domingo, mayo 07, 2006

Eternidad y nada

Tiene unos tres mil años. No se sabe quien fué y eso no importa. Lo importante es que fué. Yo lo encontré en París, frente al Louvre, en una tienda de antiguedades que todavía existe: A la Reine Margot. No me pude resistir a sus ojos fijos y provocadores, atravesando la distancia hasta mi desde una mesa central en la que se reunían objetos expuestos a la venta. Estos anticuarios de París tienen, a diferencia de la generalidad de los que encontramos en España, una gama de antigüedades heterogéneas entre las que puedes encontrar algo egipcio, algo romano, algo asirio o algo de los tiempos de Napoléon; todo es posible. Exiges la certificación correspondiente y te la dan firmada y sellada. Te llevas a casa un trozo de vida que te está mirando desde un escaparate, tras del cristal, o sobre una mesa, o en un estante. Los objetos tienen para mi cierto animismo que les confiere un poco de personalidad; merecen un respeto, no soy capaz de tirarlos, romperlos u olvidarlos, tienen sus tiempos, sus espacios y sus derechos. El amigo egipcio (siempre di por descontado que era un joven) me miró con el descaro de sus ojos almendrados, pintados, bordeados, fijos, expresivos. Tenía lo que costaba, así que se vino conmigo a casa y ahora, en el prado, ocupa un estante en el salón con dos guerreros chinos de terracota esmaltada, una cabeza de marmol de Venus de la época de Augusto y una mínima colección de relojes del siglo XIX que marcan horas diversas, y discretamente no suenan en ninguna. Al amigo egipcio le he mirado en miles de ocasiones, fijamente y de pasada, con premeditación y de soslayo. He tratado de comprenderle y, no estoy demasiado loco, sé lo que digo, de descifrar su esencia. Poco importante quien fuera y que, porque intuyo en él más de una persona, tal vez dos y contando bien con los dedos de la mano me salen tres. La primera es el modelo, la persona que le sirvió al artesano para plasmar ese óvalo triangulado, esa barbilla enérgica y los labios carnosos y sensuales: es casi un niño, pero ¿qué podía representar ser un niño en aquellos tiempos? Aún en el caso hipotético de que no existiera un modelo concreto, esa expresión y esos rasgos flotaban en el aire y eran de alguien que se cruzaba con el artesano. La segunda es lo representado, o el representado. De una tapa de sarcófago tal vez; murió joven, casi un niño; cercano a la pubertad se asomaba a la vida con esos ojazos ávidos de curiosidades y una enfermedad se lo llevó; las enfermedades no eran sorpresivas, ni sorprendetes; llegaban con naturalidad. La mortalidad infantil era tan grande (hasta hace menos de ciento cincuenta años) que era mejor no amar demasiado a los hijos pequeños para proteger la propia razón. Tiempo había para amarlos cuando crecían. Y el tercero es el propio artesano, aquel a quien le han encargado tallar esa cabeza que deberá fijarse en la tapa del sarcófago. Sin fotos ni retratos, sabiendo que era tal vez un pequeño señor, tuvo que improvisar en edad indefinida y rasgos hermosos y plasmó su ideal de belleza, toscamente, no se trata de una talla de gran calidad, pero con seguridad en los trazos y el corte. Diestro en su oficio sabía como trazar una nariz, como definir unos pómulos, como curvar una frente o dibujar unos labios que trazaban un aire de gozo en su contorno. Más torpe fué aquel que separó la cabeza de la tapa del sarcófago, buscando seguramente en el despiece y su venta un mayor beneficio. Cuando le vi en A Reine Margot quise llevarle conmigo al Mediterráneo, al otro extremo de su Mediterráneo que es también el mio y por cuyas tierras he viajado ocasionalmente, buscando encontrar un origen más allá de m i propio localismo. Amanecí una mañana en un tren llendo a Luxor desde El Cairo. A las siete pequeños colegiales uniformados caminaban por la ribera del Nilo, en los pueblos que dejábamos atrás al paso del coche cama, dirigiéndose a las escuelas. Chicos y chicas, reconocibles en la distancia porque ellas llevaban falda iban al futuro tratando de taladrar los muros ideológicos de la modernidad. La noche anterior habíamos estado tomando un terrible coñac yugoeslavo en un atestado vagón bar, charlando de política y guerra con un grupo de palestinos, licenciados en universidades europeas y sin futuro en su tierra. El camarero que servía en la barra, presionado por unas turistas ansiosas por conocer los secretos de la danza del vientre, se hizo sitio en medio del gentío que atestaba la barra y las mesas, pidió prestado a una de ellas un chal y al son de la música de la radio se trazó una danza del vientre como no he visto ninguna. Otra fotografía encontrada en la memoria. Posiblemente, al tratarse de un muchacho, la singularidad sensual del baile adquiría un trazo de mayor vigor y en nuestras mentes europeas su evidente homosexualidad ofrecía una carga adicional de morbosidad. En la radio cantaba Unm Kulthum; hablar de ella en Egipto era hablar de alguien que estaba por encima del bien y del mal. El Rais la admiraba, y todo el mundo; cuando ella cantaba no había otro acontecimiento, ni política; el mundo se detenía. Todos los jueves desde 1937 hasta poco antes de su muerte en 1975, daba un concierto que se retransmitía a todo el mundo árabe. En los bares de El Cairo y de Alejandría, los hombres tomaban refrescos o te con menta y callaban mientras la voz de ella desgranaba sus historias. Los ojos del camarero del coche bar del tren que me llevaba de Alejandría a Luxor en una noche del mes de mayo de 1983, eran los ojos del muchacho egipcio que encontré años después en París, en A la Reine Margot. La vida traza líneas sinuosas que a veces no sabemos ver o no miramos y en nuestra historia se entremezclan pequeñas historias que tejen y destejen verdades y posibilidades. Los universitarios (chicos y chicas) palestinos, habrán tejido sus vidas, habrán perdido algunas de ellas en aquel imposible conflicto que parece no tener solución. Tengo amigos y conocidos en los dos mundos y les comprendo a ambos. Cuando me hablan me esfuerzo en seguir comprendiéndoles. El tiempo de un conflicto es la duración de una derrota.
Lo que yo veo en esta cara, en estos ojos que me miran fijamente hace ya años, es el rastro de la eternidad, el único rastro de la eternidad de la que tengo certeza. Ni el artesano, ni el niño del sarcófago, ni el modelo si existió, supieron nunca que tres mil años después, estarían presentes en la vida cotidiana y que su rastro daría fe de su existencia y de su esencia. Yo se que existieron, eso es la eternidad. Y mientras yo lo sepa su tiempo existirá.
El camarero del coche bar, a saber por donde andará si sigue vivo, ignora que alguien recuerda tantos años después aquella hermosa danza del vientre con la voz de fondo de Umm Kulthum. Esa pequeña memoria es parte también de su eternidad.

