El Dios Menor, ya integrado en la vida activa de la casa, le susurró al oído que si hubiera aceptado su oferta de convertirlo en el demon particular de su existencia, no hubiera sucedido el apagón. ¿Y qué? le dijo él. ¿Acaso no ha sido un apagón fortuito al tiempo que una metáfora de mi mismo? Piensa que querría irse así, en la oscuridad imprecisa de un apagón, algo de duración variable, la incógnita del tiempo, mientras perdidos los rostros quedan las voces que se van. Un día de años atrás, en un momento de pasión destronada, escribió un poema perdido ahora, del que solo recuerda un verso: adiós, amor, adiós; no dejes que me vaya; le viene en este presente de enero a la memoria, cuando la destinataria no tiene la menor importancia (toda memoria no es sino un despojo) pero cuando las palabras adquieren una dimensión más pletórica: no dejéis que me vaya, escribiría ahora, a los amigos cuyas voces se pierden en la oscuridad.
La mesa bajo la luz, en la que se sientan doce personas, junto a la cristalera que da al jardín, ha sido puesta con todo esmero por Ana. Relucen los objetos bellos de cristal, copas hechas a mano que irisan la luz y apagan los brillos para conferirles una tenue solidez de cristal antiguo y la porcelana orlada en oro se asienta en el mantel de hilo. No se narra lo magnífico por el hecho de serlo, sino por el entorno ético que la estética confiere al conjunto. En este final del tiempo que es el presente, despojada la agenda de otras huellas, quedan esos doce rostros que le sonríen, que le han besado al entrar, los cariñosos labios dueños de la palabra y el afecto, y una atmósfera de contento. Se le antoja que en toda vida existe un asentamiento en el tramo último que adquiere el aire de un ancien regíme particular: un residuo de nostalgia y una felicidad del hoy.
Ariadna y David, el otro David y un Fernando, han caminado desde una niñez recordada a esa espléndida madurez del lento abandonar de la larga niñez, metidos entre los treinta y los cuarenta. Guapos, con el feroz entusiasmo de la juventud y el esplendor de sí misma hecho carne, ponen imagen a un poema de Whitman que no recuerda en su literalidad, aquel que habla del "esplendor en la hierba" y dió título a una espléndida película de Nicholas Ray. Si cita aquel otro fragmento del mismo autor, inserto en el Canto de mi mismo:
Siéntate un poco, querido hijo.
Aquí tienes bollos para comer y aquí leche para beber.
Pero en cuanto te duermas y te repongas del cansancio, envuelto , te daré un beso de adiós y te abriré el portal para que salgas de aquí.
Desborda la alegría como el cava en las copas al llenarlas y el Hombre del Prado escucha a la sabiduría de Samuel N... que le dice cuan agradable es estar en una mesa con todos esos amigos, que son lo que queda de una larga vida de sesenta y cuatro años. Piensa aquel y rememora a sus amigos y los cita para concluir cuan corta y sin embargo rica es la lista de estos entre el enorme batiburrillo de los conocidos, siempre amigables, siempre cordiales. La pequeña compañía que queda, triunfante en la larga aventura de vivir al cabo del tiempo, sobrevivientes de una travesía del desierto que termina en esta mesa ricamente alhajada, cual si se tratara del oasis deseado.
Ah, se dice el Hombre del Prado, ¿será que llegando a este final del tiempo que mi carne puede soportar, es cuando llega el auténtico tiempo de amar y de vivir, aquel en el que el goce reside en la contemplación y en el lento latir de la sangre circulando por unas venas ya envejecidas. Ana, superviviente de un cáncer, a su lado, sonríe afanosa en el mimo y atención a los detalles; tanta atención es ternura para él, es compañía que en este mes de enero cumplirán diez mil días de caminar a la par, por la misma senda. ¿No es esta la riqueza, se pregunta, ayudada por el reencuentro con el tiempo desocupado que es ahora su mayor pertenencia, su mejor tesoro?
