lunes, febrero 23, 2009

Tarde de domingo



Basta subir hasta El Espinar, seguir la carretera en dirección a Ávila, que es la antigua de Madrid, dejar atrás el Polígono que huele a bizcocho y a plástico porque de ambas cosas hay industria, y seguir por la carretera estrecha que empieza zigzagueando hasta tomar una recta que se abre a la perspectiva, una recta de libro, una línea que parte de uno mismo y se pierde en el horizonte, que es como si se dijera en el futuro. Es lo que tiene estos paisajes, que parecen hechos de tiempo. Está el Hombre del Prado en Azálvaro, que es una campa inmensa que conserva lo medieval en sus entrañas, y en la fría corriente de sus aires serranos, y en los veneros de nieve que aún quedan o en el río, el Voltoya, que zigzaguea por ella como Pedro por su casa, se diría que buscando el puente, que es el río el que anda a ver si acierta y consigue pasar por debajo de los ojos, en vez de haber sido los constructores quienes dijeran que iban a situar el puente sobre el río. Son cosas que nunca se saben a ciencia cierta porque la imaginación, poderosa, las retuerce hasta hacerlas nuevas por irreconocibles. Lo cierto es que cuando se ha dispuesto a unir las fotos del paisaje, le ha quedado, como cosa de casualidad, una realidad que sorprende, y es que la unión de las fotos toma la forma de un desplegable, a la manera de aquellos acordeones de postales que se enristraban. Resulta pues que este paisaje no cabe en una sola foto y necesita desplegarse en varias; tal vez con esto se haga más evidente su vastedad.


Seguir la carretera hasta dar con la cancela de entrada al inmenso espacio, no hay cancela que pueda cerrar la inmensidad y más todavía cuando esta inmensa campa es la confluencia de dos cañadas reales, que aquí se cruzan. Habían, según se dice, más de un millón de ovejas transitando por este espacio que parece hecho de aire y luz, donde l terreno no es sino el soporte. Un millón de ovejas transhumando de norte a sur y volviendo al cabo de los meses, mientras en los vecinos El Espinar y Villacastín se construían las casas solariegas de los que en aquella industria hicieron sus caudales. Esquileo, estabulación, lavado y enfardado y camino a los puertos, buscando el canal, las ferias de Medina del Campo y más arriba aún, los puertos del norte. Un río de riqueza que desapareció dejando un paisaje vacío por el que vuelan carroñeras o rapaces, pastan reses bravas o de carne, y corretea el zorro entre las vacas.



Uno ve en esta soledad inmensa que el río divide en dos sin separarlas, algo más que la buena lengua y el poema serrano que contempla desde lo alto de Malagón el campo extenso. Malagón es uno de los contrafuertes de la sierra de Guadarrama, a cuyo resguardo están el bosque, el prado y sus habitantes. Por aquí cabalgó jornadas el Arciprieste, o el de Santillana, en busca del a cómodo abulense, donde en terribles jornadas de deslealtad al desgraciado Enrique IV le destronaron unos nobles ariscos, para entronar a su hermanastro pequeño al grito de ¡Abajo, puto!, exactamente en los corrales de ganado fuera muros. El Hombre del Prado ve en esta campa de Azálvaro el vacío en que ha quedado Castilla, un espacio inmenso perdido de si mismo, no ensimismado, sino perdido, detrás de una labor que nunca acabada se le fue de las manos. Sostiene que en la tarea voluntariosa de inventarse una nación peninsular perdió el empuje y la fuerza que habían hecho a Castilla. Hubo quien pensó que las naciones se hacían por conquista, y suerte tuvo el empeño de que España acabó haciendo estado de la propiedad monárquica, vestida todo ello del voluntarismo de lo español. Adios, Castilla, ahora convertida en una autonomía de lejanas y vagas resonancias, un ente de transparencia absoluta.


El puente es del siglo XV y tiene dos ojos; un poco tuerto es, que son desiguales y ha perdido además la balaustrada. Tiene, eso sí, una recia subida hasta la cumbre y es anchuroso, para que pasen por él las sombras de los rebaños que después de beber en el Voltoya, encaminaban sus pasos al cruce y encaminaban ruta, o hacia tierras de Burgos o Vitoria, o hacia Plasencia en Extremadura. Podría oírse el sonido de las esquilas si la imaginación fuera además de poderosa dotada para la ensoñación. Decían los vecinos, según consta en historias escrita, que era casi imposible, en estos lugares, dejar de oír el rumor de los rebaños, con su sonido de esquilas, el balido breve y temblón y el apagado rumor de miles de pezuñas pasando interminables. Le hacen guardia los tocones derrumbados, los enhiestos pilares agrietados, de unos chopos lombardos a los que algunos chupones les han surgido e intentan llegar a lo alto, resistir a la desaparición, apropiarse de su lugar en el paisaje, recordar tozudamente que la especie está ahí, aún cuando nadie sabe como opudieron llegar a crecer aquí, quien sería el que los trajo, y con que objeto.


