sábado, mayo 27, 2006

Piel de elefante


En el bosque hay mucha piedra berroqueña, de granito de la sierra de Madrid, aunque por esta vertiente es de la provincia de Segovia. Es el granito limpio con el que se construyó El Escorial. De él escribiré en otra ocasión, de mi encuentro con su fábrica lejana y de la amorosa seducción que ejerció sobre mi. Vivo a pocos kilómetros de él lugar y cuando me parece que le echo en olvido, subo al coche y me voy para allá. El reencuentro tiene siempre el mismo nivel de intensidad afectiva. Volveré sobre él.
Esta piedra berroqueña se va cubriendo, con los años, de musgo oscuro, verde casi pardo, que parece un terciopelo algo irsuto, basto, pero muy táctil, que transfiere sensaciones cuando se pasa la palma de la mano por encima. De hecho forma parte de la tradición constructiva de las casas de piedra de esta zona, chaparlas con lajas de esta piedra de entre ocho y doce dentímetros de grosor. Se conserva el musgo que está vivo, se asienta en la casa y va recubriendo la piedra, se quema un poco en el verano y vuelve a revivir con la llegada del invierno. La piel de las casas serranas es oscura, de piedra irregular en sus contornos que si está bien aposentada parece la de un animal prehistórico, con resistente caparazón, pàra defendeerse de los peligros de la vida natural. Para conseguir el efecto, la junta entre las piedras debe acomodarse buscando que las formas sellen el espacio entre ellas y ser de color gris oscuro; aquí a esa junta la llaman llaga y el nombre, transfiere todavía más al conjunto, la idea del animal. Vivimos pues dentro de animales de la prehistoria, posados e inmóviles, sobre una pradera de pasto verde y jugoso, rodeados por un bosque de espesura considerable. En el pueblo no es así, allí las casas son blancas, dicen que por una vieja ordenanza dictada hace trescientos o cuatrocientos años, destinada a evitar las enfermedades contagiosas, gracias a la cal; las casas modestas, está claro, que las señoriales eran de piedra y algunas blasonadas en hermosas labraduras de lineas orgullosas. Mi casa no, es de piedra caliza casi blanca, de Campaspero, que es una zona segoviana famosa por ese tipo de piedra, que adopta con la luz un ligero tono rosado y cuando el sol la trata le da un resplandor que parece dotarla de luz propia.
Con el tiempo, la vida va mineralizando sobre la esencia palpitante de la memoria y de los sentimientos, en los gajos del presente que se vive, un recubrimiento similar al de las casa del prado o a la piel blinadad de los rinocerontes. Mentimos cuando gracias a la piel que nos recubre, ofrecemos la apariencia tranquila y reposada de la serenidad, capaces como queremos hacer creer que somos, de defendernos de cualquier agresión. Eso que llamamos experiencia es piel, es pura piel recrecida con el paso de los inviernos. De dentro a fuera va consiguiendo dureza, de tal manera que ningún resquicio, en condiciones normales, dejamos a merced de los ataques externos. Con nuestra piel a cuestas defendemos el sentimentalismo, la timidez, el miedo al fracaso y la inseguridad. Puesto que no soy psiquiatra no puedo dar a estas sensaciones expresiones más sabias y especializadas, que todo se resume a dominar con el conocimiento el lenguaje tribal de los especialistas. Todo dentro bien defendido, para hacer ver, como las viejas fortalezas, que somos inexpugnables. Las casas no lloran, nosotros tampoco. Bien es cierto que no hay siempre motivos para ello. Digamos pues también que las casas no ríen: nosotros tampoco. Acechantes en la placidez del prado esperamos el futuro lo más despaciosamente que sea posible convertidos en los animales que hivernan en el fondo de sus guaridas. El mundo exterior está fuera del prado y llega un momento en el que no lo percibes. Ni me gusta ni me disgusta: es como es y me ha sido dado, no vas a ponerte ahora a transformarlo. Me aterra la profesión de mesias y desprecio la de salvador. Optimista por naturaleza (es distintivo de algunos individuos de la especie) prefiero pensar que siempre va todo mejor, mirado a gran distancia, sin bajar al detalle donde se mezclan las miserias con el renqueante progreso. Hace unos años me definí epicureo y por esa razón creo, que salvo por dramáticas realidades que no son al caso, es mejor no intervenir en la cosa pública cuando tantos voluntarios hay para ello. A las criaturas del bosque, guarecidas en nuestras casas, no nos imponen el camino, nos indican la dirección a seguir y vamos por ellas o cogemos atajos. Nos hemos vuelto, los que venimos de la cultura de capital, autosuficientes y nos basta el paisaje, unos libros, una panadería, un par de tiendas de comestibles, uno o dos bares, una carretera que intermedie entre el norte y el sur, una gasolinera, un pc y una línea adsl. En primavera, cuando se produce la tala, dicta el ayuntamiento un bando y los vecinos podemos subir al bosque a recoger la leña que talada de los troncos mayores, no sirve para la serrería. Con gusto enorme hago cada año el camino de subir con mi todo terreno y mi sierra de gasolina, por la ladera de Aguas Vertientes, en busca de ramas que son tan gruesas como troncos. Allí mismo las corto en secciones y las meto en el coche; en dos o tres viajes de corte y acarreo y posteriormente en casa de estiba, consigo la leña de pino para el invierno. Me produce un enorme placer hacerlo, con mis manos y mi esfuerzo personal. Se que la encina comprada arde mejor, pero este pino que trajino yo es mi presente y puedo tocarlo con las manos. Además, en este bosque mío no hay encina, que es árbol de dehesa.
Mientras algunos aspiramos a vivir en el bosque, en nuestras casas de piel prehistórica, a un paso de la fuente y de los senderos, los jóvenes del pueblo aspiran, con razón, a vivir en pisos de noventa metros cuadrados o en casitas adosadas de tres plantas y pequeño garage para un solo coche. Si mi modernidad y la aportacioón creativa que pueda hacer a ella es el retorno a la casa recubierta de piedra, la aportación de la juventuid del pueblo, aposentada en su modernidad (que debe ser la misma que la mía, al fin y al cabo, porque es fruto del tiempo), es recorrer el camino hacia los modos de la urbe, la pequeña Segovia o la mastodóntica Madrid. En el prado, las casas de piel de piedra de musgo, parecen una manada de viejos elefantes reunidos en su cementerio escondido. En el pueblo estalla la vida moderna. No es un contraste, es un complemento.