Cantar a la vida es contemplarla recluida en torno a una mesa de amigos y desgranar con ellos las aventuras pasadas. Se evocan viajes, experiencias, y todo se convierte en risa cuando la memoria, por naturaleza selectiva, se niega al retorno de la tragedia vivida o del exterior, cuya hostilidad no cesa. Nadie podrá cambiar el presente de fuera, tan tenso y violento, con el simple deseo de la paz o el atisbo instantáneo de la diferencia entre lo justo y lo injusto. Un hombre es metáfora de sí mismo, mil metáfora de sí mismo, un cristal de múltiples caras aristadas y esa percepción del bien y el mal no es sino un estado del alma, esa que es incapaz de verse a sí misma. ¿A qué pues tratar de tener una visión absoluta de un todo que se escapa? Justamente ahora, que acaba de aprender que en el más racional y científico de los conocimientos radica la Fe (la escribe con capital mayúscula para que no pase desapercibida la importancia de esa palabra donde no reside la religiosidad, sino la humana necesidad de asentamiento) prefiere abandonarse al albur de que la certidumbre no es sino la ignorancia, y aceptando ésta, uno puede alcanzar una visión completa de un instante en la vida, poco más; el fulgor del instante, en palabras de Levinas, es lo único que acabará dejando rastro. Habrá pues que tener fe en esa memoria de instantes que no son sino sensaciones.
"El hombre es su vida, sus acciones hasta el momento de su muerte: el hombre es su existencia", escribe Hanna Arendt en El Existencialismo francés y es verdad; ¿qué va a ser sino? se pregunta El Hombre del Prado. Pero tiene, ante esta mesa, esta cena laica de sagrado ritual, una certeza que descarta aquella afirmación por excesiva. El hombre, piensa él, es este presente, tangible y huidizo y nunca puede apreciarse en una totalidad de pasado y futuro cuando es la vida lo que reclama su atención. Llegado de donde sea y yendo adonde fuere, el hombre no es sino el fulgor del presente y lo que carne percibe y aquello por lo que late, en el momento que llega y se va en un tic tac. Imposible apresar la vida en ese destello en que se para a sentir, por que se fue y es otra, y otra y otra. En una entrevista a un periodista francés, Heidegger dijo que "el hombre había llegado demasiado tarde para los dioses y temprano para el Ser" y usando el sentido de lo dicho con la más absoluta libertad, pues las citas no solamente son para saber más acerca de alguien sino para iniciar un camino de pensamiento con entera libertad, a través de una puerta que se abre a lo desconocido, cree que ese es el presente, largo o corto, siempre instantáneo como el cava en la copa, el café en la taza, la caricia del amor, el beso de despedida.
Otro poema de Whitman le viene a la menta y lo busca en el libro que tiene siempre cerca. Últimamente camina con el poeta americano muchos minutos de su tiempo porque en él encuentra lo reconfortante, la singular entereza de quien se construye a sí mismo frente a todo lo demás, como una roca sola latiendo plena de vida.
Como Adán, al amanecer,
salgo de la espesura reconfortado por el sueño.
Miradme por doquier que me veáis pasar; escuchad mi voz que se acerca,
tocadme, tocad mi cuerpo con las palmas de vuestras manos cuando paso;
no temáis a mi cuerpo.
Heidegger, gran soberbio y embaucador, quería decir con coquetería que él lamentaba profundamente no haber sido Zeus y que veía que tampoco iba a ser Führer.
ResponderEliminarCon tu permiso me voy a poner un poco cursi. Veo a mis hijos volar más allá del nido, cometiendo sus propios errores y reivindicando con orgullo sus propios aciertos. Y más allá de los juicios sobre lo puntual, siento ante ellos una satisfacción honda y difícil de definir, como si en ellos me diera sentido a mí mismo. Como si en ellos y, sobre todo, en su independencia, encontrara los límites en los que es posible descansar.
ResponderEliminarClaro está que todo esto esto a veces se encabrita de mala manera. Pero cada vez menos. Tienes razón: a medida que se va imponiendo la contemplación se va ganando la paz.
