jueves, mayo 21, 2009

La Casa del Padre. 1 - El espacio por delante


El paisaje del mar y el paisaje del bosque son diferentes. Habla del bosque para evidenciar un espacio amueblado hasta la saciedad, ocupado por todos los objetos que ocupan sus lugares y dejan los espacios vacíos necesarios para que el caminante se inserte en aquel, sea parte de él. El bosque no llama, acoge, no espera, discurre indolente y receptor. El mar es otra cosa, se muestra como un territorio de vacio inmenso, casi la nada, un recipiente vacío salvo por la luz y la superficie del agua. Hay calima y se diría que más allá puede encontrar la vista algo más, bastará que se levante la bruma cargada de polvo africano que da a todo un resplandor dorado. Pero no es así, se levanta, disuelve, se pierden sus jirones por el ámbito y más allá la nada se ha expandido, se alejan los límites, no los hay si la vista no los encuentra. Hablamos del pensamiento, que resume la naturaleza en puras metáforas.

El mar como la casa. Cambiar de casa, dejar el bosque y asomarse al fulgurante espectáculo de un lugar vacío en el que habrá que habitar con las pocas pertenencias que ofrecen el cuerpo y la mirada. Porque es fulgurante y engaña, que fulgor es reflejo y este, incorpóreo, es fugaz: está y ya no. El Hombre del Prado ya no es de allí, ya no es aquel que presumía de contemplativo, cómodamente arropado por el mobiliario de robles y pinos, abetos, senderos, ardillas, regatos de agua y el rumoroso sonido que viene a convertirse con el tiempo en un silencio sonoro. El Hombre del Prado tuvo otra casa y acabó por desamueblarla. Lo llamaba deconstrucción y ha tardado un tiempo, casi tres años, en entender que deconstruir es vaciar para llegar al puro esqueleto de las cosas: la nada.

Habrá que volver a la casa del padre, se dice, sintiendo que es el pródigo al final del camino de ida. Si no es con metáforas no sabe hablar, no puede escribir. Un hombre es una imagen y dentro de ella un vacío amueblado de heterogeneidad. Se dice: cuanto más consecuente más perdido. Entonces, ¿qué? Cabe exigirse apartar esa sensación de nadear, pues solo puede hacerlo lo que es nada, y eso no es. Juegos de palabras, al final tonterías. Un hombre se aferra a lo que es, orgulloso o no de su andadura; un hombre se aferra, piensa, a lo que siempre ha sido. Memoria e intención. Ya está, he ahí, como puede mentirse uno cualquiera, vanidoso de sí mismo, convencido de su lealtad permanente a la bondad, cualquiera que esta sea, o a la belleza.

Está pues en la casa vacía en la que la luz arrasa los perfiles de lo que no existe, disuelve los límites. Tiene la intención de escribir sobre este lugar al que ha llegado, despacio, sin precipitar ninguna conclusión, por acogedora que pueda parecer. Las puertas más acogedoras ocultan la misma incertidumbre que los umbrales foscos y tenebrosos. Hay que empezar por establecer una sola premisa, una afirmación que sirva de punto de partida. Da con ella sin ningún esfuerzo, pues es tan vasto el vacío que puede, por fin puede, ver con claridad los detalles del almacén sin existencias, porque todas ellas han llegado a su fecha de caducidad. Eso tiene la vida, se diría alegremente, que todo lo que se emprende llega a su autoliquidación, por valioso que sea. Pero no quiere olvidar la premisa que habrá de servir de arranque a este deambular por la playa, el mar, el entorno. Viene la idea como el rayo y sabe que es mentira, porque siempre lo ha sabido: en realidad nunca ha creído en nada.



No hay comentarios:

Publicar un comentario