martes, mayo 23, 2006

Hola, ¿cómo estás?

Una mujer desconocida se acerca caminando por el centro de la franja de arena que forma la playa. Atardece en enero. Goyerri, que trota unos metros por delante mío, la ve y se apresta al cortejo: consiste en caminar despacio en línea recta hacia ella: a unos pocos pasos, dos o tres, se detendrá y tensará su cuerpo; la cabeza hacia la figura que viene, los ojos fijos en ella, el hocico alzado; diríase que husmea la caza y es así, probablemente. Según el comportamiento de la persona, Goyerri actúa de una u otra manera: si es evidente que le han visto e incluso que han fijado su atención en él, una sonrisa, un gesto, el pequeñito, sin más, trotará hacia ella y alzará la cabeza al llegar a su lado esperando una caricia o una palabra amable; si sucede se alzará sobre sus cuartos traseros y le ofrecerá el hocico olisqueando. A ese gesto, que es como dar besitos, lo llamamos "hacer morritos": tonterías de la liturgia de cada uno. Si la que viene caminando no le hace caso, Goyerri permanecerá quieto, pendiente, con la cabeza ladeada como si mirase a otro lado, pero atento a cualquier gesto. Si no sucede y pasan por su lado sin hacerle ni caso, la mirará, la seguirá con la mirada y permanecerá unos segundos viéndola alejarse; justamente, pienso yo, el tiempo que tardará en digerir el desengaño. Lo cierto es que no encanta a todo el mundo y eso le sorprende, tarda unos segundos en aceptarlo, pero luego, reemprende el trote caminando por el centro de la franja de arena. Hasta el siguiente encuentro.
Cuando era cachorro, estos encuentros sin gestos ni caricias, le dejaban triste. Se alejaba cabizbajo, miraba hacia atrás, seguía la marcha del que se alejaba. Creo que le costaba comprender lo que habia sucedido y que en el fondo de su pequeña gran conciencia sentía congoja, tanto le importaba el contacto con las otras personas. Ahora, después de once años de vida regalada y azarosa al mismo tiempo, se ha acostumbrado a entender que hay personas que no corresponden a su deseo de contacto, gozoso y esperanzado y si eso no se produce el agujero en su ánimo es ahora mínimo. Herida quedará, estoy seguro, pero con rápida cicatrización.
Cuanto más le veo actuar más pienso en las personas. Creo que pasamos gran parte de nuestras vidas pendientes de un contacto deseado que aminore la falta de compañía, la autoestima decaida, la sensación ineludible de que ya es hora de alguien nos sonría, nos hable, le hablemos, acordemos una simpatia mutua y una relación confiada. No hablo de amor ni de pasión, sino de compañía. En esta sociedad de tímidos impenitentes no existe una asignatura especial para progresar en los encuentros y uno aprende la gramática parda de lo que ve, lo que ha leído, lo que puede hacer por causa del impulso.
Hace años, recién llegado a Madrid y alojado, sólo, en un apartamento de un piso 18 en la calle Orense, sin conocer a nadie, imaginaba desde la terraza alta del edificio, la cantidad de personas con las que allí abajo podría conversar acerca de cualquier cosa, condenado como estaba a convivir con un televisor. En las horas de madrugada tuve la suerte de contar con un conserje dado al cuba libre y a la charla deportiva. Yo bajaba hasta el vestíbulo y le hacía compañía, miento: me hacía compañía él a mi mientras desgranama las penas inacabables del Atlético de Madrid. Me hacía el encontradizo, salía a la calle y daba la vuelta a la manzana, llegaba paseando hasta la Castellana o hasta Capitán Haya y volvía despacio hasta encarar de nuevo el portal. Allí estaba, con una mata de cabello de plata y una nanriz afilada, camisa blanca y corbata, en verano con manga corta. ¿Qué pasa? le preguntaba yo como al pasar y él me contestaba invariablemente: "aquí andamos, matando el tiempo". Yo me paraba frente a él, ¿que pasó el domingo? y él "lo que tenía que pasar, esta gente son un desastre". Hablaba del Atlético. Me quedaba un rato junto a él, al resguardo de una palmera que rodeada por una bancada de marmol me brindaba asiento. Bromeábamos: "¿no le importará que me tome un cubata?" me decía. ¿Cómo me iba a importar? Y así pasaba con él quince o veinte minutos, el tiempo necesario para alimentarme con una voz humana. Soledades hay que no las cura ningún conserje y que necesitan de la compañía de un buen barman de la última hora, la de antes del cierre. No era mi caso cuya cura ya he explicado, pero en mi deambular nocturno las he visto, acodadas en las barras de los bares, mirando la televisión de costado, ladeada la cabeza e inclinada hacia lo alto y comentando de vez en cuando con el camarero cualquier acontecimiento. Una amiga mía, abogada, al poco de separarse, me preguntaba ¿cómo voy a conocer ahora a un tio majo, no quiero vivir sola el resto de mi vida? No llegaba a los cuarenta. Y su pareja perdida, saliendo de un romance roto que no aguantó tres meses, me preguntaba lo mismo. ¿Llegaría a conocer a una chica maja? ¿Cómo? ¿Donde estaban los unos y los otros?
Goyerri ha aprendido a dejar de lado los desplantes, a no darle más importancia que la de unos segundos. Debe tener en su constitución y gestualidad una manera de encojerse de hombros que todavía no he descubierto; tal vez en las orejas, o en sus enormes cejas de inglés. Temo que no es así con las personas y tardamos demasiado en encojernos de hombros. A lo largo de la vida uno hace uno, dos, tres, cuatro, cien intentos, doscientos o más, de acercarse a los demás, uno por uno y ofrecerle un pacto. Vivimos acompañados y practicamos la íntima individuación, la conversión de espacios en singulares y propios, lugares del pensamiento que reservamos para cada uno de nosotros y en ocasiones nos agobia la presencia de los otros alrededor y clamamos por el retorno al instante privado, alacena en la que depositamos aquello que llamamos nuestros pensamientos. Cuesta saber en que piensa el otro cuando está ensimismado y si le preguntamos nos contestará "en nada" No se puede pensar en nada: "yo si". Mejor no preguntar entonces. Pienso que lo mejor de la soledad es la compañía y lo mejor de la compañía es la soledad. Pero siempre, siempre, acabamos caminando hacia otra persona y alargando la mano le ofrecemos un pacto: Hola, ¿cómo estás?