7 comentarios:

  1. En esta casa viven dos amantes de la arquitectura. Te han leído. Les ha gustado el pronunciamiento de las texturas y todo su contenido.

    Yo, al igual que Movie, suspiramos por el día que vivamos en un bosque como tú.

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  2. Clarice, yo no se si podrán saber loq uje s la piedra de musgo. Te enviaré pronto, cuando lofotografía, una muetra. Lo demás, querida amiga, es imaginación y literatura.

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  3. Luis:

    Mis arquitectos si quieren las fotos. No hay tal máravilla por este territorio. Aunque si conocemos el musgo. No la piedras que mencionas.

    El centro histórico del puerto de Veracruz, las casas antiguas, tienen piedra muca combinada con tabique. La múcara era traida por los franceses y la echaban al mar. Y mis paisanos las tomaban para construir.

    Hermoso poder combinar el arte creativo de las letras con la arquitectura.

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  4. Luis, el texto es precioso...lleno de calor hogareño. Me ha gustado mucho la imagen de las casas vivientes, para que luego digan que las piedras no sienten.

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  5. Estimado Luis, en algún sitio impreso en papel, cosa rara por tratarse de un poema, leía a un tan joven poeta que he extraviado su nombre... aquella línea que me llamó fue: "Con arena de otros he construido mi casa". Pero recordemos que Bertold Brech quería llevar un ladrillo consigo, que Benedetti mostraba tanto su casa como su tristeza vista de afuera.. que tu Miguel Hernández la mostraba pintada, no vacía. Y tu nos muestras cuanto hay de historias en el cacajo de una pared, en el aroma de serrín, en la vida tan llena de aromas.

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  6. Piel de elefante y memoria de elefante. "Los elefantes pueden recordar" es el título de una novela de Agatha Christie que leí hace no sé cuánto tiempo, no recuerdo cuánto, pero mucho, sin embargo, ese título, tan sugerente, nunca se me ha olvidado.
    Ahora, hasta creo que enlaza perfectamente contigo y con el sentido de tu relato.
    Un saludo

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