación:

La cosa más secreta temida ocurre siempre.
Escribo: oh, Tú, ten piedad. ¿Y después?
Basta un poco de valor.
Cuanto más determinado y concreto es el dolor, más se debate el instinto de la vida y cae la idea del suicida.
Parecía fácil, al pensarlo. Y sin embargo, lo han hecho mujercitas. Se necesita humildad, no orgullo.
Todo esto da asco.
Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más.


No es un poema, es la última entrada en su diario. Días después le encontraban muerto, se había disparado una bala en la cabeza. El diario estaba en una carpeta azul y abarcaba años de su vida: desde el 6 de octubre de 1935 hasta el 18 de agosto de 1950. Tenía 42 años. había vivido, desde su adolescencia en un tiempo prestado, incapaz de dominar el oficio de vivir, pero dueño absoluto del oficio de poeta. Intelectual, combatiente, preso, antifascista, lleno de obsesiones interiores y de una lucidez desmesurada, dejó dos libros de poemas, novelas, artículos y sus diarios.

La verdad es que yo siempre llego tres o cuatro años después que mis coetáneos; de ahí el apego desesperado y al tiempo aburrido de mis verdades. (1937)

Pero lo grande, la tremenda verdad es esta: sufriur no sirve de nada. (1937)

Las cosas se descubren a través de los recuerdos que de ellas se tienen. Recordar una cosa significa verla, solamente ahora, por primera vez. (1942)

El estupor es el resorte de todo descubrimiento. En efecto, es conmoción ante lo irracional. (1944)

El dar es una pasión, casi un vicio. La persona a la que damos se nos vuelve necesaria. (1941)

Me pregunto en que pensamos ahora, en este tiempo de hoy, de nuestras vidas. No se trata de que otros hayan pensado antes, sino ¿que sabemos que pensaban? Pavese y Pesoa, Camus, Arendt, Sartre, Beckett, Cioran... Escribir etcétera me parece un sacrilegio y tres puntos suspensivos una posición respetuosa. Hoy la modernidad atrapa palabras con redes cazamariposas, pero deja escapar el pensamiento volando, viviendo en el recurso de lo explicado. Cualquier autor explica a la crítica lo que ha escrito, exactamente igual que un grupo de jóvenes músicos nos dicen antes de que escuchemos su música que es lo que han tratado de hacer.´cabe no leer pero ¿como aprender entonces?

Transcribo de Residua, de Samuel Beckett:

Todo lo que antecede a olvidar. Demasiado a la vez es demasiado. Esto da tiempo de anotar a la pluma. No lo veo pero lo oigo allá detrás mío. Es decir el silencio. Cuando la pluma para yo sigo. A veces rehusa. Cuando rehusa yo sigo. Demasiado silencio es demasiado. O es mi voz muy débil en momentos. La que surge de mi. Tanto para el arte y la maña.

Hora es de recoger las palabras y de salir por la ventana al jardín en el que la tormenta ha provocado una inundación. Nada morirá a causa de ella, pero satisface esta sensación de peligro superado. Caerá pronto la noche y volveré a lo mío con el ánimo de reencontrarme con amigos queridos.

3 comentarios:

  1. Quisiera estar cerca para sólo darle un abrazo grande y acompañarlo...

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  2. Muchas gracias. Le aseguro que lo he recibido. Luis

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  3. Desde luego tu blog es para encuadernárselo

    Fascinada por el encuentro con Pavesse

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