13 comentarios:

  1. Bien, gracias. Pues aquí, leyendo tu blog, cuando tendría que estar repasando para los exámenes del viernes...pero mira, me cansé ya. Voy a dormir. Ah! también me pregunto yo, a veces, lo mismo que se preguntaba tu amiga y también he aprendido -como Goyerri- a cicatrizar, además también digo y/o pienso "él se lo pierde".
    Un guau a Goyerri y buenas noches.

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  2. Me dolió porque es verdad lo que escribes.

    Mi amor a Goyerri.

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  3. Me ha encantado todo lo que has contado. No sé decir más que eso.

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  4. Pues veo que no es a mí sola a quien tu escrito ha dejado "sin palabras". Y surge la pregunta recurrente acerca de qué buscamos cuando escribimos estas cosas. Si es llegar al otro, tocarle y abrirle un nuevo espacio, vaya que lo logras.
    En particular me ha tocado mucho tu comentario acerca del vaivén entre la soledad y la compañía. Quiero estar sola pero cuando lo estoy extraño al otro, a los otros. Los gritos de los chicos que gritan "mamá, mamá" cuando lo que necesito es ese rato de silencio para poder escribir y pensar, pare estar conmigo.
    Casi que corro a verlos pero la obligación de la escritura final de mi tesis de maestría, no me deja margen para ello. Pero al menos si para dejarte este saludo desde Caracas. Volveré por aca. Gracias

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  5. Gracias, Juliana, por tu comentario. Escribo estas líneas cada día como disciplina para tratar de explicitar mis certidumbres en la vida: lo que creo que ya se, aquello de lo que todavia dudo. Trato de "desaprender", tirar por la borda aquello que no me sirve pero que me han enseñado. Y "desolvido" o rescato del recuerdo aquellas cosas que todavía, aún sin uso, me interesan. Y las publico si le puede servir a alguien este ejercicio.

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  6. Hola de nuevo:
    Qué bien... justo eso fue lo que más me gustó de tu presentación. No es fácil eso de desaprender y, probablemente es lo más importante que debamos hacer en la vida y que la escritura nos ayude y que, encima, la podamos compartir con otros, me parece maravilloso. Un gran vecindario este... Siempre es grato encontrar gente con la calidad de lo que escribes. De hecho, insisto en que, si la escritura no "toca" a quien la lee, más allá de lo meramente formal, apenas ha cumplido la mitad de su cometido.
    Felíz madrugada (para ti)

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  7. Solamente un matiz, Juliana, a tenor de tu último comentario. Lo escrito no existe hasta que no lo leee alguien ajeno a la escritura. Cada lector ejecuta un acto de revelación, da vida, crea lo escrito desde el primer momento. Nadie más ajeno que el autor a eses proceso. Esta idea, que procede de Sartre "Qué es la literatura" me imnpactó enormemente cuando la leí hace muchos años y soy fiel a ella.

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  8. Si... tienes toda la razón, gracias por el matiz y, sobre todo, por el recordatorio de Sartre. Justamente ahora leía algunas cosas de Queau (que no Queneau) acerca de la globalización y luego caía en otro comentario acerca del lenguaje, la interacción y la producción artística: "Lo virtual se sitúa casi por completo del lado del lenguaje. Los vínculos entre lugar y lenguaje se enriquecen y todo ello se traduce en formas artísticas." Los cruces del lenguaje son entonces entre el lenguaje del que escribe y los ojos de quien lee con todo su "ser en el mundo". Más allá de las categorías apenas aproximativas y la escritura al voleo, me das una clave más. Gracias de nuevo

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  9. Ojo, me refería a mi uso apenas aproximativo y probablemente erróneo de categorías, no a tu texto. ;-)

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  10. De hecho, Sartre sostiene que no existe la obra de arte como paso primero, hasta que al lector no le es revelada en el proceso de lectura. Cito a JPS: "la realidad humana es reveladora... el hombre es el medio por el que las cosas se manifiestan... si le damos la espalda a un paisaje, quedará sumido en su permanencia oscura.
    Lamentablemente creo que hemos dejado a muchos autores que merecen ser leídos de nuevo.
    Ahora si, Buenas noches, para mi.

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  11. Hemos de retomarlos. Buenas noches y nuevamente gracias por el diálogo.

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