viernes, enero 27, 2006

Primera Guía



Cuando se llega al bosque, aún sin entrar en él, en la linde, separados del muro de árboles unos metros, el viajero inexperto debe repasar el equipaje que lleva. No basta con las justas vituallas para una corta excursión (siempre excesivas) guardadas cuidadosamente en la mochila o macuto, ni basta el plano y la brújula, el chubasquero, el bastón con punta de hierro, un buen calzado, gorra de visera para el sol, teléfono móvil y cuantas cosas más se hayan podido ocurrir a la hora de preparar la salida al camino.
El viajero inexperto deberá cuidar de llevar las justas nostalgías, un frasco de melancolía, unas cuantas preguntas sin formular y un ánimo solitario. Deberá vaciar, a ser posible, esa parte de la conciencia en la que bulle el resentimiento o la excesiva esperanza y también extraer con cuidado, para que no quede herida, cualquier idea preconcebida que pueda llegar a coniderar verdad absoluta.
El viajero inexperto que va a moverse por este bosque, debe saber que no se trata de un paseo por la ciudad en la que abunda la gente desconocida, la mejor de las gentes sin duda, y los establecimientos en los que nos ofrecen comodidad y buen trato. No es lo mismo la senda del bosque que se prepara a penetrar. Esta senda está vacía de vida comparable a la nuestra y la pueblan ruidos y sensaciones, silencios y soledades.
El viajero inexperto al que me dirijo, está frente al bosque y se pregunta si debe seguir, si debe cruzar la barrera de árboles, si realmente ha llegado hasta allí para adentrarse en ese laberinto en cuesta de luces y sombras. Y si es realmente inexperto y por lo tanto ingenuo, dará media vuelta, buscará un bar cercano y pedirá un café con leche y bollos, mientras mira la calle del pueblo animándose de vida.
Si alguien le pregunta que hace allí, le contestará con seguridad que ha salido para darse una vuelta por el bosque, pero que parece que amenaza lluvia y será mejor volver a casa. Aunque luzca un sol por el este que alegre el corazón.

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