6 comentarios:

  1. A mí me cuesta entender por qué echaron de sus casas a los judíos y musulmanes que vivían en la España del siglo XV, me cuesta entender por qué echaron a los palestinos de sus casas para devolver? esa tierra a quienes decían les correspondía por antigüedad? si me cuesta entender eso...comprenderás que no tengo ni idea de lo que es la eternidad. Las estrellas que vemos hoy, hace tiempo que no están. Puede que los recuerdos, la memoria, tengan una velocidad distinta, relativa, que el tiempo no puede medir. No he viajado mucho, cuando lo hago me gusta pasear por la parte antigua del lugar, intentando atrapar lo que tú llamas eternidad, imagino cómo sería la gente, qué harían, ¿qué soñarían?, ¿pensarían que, muchos años después, en aquel mismo lugar alguien intentaría saber de sus vidas? "Cui lo sá"

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  2. La historia es difícil de aceptar, de entender no, es fácil viendo el contexto. El problema es aceptar la injusticia. Pero lo justo y lo justo se entrecruzan y nadie es inocente. Nadie. Y la eternidad no es una medida humana y por lo tanto no existe. Yo hablo de ella literariamente, pero en realidad es la memoria.

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  3. Yo creo que si, que la eternidad existe, nosotros somos parte de ella, ¿cómo no va a existir?

    PD: Muy bonito tu post Luis, muy bonito.

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  4. Gracias. Por cierto, aparte de nosotros existe el cosmos. es decir: planetas, galaxias, etc. La eternidad no existe. es la duración de las cosas cada cual en su tiempo. Repiito, gracias por tu PD.

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  5. Emotivo el paseo de tu recuerdo que lo has convertido en tu propia eternidad.

    Desmantelad la eternidad y crearla para decir que es lo que fue.

    Se guarda el impacto del momento entre las horas para siempre.

    Gracias por contarme y llevarme lejos.

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  6. Clarice: de existir, la eternidad nunca nos podría ser ajena: seríamos nosotros mismos. Es tiempo real y por lo tanto memoria, ya que el futuro no existe hasta que se "presenta".

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