Da al Hombre del Prado emoción que viene de lejos el cruce del puente, subir por las piedras de granito que son ahora losas a las que las hierbas, enmarcando, han cimentado. En lo alto mira hacia abajo, poca altura es, los dos espolones que por la parte sur del puente se enfrentan a la corriente que viene de la sierra, para abrirla y obligarla a tomar los ojos, rompiendo su fuerza por preservar la solidez de la construcción. Está bien enclavado, con dos terrazas de piedra que apuntalan sus dos extremos por el lado de la corriente, donde la luz amenaza con irse ya, que cae la tarde y se dora el oeste. Eduardo, el amigo biólogo, señala en el cielo unos puntos. Son buitres que bajan, alguna res habrá por ahí. Y con los prismáticos busca en el llano hasta dar con un grupo de aves medio ocultas por un desmonte. La res debe estar ahí, se piensa, y los buitres leonados, de armonioso y sereno vuelo, se posan cerca y avanzan por turno, saciando a trancos su apetito, ahora si, ahora, echados del amontonamiento por los más fuertes, volviendo a él, pillando su porción, satisfaciendo el hambre. Monta el biólogo el telescopio y la cámara y le ofrece ver al hombre del Prado aquella ceremonia. Mientras cae el sol y dora las hierbas,. rumorea el Voltoya, ventea una brisa fría y desagradable y el sol va a su paso a ponerse por el oeste, el Hombre del Prado mira absorto, fascinado, aquella imagen de sociedad satisfecha.

11 comentarios:

  1. un domingo aprovechado, y siendo muy original: ¡QUE ANCHA ES CASTILLA!
    AH! El puente si es un poco raro, o a lo mejor es culpa del rio.

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  2. Es que ese puente no se hizo, como los de ahora, para salir en revistas de arquitectura. Su sentido tendría, que los antiguos eran funcionalistas mucho antes de que los nórdicos inventaran el funcionalismo.
    Respecto al paisaje: yo no sé si pretendes ser objetivo en tus descripciones, pero acabas dibujando siempre unos paisajes benignos, como salidos a propósito a nuestro encuentro. Y eso está bien... me parece.

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  3. Gregorio: Como dijo Bergamín, sostengo aquello de que "no puedo ser objetivo porque no soy objeto, y su subjetivo porque soy sujeto" Pero dentro de mi subjetividad si es cierto que trato, con objetividad, de expresar lo que siento, no solo durante la visita al paisaje, sino cuando empieza el recuerdo del mismo, es decir: inmediatamente después.

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  4. Francesc: ya escribo en mi post que tengo la impresión de que puente y río jugaron a econtrarse como por casualidad.

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  5. no acabaron de atinar, al menos últimamente, y es que los puentes y los rios ya no son lo que eran.

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  6. Pienso seguir el tema de la campa de Azalvaro en el siguiente post, que será hoy o mañana. De momento, el puente se ríe del tiempo... A mi, cosas aparte, me parece hermoso.

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  7. Por un momento has removido los restos de mis recuerdos, de hace años, mis domingos por el valle zaragozano de duros inviernos.
    Saludos cordiales

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  8. ...Los puentes siempre me invitan a "ir al otro lado"....no lo puedo remediar.
    Es hermoso crear puentes con la mirada mientras andamos perdidos entre la multitud.
    Brenda

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  9. Brenda, el puente es siempre una metáfora: de un encuentro, de un descubrimiento, de un ir al otro lado. Lo asombroso de este puente que describo es que, al margen de su simbolismo -percepción del que lo ve y escribe sobre él- está emplazado en medio de un lugar vacío sobre un río que pasa por allí.

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  10. Si,un lugar vacío ahora....pero cuando se crean puentes con ladrillos o miradas....es que nuestros pasos o nuestras almas lo necesitan. Puentes para unir destinos y corazones.
    Brenda

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  11. espero que no te importe que haya extraído un pedazo de tu bonito domingo para ponerlo en el apartado excursiones de villacastin.info

    he puesto la procedencia del texto y la foto. bonito reportaje y bonitos parajes.

    gracias

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