Luri: no puedo estar más de acuerdo contigo y siento esa misma sensación. Hace un par de años, mis hijos, encabritados comigo, en un aniversario como estos, me soltaron: ¡es que lo sabes todo y no podemos hablar! Tenían razón. Hoy procuro saber menos, porque en determinados meomentos conviene no abusar del conocimiento (?) para no pesar demasiado.
ResponderEliminarCreo que tu frase "encontrar los límites en que es posible descansar" es precisa y preciosa, porque la tensión de ser padres hace olvidar el principio que Whitman expone en su poema.
Dicho lo cual, comparto tu cursileria al extremo de considerar que somos dos cursis "excelsos".
Dhavar: afortunadamente en Heidegger hay mucho más que su actuación en el mundo. Sobebrbio por su inteligencia, creo que si aspiró a los dioses, pero no creo que quisiera ser un Fhurer. En cualquier caso, sus palabras quedan con tal mejestuosa presencia y aliento, que los tiempos le deben, estos tiempos.
ResponderEliminarLuis:
ResponderEliminarLo sé. Sólo hacía una pequeña broma.Y me parece que una de las fallas del pensamiento, digamos, europeo, viene del escaso - casi inexistente - número de filósofos con hijos (con varios, que es muy diferente a uno).
De su antología titulada precisamente El fulgor, un poema de José Ángel Valente:
ResponderEliminarLa primera caída de la nieve
y el silencio tenaz de la naturaleza
en el amanecer.
Me esfuerzo en descifrar un pájaro.
¿No acudirá en definitiva el día
mudo en el antedía
de tanta claridad?
Late en mi mano un pájaro,
la longitud entera de su vuelo
en el primer silencio de la nieve.
¿Quién eres tú?
¿Qué despierta contigo
en este despertar?
Feliz cumpleaños, Luis.
Dhavar, Heidegger es un padre prolífico. La lista de los que estuvieron con él y disintiendo o no de su actuación política (incluso hasta la negación) le siguieron en su aventura intelectual, es estremecedora. ¿Cómo no sentir cierta soberbia?
ResponderEliminarPero creo que en tu broma hay un punto de verdad. Algo de Zeus debía sentir, un Zeus fuera de tiempol, inacabado, a punto de comprenderle, no se exactamente qué ni como, pero algo magistral, por encima de todos.
Luis:
ResponderEliminarNo sabía que era un padre prolífico.Eso apoya mi tesis de que los filósofos deberían tener más hijos.
Al decir Führer no me refería a la aburridísima "causa" contra él, sino a aquello que, en su filosofía, le llevó a obnubilarse con el cabo austríaco (El nuevo Zeus).Yo sólo he leído Ser y Tiempo - casi muero -y De Camino al Habla, que me gusta mucho y releo de vez en cuando.Soy, por tanto, un descarado.
Bienvenidos los descarados a esta páginam Dhavar. Y más aún si son de geografía cercana, que escribo desde San Rafael. Mi alcance a Heidegger es parco y de limitada comprensión. "Ser y Tiempo" es para mi un jeroglífico en el que estoy. Caminos del Bosque, Arte y poesía, ¿Que significa pensar? y algo más, son lugares en los que me pierdo aunque encuentro siempre alguna referencia para poder seguir. Reivindico la libertad de mi ignorancia para avanzar a ciegas.
ResponderEliminarEn cuanto al Führer, te he comprendido bien. Hoy, de mucha actualidad, veo a mi alrededor una enorme fascinación por la escenografía de aquellos doce años en mucha gente joven que se siente atraída desde la bondad: la fuerza de la estética que en este caso tiene el peso de la verdad sobre lo ocurrido. ¿Cómo no pensar en la enorme atracción que sintieron quienes poco sabían salvo el entusiasmo?
Feliz cumple...
ResponderEliminarTe regalo un verso de un poema de Angel González: Cumpleaños de amor
"¿Cómo seré yo
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos."
Gracias, Jesús. Hermosa poesía
ResponderEliminarPetrusdom: gracias, too el poema prestado.
ResponderEliminarÉs difícil el equilibrio necesario en el trato con los hijos, son adultos y hay que tratarlos como iguales, e incluso seguir, en muchas ocasiones, sus consejos, pero siguen siendo nuestros niños y los protegeremos hasta que desaparezcamos.
