lunes, enero 23, 2006

Una metáfora: la bóveda infinita y la del Panteón.

Levantamos la mirada y alcanzamos la visión de la inmensa bóveda acotada por las copas de los árboles. Los bloques vegetales componen un mosaico sobre el azul que se extiende arriba con vocación de infinito. Hemos visto maravillas, somos gente de mundo, guardamos en el fondo impreciso del iris de nuestros ojos visiones que nunca se borrarán. Mágica fotografía la del recuerdo. Con el tiempo gana actualidad y cercanía. Imprecisa al principio, desgajada del sueño y de la incertidumbre para ir componiendo una figura de geometría palpable. Toda figura es esencia de algo. Toda figura resume una caligrafía que hay que leer, a veces trabajosamente, a veces con ligera alegría y facilidad. He ahí que podemos recomponer el mensaje y está, claramente, escrito en nuestro cielo interior. "Yo se lo que quieres decir, nada más verte" y dejamos que sea el rumor de la montaña el que subraye. En el bosque hablamos solos y vemos solos y fabulamos en soledad asombrosas compañías. Asombrosa la forma, el vacío, el óculo abierto por el cual bajaran deidades a reposar con nosotros. Si llueve las aguas sobrantes se deslizarán por el marmol hasta alcanzar unos mínimos agujeros en el suelo, y por ellos, en sentido circular y acelerado, brillarán mientras desaparecen. Estas aguas vertientes son las mismas que precisarán en días de lluvia una geometría asombrosa. Toda figura es esencia de algo y ésta que vemos entre nubes, destila a los dioses que ajenos a los hombres no se ocupan de ellos. Que gran desasosiego sentarse junto al musgo del norte y dejar la mirada sobre ramas de pino salpicadas de acebo. En toda belleza subyace algo impuro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario