jueves, mayo 29, 2008

Ponerse a escribir un post de nuevo con la mente vacía, y sin embargo estar en el convencimiento de que cabe decir alguna cosa. Un texto de hace unos minutos sirve de punto de partida para no faltar a la cita en que, como en una esquina cotidiana o en la mesa de un bar de cada día, uno acude con la esperanza de que los otros contertulios se pasen por ahí. Nadie faltará a una cita que no habiendo sido fijada de antemano se convierte en un deja vu de cada día.

Toma el texto y lo copia transformando de él las apelaciones directas, la primera persona. Al fin el gesto literario sirve sobre todo para ganar distancia. Por otra parte deberá dejar bien claro que es una cierta, palpable felicidad, la que le lleva a escribir con lo que entiende que es lucidez, no desolación ni desesperanza, ni siquiera una pulsión destructiva, sino el mirar con los ojos abiertos de la infancia al asombroso espectáculo del descubrimiento. Eso que da en llamar lucidez y que no es otra cosa que convencimiento de ver y comprender aporta felicidad, entendiendo esta, no como apasionamiento exultante sino como confortable resignación; y también esta última palabra debería ser asumida desde una comprensión nada infeliz, pues resignarse a un buen vivir es camino acertado, según cree.

Claro está que podría decirse que en lo que queda de vida poco queda sino estar y pensar, que son dos cosas que deberían ir unidas. Podrá haber quien estando crea pensar poco, pero el pensamiento es como la procesión, que cuando va por dentro es a veces silencioso e incluso imperceptible, pero pasar pasa. Sin embargo, en ese pasar se produce un posarse las cosas que son el universo. En cierta ocasión Ortega escribió que "el pensamiento humano no descubre el universo, sino que lo construye" Y es cierto aunque no es común que el individuo atienda a entender que es él quien está construyendo lo que le rodea, antes que es lo que le rodea lo que se le entrega hecho en su totalidad, construido para una única comprensión de todos.

Escrito queda en el texto aludido que da pie a este post una reflexión que al Hombre del Prado le salió de la entraña, cuando escribiendo en primera persona, sin rebozo ni ocultamiento, manifestó:

No creo que una vida, si pienso en la mía, como paradigma, sea una línea recta en dirección no sé hacia donde. El camino0 correcto, se intuye, pero cada cual sabe cuales son sus barrizales, o los intuye, y los evita o se mancha en ellos. Cada cual conoce cuales son sus sentimientos, los perdidos, los que sobreviven y los que se agudizan. Lo que más sabor tiene para mi de la vida es lo inconsistente: eso tan leve que no se alcanza a ver ni a comprender y que es pura intuición. Claro que sé que este mensaje es demoledor para quien cree que la vida es una hermosura por descubrir. ¿Y si lo más hermosos hubiera pasado ya? Pues ese día, en que me miré al espejo, encontré una enorme y absurda soledad alrededor, lo que suele pasar cuando, a las 9,00 am uno se encierra en el baño, y por no suicidarse, decide seguir. O mejor, no decide, que la decisión está tomada, sino que simplemente agacha las orejas y sigue. Encontrará una fórmula: cada vez que en el día tengas un rato de vacío entre ocupación y ocupación, piensa. Era algo así como exigir de mi no dejar que el tiempo arrasara con la vida, cosa que hace de común naturaleza, uno y otra, y tratar al vacío del tiempo, ese en que uno mira a la nada en la consulta del médico, en la espera para pagar una compra en la tienda, como si el vacío pudiera ser llenado. Me llevó a un cierto orientalismo: el vacío debe ser llenado de vacío coherente. Una mañana, al mirarme al espejo, tiempo después, me encontré gordo y recordé que tenía diabetes. Lo que no me gustó fué estar gordo, obeso, redondo, tal vez complacido. De alguna manera era yo la imagen de la felicidad con la que en las tiras ilustradas se satiriza al burgués, de tal manera lo hacen que le ponen, pegada, con trazo riguroso, una sonrisa imborrable, permanente. He ahí que el burgués sonríe su patética felicidad: falso, que teme como todos, los finales imprevistos y más aún los previstos. Pensé que algún día mis hijos tendrían esa sonrisa puesta en esa obesidad. He ahí lo irremediable, me dije, toda salvación es propia de uno y lo que queda en la barca queda para el propio naufragio de sus ocupantes. Claro que, deberíamos pensar si naufragio es sobrevivir y sentirse felices. Todo es tan inconcreto... Conviene, si uno lo recuerda, rescatar la pureza de lo vivido, pero en medio de tanta vida, no se puede ver con claridad. ¿Cuando la pureza? ¿Cuando la virtud? Todo el pecado del mundo cae sobre cada víctima inocente y solamente levantando la mano puede uno alcanzar esa gloriosa absolución del !que esté libre de pecado que tire la primera piedra". La playa es arenosa y sin guijos, y he ahí que no ahí piedras sino puñados de arena que arrojar, y que antes de alcanzar el blanco van a dispersarse... De ahí que el gesto de la inocencia pública se quede solo en gesto, y nada más.

Además de la obesidad y la diabetes, lo que no estaba en la imagen reflejada en el espejo, existía en el cofre de los circuitos cerebrales la propia construcción del universo que sesenta años de vida habían ido cimentando. Los espejos no reflejan esa desilusión o ese descubrimiento, o ese convivir entre el asombro y la costumbre. El Hombre del Prado rechaza todo aquello que le ha sido dado al niño para construirse una realidad que le acomode, porque sabe que esta realidad no es real, sino decantación de lo que se piensa real, como si las cosas existieran siempre en una naturaleza consistente y permanente. Igual que el paisaje del bosque, pareciendo el mismo muda a cada instante, como muda el observador que en él habita, la realidad es tan mudable de imperceptible manera que uno no debería acostumbrarse a creer que las cosas y serán, sino que siendo mudarán a otras nuevas, simples maneras de enfocarlas, simples formas de aproximarse a ellas. Hay en el hombre una capacidad autodidacta de la que suele dudar o a la que suele desconocer, y que si la desprecia pierde el propio conocimiento de si mismos a través de las cosas que descubre. Porque tal vez no sea el espejo el que devuelva lo que se es, sino lo que se parece, solamente lo que se parece. Uno en el fondo es hijo de las cosas que son a su vez hijas de la contemplación.


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