ResponderEliminarVeo -leo- que pasastéis un hermoso día, feliz cuesta de enero.
Julia: hay que mirarlos desde la distancia y el respeto. No tiene sentido que olvidemos que los jóvenes son adultos, por el simple hecho de que nosotros seamos mayores que ellos. Ser mayor no quiere decir ser más adulto. A veces me aterra oir a un adulto-mayor hablando de los jóvenes. No comprendo esa idea terrible de una juventud hostil y desmesurada.
ResponderEliminarLa cuesta de enero la subiremos con calma, de la misma manera que se suben las cuestas de los senderos del bosque: pasito a pasito, respirando hondo.
Pues no nos llevamos tanto "chaval", tan apenas diez añitos de nada y en longitudes matrimoniales veo que te gano de largo
ResponderEliminarOtra vez lo has clavado. La vida es un sumatorio casi-casi (y sin casi-casi) algebraico de momentos, o de quantos si quieres que me ponga marisabidillo; y la percepción de un contínuo es solo una ilusón optica igualica-igualica a la forma de ver el cine
Hay quien dice que en el momento final cabe lo que llaman "la salvación". Bueno, teorizaciones religosas al margen dudo mucho que lo realmente experimentado en ese ultimo momento, cuya extrema importancia nadie duda, se aleje demasiado de lo mayortariamenmte experimentado (mayoritariamente sentido) en el conjunto de todos los momentos anteriores (glub, uno es "de ciencias")
Abrazos para ese etorno felizmente estético del año del bizcocho
felizahora
Feliz, Anónnimo conocido. Más vale anónimo conocido que conocido por conocer. ¡Que bien ha quedado!
ResponderEliminarHermosa metáfora inicial, en cuanto a los hijos, que te voy a contar, es de las poca cosas con sentido en este sinsentido.
ResponderEliminarAsí es, Francesc. A la llamada para continuar la espeia se añade una especie de emoción de largrecorrido que no se da en los otros animales. Curioso, ¿verdad?
ResponderEliminarHola tio soy Claudia,¿que tal?yo bien,hemos visto tu pefil,y nos ha gustado tu foto.El de la foto de la playa,¿es Goyerri?Creemos que si.Estoy deseando volver a veros,y tambien a David y Ariadna,y no olvidemos a Ana,que nos puso un buen aperitivo.Un beso.
ResponderEliminarClaudia
Bichito: que bien verte por aquí, guapa. El aoperitivo estuvo bien, que Ana sabe mucho de eso. Pero veros a ti y a tu hermana fue mejor que el aperitivo. Un beso muy gordo. Y otro de Ana que la tengo cerca.
ResponderEliminarBichito, claro que es Goyerri. Yo no haría una foto tan buena a otro perrillo.
ResponderEliminarBonita metàfora nos ha contado usted, Don Luis.
ResponderEliminarEl truco, claro està, reside en saber donde habitan los fusibles, o en su defecto, en si volverá de nuevo la luz. También le hablo ahora a usted en metáfora, para qué vamos a cambiar ahora de figura literaria...
Un servidor encontró la caja de los fusibles, sigue en el intento de cambiar alguno, y según entreveo-intuyo, la habitación sigue a oscuras y en silencio...
Saludos cordiales.
Don Pedro: los fusibles son muy suyos y tozudos porque se esconden en la oscuridad. Se aprovechan de esa ventaja, pero es únicamentye táctica. Su única función es posibilitar el paso de la luz, están condenados a ceder en su rebeldía. usted lo sabe tan bien como yo, así que insístales y si es necesario, deles su tiempo.
ResponderEliminarFelicidades!!!! da gusto cumplir años así de bien y en buena compañía. Que cumplas muuuuuuuuuuuuchos más. Tú si que empiezas año con el año nuevo, espero que esté lleno de alegres realidades. Besos para ti y Ana, guau sonoro a Goyerri.
ResponderEliminarAna, los cinco de enero siempre habrá una silla para ti en torno a la mesa.
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